lunes, 22 de septiembre de 2008

La urgente reforma de la raíz del caos

Ana Nieto. Cinco días

Hay un misterioso ciclo en el curso de los eventos humanos. A algunas generaciones se les da mucho. De otras se pide mucho. Esta generación de americanos tiene una cita con el destino'.
Con esta frase, Franklin D. Roosevelt se ganó una ovación en el discurso con el que aceptaba repetir como candidato demócrata en 1936. Roosevelt creó el New Deal, la mayor intervención económica en EE UU, y dejó reformas que duran hasta ahora.

Su herencia fue un sistema capitalista con red social y regulado (prestación de desempleo, fondo de garantía de depósitos, Fannie Mae, la SEC, entre otros). Décadas después, y siguiendo el dogma de la desregulación, nadie actualizó esos pilares mientras el sistema se sofisticaba y crecía hasta que los cimientos no han dado más de sí.

El libre mercado está hoy en cuidados intensivos y la intervención que se prepara se compara a la de los treinta. El Gobierno dice que no hay alternativa y parece creíble. El presidente George Bush dijo el viernes que habrá 'oportunidades para debatir el origen del problema pero ahora es momento de solucionarlo'. No tan deprisa. Es posible que muchos contribuyentes quieran que su Gobierno identifique inmediatamente los problemas y los solucione mientras escribe cheques con la otra mano ¿Para qué esperar? Tras la debacle del LTCM hubo un compromiso para regular los hedge funds que se quedó en nada.

Es vital que el Gobierno deje clara su intención de arreglar un problema cuya base es una cadena de incentivos para generar riesgos de los que en última instancia no se ha hecho responsable nadie porque han pasado de mano en mano hasta que al último, cómplice en la cadena, le han explotado. Así, el riesgo se desboca.

Roosevelt dijo que solo había que temer al miedo y pidió sacrificios. A los ciudadanos les conviene que los candidatos les recuerden estos dos principios, pero también les tienen que mostrar que se va a la raíz del problema para evitar el mismo error y así reparar, en parte, el agravio moral a unos contribuyentes a los que tanto se les va a pedir.

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