Alejandro Nadal
La cámara de representantes ya aprobó la Ley de recuperación y reinversión, el paquete de estímulo fiscal de la administración de Obama. Entre sus objetivos destacan: “preservar y crear empleos, invertir en infraestructura, eficiencia energética, ayudar a los desempleados, así como proveer a la estabilización fiscal local y estatal”.
Con esa lista tan nutrida de objetivos no puede evitarse recordar el refrán: el que mucho abarca, poco aprieta. El paquete está respaldado sólo por 819 mil millones de dólares. Desde el punto de vista del tamaño del problema, esa cantidad se antoja modesta. Un ejemplo: el paquete busca conservar y crear 3 millones de empleos a lo largo de los próximos meses, pero hoy Estados Unidos tiene 11 millones de desempleados.
Para maximizar el impacto sobre el empleo, la ley tiene una sección sobre “compras nacionales”. Esta parte de la ley establece la prohibición de usar los recursos del paquete en proyectos de construcción, mantenimiento o reparación de un edificio u obra pública “a menos que el hierro y el acero utilizado sean producidos en Estados Unidos”. Esto es incompatible con compromisos adquiridos en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Para los fundamentalistas comprometidos con el mantra del libre comercio, esta disposición podría resucitar el “espectro” del proteccionismo. Esos temores ya habían surgido con el rescate de la industria automotriz en Detroit, aprobado en diciembre del año pasado. Ese salvamento involucra 17 mil millones de dólares y (en el colmo del cinismo) provocó el enojo en Europa y Japón por considerar se trata de un regreso a una política industrial desleal.
Algo positivo de esta crisis es que puede contribuir a poner en su lugar a la OMC. Después de todo, ese organismo ha causado mucho daño y tiene su dosis de responsabilidad en esta crisis global. Así que si la recuperación pasa por tirar al tacho algunos acuerdos de la OMC, enhorabuena. Pero habrá que proceder con cautela. Las interdependencias económicas existentes complican la aplicación de políticas macroeconómicas para la recuperación.
Una muestra: un crédito fiscal puede llevar a un consumidor al Wal-Mart más cercano, pero eso no quiere decir que compre productos producidos en Estados Unidos. Si provienen de China, el estímulo al empleo estará en ese país, no en Ohio. Si observamos que la economía estadunidense necesita 2 mil millones de dólares diarios para poder financiar su déficit externo, podemos concluir que el ejemplo no es una metáfora.
Una creencia muy arraigada es que la Gran Depresión fue provocada por el proteccionismo. La historia es como sigue. En 1930 el Congreso estadunidense aprobó la Ley Smoot-Hawley que fijó aranceles astronómicos para más de 20 mil productos. Las represalias contra las exportaciones de Estados Unidos no tardaron. El comercio internacional se contrajo de manera dramática, lo que invita a pensar que el proteccionismo fue responsable de la Gran Depresión.
Barry Eichengreen, experto en economía internacional, piensa que la Ley Smoot-Hawley no sólo llegó después del colapso de 1929, sino que no explica la intensidad de la contracción económica estadunidense. Lo mismo opina del papel de las devaluaciones de los años 30, aunque sí redistribuyeron a nivel internacional los efectos de la crisis. Según Eichengreen, las raíces de la Gran Depresión están más del lado de los bancos centrales que del proteccionismo.
Para los grandes exportadores (Alemania, Japón, China) una guerra comercial sería desastrosa. Probablemente responderían con medidas muy difíciles de digerir para Estados Unidos. Aunque eso suena catastrófico, la verdad es que la sección “compre nacional” del paquete Obama todavía no constituye una conflagración comercial. Pero podría ser un detonador.
Es claro que China necesita mantener sus niveles de exportaciones. Las disposiciones de compra nacional en el paquete Obama podrían agravar la presión en China para devaluar. De hecho, en lugar de seguir apreciando el renminbi (20 por ciento en los últimos tres años), Pekín parece estarse preparando para devaluar. En diciembre el banco central modificó la banda de flotación de la moneda china y los mercados de futuros ya descuentan una devaluación del renminbi de 6 por ciento este año.
Timothy Geithner y Obama han acusado a China de manipular su moneda. Según la ley estadunidense, eso se castiga con represalias comerciales. Pero deben andarse con cuidado. La tasa de crecimiento en China ya cayó a niveles insuficientes para mantener en calma el mercado laboral: hay más de 20 millones de trabajadores migratorios que no encuentran empleo. El descontento en las zonas rurales podría salirse de control.
A ver si una vez que se aplaque la polvareda, Washington y Pekín pueden diseñar formas de cooperación que permitan superar la crisis. Una cosa es segura: no será fácil ni rápido. Las relaciones económicas internacionales tendrán que reconfigurarse, y el proceso no será sin consecuencias para los acuerdos de la OMC.
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