Naomi Klein
Hace exactamente un año, salí a una gira promocional para mi libro La doctrina del shock. Planeábamos que duraría tres meses, bastante tiempo según los estándares editoriales. Doce meses después, todavía continúa. Pero no es una gira promocional cualquiera. Por todas partes donde he ido –de Calgary, Alberta a Cochabamba, Bolivia– he escuchado más historias sobre como han utilizado las estrategias del shock para imponer políticas indeseables favorables a las corporaciones. También he participado en estimulantes debates y discusiones sobre como las crisis actuales – petróleo, alimentos, mercados financieros, mal tiempo – puede ser transformadas en oportunidades para el cambio progresista.
Y ha habido otro tipo de reacciones. La doctrina del shock es un ataque directo contra intelectuales e instituciones que han diseminado la ideología corporativa por el mundo. Al escribir el libro, estaba segura de que sería atacada. Sin embargo, durante ocho meses después de la publicación, hubo un silencio escalofriante de los ideólogos del “libre mercado.” Claro que aparecieron unas pocas reseñas desdeñosas en la prensa económica. Pero ni una palabra de los think-tanks de Washington que menciono en el libro. Nada del departamento de economía de la Universidad de Chicago. Incluso la revista The Economist, que solía atacarme jubilosamente y con gran regularidad, nunca mencionó el libro impreso. Una productora de televisión estadounidense, que estaba tratando de encontrar un oponente para que debatiera conmigo en vivo, me confesó que nunca había sido rechazada con tanta consecuencia. “Parecen pensar que si la ignoran, usted desaparecerá.”
Bueno, el silencio de la derecha ha sido ciertamente roto. En los últimos meses, han aparecido varios artículos e informes que pretenden desacreditar mi tesis. Los más destacados son: un “documento introductorio” publicado por The Cato Institute, ampliado a todo un libro en sueco (¡), y un largo ensayo en The New Republic por el editor sénior Jonathan Chait.
Varios lectores han escrito a este sitio pidiéndome que responda a esos ataques, aunque sea para ayudarles a defender mejor el libro. Primero me resistí (aferrada a mis vacaciones de verano...) pero aprecio los comentarios y varios puntos tienen que ser corregidos. Ya que los informes de Cato y de The New Republic – aunque pretenden provenir de puntos radicalmente diferentes en el espectro político – comparten algunas pronunciadas similitudes, he decidido encararlos en conjunto.
Perdonen, pero Milton Friedman apoyó la guerra
Tanto Jonathan Chait como The Cato Institute afirman que el difunto economista Milton Friedman fue un inquebrantable oponente a la invasión de Iraq. El trabajo de Cato dice sobre mi persona que: “Ella afirma que Friedman fue ‘neoconservador’ y por lo tanto estaba a favor de una política exterior agresiva de EE.UU., y argumenta que Iraq fue invadido para que pudieran implementarse políticos al estilo Chicago en ese país... pero en ninguna parte menciona los verdaderos puntos de vista de Friedman sobre la guerra. El propio Friedman dijo: “Me opuse desde el principio a que se fuera a Iraq. Pienso que fue un error, por el simple motivo de que no creo que EE.UU. debiera estar involucrado en una agresión.’ Y no fue sólo una guerra a la que se opuso. En 1995, describió su posición sobre política exterior como ‘anti-intervencionista.’”
De la misma manera, Chait me acusa de no conocer la diferencia entre libertarios y neoconservadores y me reprende por no mencionar ninguna vez –“ni una vez, en ninguna parte”– que Friedman “argumentó desde el comienzo contra la guerra de Iraq.” Al parecer la posición contra la guerra de Friedman debería ser “mórbidamente embarazosa” para mi persona.
No soy yo la que debe sentirse embarazada. A pesar de protestas posteriores, Milton Friedman apoyó abiertamente la guerra cuando estaba ocurriendo. En abril de 2003, Friedman dijo a la revista alemana Focus que “el presidente Bush sólo quería la guerra porque cualquier otra cosa habría amenazado la libertad y la prosperidad de EE.UU.” Al preguntársele sobre el aumento de las tensiones entre EE.UU. y Europa, Friedman respondió: “el fin justifica los medios. En cuanto nos hayamos librado de Sadam, las diferencias políticas también desaparecerán.” Claramente no fue una voz contraria a la intervención. Incluso en julio de 2006, cuando Friedman afirmó que se opuso a la guerra desde el comienzo, siguió siendo belicista. Ahora, con EE.UU. en Iraq, dijo Friedman a The Wall Street Journal, “me parece muy importante que lo convirtamos en un éxito.”
Sin embargo, nada de esto tiene nada que ver con mi libro. En “La doctrina del shock,” describo la invasión y la ocupación de Iraq como la culminación de la cruzada ideológica de Friedman, porque fue el principal intelectual de EE.UU. favorable a la privatización del Estado – no porque haya apoyado personalmente la guerra, lo que es irrelevante. Durante más de cinco años Iraq ha sido la vanguardia de este proyecto radical de privatización. Contratistas privados superan ahora la cantidad de soldados de EE.UU. y las corporaciones se han hecho cargo de funciones estatales tan cruciales como el interrogatorio de prisioneros.
Además, nunca dije que Friedman fuera “neoconservador” y discuto, extensivamente, lo difícil que es encontrar términos para describir el proyecto corporativo que sean aceptables para todos los lectores. En la página 17 (en todos los números de página me refiero a la edición en rústica de Picador [en inglés]) escribo:
En el intento de relatar la historia de la cruzada ideológica que ha culminado en la privatización radical de la guerra y del desastre, recurre un problema: la ideología cambia de forma, cambia permanentemente su nombre y permuta identidades. Friedman se calificó de ‘liberal,’ pero sus seguidores en EE.UU., que asociaban a los liberales con altos impuestos y hippies, tendieron a identificarse como ‘conservadores,’ ‘economistas clásicos,’ ‘partidarios del libre mercado’ y, más tarde, como creyentes en ‘reaganomía’ o ‘partidarios del laissez-faire.’ En la mayor parte del mundo, su ortodoxia es conocida como ‘neoliberalismo,’ pero a menudo es llamada ‘libre comercio’ o simplemente ‘globalización.’ Sólo desde mediados de los años noventa, el movimiento intelectual, dirigido por think-tanks derechistas con los que Friedman mantuvo largas asociaciones - Heritage Foundation, Cato Institute y el American Enterprise Institute – se llamó ‘neoconservador’, una visión del mundo que ha aprovechado toda la fuerza de la maquinaria militar de EE.UU. al servicio de una agenda corporativa.”
La importancia de que la etiqueta “neoconservadora” ganara vigencia a mediados de los años noventa es que entonces fue cuando los republicanos, bajo la dirección de Newt Gingrich y respaldados por los think-tanks que ya mencioné, barrieron con el Congreso prometiendo un “Contrato con EE.UU.” En ese momento, la etiqueta de “neoconservadores” no fue una referencia sobre todo para posiciones belicistas de política exterior sino para aquellas medidas económicas duras. A mediados de los años noventa, mucha de la gente más asociada actualmente con la etiqueta neoconservadora – David Frum y William Kristol y gran parte de los del Weekly Standard – se concentraban directamente en la exigencia de recortes y privatizaciones friedmanitas dentro de EE.UU. Frum, por ejemplo, se dio a conocer por primera vez en EE.UU. con “Dead Right,” su libro de 1994 en el que exhortaba al movimiento conservador a volver a sus raíces económicas de libre mercado. Después de que Bill Clinton abrazara gran parte de esa agenda económica, varios de los principales guerreros neoconservadores concentraron su enfoque en la dominación estadounidense de la escena mundial, un hecho que ha permitido que sus entusiastas intereses por las ideas económicas friedmanitas pasaran en gran parte desapercibidos.
Ignora el contenido, ataca al autor
Tanto el ensayo de Chait como el documento de Cato se caracterizan por una negativa obstinada a hacer frente a la evidencia citada en mi libro. Por ejemplo, Chait rechaza sin más mi sugerencia de que hubo intereses económicas detrás de la intervención de la OTAN en 1999 en Kosovo (aunque admite a regañadientes que nunca afirmo que la economía haya sido el único motivo). Escribo que hubo otros factores que motivaron la guerra, aparte de las flagrantes violaciones de los derechos humanos de Slobodan Milosevic. Baso esta información en el análisis posterior a la guerra suministrado por Strobe Talbott, Secretario Adjunto de Estado bajo el presidente Bill Clinton de EE.UU. y negociador jefe de EE.UU. durante la guerra de Kosovo. En un ensayo de 2005 (citado en la página 415), Talbot escribió:
“Mientras las naciones en toda la región trataban de reformar sus economías, mitigar las tensiones étnicas, y ampliar la sociedad civil, Belgrado parecía deleitarse en moverse continuamente en la dirección contraria. No es de extrañar que la OTAN y Yugoslavia hayan terminado en una confrontación. Fue la resistencia de Yugoslavia a las tendencias más amplias de la reforma política y económica – no el sufrimiento de los albanos kosovares – lo que explica mejor la guerra de la OTAN.”
En lugar de explicar cómo las palabras de un responsable estadounidense a alta nivel podían coincidir tan claramente con mi argumento, Chait prefiere ignorar por completo la cita de Talbott. Una y otra vez, deja a los lectores de The New Republic con la clara impresión de que “La doctrina del shock” es una obra de periodismo de opinión, en lugar de ser una tesis basada en la investigación y la información.
Cuando Chait y el Cato Institute reconocen que me baso en hechos, me acusan de manipularlos para ajustarlos a mi tesis. Es interesante ver que cuando Chait cita por primera vez mi trabajo, hace precisamente eso. Para explicar a sus lectores el tipo de extremista del que se ocupa, cita mi primer libro: “No Logo.” En él, supuestamente describo al mundo como un “Estado fascista en el que todos saludamos el logo y tenemos poca oportunidad para críticas porque nuestros periódicos, estaciones de televisión, servidores de Internet, calles y espacios comerciales, son todos controlados por intereses corporativos multinacionales.” Si hubiera dejado que la cita continuara sólo durante una frase más, sus lectores habrían sabido que paso a rechazar esa visión del mundo como una caricatura exagerada. Las frases siguientes dicen: “hay buen motivo para alarmarse. Pero una palabra de advertencia: podremos lograr ver un mundo-no-tan-feliz en el horizonte, pero eso no significa que ya estemos viviendo en la pesadilla de Huxley... En lugar de una fórmula hermética, [la censura corporativa] es una tendencia constante... pero repleta de excepciones.”
Es sólo la primera de innumerables ocasiones en las que Chait deforma mis palabras para ajustarlas a su tesis. Cuando fracasa la manipulación, simplemente toma mis temas y los presenta como suyos, sin atribuirlos. (Sé perfectamente, por ejemplo, que tanto marxistas como keynesianos han explotado crisis y desastres, motivo por el cual exploro el oportunismo de izquierda en las páginas 21-25, 65-70, 283, 316-317.)
Agarrándose a clavos ardiendo
El documento de Cato reconoce, a veces, que mi libro contiene hechos, pero me culpa de no suministrar fuentes para mis estadísticas. Es una acusación atrevida cuando se trata de un libro con 74 páginas de notas al final. El único ejemplo mencionado es la estadística “de que entre un 25% y un 60% de la población está descartada y se convierte en una clase inferior en países que liberalizan sus economías.” No coloqué una fuente para esta estadística porque es una amalgama de estadísticas que ya había citado y para las cuales ya había suministrado múltiples fuentes. Es una práctica normal: una vez que una estadística ha sido mencionada, puede ser repetida (por razones de brevedad) sin repetir la fuente. De modo que éstas son las estadísticas en la que se basa la amalgama de entre 25 y 60%, con sus fuentes, directamente de las notas finales de “La doctrina del shock”:
* El desempleo en Bolivia era entre un 25 y un 30% en 1987 (página 186. Fuente: Mike Reid, “Sitting Out the Bolivian Miracle,” Guardian (Londres), 9 de mayo de 1987.)
* 25% de los rusos vivían en una pobreza desesperada en 1996 (página 300. Fuente: Russian Economic Trends 5, no. 1 (1996): 56–57 citada en Bertram Silverman y Murray Yanowitch, New Rich, New Poor, New Russia: Winners and Losers on the Russian Road to Capitalism (Armonk, NY: M.E. Sharpe, 2000), 47.)
* El desempleo de sudafricanos negros se más que duplicó de un 23% en 1991 a un 48% en 2002 (página 272. Fuentes: “South Africa: The Statistics,” Le Monde Diplomatique, septiembre de 2006; Michael Wines y Sharon LaFraniere, “Decade of Democracy Fills Gaps in South Africa,” New York Times, 26 de abril de 2004.)
* El desempleo en Polonia fue de un 25% en algunas áreas en 1993 (página 241. Fuente: Mark Kramer, “Polish Workers and the Post-Communist Transition, 1989–93,” Europe-Asia Studies, junio de 1995)
* Un 40% de los trabajadores jóvenes estaban desempleados en Polonia en 2006
40% of young workers were unemployed in Poland in 2006 (página 241. Fuente: Andrew Curry, “The Case Against Poland’s New President,” New Republic, 17 de noviembre de 2005)
* Un 59% de los polacos había caído bajo la línea de pobreza en 2003 (páginas 241-242. Fuente: Przemyslaw Wielgosz, “25 Years of Solidarity,” agosto de 2005.)
En otro sitio, el documento de Cato afirma que: “Klein nunca suministra al lector algún dato [sobre Chile] durante un período más largo. Ella... nunca admite que Chile es la historia de éxito social y económico de Latinoamérica y que ha eliminado virtualmente la pobreza extrema.” De hecho, mi análisis económico de Chile cubre un trecho de 34 años y suministra hechos y datos que cuestionan directamente la afirmación de que el país sea una historia de éxito del libre mercado. El siguiente es un pasaje relevante (páginas 104-105):
“Lo único que protegió a Chile del colapso económico total a comienzos de los años ochenta fue que Pinochet nunca había privatizado a Codelco, la compañía minera del cobre estatal nacionalizada por Allende. Esa compañía por sí sola generó un 85% de los ingresos de exportación de Chile, lo que significó que cuando se reventó la burbuja financiera, el Estado todavía tenía una fuente continua de fondos... Al llegar 1988, cuando la economía se había estabilizado y crecía rápidamente, un 45% de la población había caído por debajo de la línea de pobreza. El 10% más rico de los chilenos, sin embargo, había visto un aumento de sus ingresos en un 83%. Incluso en 2007, Chile siguió siendo una de las sociedades más desiguales del mundo – de 123 países en los que Naciones Unidos rastrea la desigualdad, Chile estuvo en el lugar 116, convirtiéndolo en el octavo país por su desigualdad en la lista.”
Una masacre de hombres de paja
La mayor parte de los ataques contra “La doctrina del shock” involucra el amaño de afirmaciones, atribuyéndolas falsamente a mi persona, luego poniéndolas hábilmente por los suelos. Por ejemplo, Jonathan Chait abrevia mi punto sobre las posesiones de Donald Rumsfeld en el Complejo del Capitalismo del Desastre como sigue: “Donald Rumsfeld mantuvo sus acciones en Gilead Sciences, que tiene la patente para Tamiflu, incluso cuando actuó como secretario de defensa. ¿Comprendéis? Rumsfeld se beneficiaría de una pandemia de gripe. Pero seguramente no hay que ser admirador de Rumsfeld para dudar de que organizaría el estallido de un virus letal a fin de engordar su cartera bursátil.”
En realidad, esa es la intriga de la cinta “V for Vendetta” [“V de Vendetta” o “V de Venganza”]; no tiene absolutamente nada que ver con mi libro. Lo que yo menciono es cómo el Pentágono bajo la dirección de Rumsfeld, almacenó Tamiflu y Rumsfeld se habrá beneficiado al aumentar el valor de las acciones en un 807%. En las páginas 394-395 escribo:
“Durante los seis años en los que estuvo en el puesto, Rumsfeld tuvo que abandonar la sala cada vez que la discusión trataba la posibilidad del tratamiento de la gripe aviaria y de la compra de drogas relacionadas. Según la letra que delineaba el arreglo que le permitió conservar sus acciones, tenía que quedarse afuera de decisiones que ‘pudieran afectar directa y previsiblemente a Gilead.’ Sus colegas, sin embargo, velaron bien por sus intereses. En julio de 2005, el Pentágono compró Tamiflu por 58 millones de dólares, y el Departamento de Salud y Servicios Humanos anunció que compraría la droga por un monto de 1.000 millones de dólares unos pocos meses más.”
Hay muchos hombres de paja más que aparecen en el documento de The Cato Institute. La mayoría involucran la exageración del papel que atribuyo a Milton Friedman. Y no es de extrañar. Aparte del departamento de economía de la Universidad de Chicago, Cato es la institución más íntimamente alineada y asociada con las teorías radicales de Milton Friedman. Entre otros tributos, cada dos años, Cato otorga el Premio Milton Friedman para el Avance de la Libertad, con un valor de medio millón de dólares. (Este año fue destinado a un activista estudiantil venezolano de 23 años para impulsar su oposición al gobierno de Hugo Chávez). Como Friedman sigue sirviendo como santo patrono de Cato, tiene mucho que perder con la disminución de la reputación de Friedman, así como un interés directo en su exoneración de todos los crímenes, reales o imaginarios.
Unos pocos ejemplos más: El documento de Cato afirma que echo toda la culpa por las políticas económicas de Pinochet a Milton Friedman – luego “prueba” que su participación directa fue mínima. Una vez más, no hago una afirmación semejante. Dedico considerable espacio – aproximadamente 60 páginas – a describir el impacto de un programa del Departamento de Estado de EE.UU. que llevó a más de cien estudiantes chilenos a la Universidad de Chicago como parte de un esfuerzo deliberado por exportar ideas económicas de libre mercado a Chile. Es el programa que engendró a los infames “Chicago Boys” de Chile, varios de los cuales estuvieron activamente involucrados en la planificación del programa económico de la dictadura chilena, incluso antes de que tuviera lugar el golpe de 1973. Sorprendentemente, el documento de Cato no hace absolutamente ninguna mención de este programa académico en su esfuerzo por exonerar personalmente a Friedman. El autor no vio 60 páginas de mi libro, o prefirió ignorarlas deliberadamente.
El mayor desafío en la respuesta al documento de Cato es la medida de su deshonestidad. Consideremos este pasaje:
“Klein también culpa a Friedman y las ciencias económicas de Chicago por las actividades del Fondo Monetario Internacional durante la crisis financiera asiática y la confiscación por el gobierno de Sri Lanka de la tierra de familias de pescadores para construir hoteles de lujo después del tsunami. Pero el hecho es que Friedman pensó que el FMI no debía estar involucrado en Asia, y sostuvo que se debía prohibir a los gobiernos que expropiaran propiedades para entregarlas a urbanizadores privados. Por cierto, Klein podría argumentar que Friedman fue en cierto modo una fuente de inspiración para esas políticas, a pesar de que se oponía a ellas. Pero no lo hace. Pretende que estuvo de acuerdo con ellas, y que eso es lo que él y otros economistas de Chicago quisieron todo el tiempo.”
Absolutamente todo en este pasaje es erróneo. Nunca dije que Friedman favoreció el rescate del FMI en Asia, todo lo contrario. En las páginas 335-336, informo que: “El propio Milton Friedman, que ya tenía alrededor de ochenta años, hizo una rara aparición en CNN para decir al presentador de noticias Lou Dobbs que se oponía a toda clase de rescate y que debía dejarse que el mercado se corrigiera por sí solo.” ¿De qué manera podía esto constituir una “pretensión” de que Friedman apoyaba el rescate?
También reconozco libremente el hecho de que Friedman se opuso por principio al FMI. Sin embargo, como en el caso del gobierno de Pinochet en los años setenta, también documento que el FMI, en los días del rescate, estaba repleto de Chicago Boys ideológicos – algo bien diferente de afirmar que el FMI recibía órdenes de Friedman. En la página 202, encaro directamente esta aparente contradicción:
“Filosóficamente, Milton Friedman no creía en el FMI o el Banco Mundial: eran ejemplos clásicos de la interferencia del gran gobierno en las delicadas señales del libre mercado. De modo que fue algo irónico que haya habido una cinta transportadora virtual que entregaba Chicago Boys a las gigantescas centrales de ambas instituciones en la Calle 19 en Washington D.C. donde ocuparon muchos de los puestos superiores.”
“La doctrina del shock” tiene sitio para este tipo de complejidad porque no es – a pesar de lo que afirma Cato – un libro sobre las acciones de un hombre. Trata de una multifacética tendencia ideológica que durante medio siglo ha servido con éxito los más poderosos intereses corporativos en la sociedad.
Además, nunca escribí, como afirma Cato en el mismo pasaje, que Friedman haya tenido nada que ver con “la confiscación por el gobierno de Sri Lanka de tierras de las familias de pescadores para construir hoteles de lujo después del tsunami.” Su nombre no aparece ni una sola vez en mi capítulo de 25 páginas sobre el tsunami. Una vez más, escribir que “pretendo” que Friedman propugne esas políticas es puro amaño. Además, todas esas invenciones e imposturas aparecen en un solo párrafo. El documento introductorio de Cato tiene 20 páginas y está formado por docenas y docenas de párrafos igualmente deshonestos. Someter a todos a este tipo de refutación requiere simplemente demasiado tiempo; mi refutación total es el libro en sí.
Buscad la fuente
Gracias a un fantástico equipo de investigadores, especialmente mi increíble asistente de investigación Debra Levy, “La doctrina del shock” ha resistido un año de intenso examen por los medios en docenas de países. No salió ileso, pero ha emergido en aún mejor forma de la que me atrevía a esperar. Cuando se descubren errores, los corregimos de inmediato en futuras ediciones y colocamos una corrección y una explicación en el sitio en la Red del libro. Hasta ahora se ha descubierto sólo un error importante, relacionado con los beneficios ganados por las acciones de Halliburton de Dick Cheney. Fue inmediatamente corregido. Los lectores de “La doctrina del shock” saben que ése no es más que uno de numerosos ejemplos que confirman el mismo hecho sobre los conflictos de interés en el gobierno de Bush; por cierto, dedico todo un capítulo al tópico. Y éste es el beneficio de una metodología que se basa no en anécdotas, sino en miles de hechos y cifras obtenidos de fuentes: las tesis no se basan o caen por uno u otro ejemplo aislado.
En cuanto a la acusación de mis críticos de que soy selectiva en mi uso de citas, es un peligro que corre todo escritor. Es también el motivo por el cual Debra y yo lanzamos la sección de “recursos” del sitio en la Red del libro. En esa página, los lectores pueden tener acceso a docenas de informes, cartas y estudios originales que componen parte del material de investigación crucial para el libro. Si alguien se preocupa de que esté exagerando el apoyo de Friedman al brutal régimen de Augusto Pinochet, que lea una carta que Friedman escribió a este último. Si alguien sospecha que esté presentando al capitalismo del desastre como más conspirativo de lo que es, que lea las actas de una reunión que tuvo lugar en la Heritage Foundation sólo dos semanas antes de que los diques se rompieran en Nueva Orleans. Presentan 32 “soluciones de libre mercado” para el Huracán Katrina y los altos precios del petróleo, muchas de las cuales han sido propugnadas por el gobierno de Bush.
La tesis de “La doctrina del shock” no nació por capricho sino de cuatro años de investigación. Debra y yo pusimos esos documentos en línea porque queremos que educadores, estudiantes y lectores en general vayan más allá de una versión reconocidamente subjetiva de la historia – como todas las historias – y vayan directamente a la fuente. Os invitamos a explorar esos documentos, que nos enviéis los que hemos olvidado, y que lleguéis a vuestras propias conclusiones.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
http://www.naomiklein.org/articles/2008/09/response-attacks
Un excelente corto sobre “La doctrina del shock” de Jonás y Alfonso Cuarón, presentado en el Festival de Venecia 2007 y en el Festival de San Sebastián 2007, puede ser visto http://www.paidos.com/klein.asp
Enlace a texto en Rebelión
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