Hugo Murialdo
De acuerdo con Walter Montenegro (Introducción a las doctrinas político-económicas, F.C.E., México, 1973), “en la terminología contemporánea hay dos ‘liberalismos´, que, no obstante su origen común, pueden representar posiciones antagónicas. El primero es el que designa a la filosofía política de la libertad, del progreso intelectual y ruptura de las cadenas que inmovilizan al pensamiento. En este sentido, liberalismo significa actitud de renovación y avance.
El segundo es, concretamente, el liberalismo económico nacido en el siglo XVIII (cuando daban sus pasos iniciales el industrialismo maquinista y el capitalismo), o sea, la teoría del laissez faire, a la que dio su expresión clásica Adam Smith, como aplicación específica del liberalismo individualista al fenómeno económico”.
A través de algunas citas tomadas de la obra principal de Adam Smith: Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, intentaré demostrar que ni siquiera el padre del liberalismo económico fue tan lejos como ha ido la política económica de la Concertación, misma que ha controlado hasta las más mínimas acciones de gobierno. Con este objetivo, tomo la decimoquinta reimpresión de la segunda edición del Fondo de Cultura Económica, México, 2006.
“Nuestros comerciantes y fabricantes se quejan generalmente de los malos efectos de los salarios altos, porque suben el precio y perjudican la venta de sus mercancías, tanto en el interior como en el extranjero. Pero nada dicen de las malas consecuencias de los beneficios altos. Guardan silencio profundo por lo que respecta a los efectos perniciosos de sus propios beneficios, y sólo se quejan de los ajenos” (p. 96).
Al referirse al encarecimiento de los precios que causan los monopolios, mismos que son soportados, en definitiva, por las clases más bajas, plantea que “…los comerciantes y los manufactureros, con sus protestas y razonamientos capciosos les convencen fácilmente, de que el interés privado de una parte de la sociedad coincide con el general de toda ella” (p. 124) .
Respecto de los gastos en obras públicas, especialmente en educación, Smith plantea que “hay casos en que la situación misma de la sociedad coloca a la mayor parte de los individuos en condiciones de adquirir por su cuenta, sin la intervención del Gobierno, todas aquellas técnicas y virtudes que el Estado exige o admite. En otras circunstancias la sociedad no coloca a la mayor parte de los individuos en semejantes condiciones, y entonces es necesaria la atención del Gobierno para precaver una entera corrupción o degeneración en la gran masa del pueblo” (p.687).
Y más adelante agrega: “Aun en las sociedades civilizadas y progresivas éste es el nivel (despreciable) a que necesariamente decae el trabajador pobre, o sea la gran masa del pueblo, a no ser que el Gobierno se tome la molestia de evitarlo” (p.688).
Continúa luego: “La educación de las clases bajas requiere acaso más atención en una sociedad civilizada, que la de las personas de cierta jerarquía” (p.689).
Para concluir con las citas de Adam Smith, sólo un par más para no cansar a los posibles lectores: “Aun cuando el Estado no obtuviese ventajas de la instrucción de las clases inferiores del pueblo, merecería su atención el propósito de lograr que no fuesen del todo ignorantes; pero nadie duda que saca, además, considerables ventajas de la instrucción de aquellas gentes”… “Fuera de esto, un pueblo inteligente e instruido será siempre más ordenado y decente que uno ignorante y estúpido. En la primera de esas situaciones, cada uno de sus ciudadanos se considera más respetable y más acreedor a que los superiores tengan con él ciertos miramientos y, por ello mismo, está más dispuesto a respetar debidamente a aquellos” (p.692).
Después de todo lo anterior, cabe la siguiente pregunta: ¿se darán cuenta la señora Presidenta y los señores parlamentarios del Partido Socialista (no todos, por suerte), que la LOCE o política educacional de la dictadura y, por ende, de la derecha, está destinada justamente a impedir lo que su propio gurú y padre del liberalismo económico proponía hace ya más de 230 años? ¿O será que el capitalismo de Adam Smith ha evolucionado a tal crueldad, que es capaz de comprar hasta dignidades?
De dignidades, lealtades y otras hierbas, hablaré en otro artículo.
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