Julian Delasantellis
Asia Times
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
No puede haber sido siempre así. No, el país sería hoy un sitio muy diferente si a través de la historia estadounidense la nación se hubiera concentrado constantemente en la más baladí de las irrelevancias arcanas e insignificantes, como lo hace actualmente con la controversia por las bonificaciones de AIG, en lugar de preocuparse de temas de verdadera importancia.
Como si temprano, en la noche del 5 de junio de 1944, el día antes de los desembarcos del día D en Normandía, en el Cuartel del Supremo Comandante Aliado Dwight D Eisenhower en Goodge Street, Londres, el general se hubiera dirigido a sus más altos oficiales:
–Hombres, estamos en una encrucijada verdaderamente trascendental en la historia. Mañana iniciamos la cruzada de EE.UU. en Europa, en la cual el Nuevo Mundo, impulsado por la tradición de libertad y justicia que heredó de los antiguos, vuelve a liberar al Viejo Mundo del tipo más bárbaro de tiranía e injusticia jamás visto por el hombre. No debemos fallar; o vacilar, debemos…
–Perdone, general, pero no podemos invadir mañana.
–¿No podemos invadir? ¿Por qué? ¿Impedirá el tiempo los lanzamientos en paracaídas?
–No señor, no es eso
–¿Han llevado tanques a Cannes los alemanes?
–No, señor.
–Bueno, ¿qué pasa, hombre?
–¡Son nuestros tanques! ¡No tenemos porta tazas! ¡No podemos invadir Francia con tanques sin porta tazas!
Y al iniciarse un debate de dos años de duración sobre si los porta tazas debieran estar adyacentes a la rodilla derecha o izquierda del tanquista, los alemanes construyeron su bomba atómica y procedieron a ganar la guerra. “Por falta de un clavo… se perdió la batalla” dice un viejo verso, en este caso, por falta de un porta tazas, los nazis habrían conquistado el mundo.
En ocasiones como la que vivimos, el pueblo de EE.UU. se comporta en mucho como el idiota genio disléxico Raymond Babbitt en la película de 1988 “Rain Man.” No podía eliminar una fijación monomaníaca con el show “People’s Court” en la televisión o la supuesta superioridad de su ropa interior
K-Mart; EE.UU. parece ser incapaz de perder su fijación, su rabia, por el tema de los 165 millones de dólares de bonificaciones otorgados a miembros de la división de productos financieros (AIGGP) de American International Group (AIG), el sector de la compañía de 90 años de antigüedad, que tan mal administraron la escritura y el comercio con los exóticos productos financieros llamados credit default swaps ( CDS) que la compañía se vio obligada a aceptar 180.000 millones de dólares generosamente entregados por la Reserva Federal y el Tesoro de EE.UU. desde otoño pasado.
En una audiencia del Congreso el miércoles, el actual jefe ejecutivo de AIG Edward Liddy dijo que había recibido una carta propugnando que los altos funcionarios de la compañía fueran colgados con cuerda de piano – tal vez uno de los que se aferraron a sus acciones cuanto bajaron de un máximo en 2001 de un poco bajo 104 dólares a su punto bajo del mes pasado de 0,33 dólar era profesor de música. Otro llamó a CNN y dijo que deberían fusilar a los directores de la compañía; ¿a quién le importa si la red puede encontrar fácilmente la información sobre el nombre y la dirección de cada llamada gratuita que recibe y transmitir esa información al mantenimiento del orden? Un observador fue más tranquilo, al sugerir que los receptores de las bonificaciones siguieran la tradición oriental y cometieran seppuku, suicidio ritual japonés – y una vez más, esto provino de un verdadero senador estadounidense desde hace 28 años, el republicano Chuck Grassley de Iowa.
Sobre la audiencia misma queda poco por decir. Pienso que lo que más me recordó es la escena en la Ilíada, en la que Aquiles cobra su venganza después del asesinato de Héctor.
En ella él (Aquiles en la Ilíada, el presidente del comité Barney Frank en la audiencia) trata ignominiosamente el cuerpo de Héctor (Liddy): le horada los tendones detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón e introduce correas de piel de buey a través de los cortes que había hecho: hace atar el cuerpo a su carro, dejando que la cabeza sea arrastrada. Luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera [en realidad la de Liddy era blanca] se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran. Así la cabeza de Héctor se deshonoró en el polvo.
A todos les gustan las obras teatrales simplistas, de pasión pública de bien y mal - ¿dónde quedaría el show tabloide televisivo Maury Povich, ahora Maury show, sin pruebas de ADN o detectores de mentiras? Pero el verdadero escándalo en este caso no son los 160 millones de dólares en bonificaciones de AIG – son los 180.000 millones de dólares en rescates de AIG y, por desgracia, se habla muy poco al respecto.
Si uno es izquierdista, jamás demasiado enamorado de lo que fue hasta entonces la filosofía de economía política dominante del suprematismo de mercado, septiembre de 2008 le debe parecer algo como un recuerdo borroso, como el demencial caos feliz que precede el matrimonio de una joven.
Primero cayeron al precipicio Fannie y Freddie, luego, dentro de unas pocas horas en un fin de semana, Merrill Lynch fue consumido por Bank of America y luego quebró Lehman Brothers. Para fines de mes, los principales lacayos del capitalismo de mercado, los nombrados por George W Bush, Ben Bernanke en la Reserva Federal y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, imploraban al Congreso de EE.UU. que les diera 700.000 millones de dólares o algo así – que después de convirtieron en el Programa de Alivio para Activos con Problemas – de dinero público para sacar al sistema financiero del lío que había creado para sí mismo.
Menos se notó entonces lo que estaba sucediendo con el American Insurance Group, o AIG. Allí, a cambio de resguardos de garantía que representaban un 79,6% del valor de la compañía, la Reserva Federal aceptó suministrar a AIG 85.000 millones de dólares; más inyecciones de dinero de la Fed y del Tesoro en octubre, noviembre, y hace sólo unas semanas llevaron el monto total de los aprietos del gobierno con AIG en 180.000 millones de dólares.
Evidentemente, AIG hubiera debido trabajar mucho más en su plan de negocios.
El verano pasado (vea “Jaws close in on Bernanke,” Asia Times Online, 16 de julio de 2008), describí cómo, una vez que las hipotecas estadounidenses fueron finalmente garantizadas por empresas patrocinadas por el gobierno (GSE) Fannie Mae y Freddie Mac, la función de garantía hipotecaria durante los días de gloria del boom crediticio de esa década hasta 2007 fue realizada sobre todo por algo llamado credit default swaps (CDS), instrumentos derivados no regulados, no negociables en bolsa, que permitían que dos partes se juntaran para apostar a la salud de un bono, la compañía que lo emitía, incluso a la deuda soberana de países enteros.
Lo que estamos aprendiendo gradualmente es lo centrales que fueron precisamente los CDS para la gran expansión, y ahora la deflación, de la burbuja crediticia. A medida que el entusiasmo por la titularización se profundizaba y expandía, mientras todo desde préstamos para casas, coches, edificios de oficinas y tarjetas de crédito eran reinvertidos y luego repartidos en tajadas para sucesivas vueltas cada vez mayores de emisiones de deuda, los CDS siempre estaban presentes, dando a los participantes en ese mercado el falso sentido de seguridad de que quien quiera estuviera al otro lado del título de deuda que acababan de comprar o vender podría cumplir con su compromiso de cumplir con su obligación. Esencialmente, el mercado de 62 billones de dólares en CDS se convirtió en el facilitador de todo el sistema bancario fantasma que suministró la liquidez para todo el boom de la vivienda y de otros activos.
Pero no significa que no haya habido más oportunidades para barrabasadas. Las apuestas con CDS a la decadencia de una compañía podían ser compradas con una inversión inicial muy pequeña, si alguna, en ese mercado no negociado en la bolsa. Hay muchos que dicen que gran parte de la abrupta caída en las acciones del sistema financieras ocurrió cuando la gente compró CDS que aumentarían de valor si una compañía se derrumbaba; quienquiera haya sido el creador del mercado en esa parte del negocio, si fuera prudente, entraría al mercado para vender la acción a la baja o comprar sus opciones – por lo tanto, una inversión inicial muy pequeña podría tener un gran y desproporcionado efecto en el precio de la acción.
Al otro lado del negocio, la venta de CDS tiene un perfil de pago final muy parecido al de la venta de opciones – un pago a cuenta recibido por el vendedor que corre con el riesgo. Si se hace esto en un mercado establecido hay que presentar un margen inicial para demostrar que se puede cumplir con su parte del trato si se vuelve en contra de uno, o que se posee una propiedad subyacente de la acción que corresponda aproximadamente a la posición de la opción de compra cubierta.
Los CDS no estaban regulados de ninguna manera; uno podía venderlos y venderlos y venderlos por una prima, como AIG lo hizo con CDS sobre los valores respaldados con hipotecas que salieron del boom de alto riesgo, y sólo esperar que resistieran los precios de las hipotecas subyacentes, y el bien raíz que las respaldaba. Si no la respaldaba, se iniciaba la loca carrera en busca del número de teléfono de Ben Bernanke.
Los libremercadistas propugnadores de este sistema, el más destacado entre ellos el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lo bendijeron, porque parecía permitir que se trasfiriera el riesgo de los que no lo querían a los que se sentían cómodos con él. Sin embargo, una vez que el sistema fue utilizado para que pareciera que era mucho más seguro emitir y poseer niveles mucho más elevados de deuda de lo que anteriormente era considerado prudente, esa lógica fue puesta de cabeza. Mientras el riesgo era barajado y repartido como si se tratara de naipes, lo que los reguladores financieros no comprendieron hasta que era demasiado tarde fue que la cantidad total de riesgo que soportaba el sistema estaba, en todo caso, estallando.
En el centro de todo estaba AIG. La esencia de los seguros es la medida del riesgo – por eso un adolescente con un descapotable paga mucho más en prima de seguro automovilístico que una abuela con una familiar. AIG pensó que esa experiencia suministraba antecedentes para los precios del riesgo de los CDS.
No estaban ni cerca. A cambio de la prima, y no necesariamente mucha prima, vendieron todos los CDS que podían pedir prestados o robar. Como dijera Gillian Tett en Financial Times:
“En el papel, bancos que van desde el Deutsche Bank a Societe Generale a Merrill Lynch se han estado despojando de riesgos de casi la misma manera – es decir descargando grandes cantidades sobre AIG. O, para decirlo de otra manera, lo que AIG ha estado haciendo esencialmente durante la década pasada es escribir el mismo tipo de contrato de seguro, una y otra vez, para casi todos los demás protagonistas en la calle. Lejos de promover la “dispersión” o la “diversificación”, la innovación ha terminado por producir concentraciones de riesgo, también plagadas de correlaciones letales. De ahí la incapacidad de AIG de honorar sus tratos de seguros con el resto del sistema financiero, hasta que fue rescatada por los contribuyentes de EE.UU.”
En otras palabras, el riesgo lejos de haber sido diversificado por todo el mundo, fue altamente concentrado en los ordenadores de AIG. Sería un enfoque mucho más productivo de la indignación del público que las bonificaciones, pero es algo que no se investiga, a diferencia de las bonificaciones que tienen todas una cara y, probablemente una dirección muy exclusiva.
El tema de quién desencadenó el sistema financiero fantasma bancario/CDS sobre el mundo no es investigado en su mayor parte. Hubo la Ley de Modernización de Bienes Comercializados en el Mercado de Futuros de 2000, impulsada a través del Congreso sin discusión en ninguna de las cámaras, sobre todo por republicanos como Phil Gramm de Texas, y promulgada por el presidente Bill Clinton un mes antes del fin de su período. Eliminó los derivados de particulares de la regulación por la Comisión de Comercio de Productos Básicos en el Mercado de Futuros de EE.UU.; tal como es aplicada a los CDS, lo que permitió tener tantos sin declarar un margen.
El 28 de abril de 2004, la Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. [SEC] aprobó una regla que permitía que los principales bancos de inversiones operaran con ratios de apalancamiento mucho más elevados, permitiendo hasta 40 dólares en préstamos por cada dólar en capital. Al explicar su voto a favor del cambio, se oye en la grabación de la reunión al comisionado de la SEC Rod Campos diciendo “¡a ver si tenemos suerte en el futuro!”
Ahora vemos que se necesitaba más en términos de regulación prudente que la que podían suministrar los buenos deseos del comisionado Campos.
Preguntar cómo creció el sistema bancario fantasma en estos últimos años es cómo preguntar por qué las plantas crecen en suelo muy fértil; nadie tuvo que emprender mucha acción positiva – simplemente lo hizo.
Específicamente, el concepto de gobierno como fuerza negativa, inhibidora, y de la libertad de las finanzas privadas de inventar y crear cualquier producto financiero que se les ocurriera, llevó a esta circunstancia. Los que sabían, como la Fed de Greenspan, y los propios banqueros, se estaban beneficiando con lo que sucedía o esperaban beneficiarse cuando abandonaran el servicio público. Si alguien sabía lo que sucedía y objetaba, era un verdadero aguafiestas en la orgía; si llegaba a comprender por completo lo que sucedía, ¿por qué no tomar un penúltimo paso, dejar de lado la ropa y la moral, y sumarse a la diversión?
AIG solía ser sólo una compañía de sólo seguros. General Electric solía vender buenas tostadoras. Sears vestía a los estadounidenses de clase media. De una u otra manera, los tres serios y fieles nombres comerciales estadounidenses se han dejado ir por el camino a la ruina y han convertido a sus compañías en hedge funds.
Eso, la reciente obsesión por la manipulación de finanzas apalancadas en lugar de producir realmente algo que sea vendido exitosamente en los mercados comerciales, es algo que exige un debate público que nunca tendrá lugar. (Considere – “Sears: majesty to hedge fund dust,” Asia Times Online, 14 de mayo de 2008.)
Pero si el público entiende mal la historia de AIG, ahora malentiende una historia mucho mayor.
Un fumador adicto de cigarrillo podría negar que su molesta tos y su garganta que chirria sea el comienzo de un cáncer al pulmón o del enfisema del que le han advertido tantas veces; “Es sólo un resfrío o alergia, ¿verdad, doctor?” Es lo que parece pasar con la adicción de EE.UU. al capital extranjero.
El primer artículo que escribí para Asia Times Online, (“US living on borrowed time - and money" 28 de marzo de 2006), presentó a los lectores el informe mensual Capital Internacional del Tesoro (TIC) del Tesoro de EE.UU., un compendio de cuánta inversión o capital a corto plazo recibe cada mes EE.UU. de fuentes extranjeras. En aquel entonces, EE.UU. era realmente el lugar de aparcamiento popular para capital extranjero, y recibía frecuentemente más de 100.000 millones de dólares por mes.
Ese gusano ciertamente cambió de cara; en enero, los últimos datos mensuales disponibles, EE.UU. perdió realmente capital extranjero neto, en el área de 150.000 millones de dólares al mes. En su blog en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el economista Brad Setser, interpretó los datos como sigue:
Los datos de enero del TIC fueron un desastre. 150.000 millones en flujos de salida de capital (neto) (148.900 millones de dólares negativos para ser precisos) no pueden sustentar ni siquiera un déficit comercial de 40.000 millones de dólares.
Obviamente, la preocupación es que los que todavía tienen el capital necesario para prestar a EE.UU., sobre todo China, al ver el inmenso aumento en la demanda del gobierno de EE.UU. de fondos prestados con sus actuales déficits presupuestarios inmensos y en permanente crecimiento vertiginoso, utilizados para financiar los programas de recuperación de la crisis económica, temerán que los dólares de EE.UU. que utilizan para comprar deuda de EE.UU. se depreciarán en su valor, devastando el valor de sus inversiones.
Previamente, China ha tratado de transmitir mensajes de que librarse lentamente de sus posiciones en dólares es exactamente lo que quisiera hacer, pero el querido hábito estadounidense de ignorar lo que les dicen los extranjeros hace que se hagan los sordos ante las advertencias.
La semana pasada, como lo detalló en Asia Times Online W Joseph Stroupe en su serie en tres partes (vea
“Dollar crisis in the making” Asia Times Online, 14-18 de marzo de 2009) y en el artículo de Olivia Chung
sobre la advertencia del primer ministro chino Wen Jiabao a EE.UU. de que mantenga el valor de su moneda como asunto de honor nacional, (vea “China espera que EE.UU. cumpla sus compromisos” en Rebelión) el mensaje parecía haber sido enviado tan fuerte y tan claro como era posible. A pesar de eso, el mercado bursátil de EE.UU. siguió como era de esperar – ignoró las advertencias de Wen, y siguió rebotando hacia abajo.
De modo que Ben Bernanke decidió dar a los chinos y otros inversionistas extranjeros en EE.UU. un buen puntapié en el trasero mientras iban saliendo por la puerta.
Las reuniones del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal de EE.UU., que fija los tipos de interés, solían ser mucho más interesantes en los días en los que había realmente tipos de interés que fijar. Ahora, con las tasas a cero, la Fed tiene que trabajar extra duro para que los mercados le presten atención. En la reunión del miércoles, lo logró.
Después de comprometer otros 750.000 millones de dólares para la compra de valores respaldados por hipotecas como parte de su programa de agregar liquidez al sistema mediante “expansión monetaria cuantitativa”, la Fed había preparado lo siguiente para los extranjeros que aparentemente piensan que pueden poner a EE.UU. entre la espada y la pared al negarse a comprar su deuda.
Para ayudar a mejorar las condiciones en los mercados crediticios privados, el comité decidió comprar hasta 300.000 millones de dólares de bonos del Tesoro a largo plazo durante los próximos seis meses.
En otras palabras: extranjeros, no necesitamos vuestro dinero; ¡imprimiremos el nuestro! Es lo que ha sido hecho esencialmente con la curva de rendimiento a corto plazo del Tesoro desde las operaciones de rescate de la Fed de septiembre pasado; era probablemente sólo cosa de tiempo antes de que intentaran lo mismo con valores a más largo plazo.
¿De qué manera afectará esto la hoja de balance de la Fed? La hará crecer – mucho. De ser virtualmente inexistente hace unos pocos años, la Fed la verá crecer pronto a casi 4 billones de dólares – más de un 25% del producto interno bruto del país.
¿Esperan que eso inspire confianza?
Los inconvenientes potenciales de este enfoque son obvios. ¿Se imagina verdaderamente Bernanke que puede convencer a los inversionistas extranjeros para que hagan nuevas inversiones en valores del gobierno de EE.UU. amenazando el valor en dólares de sus actuales títulos? Lo último que necesita el esfuerzo de recuperación es tipos de interés a largo plazo en un aumento descontrolado.
Un factor clave que actualmente restringe la inflación ante la increíble expansión monetaria ha sido una disminución de lo que se llama velocidad monetaria, el ritmo al que el dinero circula en la economía. Nada acelerará más la velocidad que una caída del dólar; la gente querrá librarse de ese maldito papel verde en cuanto sea posible, antes de que caiga aún más.
En los mercados, el efecto del anuncio de la Fed ha sido totalmente previsible. Aunque el retorno sobre bonos del gobierno de EE.UU. a 10 años cayó a un 2,5% de cerca de 3% antes del anuncio (totalmente esperado, con 300.000 millones de dólares de nuevas compras que impactarán este mercado) volvieron a subir el jueves por la tarde.
Respecto al dólar de EE.UU., el efecto no ha sido tan ambiguo. El euro subió de 1,31 contra el dólar a 1,37 inmediatamente después del anuncio, su mayor nivel contra la moneda estadounidense desde principios de enero El dólar también cayó cinco centavos frente al yen, a menos de 0,93 centavos por yen. Otros mercados sensibles a la inflación también cayeron del mismo menos: el petróleo crudo terminó a más de 50 dólares por barril por primera vez desde Año Nuevo; el oro se llevó la palma por haber dado la voz de alarma, subió a más de 77 dólares por onza desde el anuncio.
Pero este empobrecimiento de EE.UU. en un 5% no recibió atención alguna en el Congreso. La Cámara de Representantes, en una manifestación extraordinaria de pensar y actuar como sirvientes de los plebeyos, votó de modo abrumador por incautar las bonificaciones de AIG mediante tributación confiscatoria; para que haya un efecto beneficioso similar en los mercados de divisas tendría que revocar las leyes de la gravedad.
Casi tengo la impresión de que, como un niño con demasiados juguetes que se ha aburrido del más reciente, el público se está cansando de la furia por AIG. ¿Se concentrará ahora en un problema público realmente importante?
Lo dudo.
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Julian Delasantellis es consultor empresarial, inversionista privado y educador en negocios internacionales en el Estado de Washington. Para contactos:
juliandelasantellis@yahoo.com.
(Copyright 2009 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.
http://www.atimes.com/atimes/Global_Economy/KC21Dj03.html
domingo, 29 de marzo de 2009
sábado, 28 de marzo de 2009
EE.UU. imprime dólares para estimular la economía y baja su valor
Julian Delasantellis
Asia Times
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
No puede haber sido siempre así. No, el país sería hoy un sitio muy diferente si a través de la historia estadounidense la nación se hubiera concentrado constantemente en la más baladí de las irrelevancias arcanas e insignificantes, como lo hace actualmente con la controversia por las bonificaciones de AIG, en lugar de preocuparse de temas de verdadera importancia.
Como si temprano, en la noche del 5 de junio de 1944, el día antes de los desembarcos del día D en Normandía, en el Cuartel del Supremo Comandante Aliado Dwight D Eisenhower en Goodge Street, Londres, el general se hubiera dirigido a sus más altos oficiales:
–Hombres, estamos en una encrucijada verdaderamente trascendental en la historia. Mañana iniciamos la cruzada de EE.UU. en Europa, en la cual el Nuevo Mundo, impulsado por la tradición de libertad y justicia que heredó de los antiguos, vuelve a liberar al Viejo Mundo del tipo más bárbaro de tiranía e injusticia jamás visto por el hombre. No debemos fallar; o vacilar, debemos…
–Perdone, general, pero no podemos invadir mañana.
–¿No podemos invadir? ¿Por qué? ¿Impedirá el tiempo los lanzamientos en paracaídas?
–No señor, no es eso
–¿Han llevado tanques a Cannes los alemanes?
–No, señor.
–Bueno, ¿qué pasa, hombre?
–¡Son nuestros tanques! ¡No tenemos porta tazas! ¡No podemos invadir Francia con tanques sin porta tazas!
Y al iniciarse un debate de dos años de duración sobre si los porta tazas debieran estar adyacentes a la rodilla derecha o izquierda del tanquista, los alemanes construyeron su bomba atómica y procedieron a ganar la guerra. “Por falta de un clavo… se perdió la batalla” dice un viejo verso, en este caso, por falta de un porta tazas, los nazis habrían conquistado el mundo.
En ocasiones como la que vivimos, el pueblo de EE.UU. se comporta en mucho como el idiota genio disléxico Raymond Babbitt en la película de 1988 “Rain Man.” No podía eliminar una fijación monomaníaca con el show “People’s Court” en la televisión o la supuesta superioridad de su ropa interior
K-Mart; EE.UU. parece ser incapaz de perder su fijación, su rabia, por el tema de los 165 millones de dólares de bonificaciones otorgados a miembros de la división de productos financieros (AIGGP) de American International Group (AIG), el sector de la compañía de 90 años de antigüedad, que tan mal administraron la escritura y el comercio con los exóticos productos financieros llamados credit default swaps ( CDS) que la compañía se vio obligada a aceptar 180.000 millones de dólares generosamente entregados por la Reserva Federal y el Tesoro de EE.UU. desde otoño pasado.
En una audiencia del Congreso el miércoles, el actual jefe ejecutivo de AIG Edward Liddy dijo que había recibido una carta propugnando que los altos funcionarios de la compañía fueran colgados con cuerda de piano – tal vez uno de los que se aferraron a sus acciones cuanto bajaron de un máximo en 2001 de un poco bajo 104 dólares a su punto bajo del mes pasado de 0,33 dólar era profesor de música. Otro llamó a CNN y dijo que deberían fusilar a los directores de la compañía; ¿a quién le importa si la red puede encontrar fácilmente la información sobre el nombre y la dirección de cada llamada gratuita que recibe y transmitir esa información al mantenimiento del orden? Un observador fue más tranquilo, al sugerir que los receptores de las bonificaciones siguieran la tradición oriental y cometieran seppuku, suicidio ritual japonés – y una vez más, esto provino de un verdadero senador estadounidense desde hace 28 años, el republicano Chuck Grassley de Iowa.
Sobre la audiencia misma queda poco por decir. Pienso que lo que más me recordó es la escena en la Ilíada, en la que Aquiles cobra su venganza después del asesinato de Héctor.
En ella él (Aquiles en la Ilíada, el presidente del comité Barney Frank en la audiencia) trata ignominiosamente el cuerpo de Héctor (Liddy): le horada los tendones detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón e introduce correas de piel de buey a través de los cortes que había hecho: hace atar el cuerpo a su carro, dejando que la cabeza sea arrastrada. Luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera [en realidad la de Liddy era blanca] se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran. Así la cabeza de Héctor se deshonoró en el polvo.
A todos les gustan las obras teatrales simplistas, de pasión pública de bien y mal - ¿dónde quedaría el show tabloide televisivo Maury Povich, ahora Maury show, sin pruebas de ADN o detectores de mentiras? Pero el verdadero escándalo en este caso no son los 160 millones de dólares en bonificaciones de AIG – son los 180.000 millones de dólares en rescates de AIG y, por desgracia, se habla muy poco al respecto.
Si uno es izquierdista, jamás demasiado enamorado de lo que fue hasta entonces la filosofía de economía política dominante del suprematismo de mercado, septiembre de 2008 le debe parecer algo como un recuerdo borroso, como el demencial caos feliz que precede el matrimonio de una joven.
Primero cayeron al precipicio Fannie y Freddie, luego, dentro de unas pocas horas en un fin de semana, Merrill Lynch fue consumido por Bank of America y luego quebró Lehman Brothers. Para fines de mes, los principales lacayos del capitalismo de mercado, los nombrados por George W Bush, Ben Bernanke en la Reserva Federal y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, imploraban al Congreso de EE.UU. que les diera 700.000 millones de dólares o algo así – que después de convirtieron en el Programa de Alivio para Activos con Problemas – de dinero público para sacar al sistema financiero del lío que había creado para sí mismo.
Menos se notó entonces lo que estaba sucediendo con el American Insurance Group, o AIG. Allí, a cambio de resguardos de garantía que representaban un 79,6% del valor de la compañía, la Reserva Federal aceptó suministrar a AIG 85.000 millones de dólares; más inyecciones de dinero de la Fed y del Tesoro en octubre, noviembre, y hace sólo unas semanas llevaron el monto total de los aprietos del gobierno con AIG en 180.000 millones de dólares.
Evidentemente, AIG hubiera debido trabajar mucho más en su plan de negocios.
El verano pasado (vea “Jaws close in on Bernanke,” Asia Times Online, 16 de julio de 2008), describí cómo, una vez que las hipotecas estadounidenses fueron finalmente garantizadas por empresas patrocinadas por el gobierno (GSE) Fannie Mae y Freddie Mac, la función de garantía hipotecaria durante los días de gloria del boom crediticio de esa década hasta 2007 fue realizada sobre todo por algo llamado credit default swaps (CDS), instrumentos derivados no regulados, no negociables en bolsa, que permitían que dos partes se juntaran para apostar a la salud de un bono, la compañía que lo emitía, incluso a la deuda soberana de países enteros.
Lo que estamos aprendiendo gradualmente es lo centrales que fueron precisamente los CDS para la gran expansión, y ahora la deflación, de la burbuja crediticia. A medida que el entusiasmo por la titularización se profundizaba y expandía, mientras todo desde préstamos para casas, coches, edificios de oficinas y tarjetas de crédito eran reinvertidos y luego repartidos en tajadas para sucesivas vueltas cada vez mayores de emisiones de deuda, los CDS siempre estaban presentes, dando a los participantes en ese mercado el falso sentido de seguridad de que quien quiera estuviera al otro lado del título de deuda que acababan de comprar o vender podría cumplir con su compromiso de cumplir con su obligación. Esencialmente, el mercado de 62 billones de dólares en CDS se convirtió en el facilitador de todo el sistema bancario fantasma que suministró la liquidez para todo el boom de la vivienda y de otros activos.
Pero no significa que no haya habido más oportunidades para barrabasadas. Las apuestas con CDS a la decadencia de una compañía podían ser compradas con una inversión inicial muy pequeña, si alguna, en ese mercado no negociado en la bolsa. Hay muchos que dicen que gran parte de la abrupta caída en las acciones del sistema financieras ocurrió cuando la gente compró CDS que aumentarían de valor si una compañía se derrumbaba; quienquiera haya sido el creador del mercado en esa parte del negocio, si fuera prudente, entraría al mercado para vender la acción a la baja o comprar sus opciones – por lo tanto, una inversión inicial muy pequeña podría tener un gran y desproporcionado efecto en el precio de la acción.
Al otro lado del negocio, la venta de CDS tiene un perfil de pago final muy parecido al de la venta de opciones – un pago a cuenta recibido por el vendedor que corre con el riesgo. Si se hace esto en un mercado establecido hay que presentar un margen inicial para demostrar que se puede cumplir con su parte del trato si se vuelve en contra de uno, o que se posee una propiedad subyacente de la acción que corresponda aproximadamente a la posición de la opción de compra cubierta.
Los CDS no estaban regulados de ninguna manera; uno podía venderlos y venderlos y venderlos por una prima, como AIG lo hizo con CDS sobre los valores respaldados con hipotecas que salieron del boom de alto riesgo, y sólo esperar que resistieran los precios de las hipotecas subyacentes, y el bien raíz que las respaldaba. Si no la respaldaba, se iniciaba la loca carrera en busca del número de teléfono de Ben Bernanke.
Los libremercadistas propugnadores de este sistema, el más destacado entre ellos el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lo bendijeron, porque parecía permitir que se trasfiriera el riesgo de los que no lo querían a los que se sentían cómodos con él. Sin embargo, una vez que el sistema fue utilizado para que pareciera que era mucho más seguro emitir y poseer niveles mucho más elevados de deuda de lo que anteriormente era considerado prudente, esa lógica fue puesta de cabeza. Mientras el riesgo era barajado y repartido como si se tratara de naipes, lo que los reguladores financieros no comprendieron hasta que era demasiado tarde fue que la cantidad total de riesgo que soportaba el sistema estaba, en todo caso, estallando.
En el centro de todo estaba AIG. La esencia de los seguros es la medida del riesgo – por eso un adolescente con un descapotable paga mucho más en prima de seguro automovilístico que una abuela con una familiar. AIG pensó que esa experiencia suministraba antecedentes para los precios del riesgo de los CDS.
No estaban ni cerca. A cambio de la prima, y no necesariamente mucha prima, vendieron todos los CDS que podían pedir prestados o robar. Como dijera Gillian Tett en Financial Times:
“En el papel, bancos que van desde el Deutsche Bank a Societe Generale a Merrill Lynch se han estado despojando de riesgos de casi la misma manera – es decir descargando grandes cantidades sobre AIG. O, para decirlo de otra manera, lo que AIG ha estado haciendo esencialmente durante la década pasada es escribir el mismo tipo de contrato de seguro, una y otra vez, para casi todos los demás protagonistas en la calle. Lejos de promover la “dispersión” o la “diversificación”, la innovación ha terminado por producir concentraciones de riesgo, también plagadas de correlaciones letales. De ahí la incapacidad de AIG de honorar sus tratos de seguros con el resto del sistema financiero, hasta que fue rescatada por los contribuyentes de EE.UU.”
En otras palabras, el riesgo lejos de haber sido diversificado por todo el mundo, fue altamente concentrado en los ordenadores de AIG. Sería un enfoque mucho más productivo de la indignación del público que las bonificaciones, pero es algo que no se investiga, a diferencia de las bonificaciones que tienen todas una cara y, probablemente una dirección muy exclusiva.
El tema de quién desencadenó el sistema financiero fantasma bancario/CDS sobre el mundo no es investigado en su mayor parte. Hubo la Ley de Modernización de Bienes Comercializados en el Mercado de Futuros de 2000, impulsada a través del Congreso sin discusión en ninguna de las cámaras, sobre todo por republicanos como Phil Gramm de Texas, y promulgada por el presidente Bill Clinton un mes antes del fin de su período. Eliminó los derivados de particulares de la regulación por la Comisión de Comercio de Productos Básicos en el Mercado de Futuros de EE.UU.; tal como es aplicada a los CDS, lo que permitió tener tantos sin declarar un margen.
El 28 de abril de 2004, la Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. [SEC] aprobó una regla que permitía que los principales bancos de inversiones operaran con ratios de apalancamiento mucho más elevados, permitiendo hasta 40 dólares en préstamos por cada dólar en capital. Al explicar su voto a favor del cambio, se oye en la grabación de la reunión al comisionado de la SEC Rod Campos diciendo “¡a ver si tenemos suerte en el futuro!”
Ahora vemos que se necesitaba más en términos de regulación prudente que la que podían suministrar los buenos deseos del comisionado Campos.
Preguntar cómo creció el sistema bancario fantasma en estos últimos años es cómo preguntar por qué las plantas crecen en suelo muy fértil; nadie tuvo que emprender mucha acción positiva – simplemente lo hizo.
Específicamente, el concepto de gobierno como fuerza negativa, inhibidora, y de la libertad de las finanzas privadas de inventar y crear cualquier producto financiero que se les ocurriera, llevó a esta circunstancia. Los que sabían, como la Fed de Greenspan, y los propios banqueros, se estaban beneficiando con lo que sucedía o esperaban beneficiarse cuando abandonaran el servicio público. Si alguien sabía lo que sucedía y objetaba, era un verdadero aguafiestas en la orgía; si llegaba a comprender por completo lo que sucedía, ¿por qué no tomar un penúltimo paso, dejar de lado la ropa y la moral, y sumarse a la diversión?
AIG solía ser sólo una compañía de sólo seguros. General Electric solía vender buenas tostadoras. Sears vestía a los estadounidenses de clase media. De una u otra manera, los tres serios y fieles nombres comerciales estadounidenses se han dejado ir por el camino a la ruina y han convertido a sus compañías en hedge funds.
Eso, la reciente obsesión por la manipulación de finanzas apalancadas en lugar de producir realmente algo que sea vendido exitosamente en los mercados comerciales, es algo que exige un debate público que nunca tendrá lugar. (Considere – “Sears: majesty to hedge fund dust,” Asia Times Online, 14 de mayo de 2008.)
Pero si el público entiende mal la historia de AIG, ahora malentiende una historia mucho mayor.
Un fumador adicto de cigarrillo podría negar que su molesta tos y su garganta que chirria sea el comienzo de un cáncer al pulmón o del enfisema del que le han advertido tantas veces; “Es sólo un resfrío o alergia, ¿verdad, doctor?” Es lo que parece pasar con la adicción de EE.UU. al capital extranjero.
El primer artículo que escribí para Asia Times Online, (“US living on borrowed time - and money" 28 de marzo de 2006), presentó a los lectores el informe mensual Capital Internacional del Tesoro (TIC) del Tesoro de EE.UU., un compendio de cuánta inversión o capital a corto plazo recibe cada mes EE.UU. de fuentes extranjeras. En aquel entonces, EE.UU. era realmente el lugar de aparcamiento popular para capital extranjero, y recibía frecuentemente más de 100.000 millones de dólares por mes.
Ese gusano ciertamente cambió de cara; en enero, los últimos datos mensuales disponibles, EE.UU. perdió realmente capital extranjero neto, en el área de 150.000 millones de dólares al mes. En su blog en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el economista Brad Setser, interpretó los datos como sigue:
Los datos de enero del TIC fueron un desastre. 150.000 millones en flujos de salida de capital (neto) (148.900 millones de dólares negativos para ser precisos) no pueden sustentar ni siquiera un déficit comercial de 40.000 millones de dólares.
Obviamente, la preocupación es que los que todavía tienen el capital necesario para prestar a EE.UU., sobre todo China, al ver el inmenso aumento en la demanda del gobierno de EE.UU. de fondos prestados con sus actuales déficits presupuestarios inmensos y en permanente crecimiento vertiginoso, utilizados para financiar los programas de recuperación de la crisis económica, temerán que los dólares de EE.UU. que utilizan para comprar deuda de EE.UU. se depreciarán en su valor, devastando el valor de sus inversiones.
Previamente, China ha tratado de transmitir mensajes de que librarse lentamente de sus posiciones en dólares es exactamente lo que quisiera hacer, pero el querido hábito estadounidense de ignorar lo que les dicen los extranjeros hace que se hagan los sordos ante las advertencias.
La semana pasada, como lo detalló en Asia Times Online W Joseph Stroupe en su serie en tres partes (vea
“Dollar crisis in the making” Asia Times Online, 14-18 de marzo de 2009) y en el artículo de Olivia Chung
sobre la advertencia del primer ministro chino Wen Jiabao a EE.UU. de que mantenga el valor de su moneda como asunto de honor nacional, (vea “China espera que EE.UU. cumpla sus compromisos” en Rebelión) el mensaje parecía haber sido enviado tan fuerte y tan claro como era posible. A pesar de eso, el mercado bursátil de EE.UU. siguió como era de esperar – ignoró las advertencias de Wen, y siguió rebotando hacia abajo.
De modo que Ben Bernanke decidió dar a los chinos y otros inversionistas extranjeros en EE.UU. un buen puntapié en el trasero mientras iban saliendo por la puerta.
Las reuniones del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal de EE.UU., que fija los tipos de interés, solían ser mucho más interesantes en los días en los que había realmente tipos de interés que fijar. Ahora, con las tasas a cero, la Fed tiene que trabajar extra duro para que los mercados le presten atención. En la reunión del miércoles, lo logró.
Después de comprometer otros 750.000 millones de dólares para la compra de valores respaldados por hipotecas como parte de su programa de agregar liquidez al sistema mediante “expansión monetaria cuantitativa”, la Fed había preparado lo siguiente para los extranjeros que aparentemente piensan que pueden poner a EE.UU. entre la espada y la pared al negarse a comprar su deuda.
Para ayudar a mejorar las condiciones en los mercados crediticios privados, el comité decidió comprar hasta 300.000 millones de dólares de bonos del Tesoro a largo plazo durante los próximos seis meses.
En otras palabras: extranjeros, no necesitamos vuestro dinero; ¡imprimiremos el nuestro! Es lo que ha sido hecho esencialmente con la curva de rendimiento a corto plazo del Tesoro desde las operaciones de rescate de la Fed de septiembre pasado; era probablemente sólo cosa de tiempo antes de que intentaran lo mismo con valores a más largo plazo.
¿De qué manera afectará esto la hoja de balance de la Fed? La hará crecer – mucho. De ser virtualmente inexistente hace unos pocos años, la Fed la verá crecer pronto a casi 4 billones de dólares – más de un 25% del producto interno bruto del país.
¿Esperan que eso inspire confianza?
Los inconvenientes potenciales de este enfoque son obvios. ¿Se imagina verdaderamente Bernanke que puede convencer a los inversionistas extranjeros para que hagan nuevas inversiones en valores del gobierno de EE.UU. amenazando el valor en dólares de sus actuales títulos? Lo último que necesita el esfuerzo de recuperación es tipos de interés a largo plazo en un aumento descontrolado.
Un factor clave que actualmente restringe la inflación ante la increíble expansión monetaria ha sido una disminución de lo que se llama velocidad monetaria, el ritmo al que el dinero circula en la economía. Nada acelerará más la velocidad que una caída del dólar; la gente querrá librarse de ese maldito papel verde en cuanto sea posible, antes de que caiga aún más.
En los mercados, el efecto del anuncio de la Fed ha sido totalmente previsible. Aunque el retorno sobre bonos del gobierno de EE.UU. a 10 años cayó a un 2,5% de cerca de 3% antes del anuncio (totalmente esperado, con 300.000 millones de dólares de nuevas compras que impactarán este mercado) volvieron a subir el jueves por la tarde.
Respecto al dólar de EE.UU., el efecto no ha sido tan ambiguo. El euro subió de 1,31 contra el dólar a 1,37 inmediatamente después del anuncio, su mayor nivel contra la moneda estadounidense desde principios de enero El dólar también cayó cinco centavos frente al yen, a menos de 0,93 centavos por yen. Otros mercados sensibles a la inflación también cayeron del mismo menos: el petróleo crudo terminó a más de 50 dólares por barril por primera vez desde Año Nuevo; el oro se llevó la palma por haber dado la voz de alarma, subió a más de 77 dólares por onza desde el anuncio.
Pero este empobrecimiento de EE.UU. en un 5% no recibió atención alguna en el Congreso. La Cámara de Representantes, en una manifestación extraordinaria de pensar y actuar como sirvientes de los plebeyos, votó de modo abrumador por incautar las bonificaciones de AIG mediante tributación confiscatoria; para que haya un efecto beneficioso similar en los mercados de divisas tendría que revocar las leyes de la gravedad.
Casi tengo la impresión de que, como un niño con demasiados juguetes que se ha aburrido del más reciente, el público se está cansando de la furia por AIG. ¿Se concentrará ahora en un problema público realmente importante?
Lo dudo.
-----------
Julian Delasantellis es consultor empresarial, inversionista privado y educador en negocios internacionales en el Estado de Washington. Para contactos:
juliandelasantellis@yahoo.com.
(Copyright 2009 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.
http://www.atimes.com/atimes/Global_Economy/KC21Dj03.html
Enlace a Rebelion
Asia Times
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
No puede haber sido siempre así. No, el país sería hoy un sitio muy diferente si a través de la historia estadounidense la nación se hubiera concentrado constantemente en la más baladí de las irrelevancias arcanas e insignificantes, como lo hace actualmente con la controversia por las bonificaciones de AIG, en lugar de preocuparse de temas de verdadera importancia.
Como si temprano, en la noche del 5 de junio de 1944, el día antes de los desembarcos del día D en Normandía, en el Cuartel del Supremo Comandante Aliado Dwight D Eisenhower en Goodge Street, Londres, el general se hubiera dirigido a sus más altos oficiales:
–Hombres, estamos en una encrucijada verdaderamente trascendental en la historia. Mañana iniciamos la cruzada de EE.UU. en Europa, en la cual el Nuevo Mundo, impulsado por la tradición de libertad y justicia que heredó de los antiguos, vuelve a liberar al Viejo Mundo del tipo más bárbaro de tiranía e injusticia jamás visto por el hombre. No debemos fallar; o vacilar, debemos…
–Perdone, general, pero no podemos invadir mañana.
–¿No podemos invadir? ¿Por qué? ¿Impedirá el tiempo los lanzamientos en paracaídas?
–No señor, no es eso
–¿Han llevado tanques a Cannes los alemanes?
–No, señor.
–Bueno, ¿qué pasa, hombre?
–¡Son nuestros tanques! ¡No tenemos porta tazas! ¡No podemos invadir Francia con tanques sin porta tazas!
Y al iniciarse un debate de dos años de duración sobre si los porta tazas debieran estar adyacentes a la rodilla derecha o izquierda del tanquista, los alemanes construyeron su bomba atómica y procedieron a ganar la guerra. “Por falta de un clavo… se perdió la batalla” dice un viejo verso, en este caso, por falta de un porta tazas, los nazis habrían conquistado el mundo.
En ocasiones como la que vivimos, el pueblo de EE.UU. se comporta en mucho como el idiota genio disléxico Raymond Babbitt en la película de 1988 “Rain Man.” No podía eliminar una fijación monomaníaca con el show “People’s Court” en la televisión o la supuesta superioridad de su ropa interior
K-Mart; EE.UU. parece ser incapaz de perder su fijación, su rabia, por el tema de los 165 millones de dólares de bonificaciones otorgados a miembros de la división de productos financieros (AIGGP) de American International Group (AIG), el sector de la compañía de 90 años de antigüedad, que tan mal administraron la escritura y el comercio con los exóticos productos financieros llamados credit default swaps ( CDS) que la compañía se vio obligada a aceptar 180.000 millones de dólares generosamente entregados por la Reserva Federal y el Tesoro de EE.UU. desde otoño pasado.
En una audiencia del Congreso el miércoles, el actual jefe ejecutivo de AIG Edward Liddy dijo que había recibido una carta propugnando que los altos funcionarios de la compañía fueran colgados con cuerda de piano – tal vez uno de los que se aferraron a sus acciones cuanto bajaron de un máximo en 2001 de un poco bajo 104 dólares a su punto bajo del mes pasado de 0,33 dólar era profesor de música. Otro llamó a CNN y dijo que deberían fusilar a los directores de la compañía; ¿a quién le importa si la red puede encontrar fácilmente la información sobre el nombre y la dirección de cada llamada gratuita que recibe y transmitir esa información al mantenimiento del orden? Un observador fue más tranquilo, al sugerir que los receptores de las bonificaciones siguieran la tradición oriental y cometieran seppuku, suicidio ritual japonés – y una vez más, esto provino de un verdadero senador estadounidense desde hace 28 años, el republicano Chuck Grassley de Iowa.
Sobre la audiencia misma queda poco por decir. Pienso que lo que más me recordó es la escena en la Ilíada, en la que Aquiles cobra su venganza después del asesinato de Héctor.
En ella él (Aquiles en la Ilíada, el presidente del comité Barney Frank en la audiencia) trata ignominiosamente el cuerpo de Héctor (Liddy): le horada los tendones detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón e introduce correas de piel de buey a través de los cortes que había hecho: hace atar el cuerpo a su carro, dejando que la cabeza sea arrastrada. Luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera [en realidad la de Liddy era blanca] se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran. Así la cabeza de Héctor se deshonoró en el polvo.
A todos les gustan las obras teatrales simplistas, de pasión pública de bien y mal - ¿dónde quedaría el show tabloide televisivo Maury Povich, ahora Maury show, sin pruebas de ADN o detectores de mentiras? Pero el verdadero escándalo en este caso no son los 160 millones de dólares en bonificaciones de AIG – son los 180.000 millones de dólares en rescates de AIG y, por desgracia, se habla muy poco al respecto.
Si uno es izquierdista, jamás demasiado enamorado de lo que fue hasta entonces la filosofía de economía política dominante del suprematismo de mercado, septiembre de 2008 le debe parecer algo como un recuerdo borroso, como el demencial caos feliz que precede el matrimonio de una joven.
Primero cayeron al precipicio Fannie y Freddie, luego, dentro de unas pocas horas en un fin de semana, Merrill Lynch fue consumido por Bank of America y luego quebró Lehman Brothers. Para fines de mes, los principales lacayos del capitalismo de mercado, los nombrados por George W Bush, Ben Bernanke en la Reserva Federal y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson, imploraban al Congreso de EE.UU. que les diera 700.000 millones de dólares o algo así – que después de convirtieron en el Programa de Alivio para Activos con Problemas – de dinero público para sacar al sistema financiero del lío que había creado para sí mismo.
Menos se notó entonces lo que estaba sucediendo con el American Insurance Group, o AIG. Allí, a cambio de resguardos de garantía que representaban un 79,6% del valor de la compañía, la Reserva Federal aceptó suministrar a AIG 85.000 millones de dólares; más inyecciones de dinero de la Fed y del Tesoro en octubre, noviembre, y hace sólo unas semanas llevaron el monto total de los aprietos del gobierno con AIG en 180.000 millones de dólares.
Evidentemente, AIG hubiera debido trabajar mucho más en su plan de negocios.
El verano pasado (vea “Jaws close in on Bernanke,” Asia Times Online, 16 de julio de 2008), describí cómo, una vez que las hipotecas estadounidenses fueron finalmente garantizadas por empresas patrocinadas por el gobierno (GSE) Fannie Mae y Freddie Mac, la función de garantía hipotecaria durante los días de gloria del boom crediticio de esa década hasta 2007 fue realizada sobre todo por algo llamado credit default swaps (CDS), instrumentos derivados no regulados, no negociables en bolsa, que permitían que dos partes se juntaran para apostar a la salud de un bono, la compañía que lo emitía, incluso a la deuda soberana de países enteros.
Lo que estamos aprendiendo gradualmente es lo centrales que fueron precisamente los CDS para la gran expansión, y ahora la deflación, de la burbuja crediticia. A medida que el entusiasmo por la titularización se profundizaba y expandía, mientras todo desde préstamos para casas, coches, edificios de oficinas y tarjetas de crédito eran reinvertidos y luego repartidos en tajadas para sucesivas vueltas cada vez mayores de emisiones de deuda, los CDS siempre estaban presentes, dando a los participantes en ese mercado el falso sentido de seguridad de que quien quiera estuviera al otro lado del título de deuda que acababan de comprar o vender podría cumplir con su compromiso de cumplir con su obligación. Esencialmente, el mercado de 62 billones de dólares en CDS se convirtió en el facilitador de todo el sistema bancario fantasma que suministró la liquidez para todo el boom de la vivienda y de otros activos.
Pero no significa que no haya habido más oportunidades para barrabasadas. Las apuestas con CDS a la decadencia de una compañía podían ser compradas con una inversión inicial muy pequeña, si alguna, en ese mercado no negociado en la bolsa. Hay muchos que dicen que gran parte de la abrupta caída en las acciones del sistema financieras ocurrió cuando la gente compró CDS que aumentarían de valor si una compañía se derrumbaba; quienquiera haya sido el creador del mercado en esa parte del negocio, si fuera prudente, entraría al mercado para vender la acción a la baja o comprar sus opciones – por lo tanto, una inversión inicial muy pequeña podría tener un gran y desproporcionado efecto en el precio de la acción.
Al otro lado del negocio, la venta de CDS tiene un perfil de pago final muy parecido al de la venta de opciones – un pago a cuenta recibido por el vendedor que corre con el riesgo. Si se hace esto en un mercado establecido hay que presentar un margen inicial para demostrar que se puede cumplir con su parte del trato si se vuelve en contra de uno, o que se posee una propiedad subyacente de la acción que corresponda aproximadamente a la posición de la opción de compra cubierta.
Los CDS no estaban regulados de ninguna manera; uno podía venderlos y venderlos y venderlos por una prima, como AIG lo hizo con CDS sobre los valores respaldados con hipotecas que salieron del boom de alto riesgo, y sólo esperar que resistieran los precios de las hipotecas subyacentes, y el bien raíz que las respaldaba. Si no la respaldaba, se iniciaba la loca carrera en busca del número de teléfono de Ben Bernanke.
Los libremercadistas propugnadores de este sistema, el más destacado entre ellos el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, lo bendijeron, porque parecía permitir que se trasfiriera el riesgo de los que no lo querían a los que se sentían cómodos con él. Sin embargo, una vez que el sistema fue utilizado para que pareciera que era mucho más seguro emitir y poseer niveles mucho más elevados de deuda de lo que anteriormente era considerado prudente, esa lógica fue puesta de cabeza. Mientras el riesgo era barajado y repartido como si se tratara de naipes, lo que los reguladores financieros no comprendieron hasta que era demasiado tarde fue que la cantidad total de riesgo que soportaba el sistema estaba, en todo caso, estallando.
En el centro de todo estaba AIG. La esencia de los seguros es la medida del riesgo – por eso un adolescente con un descapotable paga mucho más en prima de seguro automovilístico que una abuela con una familiar. AIG pensó que esa experiencia suministraba antecedentes para los precios del riesgo de los CDS.
No estaban ni cerca. A cambio de la prima, y no necesariamente mucha prima, vendieron todos los CDS que podían pedir prestados o robar. Como dijera Gillian Tett en Financial Times:
“En el papel, bancos que van desde el Deutsche Bank a Societe Generale a Merrill Lynch se han estado despojando de riesgos de casi la misma manera – es decir descargando grandes cantidades sobre AIG. O, para decirlo de otra manera, lo que AIG ha estado haciendo esencialmente durante la década pasada es escribir el mismo tipo de contrato de seguro, una y otra vez, para casi todos los demás protagonistas en la calle. Lejos de promover la “dispersión” o la “diversificación”, la innovación ha terminado por producir concentraciones de riesgo, también plagadas de correlaciones letales. De ahí la incapacidad de AIG de honorar sus tratos de seguros con el resto del sistema financiero, hasta que fue rescatada por los contribuyentes de EE.UU.”
En otras palabras, el riesgo lejos de haber sido diversificado por todo el mundo, fue altamente concentrado en los ordenadores de AIG. Sería un enfoque mucho más productivo de la indignación del público que las bonificaciones, pero es algo que no se investiga, a diferencia de las bonificaciones que tienen todas una cara y, probablemente una dirección muy exclusiva.
El tema de quién desencadenó el sistema financiero fantasma bancario/CDS sobre el mundo no es investigado en su mayor parte. Hubo la Ley de Modernización de Bienes Comercializados en el Mercado de Futuros de 2000, impulsada a través del Congreso sin discusión en ninguna de las cámaras, sobre todo por republicanos como Phil Gramm de Texas, y promulgada por el presidente Bill Clinton un mes antes del fin de su período. Eliminó los derivados de particulares de la regulación por la Comisión de Comercio de Productos Básicos en el Mercado de Futuros de EE.UU.; tal como es aplicada a los CDS, lo que permitió tener tantos sin declarar un margen.
El 28 de abril de 2004, la Comisión del Mercado de Valores de EE.UU. [SEC] aprobó una regla que permitía que los principales bancos de inversiones operaran con ratios de apalancamiento mucho más elevados, permitiendo hasta 40 dólares en préstamos por cada dólar en capital. Al explicar su voto a favor del cambio, se oye en la grabación de la reunión al comisionado de la SEC Rod Campos diciendo “¡a ver si tenemos suerte en el futuro!”
Ahora vemos que se necesitaba más en términos de regulación prudente que la que podían suministrar los buenos deseos del comisionado Campos.
Preguntar cómo creció el sistema bancario fantasma en estos últimos años es cómo preguntar por qué las plantas crecen en suelo muy fértil; nadie tuvo que emprender mucha acción positiva – simplemente lo hizo.
Específicamente, el concepto de gobierno como fuerza negativa, inhibidora, y de la libertad de las finanzas privadas de inventar y crear cualquier producto financiero que se les ocurriera, llevó a esta circunstancia. Los que sabían, como la Fed de Greenspan, y los propios banqueros, se estaban beneficiando con lo que sucedía o esperaban beneficiarse cuando abandonaran el servicio público. Si alguien sabía lo que sucedía y objetaba, era un verdadero aguafiestas en la orgía; si llegaba a comprender por completo lo que sucedía, ¿por qué no tomar un penúltimo paso, dejar de lado la ropa y la moral, y sumarse a la diversión?
AIG solía ser sólo una compañía de sólo seguros. General Electric solía vender buenas tostadoras. Sears vestía a los estadounidenses de clase media. De una u otra manera, los tres serios y fieles nombres comerciales estadounidenses se han dejado ir por el camino a la ruina y han convertido a sus compañías en hedge funds.
Eso, la reciente obsesión por la manipulación de finanzas apalancadas en lugar de producir realmente algo que sea vendido exitosamente en los mercados comerciales, es algo que exige un debate público que nunca tendrá lugar. (Considere – “Sears: majesty to hedge fund dust,” Asia Times Online, 14 de mayo de 2008.)
Pero si el público entiende mal la historia de AIG, ahora malentiende una historia mucho mayor.
Un fumador adicto de cigarrillo podría negar que su molesta tos y su garganta que chirria sea el comienzo de un cáncer al pulmón o del enfisema del que le han advertido tantas veces; “Es sólo un resfrío o alergia, ¿verdad, doctor?” Es lo que parece pasar con la adicción de EE.UU. al capital extranjero.
El primer artículo que escribí para Asia Times Online, (“US living on borrowed time - and money" 28 de marzo de 2006), presentó a los lectores el informe mensual Capital Internacional del Tesoro (TIC) del Tesoro de EE.UU., un compendio de cuánta inversión o capital a corto plazo recibe cada mes EE.UU. de fuentes extranjeras. En aquel entonces, EE.UU. era realmente el lugar de aparcamiento popular para capital extranjero, y recibía frecuentemente más de 100.000 millones de dólares por mes.
Ese gusano ciertamente cambió de cara; en enero, los últimos datos mensuales disponibles, EE.UU. perdió realmente capital extranjero neto, en el área de 150.000 millones de dólares al mes. En su blog en el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el economista Brad Setser, interpretó los datos como sigue:
Los datos de enero del TIC fueron un desastre. 150.000 millones en flujos de salida de capital (neto) (148.900 millones de dólares negativos para ser precisos) no pueden sustentar ni siquiera un déficit comercial de 40.000 millones de dólares.
Obviamente, la preocupación es que los que todavía tienen el capital necesario para prestar a EE.UU., sobre todo China, al ver el inmenso aumento en la demanda del gobierno de EE.UU. de fondos prestados con sus actuales déficits presupuestarios inmensos y en permanente crecimiento vertiginoso, utilizados para financiar los programas de recuperación de la crisis económica, temerán que los dólares de EE.UU. que utilizan para comprar deuda de EE.UU. se depreciarán en su valor, devastando el valor de sus inversiones.
Previamente, China ha tratado de transmitir mensajes de que librarse lentamente de sus posiciones en dólares es exactamente lo que quisiera hacer, pero el querido hábito estadounidense de ignorar lo que les dicen los extranjeros hace que se hagan los sordos ante las advertencias.
La semana pasada, como lo detalló en Asia Times Online W Joseph Stroupe en su serie en tres partes (vea
“Dollar crisis in the making” Asia Times Online, 14-18 de marzo de 2009) y en el artículo de Olivia Chung
sobre la advertencia del primer ministro chino Wen Jiabao a EE.UU. de que mantenga el valor de su moneda como asunto de honor nacional, (vea “China espera que EE.UU. cumpla sus compromisos” en Rebelión) el mensaje parecía haber sido enviado tan fuerte y tan claro como era posible. A pesar de eso, el mercado bursátil de EE.UU. siguió como era de esperar – ignoró las advertencias de Wen, y siguió rebotando hacia abajo.
De modo que Ben Bernanke decidió dar a los chinos y otros inversionistas extranjeros en EE.UU. un buen puntapié en el trasero mientras iban saliendo por la puerta.
Las reuniones del Comité de Mercados Abiertos de la Reserva Federal de EE.UU., que fija los tipos de interés, solían ser mucho más interesantes en los días en los que había realmente tipos de interés que fijar. Ahora, con las tasas a cero, la Fed tiene que trabajar extra duro para que los mercados le presten atención. En la reunión del miércoles, lo logró.
Después de comprometer otros 750.000 millones de dólares para la compra de valores respaldados por hipotecas como parte de su programa de agregar liquidez al sistema mediante “expansión monetaria cuantitativa”, la Fed había preparado lo siguiente para los extranjeros que aparentemente piensan que pueden poner a EE.UU. entre la espada y la pared al negarse a comprar su deuda.
Para ayudar a mejorar las condiciones en los mercados crediticios privados, el comité decidió comprar hasta 300.000 millones de dólares de bonos del Tesoro a largo plazo durante los próximos seis meses.
En otras palabras: extranjeros, no necesitamos vuestro dinero; ¡imprimiremos el nuestro! Es lo que ha sido hecho esencialmente con la curva de rendimiento a corto plazo del Tesoro desde las operaciones de rescate de la Fed de septiembre pasado; era probablemente sólo cosa de tiempo antes de que intentaran lo mismo con valores a más largo plazo.
¿De qué manera afectará esto la hoja de balance de la Fed? La hará crecer – mucho. De ser virtualmente inexistente hace unos pocos años, la Fed la verá crecer pronto a casi 4 billones de dólares – más de un 25% del producto interno bruto del país.
¿Esperan que eso inspire confianza?
Los inconvenientes potenciales de este enfoque son obvios. ¿Se imagina verdaderamente Bernanke que puede convencer a los inversionistas extranjeros para que hagan nuevas inversiones en valores del gobierno de EE.UU. amenazando el valor en dólares de sus actuales títulos? Lo último que necesita el esfuerzo de recuperación es tipos de interés a largo plazo en un aumento descontrolado.
Un factor clave que actualmente restringe la inflación ante la increíble expansión monetaria ha sido una disminución de lo que se llama velocidad monetaria, el ritmo al que el dinero circula en la economía. Nada acelerará más la velocidad que una caída del dólar; la gente querrá librarse de ese maldito papel verde en cuanto sea posible, antes de que caiga aún más.
En los mercados, el efecto del anuncio de la Fed ha sido totalmente previsible. Aunque el retorno sobre bonos del gobierno de EE.UU. a 10 años cayó a un 2,5% de cerca de 3% antes del anuncio (totalmente esperado, con 300.000 millones de dólares de nuevas compras que impactarán este mercado) volvieron a subir el jueves por la tarde.
Respecto al dólar de EE.UU., el efecto no ha sido tan ambiguo. El euro subió de 1,31 contra el dólar a 1,37 inmediatamente después del anuncio, su mayor nivel contra la moneda estadounidense desde principios de enero El dólar también cayó cinco centavos frente al yen, a menos de 0,93 centavos por yen. Otros mercados sensibles a la inflación también cayeron del mismo menos: el petróleo crudo terminó a más de 50 dólares por barril por primera vez desde Año Nuevo; el oro se llevó la palma por haber dado la voz de alarma, subió a más de 77 dólares por onza desde el anuncio.
Pero este empobrecimiento de EE.UU. en un 5% no recibió atención alguna en el Congreso. La Cámara de Representantes, en una manifestación extraordinaria de pensar y actuar como sirvientes de los plebeyos, votó de modo abrumador por incautar las bonificaciones de AIG mediante tributación confiscatoria; para que haya un efecto beneficioso similar en los mercados de divisas tendría que revocar las leyes de la gravedad.
Casi tengo la impresión de que, como un niño con demasiados juguetes que se ha aburrido del más reciente, el público se está cansando de la furia por AIG. ¿Se concentrará ahora en un problema público realmente importante?
Lo dudo.
-----------
Julian Delasantellis es consultor empresarial, inversionista privado y educador en negocios internacionales en el Estado de Washington. Para contactos:
juliandelasantellis@yahoo.com.
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jueves, 26 de marzo de 2009
El ocaso del reinado del patrón-dólar
Pierre-Antoine Delhommais
Le Monde diplomatique Edición venezolana
Traducción para Rebelión de Juan Agulló
No hay porqué inquietarse. Todo irá bien, a principios de abril, durante la cumbre del G20 en Londres. Los jefes de Estado y de Gobierno y los gobernadores de los bancos centrales posarán para la foto de familia con amplias sonrisas que simbolizarán su entente cordial frente a la crisis. Los asistentes saben que una exteriorización de sus desacuerdos comprometería el retorno de la famosa confianza sin la cual, el crecimiento mundial, no terminará de arrancar. Confrontados, en sus respectivos países, a tensiones sociales crecientes, nadie se arriesgará a demostrar división o falsedades. Las apariencias se mantendrán, pues, a salvo.
Es más: innumerables razones apuntan a que el G20 tampoco abordará los temas más delicados. Empezando por uno central, decisivo: la organización de un Sistema Monetario Internacional (SMI). Ni siquiera figura en el orden del día. Lamentable olvido para una cumbre que el Presidente francés, Nicolas Sarkozy suele presentar como “un nuevo Bretton Woods”: la refundación del SMI constituyó, sin embargo, el meollo de los acuerdos de julio de 1944.
Lamentable olvido si se tiene en cuenta el batiburrillo monetario, actualmente reinante: las divisas de los países del Este de Europa han sido devaluadas, el yen se ha revaluado, la libra esterlina ha perdido valor, el dólar levita y los chinos mantienen su yuan infravalorado. Incluso Suiza, rompiendo con su tradición no intervencionista, acaba de desatar una guerra monetaria al promover una devaluación de su franco.
Lamentable olvido si, en definitiva, se tiene en cuenta hasta qué punto el capitalismo padece –parafraseando el título del libro que los economistas Edouard Husson y Norman Palma acaban de publicar- una enfermedad, más monetaria que financiera.
Es la enfermedad del Patrón-dólar bajo el cual la economía mundial lleva funcionando desde hace decenios y que ha permitido a Estados Unidos lanzarse a una alocada carrera de créditos, deudas y déficits. Sin él Estados Unidos jamás habría podido vivir como lo ha hecho, por encima de sus posibilidades, jamás habría podido drenar tres cuartas partes del ahorro mundial si no hubiera tenido la moneda de referencia (para la constitución de la reserva en divisas de los bancos centrales, el intercambio en los mercados de capitales, del petróleo, de los metales y del comercio mundial). Si no hubiera tenido “ese privilegio desorbitado” (el ex Presidente liberal francés Valery Giscard d’Estany dixit) que permite “endeudamiento sin lamentos” (el connotado economista liberal francés Jacques Rueff dixit).
Husson y Palma han calculado que el déficit acumulado de la balanza por cuenta corriente estadounidense, entre 1972 y 2007, frisa los 80 mil 380 millones de dólares. “Es como si Estados Unidos hubieran tenido en sus manos la piedra filosofal”, explican. Cualquier otro país del mundo, con un desequilibrio contable de tal magnitud habría entrado en bancarrota. No Estados Unidos, cuyo billete verde es deseado por todos los habitantes del planeta, desde África a Asia, pasando por Rusia.
El editorialista del New York Times Thomas Friedman resumió un día, a su manera, la cuestión: “es blanqueo de dinero. Le pedimos prestado a China para financiar a Arabia Saudí y aprovechando la coyuntura, llenamos el tanque de nuestros coches”.
El problema radica en que la crisis de las subprimas, la quiebra de los bancos de inversión de Wall Street, la creación del euro y el crecimiento exorbitado de China son simples y llanos síntomas de que el reinado del Patrón-dólar está tocando a su fin. Para Estados Unidos los tiempos del “endeudamiento sin lamentos” se están acabando: para muestra, el botón de los millones de estadounidenses que ya están en el paro.
Durante una famosa rueda de prensa, el 4 de febrero de 1965, el General de Gaulle clamó contra un sistema que permite “a Estados Unidos endeudarse gratuitamente en el extranjero (…). Lo peor es que un sistema como éste retroalimenta la percepción del dólar como una moneda, imparcial e internacional cuando, lo que es, es un medio de crédito que pertenece a un país muy concreto”.
Esta declaración, cuando fue realizada, fue percibida como expresada por un viejo sobrepasado por la modernidad económica y monetaria. Ayudó bastante el hecho de que de Gaulle, asesorado por Rueff, proponía regresar al Patrón-oro: al sistema monetario, en definitiva, anterior a la Primera Guerra Mundial en el marco del cual, toda emisión monetaria tenía que tener relación con un valor equivalente en oro. “Sí –añadía el General [de Gaulle]- el oro, metal inmutable, puede almacenarse en barras, lingotes o monedas; no tiene nacionalidad y desde siempre ha sido, en todo el mundo, el valor fiduciario por excelencia”.
El Patrón-oro ha recibido, desde entonces, ilustres apoyos como el del premio Nobel de Economía Robert Mundell e incluso el de… ¡Alan Greenspan! Su principal virtud: evitar una expansión demasiado grande del crédito y de la deuda e impedir a los Estados convertirse por ende en “falsas cecas”. Los estatistas siempre han odiado el Patrón-oro: Keynes decía por ejemplo que se trataba de una “reliquia bárbara”.
El G20 pretende reconstruir el sistema financiero internacional sin tocar el sistema monetario internacional. Es decir, pretende reconstruir una casa sólida sobre cimientos frágiles y deteriorados. Nicolas Sarkozy hubiera podido convertirse, en Londres, en el portavoz de todos aquellos que consideran que ha llegado el momento de finiquitar el Patrón-dólar. La ocasión es que ni pintada y probablemente él era el único que podía y debía aprovecharla pero, pequeño detalle, Sarkozy no es de Gaulle…
Enlace a texto original en Rebelion
Le Monde diplomatique Edición venezolana
Traducción para Rebelión de Juan Agulló
No hay porqué inquietarse. Todo irá bien, a principios de abril, durante la cumbre del G20 en Londres. Los jefes de Estado y de Gobierno y los gobernadores de los bancos centrales posarán para la foto de familia con amplias sonrisas que simbolizarán su entente cordial frente a la crisis. Los asistentes saben que una exteriorización de sus desacuerdos comprometería el retorno de la famosa confianza sin la cual, el crecimiento mundial, no terminará de arrancar. Confrontados, en sus respectivos países, a tensiones sociales crecientes, nadie se arriesgará a demostrar división o falsedades. Las apariencias se mantendrán, pues, a salvo.
Es más: innumerables razones apuntan a que el G20 tampoco abordará los temas más delicados. Empezando por uno central, decisivo: la organización de un Sistema Monetario Internacional (SMI). Ni siquiera figura en el orden del día. Lamentable olvido para una cumbre que el Presidente francés, Nicolas Sarkozy suele presentar como “un nuevo Bretton Woods”: la refundación del SMI constituyó, sin embargo, el meollo de los acuerdos de julio de 1944.
Lamentable olvido si se tiene en cuenta el batiburrillo monetario, actualmente reinante: las divisas de los países del Este de Europa han sido devaluadas, el yen se ha revaluado, la libra esterlina ha perdido valor, el dólar levita y los chinos mantienen su yuan infravalorado. Incluso Suiza, rompiendo con su tradición no intervencionista, acaba de desatar una guerra monetaria al promover una devaluación de su franco.
Lamentable olvido si, en definitiva, se tiene en cuenta hasta qué punto el capitalismo padece –parafraseando el título del libro que los economistas Edouard Husson y Norman Palma acaban de publicar- una enfermedad, más monetaria que financiera.
Es la enfermedad del Patrón-dólar bajo el cual la economía mundial lleva funcionando desde hace decenios y que ha permitido a Estados Unidos lanzarse a una alocada carrera de créditos, deudas y déficits. Sin él Estados Unidos jamás habría podido vivir como lo ha hecho, por encima de sus posibilidades, jamás habría podido drenar tres cuartas partes del ahorro mundial si no hubiera tenido la moneda de referencia (para la constitución de la reserva en divisas de los bancos centrales, el intercambio en los mercados de capitales, del petróleo, de los metales y del comercio mundial). Si no hubiera tenido “ese privilegio desorbitado” (el ex Presidente liberal francés Valery Giscard d’Estany dixit) que permite “endeudamiento sin lamentos” (el connotado economista liberal francés Jacques Rueff dixit).
Husson y Palma han calculado que el déficit acumulado de la balanza por cuenta corriente estadounidense, entre 1972 y 2007, frisa los 80 mil 380 millones de dólares. “Es como si Estados Unidos hubieran tenido en sus manos la piedra filosofal”, explican. Cualquier otro país del mundo, con un desequilibrio contable de tal magnitud habría entrado en bancarrota. No Estados Unidos, cuyo billete verde es deseado por todos los habitantes del planeta, desde África a Asia, pasando por Rusia.
El editorialista del New York Times Thomas Friedman resumió un día, a su manera, la cuestión: “es blanqueo de dinero. Le pedimos prestado a China para financiar a Arabia Saudí y aprovechando la coyuntura, llenamos el tanque de nuestros coches”.
El problema radica en que la crisis de las subprimas, la quiebra de los bancos de inversión de Wall Street, la creación del euro y el crecimiento exorbitado de China son simples y llanos síntomas de que el reinado del Patrón-dólar está tocando a su fin. Para Estados Unidos los tiempos del “endeudamiento sin lamentos” se están acabando: para muestra, el botón de los millones de estadounidenses que ya están en el paro.
Durante una famosa rueda de prensa, el 4 de febrero de 1965, el General de Gaulle clamó contra un sistema que permite “a Estados Unidos endeudarse gratuitamente en el extranjero (…). Lo peor es que un sistema como éste retroalimenta la percepción del dólar como una moneda, imparcial e internacional cuando, lo que es, es un medio de crédito que pertenece a un país muy concreto”.
Esta declaración, cuando fue realizada, fue percibida como expresada por un viejo sobrepasado por la modernidad económica y monetaria. Ayudó bastante el hecho de que de Gaulle, asesorado por Rueff, proponía regresar al Patrón-oro: al sistema monetario, en definitiva, anterior a la Primera Guerra Mundial en el marco del cual, toda emisión monetaria tenía que tener relación con un valor equivalente en oro. “Sí –añadía el General [de Gaulle]- el oro, metal inmutable, puede almacenarse en barras, lingotes o monedas; no tiene nacionalidad y desde siempre ha sido, en todo el mundo, el valor fiduciario por excelencia”.
El Patrón-oro ha recibido, desde entonces, ilustres apoyos como el del premio Nobel de Economía Robert Mundell e incluso el de… ¡Alan Greenspan! Su principal virtud: evitar una expansión demasiado grande del crédito y de la deuda e impedir a los Estados convertirse por ende en “falsas cecas”. Los estatistas siempre han odiado el Patrón-oro: Keynes decía por ejemplo que se trataba de una “reliquia bárbara”.
El G20 pretende reconstruir el sistema financiero internacional sin tocar el sistema monetario internacional. Es decir, pretende reconstruir una casa sólida sobre cimientos frágiles y deteriorados. Nicolas Sarkozy hubiera podido convertirse, en Londres, en el portavoz de todos aquellos que consideran que ha llegado el momento de finiquitar el Patrón-dólar. La ocasión es que ni pintada y probablemente él era el único que podía y debía aprovecharla pero, pequeño detalle, Sarkozy no es de Gaulle…
Enlace a texto original en Rebelion
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miércoles, 25 de marzo de 2009
La verdadera conspiración de AIG
Michael Hudson
CounterPunch
Parecerá extraño, pero lo cierto es que la indignación pública levantada por los 135 millones de dólares de bonificaciones para altos ejecutivos de la aseguradora AIG es una bendición divina para Wall Street, incluidos los canallas de la propia AIG. ¿Por qué habrían de preocuparse tanto los medios de comunicación con el descubrimiento de una codicia al servicio de sí propia en el sector financiero? Todos y cada uno de los canales de TV, todos y cada uno de los periódicos de este país, de derecha a izquierda, han convertido esas bonificaciones en cabecera titular de sus informaciones de los dos o tres últimos días.
¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado año? ¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de tanto tiempo mudo, algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el Wall Street Journal se ha metido en harina. La toma de control de AIG por parte del gobierno, dice, "se sirve de la empresa como instrumento para rescatar otras instituciones". Hay mucha más codicia que la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros jugadores –por doquiera, y también en Wall Street— que el valor de los activos en su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la oposición al modo en que Obama y McCain actuaron de consuno para apoyar un rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero. No realmente al sumidero, claro está, sino transferido a especuladores financieros situados en el triunfante lado "listo" de las malas apuestas financieras de AIG.
"La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca desencadenar la cólera pública contra los actores privados", decía acusatoriamente el editorial del Wall Street Journal del pasado 17 de marzo. Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra distractora para pasar por alto las exacciones de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del blanco al que dirigir la indignación pública!
He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las bonificaciones de 135 millones de dólares para los ejecutivos de AIG: esta suma es menos del 0,1% --una milésima— de los 183 mil millones de dólares que el Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus acreedores. Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se quedó en AIG. Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El periódico económico] Bloomberg inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un muro de silencio.
Hasta que, finalmente, el domingo 15 de marzo, por la noche, el gobierno soltó la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13 mil millones de dólares. He aquí el perfil que va dibujándose. El pasado septiembre, el secretario del Tesoro, Paulson, de Goldman Sachs, compuso un terso memorándum de apenas 3 páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo que hicieran él mismo u otros funcionarios del Tesoro (incluidos sus subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían recurrirse legalmente, ni ellos mismos podrían se ser llevados a tribunales, y mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.
Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.
En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la legislación del rescate –junto con Obama, quien en su debate final con McCain del viernes por la noche llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la terrible versión "corta" del plan de rescate de Paulson— organizan ahora una escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los acreedores de la compañía aseguradora.
Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora? Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para averiguar la dinámica operante.
En lo tocante al qui bono: ¿qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank, el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un obsequio tras otro. Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán confundente, y así, posar como "honrados intermediarios" la próxima vez que tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias campañas políticas.
En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183 mil millones de dólares de obsequio del Tesoro. La suma "final" que tendrá que ir a parar a esos acreedores se rumorea que ronda los 250 mil millones, de modo que el senador Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo que hacer para Wall Street en el próximo año.
Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.
Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más distraerán la atención de la opinión pública respecto del obsequio de 183 mil millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.
Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183 mil millones de dólares! Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan, George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un abismo en materia de balanza de pagos, abismos, todos, que venían a confluir en la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO, por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos públicos claves para que pudieran servirles mejor.
Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la I.R.S. [la agencia tributaria estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero. En realidad, también puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.
El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que el señor Schumer, el señor Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo verdaderamente importante.
_________________________________
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón
Via Rebelion
CounterPunch
Parecerá extraño, pero lo cierto es que la indignación pública levantada por los 135 millones de dólares de bonificaciones para altos ejecutivos de la aseguradora AIG es una bendición divina para Wall Street, incluidos los canallas de la propia AIG. ¿Por qué habrían de preocuparse tanto los medios de comunicación con el descubrimiento de una codicia al servicio de sí propia en el sector financiero? Todos y cada uno de los canales de TV, todos y cada uno de los periódicos de este país, de derecha a izquierda, han convertido esas bonificaciones en cabecera titular de sus informaciones de los dos o tres últimos días.
¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado año? ¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de tanto tiempo mudo, algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el Wall Street Journal se ha metido en harina. La toma de control de AIG por parte del gobierno, dice, "se sirve de la empresa como instrumento para rescatar otras instituciones". Hay mucha más codicia que la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros jugadores –por doquiera, y también en Wall Street— que el valor de los activos en su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la oposición al modo en que Obama y McCain actuaron de consuno para apoyar un rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero. No realmente al sumidero, claro está, sino transferido a especuladores financieros situados en el triunfante lado "listo" de las malas apuestas financieras de AIG.
"La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca desencadenar la cólera pública contra los actores privados", decía acusatoriamente el editorial del Wall Street Journal del pasado 17 de marzo. Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra distractora para pasar por alto las exacciones de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del blanco al que dirigir la indignación pública!
He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las bonificaciones de 135 millones de dólares para los ejecutivos de AIG: esta suma es menos del 0,1% --una milésima— de los 183 mil millones de dólares que el Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus acreedores. Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se quedó en AIG. Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El periódico económico] Bloomberg inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un muro de silencio.
Hasta que, finalmente, el domingo 15 de marzo, por la noche, el gobierno soltó la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13 mil millones de dólares. He aquí el perfil que va dibujándose. El pasado septiembre, el secretario del Tesoro, Paulson, de Goldman Sachs, compuso un terso memorándum de apenas 3 páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo que hicieran él mismo u otros funcionarios del Tesoro (incluidos sus subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían recurrirse legalmente, ni ellos mismos podrían se ser llevados a tribunales, y mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.
Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.
En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la legislación del rescate –junto con Obama, quien en su debate final con McCain del viernes por la noche llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la terrible versión "corta" del plan de rescate de Paulson— organizan ahora una escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los acreedores de la compañía aseguradora.
Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora? Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para averiguar la dinámica operante.
En lo tocante al qui bono: ¿qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank, el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un obsequio tras otro. Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán confundente, y así, posar como "honrados intermediarios" la próxima vez que tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias campañas políticas.
En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183 mil millones de dólares de obsequio del Tesoro. La suma "final" que tendrá que ir a parar a esos acreedores se rumorea que ronda los 250 mil millones, de modo que el senador Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo que hacer para Wall Street en el próximo año.
Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.
Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más distraerán la atención de la opinión pública respecto del obsequio de 183 mil millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.
Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183 mil millones de dólares! Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan, George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un abismo en materia de balanza de pagos, abismos, todos, que venían a confluir en la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO, por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos públicos claves para que pudieran servirles mejor.
Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la I.R.S. [la agencia tributaria estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero. En realidad, también puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.
El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que el señor Schumer, el señor Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo verdaderamente importante.
_________________________________
Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón
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lunes, 23 de marzo de 2009
¿Estamos realmente ante el fin del neoliberalismo?
La crisis y la consolidación del poder de las clases dominantes
David Harvey
Counterpunch
¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.
Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.
Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.
Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.
Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.
Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado
Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.
Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.
Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.
Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.
La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.
Las crisis de los valores de los activos
Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada vez más ricos a causa de la represión salarial. La historia que se nos contó es que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa. Así se generaron las burbujas en los mercados de valores. Es un sistema análogo al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff. Los ricos pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y propiedades de ocio, así como en el mercado de arte. Esas inversiones traen consigo financiarización. Pero, a medida que pujas por valores de activos, eso repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen. Y lo que tenemos ahora es un colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado, el mercado de valores se ha desplomado.
Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad. La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos 20 o 30 años. Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se refleja en la tasa de interés, descontada a futuro. Este crecimiento del área financiera luego de los 70 tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista. Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla en expansión. Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que expandirse. En un artículo que escribía para la New Left Review, “El derecho a la ciudad”, señalaba yo que en los últimos 30 años un inmenso volumen de excedente de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansión y la especulación urbanas. Todas y cada una de las ciudades que he visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la absorción de excedente capitalista. Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos proyectos han quedado a medio hacer.
Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más problemático con el tiempo. En 1750, el valor del total de bienes y servicios producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes). Hacia 1950, era de 4 billones de dólares. En 2000, se acercaba a los 40 billones. Ahora ronda los 50 billones. Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos 20 años, hasta alcanzar los 100 billones en 2030.
A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de crecimiento ha rondado el 2,5% anual, sobre base compuesta. Eso significaría que en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares. Es un orden de magnitud muy elevado. Yo creo que ha habido un serio problema, particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más grandes de excedente en la producción real. Sólo una parte cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos. Son todas crisis de valores de activos.
Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos encontraríamos con un montón de problemas endemoniados. El capitalismo se enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de mercado y de rentabilidad. El reciente giro hacia la financiarización es un giro forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones periódicas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios billones de dólares de valores de activos.
El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones. Y sólo les están salvando a ellos. El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias que están siendo hipotecariamente ejecutadas, lo que está comenzado a provocar cólera. Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para comprar otros bancos. Están consolidando su poder de clase.
El colapso del crédito
El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la financiarización como solución de la crisis del mercado. Por consecuencia, veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el regreso a un modelo económico keynesiano. El programa económico de Obama consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal. Yo soy escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.
Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo de relaciones en torno al Estado y las finanzas. Necesitamos comprender el modo en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo, vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción). En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, de consuno con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital financiero, a fin de reconstruir París. Eso generó pleno empleo y los bulevares, los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de mecanismos se construyó también el Canal de Suez. Una buena parte de todo eso se financió con deuda. Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los mercados especulativos, etc. Se ha creado una nueva arquitectura financiera.
Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que ellos están buscando una nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el pueblo trabajador, sino para la clase capitalista. En mi opinión, están en vías de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer! La única cosa que les preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión. Y mientras esperamos a rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses de clase. Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera. Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York, se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, pieza aquí, pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron con una construcción de nueva planta. Mas, cualquiera sea la solución a la que lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos a decir que queremos algo a nuestra medida. Las gentes como nosotros podemos desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo. También, claro está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.
Alternativas
Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad. Tenemos que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la humanidad. El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la gente. Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente capitalista. Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para siempre al problema del 3% de acumulación. Nos hallamos ahora en un punto en el que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.
El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de un modo productivo y rentable. En mi opinión, los movimientos sociales tienen que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto excedente. Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que teníamos en los 60, me parece fuera de duda que entonces había un control social y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del excedente. El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de escuelas, hospitales e infraestructura. Eso es lo que sacó de sus casillas a la clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los 60: no tenían control bastante sobre el excedente. Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles, se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior socialización del excedente. También lograron transformar la palabra “gobierno” en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde contratistas privados muñeron implacablemente las ubres del beneficio fácil.
Creo que estamos aproados a una crisis de legitimación. En los pasados treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher, según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra. Yo creo que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las personas que pierden su vivienda. Puedes acusar a los desahuciados de irresponsabilidad, y en los EEUU no deja de haber un componente fuertemente racista en esa acusación. Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta: “¿pues qué esperabais? Los negros son gente irresponsable”. Las explicaciones de la crisis dilectas de la derecha son en términos de codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la gente que pidió prestado para comprarse una vivienda. Lo que tratan es de cargar la culpa de la crisis a sus víctimas. Una de nuestras tareas consiste en decir: “no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una explicación cogente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por otra estructura aún más profunda de explotación. Es muy importante que esta explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.
Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de la vivienda, una vez comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena parte del parque de viviendas, puesto que desde los años 30 hemos tenido enormes presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los derechos y la posición de la gente. Tenemos que socializar y recapitalizar la educación y la asistencia sanitaria públicas, a demás de la provisión de vivienda. Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno con la banca.
Una política radical, más allá de las divisiones de clase
Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo. Y eso por una razón muy sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la cosa. Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en primera línea de esta lucha. El trabajo ha estado en primera línea en el mercado de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que le trabajo sólo parcialmente ha estado presente.
Por ejemplo, en los EEUU de los años 30 hubo un montón de populistas que apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde. Y actualmente, muchas de las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que obrera. El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante a jugar, pero no creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión convencional de proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda, cuando la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central de la acumulación de capital) es el asunto fundamental. Puede haber épocas y lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en cambio, no veo en nuestro país. Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no del mismo modo. Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto, de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.
También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las transformaciones políticas. Yo creo que están locos. En el Estado radica un poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de importancia. Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual las ONG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo; no porque las ONG no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la crisis principal que está en curso. En los EEUU, el instinto político es muy anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.
No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es palmario que serán distintos en las distintas partes del mundo. Ahora mismo, en los EEUU, hay signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años, están enojados y pueden radicalizarse un poco. Mucha gente ha sido despedida de los servicios financieros, y en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus hipotecas. Los productores culturales están tomando consciencia de la naturaleza de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años 60 las escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que descartar la reaparición de algo análogo. Podríamos ver el auge de organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.
Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.
Dicho esto, me gustaría proponeros algunas ideas. Una idea interesante en los EEUU ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas anti-desahucio. Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no lo hacen.
Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos. Yo creo que los derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de qué ciudadanía o nacionalidad tengáis. Actualmente, se está negando a la gente todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía. Si eres inmigrante, careces de derechos. Creo que hay que lanzar luchas en torno a los derechos a la ciudad. En la Constitución brasileña tienen una cláusula de “derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y procedimientos presupuestarios. Creo que de todo eso podría resultar una política.
Reconfiguración de la urbanización
Hay en los EEUU posibilidades de actuación a escala local, con una larga tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno federal. Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de estímulos). Obama ha dejado dicho que ésta es una de las cosas que más le preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime. Como vengo sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desahucios han de entenderse como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la urbanización.
Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad. Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico. Por ejemplo: yo no veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más descentralizados de empleo.
Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los EEUU deberíamos crear un banco nacional de re-desarrollo y, de los 700 mil millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabajara con los municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desahucios. Porque los desahucios han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos: han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o hispánicas. Pues bien; entras en esos vecindarios y les devuelves a la gente que vivía allí y les reubicas sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y con un tipo distinto de financiación. Y hay que hacer verdes esos barrios, creando allí oportunidades de empleo local.
Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización. Para hacer algo en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar. Hay un montón de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos oportunidades reales. Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos marxistas que parecen pensar: “¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”. No es éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse problemas. Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no está exento de dificultades. Los marxistas no comprenden muy bien el complejo Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de entender eso. Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y nuestras posibilidades políticas.
Así que, tanto como la acción práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.
David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador social marxista de reputación académica internacional. Entre sus libros traducidos al castellano: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004). Actualmente, es Distinguished Professor en el CUNY Graduate Center de Nueva York. Su último libro es A Brief History of Neoliberalism [traducción castellana: Breve historia del neoliberalismo , Madrid, Akal, 2007]. Mantiene un más que recomendable blog: Reading Marx's Capital blog .
Kate Ferguson y Mary Livingstone transcribieron y editaron esta conferencia del reconocido geógrafo, historiador y urbanista marxista anglo-norteamericano David Harvey. Mínima Estrella la tradujo al castellano para SINPERMISO .
Vía Rebelión
David Harvey
Counterpunch
¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo. En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado. Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.
Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara. Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982. Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México. Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana. En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces. El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.
Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”. Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos. Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase. Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más. Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo. Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas. Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero. Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32— dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios. Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista. Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase. Podría ir mal, políticamente hablando. El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.
Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío. La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton. ¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero? Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán? La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.
Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera. Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI. Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente. La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura. Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar. Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.
Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado
Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga: “¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”. Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema. Pero no se han rebelado. En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia. El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.
Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo. Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política. De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles? Había varias respuestas. Una pasaba por estimular la inmigración. En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos). A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio. Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.
Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado. Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente. Eso fue facilitado por dos cosas. Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera. En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.
Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto. Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años. Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años. Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados. De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados. Y ocurrieron dos cosas.
La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares. Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas. La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer. Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación. Buscas crear un mercado. De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos. Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.
Las crisis de los valores de los activos
Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada vez más ricos a causa de la represión salarial. La historia que se nos contó es que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa. Así se generaron las burbujas en los mercados de valores. Es un sistema análogo al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff. Los ricos pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y propiedades de ocio, así como en el mercado de arte. Esas inversiones traen consigo financiarización. Pero, a medida que pujas por valores de activos, eso repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen. Y lo que tenemos ahora es un colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado, el mercado de valores se ha desplomado.
Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad. La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos 20 o 30 años. Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se refleja en la tasa de interés, descontada a futuro. Este crecimiento del área financiera luego de los 70 tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista. Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla en expansión. Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que expandirse. En un artículo que escribía para la New Left Review, “El derecho a la ciudad”, señalaba yo que en los últimos 30 años un inmenso volumen de excedente de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansión y la especulación urbanas. Todas y cada una de las ciudades que he visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la absorción de excedente capitalista. Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos proyectos han quedado a medio hacer.
Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más problemático con el tiempo. En 1750, el valor del total de bienes y servicios producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes). Hacia 1950, era de 4 billones de dólares. En 2000, se acercaba a los 40 billones. Ahora ronda los 50 billones. Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos 20 años, hasta alcanzar los 100 billones en 2030.
A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de crecimiento ha rondado el 2,5% anual, sobre base compuesta. Eso significaría que en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares. Es un orden de magnitud muy elevado. Yo creo que ha habido un serio problema, particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más grandes de excedente en la producción real. Sólo una parte cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos. Son todas crisis de valores de activos.
Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos encontraríamos con un montón de problemas endemoniados. El capitalismo se enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de mercado y de rentabilidad. El reciente giro hacia la financiarización es un giro forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones periódicas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios billones de dólares de valores de activos.
El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones. Y sólo les están salvando a ellos. El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias que están siendo hipotecariamente ejecutadas, lo que está comenzado a provocar cólera. Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para comprar otros bancos. Están consolidando su poder de clase.
El colapso del crédito
El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la financiarización como solución de la crisis del mercado. Por consecuencia, veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el regreso a un modelo económico keynesiano. El programa económico de Obama consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal. Yo soy escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.
Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo de relaciones en torno al Estado y las finanzas. Necesitamos comprender el modo en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo, vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción). En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, de consuno con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital financiero, a fin de reconstruir París. Eso generó pleno empleo y los bulevares, los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de mecanismos se construyó también el Canal de Suez. Una buena parte de todo eso se financió con deuda. Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los mercados especulativos, etc. Se ha creado una nueva arquitectura financiera.
Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que ellos están buscando una nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el pueblo trabajador, sino para la clase capitalista. En mi opinión, están en vías de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer! La única cosa que les preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión. Y mientras esperamos a rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses de clase. Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera. Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York, se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, pieza aquí, pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron con una construcción de nueva planta. Mas, cualquiera sea la solución a la que lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos a decir que queremos algo a nuestra medida. Las gentes como nosotros podemos desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo. También, claro está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.
Alternativas
Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad. Tenemos que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la humanidad. El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la gente. Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente capitalista. Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para siempre al problema del 3% de acumulación. Nos hallamos ahora en un punto en el que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.
El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de un modo productivo y rentable. En mi opinión, los movimientos sociales tienen que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto excedente. Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que teníamos en los 60, me parece fuera de duda que entonces había un control social y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del excedente. El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de escuelas, hospitales e infraestructura. Eso es lo que sacó de sus casillas a la clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los 60: no tenían control bastante sobre el excedente. Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles, se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior socialización del excedente. También lograron transformar la palabra “gobierno” en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde contratistas privados muñeron implacablemente las ubres del beneficio fácil.
Creo que estamos aproados a una crisis de legitimación. En los pasados treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher, según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra. Yo creo que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las personas que pierden su vivienda. Puedes acusar a los desahuciados de irresponsabilidad, y en los EEUU no deja de haber un componente fuertemente racista en esa acusación. Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta: “¿pues qué esperabais? Los negros son gente irresponsable”. Las explicaciones de la crisis dilectas de la derecha son en términos de codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la gente que pidió prestado para comprarse una vivienda. Lo que tratan es de cargar la culpa de la crisis a sus víctimas. Una de nuestras tareas consiste en decir: “no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una explicación cogente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por otra estructura aún más profunda de explotación. Es muy importante que esta explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.
Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de la vivienda, una vez comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena parte del parque de viviendas, puesto que desde los años 30 hemos tenido enormes presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los derechos y la posición de la gente. Tenemos que socializar y recapitalizar la educación y la asistencia sanitaria públicas, a demás de la provisión de vivienda. Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno con la banca.
Una política radical, más allá de las divisiones de clase
Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo. Y eso por una razón muy sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la cosa. Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en primera línea de esta lucha. El trabajo ha estado en primera línea en el mercado de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que le trabajo sólo parcialmente ha estado presente.
Por ejemplo, en los EEUU de los años 30 hubo un montón de populistas que apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde. Y actualmente, muchas de las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que obrera. El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante a jugar, pero no creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión convencional de proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda, cuando la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central de la acumulación de capital) es el asunto fundamental. Puede haber épocas y lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en cambio, no veo en nuestro país. Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no del mismo modo. Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto, de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.
También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las transformaciones políticas. Yo creo que están locos. En el Estado radica un poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de importancia. Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual las ONG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo; no porque las ONG no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la crisis principal que está en curso. En los EEUU, el instinto político es muy anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.
No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es palmario que serán distintos en las distintas partes del mundo. Ahora mismo, en los EEUU, hay signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años, están enojados y pueden radicalizarse un poco. Mucha gente ha sido despedida de los servicios financieros, y en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus hipotecas. Los productores culturales están tomando consciencia de la naturaleza de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años 60 las escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que descartar la reaparición de algo análogo. Podríamos ver el auge de organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.
Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.
Dicho esto, me gustaría proponeros algunas ideas. Una idea interesante en los EEUU ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas anti-desahucio. Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no lo hacen.
Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos. Yo creo que los derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de qué ciudadanía o nacionalidad tengáis. Actualmente, se está negando a la gente todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía. Si eres inmigrante, careces de derechos. Creo que hay que lanzar luchas en torno a los derechos a la ciudad. En la Constitución brasileña tienen una cláusula de “derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y procedimientos presupuestarios. Creo que de todo eso podría resultar una política.
Reconfiguración de la urbanización
Hay en los EEUU posibilidades de actuación a escala local, con una larga tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno federal. Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de estímulos). Obama ha dejado dicho que ésta es una de las cosas que más le preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime. Como vengo sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desahucios han de entenderse como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la urbanización.
Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad. Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico. Por ejemplo: yo no veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más descentralizados de empleo.
Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los EEUU deberíamos crear un banco nacional de re-desarrollo y, de los 700 mil millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabajara con los municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desahucios. Porque los desahucios han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos: han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o hispánicas. Pues bien; entras en esos vecindarios y les devuelves a la gente que vivía allí y les reubicas sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y con un tipo distinto de financiación. Y hay que hacer verdes esos barrios, creando allí oportunidades de empleo local.
Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización. Para hacer algo en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar. Hay un montón de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos oportunidades reales. Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos marxistas que parecen pensar: “¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”. No es éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse problemas. Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no está exento de dificultades. Los marxistas no comprenden muy bien el complejo Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de entender eso. Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y nuestras posibilidades políticas.
Así que, tanto como la acción práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.
David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador social marxista de reputación académica internacional. Entre sus libros traducidos al castellano: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004). Actualmente, es Distinguished Professor en el CUNY Graduate Center de Nueva York. Su último libro es A Brief History of Neoliberalism [traducción castellana: Breve historia del neoliberalismo , Madrid, Akal, 2007]. Mantiene un más que recomendable blog: Reading Marx's Capital blog .
Kate Ferguson y Mary Livingstone transcribieron y editaron esta conferencia del reconocido geógrafo, historiador y urbanista marxista anglo-norteamericano David Harvey. Mínima Estrella la tradujo al castellano para SINPERMISO .
Vía Rebelión
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Frente a la crisis, un proyecto de integración monetaria al servicio de los pueblos
Ricardo Molero Simarro y Alberto Montero Soler
Rebelión
La crisis económica mundial que estamos viviendo tiene su origen último en la posición privilegiada que EE.UU. logró durante la segunda mitad del siglo XX en el sistema monetario y financiero mundial. La aprobación de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944, con la adopción del patrón dólar-oro para regir las relaciones económicas internacionales, supuso el reconocimiento de la posición de EE.UU. como potencia capitalista hegemónica. Este statu quo quedó reafirmado después de la ruptura de dicho patrón, que constituía uno de los pilares de Bretton Woods, tras la declaración de no-convertibilidad del dólar en oro hecha por el presidente Nixon en 1971. A partir de ese momento EE.UU. reforzó aún más su posición de privilegio al pasar el dólar a convertirse en “divisa-clave” y principal activo de reserva a nivel internacional. Gracias a ello, y a la continua atracción de recursos financieros internacionales que ejerció Wall Street desde al menos los años ochenta, EE.UU. ha podido permitirse la “exportación” de sus desequilibrios macroeconómicos, tanto internos como externos, al resto del mundo.
Esta situación, unida a la liberalización de los movimientos de capital a nivel internacional, ha permitido la profundización del proceso de financiarización que actualmente domina la economía mundial. Un proceso que ha conseguido una auténtica subordinación de la senda productiva a las exigencias de la financiera, llevando a una apropiación cada vez mayor del producto nacional para retribuir al capital financiero o, lo que es igual, a una auténtica expropiación financiera de las rentas del trabajo. Y que, además, se encuentra en el origen de la intensificación de la virulencia de las burbujas especulativas que degeneraron en crisis en Asia en el año 1997, en Rusia en el 1998, en Argentina en 2001 y en Estados Unidos desde 2007, con el agravante de que esta vez, y por haber tenido su origen en el epicentro neurálgico del capitalismo financiarizado, dicha burbuja ha degenerado en una crisis global de magnitudes difícilmente mensurables aún.
Ante esta situación, y dada la falta de voluntad política del G-20 para proponer una transformación ni tan siquiera parcial del funcionamiento del sistema monetario y financiero mundial, se impone la necesidad de explorar nuevas alternativas. Una necesidad que es tanto mayor para aquellos estados que se encuentran más comprometidos con el bienestar de sus ciudadanos que con la reanimación de un sistema financiero internacional que ha dado sobradas muestras de su naturaleza depredadora sobre dicho bienestar y de su tendencia autodestructiva en cuanto las fuerzas de la especulación se liberan mínimamente de las suaves regulaciones que tratan de contenerlas.
Así, a nadie debería extrañar que en el marco de una iniciativa que ya fuera pionera en su momento en la búsqueda de unas relaciones económicas internacionales basadas sobre criterios de complementariedad, cooperación y solidaridad, como es la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA), se esté fraguando la creación de un nuevo proyecto contrahegemónico, esta vez en materia monetaria y de ordenación de los flujos comerciales. En este sentido, si ya el ALBA fue un proyecto marcado por su fuerte carácter antiimperialista en un contexto de intensificación de los esfuerzos de Estados Unidos por crear una zona de libre comercio a nivel continental (el ALCA), la propuesta de creación del Sistema Unido de Compensación Regional de Pagos (SUCRE) planteada en la Cumbre del pasado 26 de noviembre por los países del ALBA y Ecuador supone no sólo un importante avance en este proceso alternativo de integración, sino también un medio para sacudirse la hegemonía estadounidense -y, por ende, del dólar- en sus relaciones económicas.
Esta propuesta tiene, no por casualidad, su inspiración última en el Plan Keynes, presentado por el economista inglés en Bretton Woods como alternativa al Plan White, representativo de los intereses de EEUU y que fue el finalmente aprobado y puesto a funcionar. Al igual que la Unión de Compensación Internacional que proponía Keynes, el SUCRE se basaría, por una parte, en la instauración de una unidad de cuenta común o moneda contable (de mismo nombre que el Sistema, esto es, sucre) en la que se denominarían todos los intercambios comerciales y financieros. Y, por otra parte, en el establecimiento de una Cámara de Compensación de Pagos en la que todos los países mantendrían una cuenta denominada en sucres en donde se irían anotando todas las operaciones de exportación e importación entre los países participantes durante un periodo determinado, a cuya finalización se procedería a la liquidación del saldo de cada uno de ellos con la Cámara, ya fuera éste positivo o negativo.
Este sistema se completaría con la institución de un Consejo Monetario Regional encargado de gestionar el Sistema y con la creación de un doble fondo financiero constituido con aportaciones de todos los países miembros. El objetivo de ese fondo sería doble. Por un lado, actuaría como fondo de reservas para dotar de la estabilidad financiera necesaria al Sistema y al sistema de tipos de cambio fijos alrededor del cual se formaría el sucre. Y, por otro, funcionaría como fondo de desarrollo para la canalización de recursos hacia proyectos productivos regionales que serían la necesaria base para impulsar la integración económica a la que el Sistema, en última instancia, aspira a promover.
En este sentido, el SUCRE no se trata simplemente de un mecanismo técnico de simplificación de las transacciones comerciales intrarregionales sino que presenta ventajas económicas y políticas de importancia:
En primer lugar, la adopción de una unidad de cuenta común supondría una progresiva desdolarización de las relaciones económicas intrarregionales y sería, a su vez, el primer paso que permitiría avanzar, en un segundo momento, en el proceso de integración monetaria mediante la creación de lo que podría llegar a ser una moneda común con emisión física y circulación real.
En segundo lugar, la capacidad que tendría cada país de compensar multilateralmente los distintos saldos de su comercio permitiría una aminoración relativa de sus necesidades de financiación internacional, así como una liberación parcial de sus reservas de divisas, dotándoles de una mayor capacidad financiera. Evidentemente, esta ventaja se ampliaría a medida que aumentara el número de países que se incorporasen al acuerdo.
En tercer lugar, supondría un importante estímulo para potenciar las relaciones comerciales de unos países cuyas economías han estado hasta el momento completamente orientadas hacia el Norte, favoreciendo el comercio dentro de la región y con ello, y siempre que éste se articule en torno a los principios que rigen el ALBA, el bienestar global.
Por último, esta nueva orientación se apoyaría en el desarrollo de los proyectos financiados por el fondo que permitirían, no sólo enfrentar en mejores condiciones la caída de la demanda que van a sufrir estos países como consecuencia de la crisis mundial, sino también lograr un paulatino avance hacia una zona económica integrada de los países del ALBA y Ecuador.
Pero, junto a todas estas ventajas, que no son ni pocas ni menores, el proyecto necesitaría también dotarse de un elemento sobre el que Keynes asentaba la configuración de unas relaciones comerciales orientadas al desarrollo global y equilibrado más que a la intensificación radical de la competencia y la lucha por el mercado mundial. En este sentido, el SUCRE, si aspira a realmente a convertirse en el motor de un proceso regional de integración comercial y monetario alternativo, tendría también que hacer suyo un mecanismo de estabilización interno que, como el mismo Keynes planteaba, evite la acumulación de saldos tanto deudores como acreedores de cada uno de los países en la Cámara de Compensación.
En efecto, en contra de la lógica impuesta durante décadas por el FMI y el Banco Mundial, ese mecanismo de estabilización interno debería estar orientado a tratar de evitar que el peso del ajuste del desequilibrio comercial de un país deficitario con respecto al resto recaiga sobre el primero y, a tal fin, es necesario que el país o los países superavitarios se corresponsabilicen en igual medida en la restauración del equilibrio global. La mejor manera de lograr ese resultado sería instaurando un mecanismo que obligara a aquellos países que presentaran en su cuenta en la Cámara un superávit con respecto al resto que se ubicara por encima de un límite prefijado a utilizar ese saldo excedentario en el estímulo de la demanda global. De esa forma, esos países estarían obligados a destinar dichos saldos excedentarios a incrementar sus importaciones desde los países deficitarios, a la financiación de proyectos productivos y de desarrollo en los mismos, o, directamente, a la ayuda internacional.
Para incentivar esta utilización de los fondos, se podría aplicar además la propuesta de Keynes de establecer una tarifa que gravase los saldos excesivos, de forma que su mantenimiento en forma improductiva se viera penalizada; propuesta que, en su caso, tenía el objetivo de motivar los países participantes a buscar un saldo equilibrado en su cuenta en la Cámara.
Finalmente, hay que señalar que existe una importante diferencia en las condiciones de partida del SUCRE con respecto al Plan Keynes que provocan que aquél deba establecer algún mecanismo para blindarse. Y es que la Unión de Compensación Internacional de Keynes estaba concebida como un sistema cerrado en el que habrían participado todos los países de las Naciones Unidas, pudiendo aplicarse el principio de la igualdad de créditos y deudas y siendo imposible, por tanto, colocar fondos fuera del sistema. Sin embargo, el SUCRE sería un sistema cerrado dentro de otro abierto, el sistema monetario internacional, con la consiguiente vulnerabilidad del mismo antes intentos de desestabilización desde el exterior, ya sea por la vía de fuga de capitales como de especulación contra los tipos de cambio de las monedas que integran la cesta de donde nace el valor del sucre. Por esta razón parecería del todo punto necesario el establecimiento de algún tipo de control sobre los movimientos de capital en los países participantes –algo que, por otra parte, también proponía Keynes en su sistema. Esa sería la única manera de asegurar la estabilidad de la unidad de cuenta común sin tener que despilfarrar cantidades ingentes de divisas de manera infructuosa para ello.
De esta manera, el SUCRE se podría convertir en una zona de seguridad monetaria que promovería la reorientación del comercio hacia los países miembros y la integración intrarregional bajo los mismos principios del ALBA, es decir, los de la complementariedad, la cooperación, la solidaridad y el respeto a la soberanía. Esto supondría una alternativa con la que poder ejercer una relativa resistencia frente a la dictadura de los mercados financieros internacionales y abriría el camino a seguir por otros bloques regionales en su búsqueda de independencia y soberanía respecto a las grandes divisas internacionales.
Ricardo Molero Simarro es investigador en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo de Redacción de la revista Economía crítica y crítica de la economía (www.economiacritica.net)
Alberto Montero Soler (amontero@uma.es) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes leer otros textos suyos en su blog La otra economía.
Vía Rebelión
Rebelión
La crisis económica mundial que estamos viviendo tiene su origen último en la posición privilegiada que EE.UU. logró durante la segunda mitad del siglo XX en el sistema monetario y financiero mundial. La aprobación de los Acuerdos de Bretton Woods de 1944, con la adopción del patrón dólar-oro para regir las relaciones económicas internacionales, supuso el reconocimiento de la posición de EE.UU. como potencia capitalista hegemónica. Este statu quo quedó reafirmado después de la ruptura de dicho patrón, que constituía uno de los pilares de Bretton Woods, tras la declaración de no-convertibilidad del dólar en oro hecha por el presidente Nixon en 1971. A partir de ese momento EE.UU. reforzó aún más su posición de privilegio al pasar el dólar a convertirse en “divisa-clave” y principal activo de reserva a nivel internacional. Gracias a ello, y a la continua atracción de recursos financieros internacionales que ejerció Wall Street desde al menos los años ochenta, EE.UU. ha podido permitirse la “exportación” de sus desequilibrios macroeconómicos, tanto internos como externos, al resto del mundo.
Esta situación, unida a la liberalización de los movimientos de capital a nivel internacional, ha permitido la profundización del proceso de financiarización que actualmente domina la economía mundial. Un proceso que ha conseguido una auténtica subordinación de la senda productiva a las exigencias de la financiera, llevando a una apropiación cada vez mayor del producto nacional para retribuir al capital financiero o, lo que es igual, a una auténtica expropiación financiera de las rentas del trabajo. Y que, además, se encuentra en el origen de la intensificación de la virulencia de las burbujas especulativas que degeneraron en crisis en Asia en el año 1997, en Rusia en el 1998, en Argentina en 2001 y en Estados Unidos desde 2007, con el agravante de que esta vez, y por haber tenido su origen en el epicentro neurálgico del capitalismo financiarizado, dicha burbuja ha degenerado en una crisis global de magnitudes difícilmente mensurables aún.
Ante esta situación, y dada la falta de voluntad política del G-20 para proponer una transformación ni tan siquiera parcial del funcionamiento del sistema monetario y financiero mundial, se impone la necesidad de explorar nuevas alternativas. Una necesidad que es tanto mayor para aquellos estados que se encuentran más comprometidos con el bienestar de sus ciudadanos que con la reanimación de un sistema financiero internacional que ha dado sobradas muestras de su naturaleza depredadora sobre dicho bienestar y de su tendencia autodestructiva en cuanto las fuerzas de la especulación se liberan mínimamente de las suaves regulaciones que tratan de contenerlas.
Así, a nadie debería extrañar que en el marco de una iniciativa que ya fuera pionera en su momento en la búsqueda de unas relaciones económicas internacionales basadas sobre criterios de complementariedad, cooperación y solidaridad, como es la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe (ALBA), se esté fraguando la creación de un nuevo proyecto contrahegemónico, esta vez en materia monetaria y de ordenación de los flujos comerciales. En este sentido, si ya el ALBA fue un proyecto marcado por su fuerte carácter antiimperialista en un contexto de intensificación de los esfuerzos de Estados Unidos por crear una zona de libre comercio a nivel continental (el ALCA), la propuesta de creación del Sistema Unido de Compensación Regional de Pagos (SUCRE) planteada en la Cumbre del pasado 26 de noviembre por los países del ALBA y Ecuador supone no sólo un importante avance en este proceso alternativo de integración, sino también un medio para sacudirse la hegemonía estadounidense -y, por ende, del dólar- en sus relaciones económicas.
Esta propuesta tiene, no por casualidad, su inspiración última en el Plan Keynes, presentado por el economista inglés en Bretton Woods como alternativa al Plan White, representativo de los intereses de EEUU y que fue el finalmente aprobado y puesto a funcionar. Al igual que la Unión de Compensación Internacional que proponía Keynes, el SUCRE se basaría, por una parte, en la instauración de una unidad de cuenta común o moneda contable (de mismo nombre que el Sistema, esto es, sucre) en la que se denominarían todos los intercambios comerciales y financieros. Y, por otra parte, en el establecimiento de una Cámara de Compensación de Pagos en la que todos los países mantendrían una cuenta denominada en sucres en donde se irían anotando todas las operaciones de exportación e importación entre los países participantes durante un periodo determinado, a cuya finalización se procedería a la liquidación del saldo de cada uno de ellos con la Cámara, ya fuera éste positivo o negativo.
Este sistema se completaría con la institución de un Consejo Monetario Regional encargado de gestionar el Sistema y con la creación de un doble fondo financiero constituido con aportaciones de todos los países miembros. El objetivo de ese fondo sería doble. Por un lado, actuaría como fondo de reservas para dotar de la estabilidad financiera necesaria al Sistema y al sistema de tipos de cambio fijos alrededor del cual se formaría el sucre. Y, por otro, funcionaría como fondo de desarrollo para la canalización de recursos hacia proyectos productivos regionales que serían la necesaria base para impulsar la integración económica a la que el Sistema, en última instancia, aspira a promover.
En este sentido, el SUCRE no se trata simplemente de un mecanismo técnico de simplificación de las transacciones comerciales intrarregionales sino que presenta ventajas económicas y políticas de importancia:
En primer lugar, la adopción de una unidad de cuenta común supondría una progresiva desdolarización de las relaciones económicas intrarregionales y sería, a su vez, el primer paso que permitiría avanzar, en un segundo momento, en el proceso de integración monetaria mediante la creación de lo que podría llegar a ser una moneda común con emisión física y circulación real.
En segundo lugar, la capacidad que tendría cada país de compensar multilateralmente los distintos saldos de su comercio permitiría una aminoración relativa de sus necesidades de financiación internacional, así como una liberación parcial de sus reservas de divisas, dotándoles de una mayor capacidad financiera. Evidentemente, esta ventaja se ampliaría a medida que aumentara el número de países que se incorporasen al acuerdo.
En tercer lugar, supondría un importante estímulo para potenciar las relaciones comerciales de unos países cuyas economías han estado hasta el momento completamente orientadas hacia el Norte, favoreciendo el comercio dentro de la región y con ello, y siempre que éste se articule en torno a los principios que rigen el ALBA, el bienestar global.
Por último, esta nueva orientación se apoyaría en el desarrollo de los proyectos financiados por el fondo que permitirían, no sólo enfrentar en mejores condiciones la caída de la demanda que van a sufrir estos países como consecuencia de la crisis mundial, sino también lograr un paulatino avance hacia una zona económica integrada de los países del ALBA y Ecuador.
Pero, junto a todas estas ventajas, que no son ni pocas ni menores, el proyecto necesitaría también dotarse de un elemento sobre el que Keynes asentaba la configuración de unas relaciones comerciales orientadas al desarrollo global y equilibrado más que a la intensificación radical de la competencia y la lucha por el mercado mundial. En este sentido, el SUCRE, si aspira a realmente a convertirse en el motor de un proceso regional de integración comercial y monetario alternativo, tendría también que hacer suyo un mecanismo de estabilización interno que, como el mismo Keynes planteaba, evite la acumulación de saldos tanto deudores como acreedores de cada uno de los países en la Cámara de Compensación.
En efecto, en contra de la lógica impuesta durante décadas por el FMI y el Banco Mundial, ese mecanismo de estabilización interno debería estar orientado a tratar de evitar que el peso del ajuste del desequilibrio comercial de un país deficitario con respecto al resto recaiga sobre el primero y, a tal fin, es necesario que el país o los países superavitarios se corresponsabilicen en igual medida en la restauración del equilibrio global. La mejor manera de lograr ese resultado sería instaurando un mecanismo que obligara a aquellos países que presentaran en su cuenta en la Cámara un superávit con respecto al resto que se ubicara por encima de un límite prefijado a utilizar ese saldo excedentario en el estímulo de la demanda global. De esa forma, esos países estarían obligados a destinar dichos saldos excedentarios a incrementar sus importaciones desde los países deficitarios, a la financiación de proyectos productivos y de desarrollo en los mismos, o, directamente, a la ayuda internacional.
Para incentivar esta utilización de los fondos, se podría aplicar además la propuesta de Keynes de establecer una tarifa que gravase los saldos excesivos, de forma que su mantenimiento en forma improductiva se viera penalizada; propuesta que, en su caso, tenía el objetivo de motivar los países participantes a buscar un saldo equilibrado en su cuenta en la Cámara.
Finalmente, hay que señalar que existe una importante diferencia en las condiciones de partida del SUCRE con respecto al Plan Keynes que provocan que aquél deba establecer algún mecanismo para blindarse. Y es que la Unión de Compensación Internacional de Keynes estaba concebida como un sistema cerrado en el que habrían participado todos los países de las Naciones Unidas, pudiendo aplicarse el principio de la igualdad de créditos y deudas y siendo imposible, por tanto, colocar fondos fuera del sistema. Sin embargo, el SUCRE sería un sistema cerrado dentro de otro abierto, el sistema monetario internacional, con la consiguiente vulnerabilidad del mismo antes intentos de desestabilización desde el exterior, ya sea por la vía de fuga de capitales como de especulación contra los tipos de cambio de las monedas que integran la cesta de donde nace el valor del sucre. Por esta razón parecería del todo punto necesario el establecimiento de algún tipo de control sobre los movimientos de capital en los países participantes –algo que, por otra parte, también proponía Keynes en su sistema. Esa sería la única manera de asegurar la estabilidad de la unidad de cuenta común sin tener que despilfarrar cantidades ingentes de divisas de manera infructuosa para ello.
De esta manera, el SUCRE se podría convertir en una zona de seguridad monetaria que promovería la reorientación del comercio hacia los países miembros y la integración intrarregional bajo los mismos principios del ALBA, es decir, los de la complementariedad, la cooperación, la solidaridad y el respeto a la soberanía. Esto supondría una alternativa con la que poder ejercer una relativa resistencia frente a la dictadura de los mercados financieros internacionales y abriría el camino a seguir por otros bloques regionales en su búsqueda de independencia y soberanía respecto a las grandes divisas internacionales.
Ricardo Molero Simarro es investigador en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo de Redacción de la revista Economía crítica y crítica de la economía (www.economiacritica.net)
Alberto Montero Soler (amontero@uma.es) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes leer otros textos suyos en su blog La otra economía.
Vía Rebelión
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