Julian Delasantellis
Asia Times
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
No puede haber sido siempre así. No, el país sería hoy un sitio muy diferente si a través de la historia estadounidense la nación se hubiera concentrado constantemente en la más baladí de las irrelevancias arcanas e insignificantes, como lo hace actualmente con la controversia por las bonificaciones de AIG, en lugar de preocuparse de temas de verdadera importancia.
Como si temprano, en la noche del 5 de junio de 1944, el día antes de los desembarcos del día D en Normandía, en el Cuartel del Supremo Comandante Aliado Dwight D Eisenhower en Goodge Street, Londres, el general se hubiera dirigido a sus más altos oficiales:
–Hombres, estamos en una encrucijada verdaderamente trascendental en la historia. Mañana iniciamos la cruzada de EE.UU. en Europa, en la cual el Nuevo Mundo, impulsado por la tradición de libertad y justicia que heredó de los antiguos, vuelve a liberar al Viejo Mundo del tipo más bárbaro de tiranía e injusticia jamás visto por el hombre. No debemos fallar; o vacilar, debemos…
–Perdone, general, pero no podemos invadir mañana.
–¿No podemos invadir? ¿Por qué? ¿Impedirá el tiempo los lanzamientos en paracaídas?
–No señor, no es eso
–¿Han llevado tanques a Cannes los alemanes?
–No, señor.
–Bueno, ¿qué pasa, hombre?
–¡Son nuestros tanques! ¡No tenemos porta tazas! ¡No podemos invadir Francia con tanques sin porta tazas!
Y al iniciarse un debate de dos años de duración sobre si los porta tazas debieran estar adyacentes a la rodilla derecha o izquierda del tanquista, los alemanes construyeron su bomba atómica y procedieron a ganar la guerra. “Por falta de un clavo… se perdió la batalla” dice un viejo verso, en este caso, por falta de un porta tazas, los nazis habrían conquistado el mundo.
En ocasiones como la que vivimos, el pueblo de EE.UU. se comporta en mucho como el idiota genio disléxico Raymond Babbitt en la película de 1988 “Rain Man.” No podía eliminar una fijación monomaníaca con el show “People’s Court” en la televisión o la supuesta superioridad de su ropa interior
K-Mart; EE.UU. parece ser incapaz de perder su fijación, su rabia, por el tema de los 165 millones de dólares de bonificaciones otorgados a miembros de la división de productos financieros (AIGGP) de American International Group (AIG), el sector de la compañía de 90 años de antigüedad, que tan mal administraron la escritura y el comercio con los exóticos productos financieros llamados credit default swaps ( CDS) que la compañía se vio obligada a aceptar 180.000 millones de dólares generosamente entregados por la Reserva Federal y el Tesoro de EE.UU. desde otoño pasado.
En una audiencia del Congreso el miércoles, el actual jefe ejecutivo de AIG Edward Liddy dijo que había recibido una carta propugnando que los altos funcionarios de la compañía fueran colgados con cuerda de piano – tal vez uno de los que se aferraron a sus acciones cuanto bajaron de un máximo en 2001 de un poco bajo 104 dólares a su punto bajo del mes pasado de 0,33 dólar era profesor de música. Otro llamó a CNN y dijo que deberían fusilar a los directores de la compañía; ¿a quién le importa si la red puede encontrar fácilmente la información sobre el nombre y la dirección de cada llamada gratuita que recibe y transmitir esa información al mantenimiento del orden? Un observador fue más tranquilo, al sugerir que los receptores de las bonificaciones siguieran la tradición oriental y cometieran seppuku, suicidio ritual japonés – y una vez más, esto provino de un verdadero senador estadounidense desde hace 28 años, el republicano Chuck Grassley de Iowa.
Sobre la audiencia misma queda poco por decir. Pienso que lo que más me recordó es la escena en la Ilíada, en la que Aquiles cobra su venganza después del asesinato de Héctor.
En ella él (Aquiles en la Ilíada, el presidente del comité Barney Frank en la audiencia) trata ignominiosamente el cuerpo de Héctor (Liddy): le horada los tendones detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón e introduce correas de piel de buey a través de los cortes que había hecho: hace atar el cuerpo a su carro, dejando que la cabeza sea arrastrada. Luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera [en realidad la de Liddy era blanca] se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran. Así la cabeza de Héctor se deshonoró en el polvo.
A todos les gustan las obras teatrales simplistas, de pasión pública de bien y mal - ¿dónde quedaría el show tabloide televisivo Maury Povich, ahora Maury show, sin pruebas de ADN o detectores de mentiras? Pero el verdadero escándalo en este caso no son los 160 millones de dólares en bonificaciones de AIG – son los 180.000 millones de dólares en rescates de AIG y, por desgracia, se habla muy poco al respecto.
Si uno es izquierdista, jamás demasiado enamorado de lo que fue hasta entonces la filosofía de economía política dominante del suprematismo de mercado, septiembre de 2008 le debe parecer algo como un recuerdo borroso, como el demencial caos feliz que precede el matrimonio de una joven.
Primero cayeron al precipicio Fannie y Freddie, luego, dentro de unas pocas horas en un fin de semana, Merrill Lynch fue consumido por Bank of America y luego quebró Lehman Brothers. Para fines de mes, los principales lacayos del capitalismo de mercado, los nombrados por George W Bush, Ben Bernanke en la Reserva Federal y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, imploraban al Congreso de EE.UU. que les diera 700.000 millones de dólares o algo así – que después de convirtieron en el Programa de Alivio para Activos con Problemas – de dinero público para sacar al sistema financiero del lío que había creado para sí mismo.
Menos se notó entonces lo que estaba sucediendo con el American Insurance Group, o AIG. Allí, a cambio de resguardos de garantía que representaban un 79,6% del valor de la compañía, la Reserva Federal aceptó suministrar a AIG 85.000 millones de dólares; más inyecciones de dinero de la Fed y del Tesoro en octubre, noviembre, y hace sólo unas semanas llevaron el monto total de los aprietos del gobierno con AIG en 180.000 millones de dólares.
Evidentemente, AIG hubiera debido trabajar mucho más en su plan de negocios.
El verano pasado (vea “Jaws close in on Bernanke,” Asia Times Online, 16 de julio de 2008), describí cómo, una vez que las hipotecas estadounidenses fueron finalmente garantizadas por empresas patrocinadas por el gobierno (GSE) Fannie Mae y Freddie Mac, la función de garantía hipotecaria durante los días de gloria del boom crediticio de esa década hasta 2007 fue realizada sobre todo por algo llamado credit default swaps (CDS), instrumentos derivados no regulados, no negociables en bolsa, que permitían que dos partes se juntaran para apostar a la salud de un bono, la compañía que lo emitía, incluso a la deuda soberana de países enteros.
Lo que estamos aprendiendo gradualmente es lo centrales que fueron precisamente los CDS para la gran expansión, y ahora la deflación, de la burbuja crediticia. A medida que el entusiasmo por la titularización se profundizaba y expandía, mientras todo desde préstamos para casas, coches, edificios de oficinas y tarjetas de crédito eran reinvertidos y luego repartidos en tajadas para sucesivas vueltas cada vez mayores de emisiones de deuda, los CDS siempre estaban presentes, dando a los participantes en ese mercado el falso sentido de seguridad de que quien quiera estuviera al otro lado del título de deuda que acababan de comprar o vender podría cumplir con su compromiso de cumplir con su obligación. Esencialmente, el mercado de 62 billones de dólares en CDS se convirtió en el facilitador de todo el sistema bancario fantasma que suministró la liquidez para todo el boom de la vivienda y de otros activos.
Pero no significa que no haya habido más oportunidades para barrabasadas. Las apuestas con CDS a la decadencia de una compañía podían ser compradas con una inversión inicial muy pequeña, si alguna, en ese mercado no negociado en la bolsa. Hay muchos que dicen que gran parte de la abrupta caída en las acciones del sistema financieras ocurrió cuando la gente compró CDS que aumentarían de valor si una compañía se derrumbaba; quienquiera haya sido el creador del mercado en esa parte del negocio, si fuera prudente, entraría al mercado para vender la acción a la baja o comprar sus opciones – por lo tanto, una inversión inicial muy pequeña podría tener un gran y desproporcionado efecto en el precio de la acción.
Al otro lado del negocio, la venta de CDS tiene un perfil de pago final muy parecido al de la venta de opciones – un pago a cuenta recibido por el vendedor que corre con el riesgo. Si se hace esto en un mercado establecido hay que presentar un margen inicial para demostrar que se puede cumplir con su parte del trato si se vuelve en contra de uno, o que se posee una propiedad subyacente de la acción que corresponda aproximadamente a la posición de la opción de compra cubierta.
Los CDS no estaban regulados de ninguna manera; uno podía venderlos y venderlos y venderlos por una prima, como AIG lo hizo con CDS sobre los valores respaldados con hipotecas que salieron del boom de alto riesgo, y sólo esperar que resistieran los precios de las hipotecas subyacentes, y el bien raíz que las respaldaba. Si no la respaldaba, se iniciaba la loca carrera en busca del número de teléfono de Ben Bernanke.
Los libremercadistas propugnadores de este sistema, el más destacado entre ellos el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lo bendijeron, porque parecía permitir que se trasfiriera el riesgo de los que no lo querían a los que se sentían cómodos con él. Sin embargo, una vez que el sistema fue utilizado para que pareciera que era mucho más seguro emitir y poseer niveles mucho más elevados de deuda de lo que anteriormente era considerado prudente, esa lógica fue puesta de cabeza. Mientras el riesgo era barajado y repartido como si se tratara de naipes, lo que los reguladores financieros no comprendieron hasta que era demasiado tarde fue que la cantidad total de riesgo que soportaba el sistema estaba, en todo caso, estallando.
En el centro de todo estaba AIG. La esencia de los seguros es la medida del riesgo – por eso un adolescente con un descapotable paga mucho más en prima de seguro automovilístico que una abuela con una familiar. AIG pensó que esa experiencia suministraba antecedentes para los precios del riesgo de los CDS.
No estaban ni cerca. A cambio de la prima, y no necesariamente mucha prima, vendieron todos los CDS que podían pedir prestados o robar. Como dijera Gillian Tett en Financial Times:
“En el papel, bancos que van desde el Deutsche Bank a Societe Generale a Merrill Lynch se han estado despojando de riesgos de casi la misma manera – es decir descargando grandes cantidades sobre AIG. O, para decirlo de otra manera, lo que AIG ha estado haciendo esencialmente durante la década pasada es escribir el mismo tipo de contrato de seguro, una y otra vez, para casi todos los demás protagonistas en la calle. Lejos de promover la “dispersión” o la “diversificación”, la innovación ha terminado por producir concentraciones de riesgo, también plagadas de correlaciones letales. De ahí la incapacidad de AIG de honorar sus tratos de seguros con el resto del sistema financiero, hasta que fue rescatada por los contribuyentes de EE.UU.”
En otras palabras, el riesgo lejos de haber sido diversificado por todo el mundo, fue altamente concentrado en los ordenadores de AIG. Sería un enfoque mucho más productivo de la indignación del público que las bonificaciones, pero es algo que no se investiga, a diferencia de las bonificaciones que tienen todas una cara y, probablemente una dirección muy exclusiva.
El tema de quién desencadenó el sistema financiero fantasma bancario/CDS sobre el mundo no es investigado en su mayor parte. Hubo la Ley de Modernización de Bienes Comercializados en el Mercado de Futuros de 2000, impulsada a través del Congreso sin discusión en ninguna de las cámaras, sobre todo por republicanos como Phil Gramm de Texas, y promulgada por el presidente Bill Clinton un mes antes del fin de su período. Eliminó los derivados de particulares de la regulación por la Comisión de Comercio de Productos Básicos en el Mercado de Futuros de EE.UU.; tal como es aplicada a los CDS, lo que permitió tener tantos sin declarar un margen.
El 28 de abril de 2004, la Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. [SEC] aprobó una regla que permitía que los principales bancos de inversiones operaran con ratios de apalancamiento mucho más elevados, permitiendo hasta 40 dólares en préstamos por cada dólar en capital. Al explicar su voto a favor del cambio, se oye en la grabación de la reunión al comisionado de la SEC Rod Campos diciendo “¡a ver si tenemos suerte en el futuro!”
Ahora vemos que se necesitaba más en términos de regulación prudente que la que podían suministrar los buenos deseos del comisionado Campos.
Preguntar cómo creció el sistema bancario fantasma en estos últimos años es cómo preguntar por qué las plantas crecen en suelo muy fértil; nadie tuvo que emprender mucha acción positiva – simplemente lo hizo.
Específicamente, el concepto de gobierno como fuerza negativa, inhibidora, y de la libertad de las finanzas privadas de inventar y crear cualquier producto financiero que se les ocurriera, llevó a esta circunstancia. Los que sabían, como la Fed de Greenspan, y los propios banqueros, se estaban beneficiando con lo que sucedía o esperaban beneficiarse cuando abandonaran el servicio público. Si alguien sabía lo que sucedía y objetaba, era un verdadero aguafiestas en la orgía; si llegaba a comprender por completo lo que sucedía, ¿por qué no tomar un penúltimo paso, dejar de lado la ropa y la moral, y sumarse a la diversión?
AIG solía ser sólo una compañía de sólo seguros. General Electric solía vender buenas tostadoras. Sears vestía a los estadounidenses de clase media. De una u otra manera, los tres serios y fieles nombres comerciales estadounidenses se han dejado ir por el camino a la ruina y han convertido a sus compañías en hedge funds.
Eso, la reciente obsesión por la manipulación de finanzas apalancadas en lugar de producir realmente algo que sea vendido exitosamente en los mercados comerciales, es algo que exige un debate público que nunca tendrá lugar. (Considere – “Sears: majesty to hedge fund dust,” Asia Times Online, 14 de mayo de 2008.)
Pero si el público entiende mal la historia de AIG, ahora malentiende una historia mucho mayor.
Un fumador adicto de cigarrillo podría negar que su molesta tos y su garganta que chirria sea el comienzo de un cáncer al pulmón o del enfisema del que le han advertido tantas veces; “Es sólo un resfrío o alergia, ¿verdad, doctor?” Es lo que parece pasar con la adicción de EE.UU. al capital extranjero.
El primer artículo que escribí para Asia Times Online, (“US living on borrowed time - and money" 28 de marzo de 2006), presentó a los lectores el informe mensual Capital Internacional del Tesoro (TIC) del Tesoro de EE.UU., un compendio de cuánta inversión o capital a corto plazo recibe cada mes EE.UU. de fuentes extranjeras. En aquel entonces, EE.UU. era realmente el lugar de aparcamiento popular para capital extranjero, y recibía frecuentemente más de 100.000 millones de dólares por mes.
Ese gusano ciertamente cambió de cara; en enero, los últimos datos mensuales disponibles, EE.UU. perdió realmente capital extranjero neto, en el área de 150.000 millones de dólares al mes. En su blog en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el economista Brad Setser, interpretó los datos como sigue:
Los datos de enero del TIC fueron un desastre. 150.000 millones en flujos de salida de capital (neto) (148.900 millones de dólares negativos para ser precisos) no pueden sustentar ni siquiera un déficit comercial de 40.000 millones de dólares.
Obviamente, la preocupación es que los que todavía tienen el capital necesario para prestar a EE.UU., sobre todo China, al ver el inmenso aumento en la demanda del gobierno de EE.UU. de fondos prestados con sus actuales déficits presupuestarios inmensos y en permanente crecimiento vertiginoso, utilizados para financiar los programas de recuperación de la crisis económica, temerán que los dólares de EE.UU. que utilizan para comprar deuda de EE.UU. se depreciarán en su valor, devastando el valor de sus inversiones.
Previamente, China ha tratado de transmitir mensajes de que librarse lentamente de sus posiciones en dólares es exactamente lo que quisiera hacer, pero el querido hábito estadounidense de ignorar lo que les dicen los extranjeros hace que se hagan los sordos ante las advertencias.
La semana pasada, como lo detalló en Asia Times Online W Joseph Stroupe en su serie en tres partes (vea
“Dollar crisis in the making” Asia Times Online, 14-18 de marzo de 2009) y en el artículo de Olivia Chung
sobre la advertencia del primer ministro chino Wen Jiabao a EE.UU. de que mantenga el valor de su moneda como asunto de honor nacional, (vea “China espera que EE.UU. cumpla sus compromisos” en Rebelión) el mensaje parecía haber sido enviado tan fuerte y tan claro como era posible. A pesar de eso, el mercado bursátil de EE.UU. siguió como era de esperar – ignoró las advertencias de Wen, y siguió rebotando hacia abajo.
De modo que Ben Bernanke decidió dar a los chinos y otros inversionistas extranjeros en EE.UU. un buen puntapié en el trasero mientras iban saliendo por la puerta.
Las reuniones del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal de EE.UU., que fija los tipos de interés, solían ser mucho más interesantes en los días en los que había realmente tipos de interés que fijar. Ahora, con las tasas a cero, la Fed tiene que trabajar extra duro para que los mercados le presten atención. En la reunión del miércoles, lo logró.
Después de comprometer otros 750.000 millones de dólares para la compra de valores respaldados por hipotecas como parte de su programa de agregar liquidez al sistema mediante “expansión monetaria cuantitativa”, la Fed había preparado lo siguiente para los extranjeros que aparentemente piensan que pueden poner a EE.UU. entre la espada y la pared al negarse a comprar su deuda.
Para ayudar a mejorar las condiciones en los mercados crediticios privados, el comité decidió comprar hasta 300.000 millones de dólares de bonos del Tesoro a largo plazo durante los próximos seis meses.
En otras palabras: extranjeros, no necesitamos vuestro dinero; ¡imprimiremos el nuestro! Es lo que ha sido hecho esencialmente con la curva de rendimiento a corto plazo del Tesoro desde las operaciones de rescate de la Fed de septiembre pasado; era probablemente sólo cosa de tiempo antes de que intentaran lo mismo con valores a más largo plazo.
¿De qué manera afectará esto la hoja de balance de la Fed? La hará crecer – mucho. De ser virtualmente inexistente hace unos pocos años, la Fed la verá crecer pronto a casi 4 billones de dólares – más de un 25% del producto interno bruto del país.
¿Esperan que eso inspire confianza?
Los inconvenientes potenciales de este enfoque son obvios. ¿Se imagina verdaderamente Bernanke que puede convencer a los inversionistas extranjeros para que hagan nuevas inversiones en valores del gobierno de EE.UU. amenazando el valor en dólares de sus actuales títulos? Lo último que necesita el esfuerzo de recuperación es tipos de interés a largo plazo en un aumento descontrolado.
Un factor clave que actualmente restringe la inflación ante la increíble expansión monetaria ha sido una disminución de lo que se llama velocidad monetaria, el ritmo al que el dinero circula en la economía. Nada acelerará más la velocidad que una caída del dólar; la gente querrá librarse de ese maldito papel verde en cuanto sea posible, antes de que caiga aún más.
En los mercados, el efecto del anuncio de la Fed ha sido totalmente previsible. Aunque el retorno sobre bonos del gobierno de EE.UU. a 10 años cayó a un 2,5% de cerca de 3% antes del anuncio (totalmente esperado, con 300.000 millones de dólares de nuevas compras que impactarán este mercado) volvieron a subir el jueves por la tarde.
Respecto al dólar de EE.UU., el efecto no ha sido tan ambiguo. El euro subió de 1,31 contra el dólar a 1,37 inmediatamente después del anuncio, su mayor nivel contra la moneda estadounidense desde principios de enero El dólar también cayó cinco centavos frente al yen, a menos de 0,93 centavos por yen. Otros mercados sensibles a la inflación también cayeron del mismo menos: el petróleo crudo terminó a más de 50 dólares por barril por primera vez desde Año Nuevo; el oro se llevó la palma por haber dado la voz de alarma, subió a más de 77 dólares por onza desde el anuncio.
Pero este empobrecimiento de EE.UU. en un 5% no recibió atención alguna en el Congreso. La Cámara de Representantes, en una manifestación extraordinaria de pensar y actuar como sirvientes de los plebeyos, votó de modo abrumador por incautar las bonificaciones de AIG mediante tributación confiscatoria; para que haya un efecto beneficioso similar en los mercados de divisas tendría que revocar las leyes de la gravedad.
Casi tengo la impresión de que, como un niño con demasiados juguetes que se ha aburrido del más reciente, el público se está cansando de la furia por AIG. ¿Se concentrará ahora en un problema público realmente importante?
Lo dudo.
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Julian Delasantellis es consultor empresarial, inversionista privado y educador en negocios internacionales en el Estado de Washington. Para contactos:
juliandelasantellis@yahoo.com.
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