Paul Walder
Los diagnósticos económicos del gobierno han venido sufriendo adaptaciones y transformaciones durante los últimos meses. Tantas, que los juicios económicos oficiales y sus prescripciones parecen hoy irreconocibles con los sostenidos entonces. Expresiones como “blindaje económico”, “desacoplamiento”, “barrera de contención” y otros eufemismos han mutado en pronósticos derivados de la degradación de todos los indicadores económicos. A comienzos de febrero la presidenta Bachelet nos alertó: el 2009 “será muy difícil”.
Lo cierto es que los dos primeros meses del año han comenzado mal, muy mal. Pero tras las vacaciones y el interregno veraniego, marzo será el verdadero inicio del deterioro.
Están los despidos masivos en prácticamente todos los sectores de la economía aún cuando con más fuerza en la construcción, la banca, comercio, minería. Un proceso que ya ha alcanzado las cifras oficiales: a diciembre del 2008 la tasa de desempleo nacional se elevó a 7,5 por ciento (fue entonces cuando Bachelet nos auguró el año difícil), con más de 544 mil personas sin trabajo, y a enero del 2009 volvió a hincharse: marcó un ocho por ciento. Un sensible aumento respecto a diciembre y también comparado con enero del 2008. Si se mira con más atención esa cifra, se detecta que los cesantes aumentaron en casi un 20 por ciento. En otras palabras, no sólo no hay más trabajos, sino que los que tenían uno lo están perdiendo.
Las cifras, que corresponden al periodo noviembre-enero, ya comienzan a absorber los despidos masivos realizados durante el primer mes del verano. Una estimación del sector minero de la Cuarta región ha calculado en más de 1.500 los despidos en esta actividad, en tanto en otras zonas mineras sucede el mismo fenómeno: a inicios de año la transnacional minera Escondida, emplazada en la Segunda región, anunció el despido de dos mil personas. Y hacia finales de enero la Sociedad Nacional de Minería adelantó cifras e intenciones. El presidente del organismo, Alfredo Ovalle, reconoció doce mil despidos en el sector y advirtió que habrá muchos más a medida que se agrave las crisis y la caída del precio del mineral.
En otras áreas, lo mismo. Desde recortes y despidos en la banca, los medios de comunicación, en las forestales, en la construcción –la más sonada fue Cencosud con la suspensión de su proyecto Costanera Center, que involucraba el trabajo de dos mil personas-, en las grandes tiendas de departamentos. El INE ya registra esas mermas: entre noviembre y enero la construcción perdió casi 20 mil plazas laborales y la banca más de seis mil.
Marginación juvenil
Unos de los grupos más críticos y propensos al desempleo y al riesgo social son los jóvenes. En enero ya se observó una tasa de desocupación superior al 20 por ciento en el grupo entre 15 y 24 años. Con el progresivo deterioro de todos los indicadores económicos, es altamente probable que el desempleo juvenil mantenga su tendencia ascendente.
El problema de la inclusión juvenil en el mercado laboral es doblemente complejo. Por un lado los empleos son muy pocos, por otro, son muy malos. La OIT afirma con énfasis que los jóvenes entre 15 y 24 años son los más afectados por la carencia de trabajo y por su calidad. Para ello, bastan unas cifras: de los 550 millones de trabajadores del mundo que reciben menos de un dólar al día, poco menos de la cuarta parte son jóvenes. “Los trabajos disponibles para los jóvenes son pocos, mal pagados y discriminatorios”, diagnostica el organismo.
La última encuesta del INE ya ha comenzado a exhibir cifras vergonzosas. En prácticamente todas las grandes ciudades el desempleo ha aumentado y en no pocas ya marca los dos dígitos. Valparaíso marcó en enero una tasa de desempleo de casi un 15 por ciento; Coronel, toca el 16 por ciento; Lota, 12; Temuco, 13,3; Concepción, sobre el diez por ciento. Santiago ya está sobre la media nacional, con un 8,4 por ciento.
Aun cuando el gobierno ha puesto en marcha algunos planes para amortiguar los efectos de la crisis, los programas de subsidios al empleo difícilmente podrán frenar el alza en la desocupación. Y con especial énfasis en este grupo de edad. Están por verse los efectos positivos que podrían tener en el empleo otros programas, como la promesa del MOP de crear este año en la construcción de infraestructura 80 mil puestos de trabajo.
Ante este desolador panorama, durante enero hubo algún atisbo de protesta. Marcharon hasta La Moneda los trabajadores despedidos de Cencosud, hubo tomas en instalaciones de frigoríficos en la Sexta Región, los empleados de Almacenes Paris (también de Cencosud) hicieron una bullada reunión afuera de la tienda y los mineros anunciaron protestas para marzo. La CUT, en tanto, también anunció una serie de movilizaciones para este mes.
Degradación económica
Al atender a otros indicadores de la economía, todos apuntan a la baja. La contracción es generalizada. La última cifra de actividad económica, que es de diciembre, fue mucho peor que todos los sombríos pronósticos. La economía apenas se movió un 0,5 por ciento, el peor registro para este mes en diez años. De forma preliminar, el Banco Central comentó que durante el 2008 la economía chilena habría crecido un 3,5 por ciento, la cifra más baja en seis años, o desde la crisis asiática. Tal vez el 2009 dejará el tiempo y el espacio para volver a marcar otro registro histórico.
Por sectores de la economía, el fenómeno tampoco da tregua. La producción industrial, informó la SFF, cayó un diez por ciento en enero, lo que es también ratificado por los guarismos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE): la minería se contrajo en diciembre en 9,1 por ciento, en tanto cayeron las ventas del comercio, de los supermercados, el consumo de electricidad.
La caída de las ventas de los supermercados, por tratarse de artículos de consumo básico, refleja también un fenómeno de extrema gravedad. A diciembre, según la Cámara Nacional de Comercio, las ventas cayeron más de un once por ciento en comparación con diciembre del 2007. Al observar con más detalle se detecta que cae el consumo de todo tipo de alimentos, y con mayor fuerza los lácteos y derivados, que disminuyen en un 21 por ciento, las carnes, bajan casi un doce por ciento, y los abarrotes, un once.
Pero es la estrella de la economía chilena la que se ha apagado. Las exportaciones, que durante los años dorados del neoliberalismo crecían a tasas cercanas al veinte por ciento anual, han comenzado a contraerse. Y lo hacen con mucha más rapidez y energía que su proceso de crecimiento. El 2009 se ha iniciado en un muy mal pie para este sector: a enero registraron una contracción del 41 por ciento. El cobre, que es el principal producto de exportación, bajó durante el primer mes en casi un 50 por ciento.
Caída precipitada de las exportaciones. Pero también recorte intenso de las importaciones: a enero las compras de productos importados disminuyeron un 25 por ciento en comparación con enero del 2008. Una combinación que tendrá un efecto de alta intensidad en el empleo. Por algo Bachelet nos tiene advertidos.
Aunque los indicadores aún no lo exhiban, la economía chilena podría ya haber entrado en recesión. Un sondeo que realizó el diario El Mercurio a diversas industrias durante febrero diagnosticó un evidente retroceso en la producción y las ventas. El 72 por ciento de los empresarios chilenos consultados, afirmó que su empresa está en recesión. Lo mismo con las grandes sociedades anónimas, muchas con pérdidas hacia el último trimestre del año pasado y otras con un importante recorte en sus resultados, como ha sido la banca, que redujo sus ganancias –¡tal vez ya era hora!- en la mitad hacia finales del 2008. La contracción en las ventas, en el consumo, en las exportaciones tendrá, sin duda, un efecto en las empresas.
Hacia la mitad de febrero el Banco Central sorprendió a toda su audiencia con un recorte histórico a las tasas de interés. No sólo aplicó la mayor baja mensual de su historia, sino que le mostró al mercado lo graves que están las cosas. De un día para otro alteró de manera radical su política de alza de tasas.
El comportamiento errático del Banco Central se debió a las públicas presiones de parte del gobierno y el sector privado para bajar las tasas. Una acción que tiró por los suelos uno de los absurdos preceptos neoliberales: aquello de la independencia de los bancos centrales. Hoy, como se ha visto en todo el mundo, funcionan como una extensión de los gobiernos. La pregunta es a quién o quiénes buscan favorecer los gobiernos.
Chile, el más golpeado por la crisis
La economista Graciela Galarce sostiene la siguiente tesis: “Chile ya está en recesión y se está profundizando. Los fuertes impactos de la crisis, hasta ahora, desempleo, pérdidas de las AFP’s y por la caída del precio del cobre, están afectando la demanda agregada, particularmente el consumo, la inversión, las exportaciones. A pesar del aumento del gasto del gobierno, la producción nacional está disminuyendo, la que adicionalmente enfrenta una fuerte competencia internacional facilitada por los TLC’s”.
Para Galarce, serían los numerosos TLCs, entre ellos el suscrito el 2004 con Estados Unidos, el motivo que agudizará la crisis. Tal como México, hoy la nación latinoamericana más afectada por la crisis global. Aunque el comercio mexicano depende primordialmente de la economía estadounidense a través del TLCAN o NAFTA, lo que no es el caso chileno, sí pueden establecerse otras similitudes. Los últimos gobiernos chilenos firmaron a destajo y a diestra y siniestra acuerdos comerciales, por lo que es una de las economía más abiertas del mundo, condición, valga recordarla, que llenaba de orgullo (quizá aun lo haga) a los oficiantes neoliberales, ya sean funcionarios del gobierno o del sector privado. Si hablamos hoy de una crisis global, de una recesión global, los efectos ingresarán a raudales por los cuatro costados hacia la economía chilena.
La economista establece un cálculo sobre las importantes pérdidas que ha sufrido la economía chilena en el último año, merma que recae no en las empresas sino en los trabajadores. Los fondos de las AFPs acumulados por décadas “han perdido cerca de 35 mil millones de dólares, el 35 por ciento de su valor de julio de 2007. Las pérdidas por la caída del precio del cobre, principal riqueza básica del país, se estiman en 25 mil millones de dólares. La suma de ambas pérdidas, equivalen a alrededor del 40 por ciento del PIB”. Y agrega: “Sin los recursos que aportan las empresas que nacionalizó Salvador Allende, que controlaban el cien por ciento de la producción y ahora sólo el 28 por ciento, en Chile habría una explosión social”.
No sería la primera vez. El centro de estudios CETES recuerda sobre la base de informes de la CEPAL que Chile fue el país latinoamericano más afectado durante la crisis de los ochentas. “El PIB cayó un 14 por ciento, la producción industrial en 23 por ciento y la desocupación, según estimaciones independientes, alcanzó 30 por ciento”.
El economista Aníbal Pinto en su conocido libro “Chile. Un Caso de Desarrollo Frustrado”, nos recuerda los efectos de la otra gran crisis. “Como se sabe, la “Gran Depresión” golpeó a la economía chilena con violencia excepcional, tanto que un famoso y citado informe de la Liga de las Naciones señaló a nuestro país como el más afectado entre todos. Sus exportaciones se redujeron a la mitad de su volumen y a la cuarta parte de su valor; las importaciones disminuyeron un 80 por ciento entre los años culminantes antes y después del colapso”.
Las actuales circunstancias tienen un elemento extra, que no juega a favor. La total apertura de la economía chilena en un mundo que tiende, aun cuando no lo reconozca, al proteccionismo. Consignas del tipo buy american emergen no sólo en Estados Unidos, sino en otras economías de muy diversa magnitud y orientación y tienen como objetivo privilegiar lo nacional por sobre lo importado. No el producto en sí mismo, claro está, sino los empleos que existen tras ellos. Aun cuando el proteccionismo podría incluso profundizar la actual recesión, la desesperación por mantener las plazas laborales se levanta como una mayor urgencia. Una generalización de esta práctica sería el golpe de gracia para el modelo económico chileno.
Una muerte anunciada
El descalabro recién ha comenzado. Pero no es una sorpresa. No pocos economistas críticos habían venido adelantado el estancamiento del modelo chileno basado en una apertura económica unilateral y en la extracción de recursos naturales. Una economía básicamente apoyada en la extracción minera, en la explotación forestal y pesquera. Una base económica instalada hacia finales de la década de los ochenta y profundizada durante los años posteriores. Un modelo dependiente de las fluctuaciones de los precios internacionales, como sucede con el cobre, la celulosa, la harina de pescado.
Orlando Caputo ha sostenido que los problemas económicos chilenos datan desde antes del colapso mundial. “A pesar que Chile tiene una economía abierta y a pesar que en Chile uno tendería a pensar que todo dependerá del exterior -argumenta Caputo- creo que la situación internacional ha estado presente pero en un sentido invertido. Creo que los problemas actuales de Chile se han generado más bien desde el mismo país”.
El economista Marcel Claude, en una conversación con este cronista, fue muy claro al observar la fase de descomposición económica. “¿Sobre qué ha crecido Chile? Básicamente el cobre, los salmones, la fruta, la celulosa y la harina de pescado. El cobre ya no puede dar más, ha llegado a su explotación cercana a lo máximo; los salmones, en estado de shock. Están agotados como proyecto, despidiendo gente, las empresas abandonan su producción en Chile. Tocó techo. La industria pesquera está totalmente agotada por la sobreexplotación del recurso pesquero. La celulosa, también tiene un tope. Más capacidad de inversión, más celulosa, es difícil. El territorio no resiste. Todos los nichos de desarrollo productivo están acabados. Tienes que hacer otros nichos, inventar nuevos, avanzar por una etapa distinta, hemos explotado todos nuestros recursos naturales y es necesario ir a un proceso distinto. Y esto es la elaboración, el valor agregado, la inteligencia, y ahí este país no tiene ventajas comparativas porque no tiene buenas universidades, porque el capital humano está desprestigiado, porque las universidades están destinadas a autofinanciarse y porque el estado no está comprometido con el desarrollo”.
Las cosas cambiarán. Y lo harán, en el corto, mediano y, tal vez, largo plazo, para mal. No sólo lo afirman prácticamente todos los pensadores serios, sino es el resultado al dar un vistazo a la cifras. Cambios, enormes cambios, que vienen y vendrán desde el centro del capitalismo.
PAUL WALDER
paulwalder@yahoo.es
Publicado en Punto Final
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