lunes, 16 de febrero de 2009

Fidel se equivocó, pero tiene razón

Manuel Cabieses Donoso

Esta vez el Comandante Fidel Castro se equivocó y sus reflexiones han causado grave daño político al resultado de la visita a Cuba –que pudo ser absolutamente exitosa- de la presidenta Michelle Bachelet. Todo marchaba sobre ruedas –discursos, ofrendas florales, reuniones en el Palacio de la Revolución y en el Arzobispado, firma de convenios, visitas a centros médicos y científicos, feria internacional del libro, almuerzos, cenas, fotos, intercambio de regalos, abrazos, etc.- hasta que aparecieron las Reflexiones del compañero Fidel.


La derecha chilena, que ya había agotado todas sus municiones para impedir –o al menos condicionar- el viaje de Bachelet a Cuba, recibió esas Reflexiones como maná del cielo. Que Fidel hubiese planteado a la presidenta Bachelet el tema de la salida al mar para Bolivia fue para la derecha un verdadero “bocato di cardinale”.

El chovinismo más burdo, a pesar de su entreguismo en la práctica a intereses extranjeros, es una especialidad de la derecha. Sobre todo cuando se trata de la presunta intangibilidad de los tratados limítrofes con Bolivia y Perú impuestos por la Guerra del Salitre de 1879-84 –que el ejército chileno libró por cuenta de financistas británicos cuando el país llegaba por el norte sólo hasta Copiapó-. Olvida que la dictadura de Pinochet, su personaje inolvidable, revivió sin complejos la oferta de un corredor marítimo para Bolivia formulada en los años 50 por el gobierno –también anticomunista- de Gabriel González Videla. Será, quizás, porque los militares tienen más claro que la derecha politiquera que en términos geopolíticos es sumamente peligroso prolongar el enclaustramiento de Bolivia. Posterga las posibilidades de desarrollo en un área en que Chile tiene grandes carencias de agua, gas y petróleo, que abundan en Bolivia, y en cambio posee un extenso litoral en el que podría ceder un puerto –en acuerdo con Perú- para su utilización soberana por Bolivia. Esto no sólo favorecería el desarrollo de los tres países. Además, y sobre todo, modificaría las hipótesis de conflicto que hoy manejan las tres naciones “hermanas”, permitiéndoles reducir sus enormes gastos militares.

La Reflexión del compañero Fidel hace mención al tema de Bolivia en los términos y desde la perspectiva histórica y de integración latinoamericana que son conocidos en los pronunciamientos de Cuba y muchos otros gobiernos latinoamericanos que solidarizan con las justas demandas marítimas de Bolivia. La opinión pública chilena no tiene conciencia –pero la cancillería sí dispone de suficiente información- de que las demandas de Bolivia gozan de enorme apoyo internacional, tanto de gobiernos y parlamentos, como de los pueblos que condenan el despojo territorial del que fue víctima la hija favorita del Libertador Simón Bolívar. Pero, ¡horror, en las Reflexiones de Fidel estaba la prueba de la “intromisión” cubana en un asunto reservado al exclusivo tratamiento de los gobiernos de Chile y Bolivia! (En rigor habría que agregar a Perú).

La derecha, esa fiera agazapada y ansiosa de atacar al gobierno en este año electoral, saltó como un resorte. Ha desatado una tormenta de verano –a falta de otros temas porque la política en febrero anda de vacaciones-. En los hechos –dada la resonancia de sus trompeteros mediáticos- esta furibunda campaña ha conseguido dañar en forma irreversible el éxito que ya había alcanzado la visita de Bachelet a Cuba. Ahora el gobierno aparece arrinconado, dando explicaciones a diestra y siniestra, jurando que no cedió un ápice en la tradicional postura chilena sobre la mediterraneidad de Bolivia, que se reclamó al presidente Raúl Castro por el contenido de la columna de Fidel, etc. Esa debilidad –como suele ocurrir en estos casos- ha enardecido todavía más a la derecha. Sus exigencias son variadas. Piden el retiro del embajador en La Habana, la ruptura de relaciones diplomáticas, disculpas públicas del gobierno cubano, explicaciones del canciller en el Parlamento, etc. Poco falta para que se acuse al gobierno de traición a la patria, lo cual ha sido insinuado por los más feroces opositores. Sin embargo la derecha ha pasado por alto otros aspectos de las Reflexiones de Fidel, como la valoración que hace de la revolución bolivariana de Venezuela, engranaje vital de la revolución latinoamericana. En otras circunstancias habría dedicado sus dentelladas y zarpazos al presidente Hugo Chávez, objetivo cotidiano en su prensa, radio y televisión. Sin embargo, tuvo más que suficiente con el tema de la salida al mar para Bolivia. De paso ha ridiculizado el interés que puso Bachelet en entrevistarse con Fidel y hasta la visible alegría y prisa con que abandonó una ceremonia en el Memorial Salvador Allende para partir a ese encuentro. Otros analistas críticos de las Reflexiones han descubierto errores en cifras y afirmaciones, por ejemplo el apoyo que Gladys Marín habría prestado a Bachelet para que fuese elegida en segunda vuelta. En verdad la secretaria general del Partido Comunista murió en marzo de 2005 y Bachelet fue elegida el 15 de enero del 2006. Pero estos son pelos de la cola en el empeño por destruir las Reflexiones de Fidel. Que, al parecer, fueron escritas apenas terminó la conversación con Bachelet. El eje de la controversia está en lo que Fidel habló sobre la salida al mar de Bolivia.

En términos mediáticos y políticos, la visita a Cuba de la presidenta Michelle Bachelet se ha visto arruinada por la arremetida oligárquica. Los medios no hablan de otra cosa que de la “inaceptable intromisión” de Fidel. Es una lástima lo ocurrido porque la materialización de este viaje fue muy difícil. La mandataria chilena encontró resistencia en su propio equipo de gobierno. El partido Demócrata Cristiana se opuso desde el principio y prohibió que sus militantes aceptaran incorporarse a la comitiva oficial. No hay que olvidar que la cancillería es una plaza fuerte de la DC y que el canciller Foxley hace cuanto puede por boicotear los vínculos de Chile con Cuba y Venezuela. La presidenta afrontó también durante meses una feroz campaña de la derecha que al comienzo exigía que el viaje no se realizara. Luego, al comprobar que se haría de todos modos, la derecha aliada con la DC exigieron que Bachelet recibiera en La Habana a representantes de la “disidencia” cubana. Como esto tampoco dio resultado la alianza DC-derecha planteó que la “disidencia” se colara de contrabando en la cita de la presidenta con el cardenal-arzobispo de La Habana. Hay que reconocer que la presidenta enfrentó todas esas presiones –y quizás cuántas otras que no conocemos- con valor político.

Al viajar a La Habana, después de 37 años de la visita del presidente Salvador Allende, la mandataria chilena se sumó a la digna actitud de numerosos jefes de estado latinoamericanos que han ido a Cuba para enviar al nuevo gobierno norteamericano un elocuente mensaje de rechazo al bloqueo y de fraternal solidaridad con la isla.

La implementación de los convenios que firmó Bachelet en Cuba quizás permitan, cuando amaine el temporal político, resituar las relaciones chileno-cubanas en el plano positivo en que se encontraban antes la jauría derechista despedazara el éxito del viaje. Fidel, que conoce el pensamiento cavernario de la derecha chilena, se equivocó al incluir en sus Reflexiones el derecho de Bolivia a una salida soberana al mar. Pero no se puede negar que tiene toda la razón.

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