Agustín Calcagno
Este lunes 2 de Febrero se cumplieron 10 años desde el momento en el cual Hugo Chávez Frías jurara sobre la que él llamo “moribunda constitución” de la IV República venezolana como presidente de la nación, originando un cambio en su país que se extendería gradualmente al resto del subcontinente latinoamericano.
Venezuela ha sido a lo largo de su historia un país pionero en muchos de los acontecimientos socio-históricos de la región. Su cercanía con Europa le permitió tener un contacto fluido con los movimientos liberales franceses e ingleses durante la colonia, a la vez que fue el primer país en recibir noticias sobre la acefalía del Imperio Español encendiendo la mecha de las Revoluciones Independentistas iniciadas por Miranda y Bolívar. Fue también un actor fundamental del desarrollo de la industria norteamericana luego del descubrimiento de sus grandes reservas petrolíferas en las primeras décadas del siglo XX, alimentando literalmente al incipiente American Way of life, a la vez que se constituía una matriz económica petrolífero-exportadora que la hizo dependiente de los productos manufacturados norteamericanos casi hasta nuestros días. Otro componente emblemático y novedoso, fue la consolidación de una democracia formal a fines de la década del 50 que perdura sin interrupciones, a pesar de los grandes cambios sufridos en los últimos 10 años. Todos estos elementos refuerzan la idea de que Venezuela es un país precursor de grandes cambios. La Revolución Bolivariana, en este sentido, no es la excepción.
Hacia fines de la década del 90, cuando el ya deteriorado predominio neoliberal parecía impenetrable en el continente, y todas las opciones políticas con capacidad de ejercer el poder planteaban sólo modificaciones cosméticas, surgía en Venezuela un nuevo líder popular de origen militar, que se había hecho famoso mundialmente al intentar perpetrar un golpe de estado en el año 1992 de la mano de un grupo de oficiales conocido como MBR200.
La importancia de llamarse Chávez
Los militares dominaron la escena política venezolana hasta la década del 60 cuando las principales fuerzas políticas (ejército, iglesia y partidos) firmaron el llamado Pacto de Punto Fijo, a través del cual se congelaban algunas demandas históricas, en pos del sostenimiento prolongado de la democracia. La exclusión de la izquierda en este pacto, precipitó la formación de guerrillas a comienzos de esa década, pero la tendencia reformista de este gobierno las debilitó en número. La lucha armada, en consecuencia, no duró demasiado y por este motivo, no hubo cantidades significativas de militares venezolanos en la Escuela de la Américas. Este hecho, sumado a los planes gubernamentales de profesionalización de las FFAA, explican el surgimiento de movimientos nacionalistas-progresistas en el seno de un ejército que posibilitaba el ascenso social a sectores antes excluidos. La gran revuelta popular de 1989 conocida como Caracazo, devolvió a los militares a la escena pública generando una masacre.
La oposición al rol ejercido en este episodio por las FFAA, el grave deterioro en la representación política, la corrupción generalizada de la burocracia estatal y de los partidos, y una desigualdad social inadmisible para un país relativamente rico, fue lo que movió al MBR200 a intentar tomar el poder en el 92. Con algunas pocas palabras el día de su detención, Chávez sorprendió a la izquierda venezolana que fue acercándosele y posteriormente se acopló a su proyecto, consiguiendo la presidencia con un 56,2% de votos en 1998. Su ideario político original quedó plasmado en una constitución que fue refrendada por la población en 1999 por un 82%. Ya desde su preámbulo, anunciaba la refundación de la República y la firme intención de fomentar la integración latinoamericana en un marco de autodeterminación de los pueblos. A lo largo de su texto aparecen una serie de artículos, a contrapelo de la época, sobre la tenencia estatal de los recursos naturales, la problemática de género y los derechos de los pueblos originarios.
Cuando lo negro sea bello
Su carácter vanguardista, no radica en este caso en el hecho de haber devuelto a la agenda regional temas que parecían perdidos y que eran ridiculizados en aquel momento, sino el de encumbrar en el poder a la cultura popular por primera vez, un rasgo que activó el rechazo automático de la mayor parte de las clases medias y altas. Chávez, a diferencia de otros líderes históricos del movimiento popular latinoamericano, proviene de la clase baja venezolana, y eso no sólo aparece en su discurso y en sus escenificaciones, sino que se evidencia en el color mismo de su piel. Esta característica redefinió la idea paternalista del populismo, ya que ahora, la identificación con el líder nace de la igualdad y no de una supuesta superioridad intelectual, moral o económica.
Lo que le ha permitido sostenerse en el poder (luego del golpe en 2002, el paro petrolero de 2002-2003, la insistencia de parte de los EEUU por colocarlo en el “eje del mal” y el incansable ataque de los medios de comunicación locales e internacionales) no es sólo la gran cantidad de recursos con los que cuenta debido al aumento del precio del petróleo (como sostienen algunos analistas), ni la consolidación de una estructura partidaria unificada en el Partido Socialista Único de Venezuela (PSUV), ni tampoco, la mejora real en la calidad de vida de las clases más postergadas. La resistencia de su popularidad en el tiempo, incluye estos elementos, pero no se agota ahí. La idea de una reforma estructural que se extiende por el subcontinente, pensada por y para las clases populares, despierta una esperanza real en bastos sectores sociales que han visto surgir una forma de representación política inédita. La superación del discurso hegemónico, ha reactualizado el ideario político progresista de los siglos XIX y XX, con la novedad de que sus dirigentes provienen de las mismas clases a las que representan y no de sectores mantuanos criollos o intelectuales de clase media. Esta característica particular de la Revolución Bolivariana, se observará luego en muchos de los procesos políticos regionales de esta década, y en algunos casos, se verá también una similitud programática como en Bolivia y Ecuador. Esta es sin duda, la peculiaridad que coloca a Venezuela nuevamente delante de un proceso histórico regional.
En lo inmediato, habrá que esperar el resultado de la elección del 15 de Febrero próximo, que pretende enmendar la Constitución Venezolana con el fin de posibilitar la reelección indefinida de todos los cargos públicos. Si Chávez resulta victorioso, seguramente continuará profundizando su liderazgo. De no ser así, deberá revisar su estrategia y ver de qué modo puede continuar proyectando su figura más allá del cargo.
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