En sólo dos semanas los mayores bancos hipotecarios de EEUU perdieron el 50% de su valor
Michael R. Krätke
Sin Permiso
Tras los rumores sobre su insolvencia, en sólo 14 días los dos grandes bancos hipotecarios estadounidenses Fannie Mae y Freddie Mac han perdido el 50% de su valor accionarial; desde comienzos de año, el 76%. Así, tres cuartos de su "valor de mercado" se ha evaporado. Si todavía se necesitaba una prueba de que la crisis financiera norteamericana entra en un nuevo estadio, ésta ha sido concluyente.
Durante la cumbre del G-8 en Hokkaido, Angela Merkel se las dio de economista mundial. "Hemos tenido –soltó la cancillera— una crisis subprime; hoy, vuelve a gotear en cierto modo". Apenas regresada a casa, la crisis financiera anunciaba con un aldabonazo su entrada en el siguiente estadio: bancos y cajas de ahorros se desploman, los mercados están debilitados, el gobierno estadounidense y la Reserva federal se emplean a fondo para contener el pánico.
Ahora tienen también los EEUU su caso Northern-Rock, como la Gran Bretaña (1); sólo que visiblemente más drástico. Desde comienzos de año, centenares de pequeñas financieras hipotecarias han desaparecido del mercado, o por quiebra o por absorción. Hace dos semanas, le tocó el turno al segundo mayor banco hipotecario norteameriacano independiente: el californiano IndyMac Bankcorp quebró tras tres semestres seguidos de pérdidas milmillonarias, luego de que sus clientes, a la vista del desplome de sus valores accionariales, entraran en pánico y retiraran en sólo 11 días 1.300 millones de dólares. En apenas un año, IndyMac ha perdido el 98% de su valor en bolsa y está ahora intervenido por el fondo federal de garantía de depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés). Así, el grueso de sus depósitos queda asegurado; el pato lo pagan los accionistas. De los cerca de de 53 mil millones de reservas de que dispone el FDIC, y conforme a los cálculos más optimistas, se han perdido ya 8 mil millones, porque la compra del insolvente banco apenas reportará nada. Es, permítase decirlo, la mayor quiebra bancaria en los EEUU de los últimos 20 años, desde el desplome del Continental Illinois National Bank en 1984, y la onda expansiva se propaga rápidamente. A los pocos días, las acciones del banco de inversiones Lehman Brothers caín un 37%, luego de saberse que había perdido en el último trimestre casi tres mil millones de dólares: mucho dinero, pero casi nada comparado con las pérdidas de entre nueve y seis mil millones que los pesos pesados Citigroup y Merrill Lynch han tenido en el mismo período.
Tres anillos de salvación
Harto más grave es, empero, el crac que acaban de sufrir las dos mayores instituciones financieras hipotecarias de los EEUU, las empresas públicamente patrocinadas Fannie Mae y Freddie Mac, y que ha situado al núcleo del mercado hipotecario norteamericano a pique de fundirse. Fannie Mae y Freddie Mac no tenían en principio nada que ver con las hipotecas de baratillo del segmento subprime, pro en los últimos años entraron de lleno en el negocio de los derivados financieros hipotecarios.
A causa de la colosal magnitud de ambos gigantes, el gobierno y la Reserva federal tuvieron que intervenir , pues entre las dos empresas suman, en hipotecas y derivados hipotecarios, la fabulosa cifra de casi 5,3 billones de dólares: casi la mitad del volumen de todo el mercado hipotecario norteamericano y cerca de un tercio del PIB estadounidense. Su colapso sería un desastre, entre otras cosas por los bancos centrales extranjeros que tienen en sus portafolios masas de títulos de ambas financieras hipotecarias. Puesto que los EEUU –particularmente en Asia— dependen financieramente de esos bancos, no pueden ignorar los intereses de los mismos. Según las estimaciones de los expertos, sólo en la tesorería del Banco Cenral chino se hallan unos 600 millones de dólares en títulos de Fannie Mae y Freddie Mac, una décima parte del volumen de emisión.
El Estado norteamericano ha dispuesto tres anillos de salvación alrededor de Fannie y Freddie. Primero, levantará provisionalmente el límite crediticio actual de ambas, que es de 2,25 mil millones de dólares . En segundo lugar, el estado comprará por vez primera acciones de empresas patrocinadas por él mismo, cosa que debe autorizar el Congreso. En tercer lugar, la Rserva federal abrirá su ventana de descuentos y permitirá el acceso de Fannie Mae y Freddie Mac a créditos de urgencia a los que hasta ahora sólo podían acceder negocios y bancos de inversión privados. Un detalle con pimienta: la Reserva federal exige garantías; es decir, que se pongan a la venta títulos garantizados, como los bonos del tesoro u obligaciones emitidas por empresas públicamente patrocinadas (GSE, por sus siglas en inglés). Así que, Fannie y Freddie son, con diferencia, las mayores empresas públicamente patrocinadas; de modo que la Reserva federal lo que hace, en la práctica, es permitirles imprimir títulos de obligaciones o emitir acciones que valdrán inmediatamente como préstamos de la propia Reserva federal. Un negocio aventurero.
Hasta donde alcanza a verse, Fannie y Freddie necesitarán ulteriores inyecciones de capital en cantidades milmillonarias, de modo que el gobierno estadounidense no tendrá más remedio la próxima vez que nacionalizarlas. Si se llegara a un acto de salvación de ese tenor, las deudas públicas de los EEUU se doblarían de golpe.
Nuevas burbujas especulativas
La mencionada agencia pública de garantía de depósitos (FDIC) tiene bajo su protección a más de 8.500 bancos y cajas de ahorros. En su último informe trimestral, incluía un listado de 90 bancos o cajas amenazados (¡el IndyMac Bancorp no figuraba en la lista!). Desde entonces circulan dossiers con listas de más de 150 candidatos en quiebra que podrían llegar a ejecutarse antes de fin de año, con pérdidas imposibles de compensar para la FDIC. Viene aquí a la memoria la gran crisis bancaria norteamericana de 1990-91, cuando cientos de pequeñas y medianas cajas de ahorros se desplomaron.
Hace sólo unos días, la mayor caja de ahorros de los EEUU, la Washington Mutual, perdió en la bolsa de Nueva York un 37% del valor de sus acciones luego de saberse que había perdido 26 mil millones de dólares en sus negocios con créditos hipotecarios basura. Otros bancos regionales han vivido también estos días pérdidas bursátiles de entre el 18 y el 29 por ciento. Hay que esperar más noticias de este tipo, porque en las próximas semanas vendrá la revisión de una muchedumbre de créditos hipotecarios a interés variable. Dicho de otra manera: la carga de los intereses si disparará para millones de propietarios de vivienda.
No es, pues, sorprendente que las financieras de automóviles y empresas de tarjetas de crédito caigan en el hoyo de la crisis, arrastrando así a otros bancos que nada tienen que ver con los créditos hipotecarios. Puesto que las aseguradoras estadounidenses, que responden a escala mundial por préstamos por valor de 2,6 billones de dólares, están también atrapadas en el dilema y negocian con los bancos un plan de salvación, no se puede esperar de ellas mucha ayuda. Aun cuando los bancos lleguen a un acuerdo con grandes aseguradoras como Ambac y FGIC, caerán en los ratings, de modo que los riesgos de desplome para todos los bancos se dispararán y habrá que contar con ulteriores amortizaciones y depreciaciones milmillonarias.
El jefe de la Reserva federal, Ben Bernanke, ha hablado por primera vez ante la comisión bancaria del Congreso de la amenaza de una crisis sistémica del mercado financiero nacional. Casi al mismo tiempo, habló en la misma sede, junto con Thomas Jenkins, un alto ejecutivo de la "industria financiera" norteamericana. Fue transparente: el actual desastre sólo tiene una salida: más burbujas especulativas. Sin un paso así, el sector financiero no saldrá del cieno, la economía norteamericana no puede sobrevivir sólo con "inversiones sanas". De lo que se trataría es de encontrar (o de inventar) lo antes posible nuevos objetos de especulación y de hacérselos apetitosos al público, a fin de que la industria financiera pueda compensar las pérdidas actuales y las venideras. Una verdad digna de ser notada sobre el capitalismo actual, en el que la relación entre booms y bubbles –entre la economía "real" y la financiera— se ha invertido.
NOTA: (1) Este banco británico, duramente golpeado por la crisis, fue salvado de la quiebra con una nacionalización provisional el pasado febrero.
Enlace a texto en Rebelión
lunes, 28 de julio de 2008
viernes, 25 de julio de 2008
El oscurantismo estadounidense
Morris Berman ofrece una aguda, penetrante y crítica mirada a la sociedad y el pueblo estadounidense, donde casi el 90% de su gente ni siquiera sabe dónde está Irak
Gilberto López y Rivas
La editorial mexicana independiente Sexto Piso, preocupada por la publicación de textos que pasan inadvertidos, pero que considera “pilares de la cultura universal”, puso a la venta un libro de Morris Berman, Edad oscura americana: la fase final del imperio, que llena plenamente las expectativas de esta clasificación. En efecto, la obra constituye una mirada penetrante y crítica de la situación actual de Estados Unidos, que, a juicio de Berman, se encuentra en la etapa terminal de su derrotero imperialista.
El autor equipara las características post Imperio Romano con las que definen el estado de la Unión Americana: “el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y el pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror del mundo preilustrado, y finalmente, la marginación política y económica de nuestra cultura”.
Alejado de la retórica o el argumento maniqueo, Berman proporciona informaciones y razones contundentes para sustentar sus tesis. Señala hasta qué punto las creencias religiosas en Estados Unidos son el soporte principal de buena parte de la población para explicar los eventos mundiales, en lugar de comprenderlos en términos de procesos políticos: así, 59 por ciento de los estadunidenses cree en las profecías apocalípticas y en una lucha final entre el Bien y el Mal (la batalla de Armagedón). Cita una información del New York Times acerca de los profesores de secundaria que están dejando fuera del programa de estudios el tema de la evolución por los problemas con los directores y funcionarios escolares y sobre todo con los padres fundamentalistas de los estudiantes. La Ilustración en su país está siendo minada de manera constante con la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad, y al impedirse el debate se erosionan los cimientos mismos de la democracia. “Una nación (que) es incapaz de percibir la realidad de manera correcta e insiste en funcionar partiendo de engaños basados en la fe, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada.”
Berman sostiene que cada vez hay más pruebas de que en términos intelectuales, Estados Unidos “permanece en la oscuridad” y ofrece datos: millones de estadunidenses ignoran la identidad de los enemigos de su país en la Segunda Guerra Mundial o que Alemania fue dividida en un sector oriental y otro occidental; preguntan a las agencias de viajes si no saldría más barato ir en tren a Hawai, en vez de en avión; 11 por ciento de los adultos jóvenes no pueden localizar Estados Unidos en un mapamundi y sólo 13 por ciento puede señalar Irak. Pero lo más serio es que ese nivel de ignorancia, y aun orgullo por dicha ignorancia, “finalmente habita en la Casa Blanca” y –como señala el periodista John Powers– “el señor Bush es de hecho un espejo de la nación”.
La legalización de la tortura evoca para Berman la cultura de las edades Oscura y Media. Considera que el pueblo de Estados Unidos después del 11 de septiembre apoya a gobiernos que rutinariamente practican la tortura. “Desde Abu Ghraib, ha habido revelaciones periódicas de prensa sobre cómo la tortura americana es peor, y esta más extendida de lo que se pensaba. Empezaron a aparecer artículos con encabezados como ‘El archipiélago militar de Estados Unidos’ o ‘El mundo secreto de los interrogatorios de Estados Unidos’. Estos valerosos informes incluyen frases como ‘constelación mundial de centros de detención’, ‘compleja infraestructura de la CIA y militar’ y ‘sistema global de detención dirigido por el Pentágono.’”
En cuanto a la marginación de Estados Unidos de la escena mundial, ofrece algunos datos significativos. En este país, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil se encuentra entre las más altas de los países desarrollados y su sistema de salud ocupa el lugar número 37. El sistema legal estadunidense es considerado anticuado y provincial, e incluso primitivo y brutal; se ha perdido hace mucho la ventaja científica ante Europa, mientras el déficit comercial anual deja ver una nación industrialmente débil y una economía que se mantiene a flote mediante enormes prestamos extranjeros.
Aquí también, hace una comparación con Roma recordando que la clave de su decadencia fueron las contradicciones internas que llevaron a su propio derrumbe. “En cuanto a Estados Unidos –afirma el autor– lo que le espera en el frente doméstico es la bancarrota y el desafecto popular; desde el punto de vista internacional, para 2040, si no antes, seremos una potencia de segundo o tercer orden. La historia ya no esta de nuestro lado; el tiempo pasa y la estrella de otras naciones se levantan mientras la nuestra se hunde en una semioscuridad.”
Autor también de El crepúsculo de la cultura americana (México: Sexto Piso, 2007), Berman rastrea con acierto las raíces históricas del imperialismo estadunidense en el surgimiento mismo de su país como nación independiente y en su proceso expansionista sintetizado en el Destino Manifiesto, con todas sus semillas de religiosidad providencialista, racismo (jerarquía racial), individualismo exacerbado, propiedad privada y economía capitalista, así como la visión binaria del mundo en términos de los buenos (estadunidenses) y los malos (los que son distintos).
Aunque pesimista sobre el destino de su país, en el que no vislumbra la posibilidad de una transformación por la misma arrogancia, prepotencia y estupidez estadunidenses, un “diagnóstico entristecedor”–opinaría Gore Vidal sobre la obra reseñada–, la existencia de intelectuales críticos como Berman o el propio Chomsky constituyen una esperanza para el futuro de Estados Unidos, e induce a pensar, parafraseando a Martí, que “cuando muchos no tienen la lucidez, unos pocos tienen la lucidez de muchos”.
Gilberto López y Rivas
La editorial mexicana independiente Sexto Piso, preocupada por la publicación de textos que pasan inadvertidos, pero que considera “pilares de la cultura universal”, puso a la venta un libro de Morris Berman, Edad oscura americana: la fase final del imperio, que llena plenamente las expectativas de esta clasificación. En efecto, la obra constituye una mirada penetrante y crítica de la situación actual de Estados Unidos, que, a juicio de Berman, se encuentra en la etapa terminal de su derrotero imperialista.
El autor equipara las características post Imperio Romano con las que definen el estado de la Unión Americana: “el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y el pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror del mundo preilustrado, y finalmente, la marginación política y económica de nuestra cultura”.
Alejado de la retórica o el argumento maniqueo, Berman proporciona informaciones y razones contundentes para sustentar sus tesis. Señala hasta qué punto las creencias religiosas en Estados Unidos son el soporte principal de buena parte de la población para explicar los eventos mundiales, en lugar de comprenderlos en términos de procesos políticos: así, 59 por ciento de los estadunidenses cree en las profecías apocalípticas y en una lucha final entre el Bien y el Mal (la batalla de Armagedón). Cita una información del New York Times acerca de los profesores de secundaria que están dejando fuera del programa de estudios el tema de la evolución por los problemas con los directores y funcionarios escolares y sobre todo con los padres fundamentalistas de los estudiantes. La Ilustración en su país está siendo minada de manera constante con la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad, y al impedirse el debate se erosionan los cimientos mismos de la democracia. “Una nación (que) es incapaz de percibir la realidad de manera correcta e insiste en funcionar partiendo de engaños basados en la fe, su capacidad para afirmarse en el mundo está casi descartada.”
Berman sostiene que cada vez hay más pruebas de que en términos intelectuales, Estados Unidos “permanece en la oscuridad” y ofrece datos: millones de estadunidenses ignoran la identidad de los enemigos de su país en la Segunda Guerra Mundial o que Alemania fue dividida en un sector oriental y otro occidental; preguntan a las agencias de viajes si no saldría más barato ir en tren a Hawai, en vez de en avión; 11 por ciento de los adultos jóvenes no pueden localizar Estados Unidos en un mapamundi y sólo 13 por ciento puede señalar Irak. Pero lo más serio es que ese nivel de ignorancia, y aun orgullo por dicha ignorancia, “finalmente habita en la Casa Blanca” y –como señala el periodista John Powers– “el señor Bush es de hecho un espejo de la nación”.
La legalización de la tortura evoca para Berman la cultura de las edades Oscura y Media. Considera que el pueblo de Estados Unidos después del 11 de septiembre apoya a gobiernos que rutinariamente practican la tortura. “Desde Abu Ghraib, ha habido revelaciones periódicas de prensa sobre cómo la tortura americana es peor, y esta más extendida de lo que se pensaba. Empezaron a aparecer artículos con encabezados como ‘El archipiélago militar de Estados Unidos’ o ‘El mundo secreto de los interrogatorios de Estados Unidos’. Estos valerosos informes incluyen frases como ‘constelación mundial de centros de detención’, ‘compleja infraestructura de la CIA y militar’ y ‘sistema global de detención dirigido por el Pentágono.’”
En cuanto a la marginación de Estados Unidos de la escena mundial, ofrece algunos datos significativos. En este país, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil se encuentra entre las más altas de los países desarrollados y su sistema de salud ocupa el lugar número 37. El sistema legal estadunidense es considerado anticuado y provincial, e incluso primitivo y brutal; se ha perdido hace mucho la ventaja científica ante Europa, mientras el déficit comercial anual deja ver una nación industrialmente débil y una economía que se mantiene a flote mediante enormes prestamos extranjeros.
Aquí también, hace una comparación con Roma recordando que la clave de su decadencia fueron las contradicciones internas que llevaron a su propio derrumbe. “En cuanto a Estados Unidos –afirma el autor– lo que le espera en el frente doméstico es la bancarrota y el desafecto popular; desde el punto de vista internacional, para 2040, si no antes, seremos una potencia de segundo o tercer orden. La historia ya no esta de nuestro lado; el tiempo pasa y la estrella de otras naciones se levantan mientras la nuestra se hunde en una semioscuridad.”
Autor también de El crepúsculo de la cultura americana (México: Sexto Piso, 2007), Berman rastrea con acierto las raíces históricas del imperialismo estadunidense en el surgimiento mismo de su país como nación independiente y en su proceso expansionista sintetizado en el Destino Manifiesto, con todas sus semillas de religiosidad providencialista, racismo (jerarquía racial), individualismo exacerbado, propiedad privada y economía capitalista, así como la visión binaria del mundo en términos de los buenos (estadunidenses) y los malos (los que son distintos).
Aunque pesimista sobre el destino de su país, en el que no vislumbra la posibilidad de una transformación por la misma arrogancia, prepotencia y estupidez estadunidenses, un “diagnóstico entristecedor”–opinaría Gore Vidal sobre la obra reseñada–, la existencia de intelectuales críticos como Berman o el propio Chomsky constituyen una esperanza para el futuro de Estados Unidos, e induce a pensar, parafraseando a Martí, que “cuando muchos no tienen la lucidez, unos pocos tienen la lucidez de muchos”.
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Hegemonía y Dominación,
La Caída del Imperio
Las paradojas del desarrollo en América Latina
James Petras
Rebelión
Traducido por el equipo de Rebelión
El desarrollo latinoamericano ofrece una amplia gama de paradojas que desafían todas las predicciones, las prescripciones y los análisis de escritores e intelectuales de izquierda y derecha. Hay cambios y desplazamientos abruptos en la correlación de fuerzas políticas, y al mismo tiempo se producen continuidades estructurales llamativas. Los avances políticos alternan con bruscos retrocesos a medida que los movimientos populares compiten por el poder por medio de movilizaciones de masas que resurgen y se enfrentan a las clases gobernantes. Los derrumbes de los sistemas financieros y productivos, las fugas de capitales y la desaparición de los regímenes de las clases gobernantes, van seguidos de fuertes recuperaciones económicas de corte capitalista, del renacimiento de movimientos liderados por los empresarios y de la restauración de la hegemonía capitalista frente a la pequeña burguesía. Los movimientos horizontales de clase y los sindicatos, que superan las divisiones étnicas, regionales y locales y desafían el estado capitalista, son desplazados por divisiones verticales en las cuales las organizaciones capitalistas, regionales y sectoriales, basadas en las masas, compiten por los beneficios. El liderazgo hegemónico sobre amplios sectores de la clase media baja y la población urbana y rural pobre, oscila entre el proletariado que ha ido a menos, los empleados públicos que se organizan, los campesinos y, en algunos casos, los desempleados urbanos, las elites organizadas de la exportación agraria, las multinacionales financieras y mineras lideradas por las grandes compañías que apoyan a los demagogos de derechas de las clases medias. La recuperación económica y unas tasas de crecimiento sostenidas y sustanciales fortalecen el poder político y social de las clases gobernantes, lo que contribuye a extender y acrecentar unas desigualdades superiores a las que precedieron a la crisis económica. El péndulo político se desplaza de una influencia radical de la izquierda en las calles al poder institucional de centro izquierda, o un nuevo surgimiento del poder institucional y de base derechista. Los movimientos sociales de masas, que ocupan y organizan fábricas fallidas y tierras improductivas, son sustituidos por la restauración a los anteriores propietarios, el desplazamiento forzoso de los campesinos y la vasta expansión de los productos de exportación agrarios.
Mientras la hegemonía estadounidense en América Latina se hace menos profunda y omnipresente, la variante local latinoamericana del neoliberalismo se expande y se globaliza. El inicio de la recesión y la crisis financiera en EEUU no consigue, o apenas consigue, frenar el boom exportador de América Latina, poniendo de manifiesto el creciente desacoplamiento de las economías de ambas regiones, lo cual deja obsoleto el cliché según el cual Cuando EEUU estornuda, América Latina atrapa una neumonía.
Uno de los factores clave que impulsa el resurgir de la derecha, el debilitamiento de los regímenes calificados de centro izquierda, y el aislamiento y declive de los movimientos sociales radicales en la primera década del nuevo milenio, es la primarización de las economías. El sector económico primario, a saber, la agricultura y la minería, está dominado por las grandes compañías agromineras nacionales y extranjeras, las cuales también lideran los negocios punteros y las instituciones financieras y ejercen la hegemonía sobre los gobiernos regionales y locales y sus empleados. Unos precios mundiales favorables y la apertura de los nuevos y dinámicos mercados de ultramar, así como las grandes aportaciones de inversiones extranjeras a los sectores primarios, han incrementado en gran medida el papel de las élites del sector agrominero en la economía y han aumentado su demanda de mayor influencia en la política económica nacional. La creciente importancia de los sectores agromineros y sus industrias satélite (finanzas, comercio, maquinaria agrícola, infraestructuras y construcción) ha desplazado los ejes del poder político de las alianzas de centro izquierda, compuesto por la clase trabajadora urbana de clase media y los pobres rurales y urbanos, hacia un bloque de poder de masas liderado por las élites agromineras que abarca pequeñas empresas urbanas, organizaciones profesionales, campesinos medianos e incluso pequeños, consumidores urbanos desafectos y empleados asalariados que sufren los efectos de la elevada inflación.
Las élites del sector primario lideradas por la derecha son los principales exponentes de las políticas de libre mercado, con independencia del declive de la influencia del FMI y el Banco Mundial, dado que su objetivo estratégico fundamental es el acceso ilimitado a los mercados de ultramar y la importación de capital y bienes de consumo a precios competitivos, más bajos. A escala nacional, las élites agromineras y sus colaboradores en los sectores financieros y comerciales, exigen el fin de la regulación gubernamental, la disminución o eliminación de los aranceles a la exportación, el fin del reparto de ingresos con el gobierno nacional y la reinversión del superávit comercial en proyectos de infraestructura que faciliten las exportaciones y los beneficios.
El desplazamiento del poder de la izquierda radical al centro izquierda y a la derecha va muy en paralelo con los vaivenes del capital. La izquierda radical dominó la calle, ejerció un veto virtual sobre la política económica e influyó en el cambio de régimen en el momento álgido de las crisis económicas y políticas y la derrota del neoliberalismo en los comienzos del siglo XXI. El centro izquierda surgió del punto muerto entre los movimientos sociales y la clase gobernante durante las crisis, la izquierda radical fue capaz de poner freno al dominio del capital pero no pudo, o no quiso, sustituirlo; y la clase gobernante ocupó las posiciones estratégicas en la economía, pero era incapaz de gobernar. El centro izquierda fue esencialmente un régimen de transición nacido tras las crisis, pero sólo podía sobrevivir a condición de que pudiera adaptarse a las demandas de las élites agromineras que emergieron del boom económico del período post crisis. El intento del centro izquierda de lograr ajustes políticos y una continuidad estructural creó, a su derecha, a sus sepultureros. Sintiéndose seguro por el apoyo que recibía de los sectores estratégicos privatizados, financieros, agromineros e industriales, el centro izquierda llevó a la práctica una serie de políticas fiscales, monetarias y laborales que forzosamente supusieron alimentar el relanzamiento del crecimiento capitalista. Unas condiciones favorables en el mercado mundial instaron a los regímenes de centro izquierda a adoptar la estrategia de crecimiento del sector primario, independientemente del hecho de que su base electoral se opusiera a las élites líderes en el sector primario. El centro izquierda operaba con una visión estática del equilibro de poder posterior a la crisis entre los pobres movilizados y una burguesía resurgente, y tenía en mente una alianza productiva donde podrían sacar provecho de la riqueza y los ingresos generados de un sector primario de libre mercado para los pagos de prestaciones sociales que pacificaran su base de masas. La estrategia se vino abajo en el momento en que el boom del sector primario despegó y las élites agromineras resurgentes se hicieron fuertes gracias a unos beneficios récord. Las élites derechistas del sector primario se negaron a entrar en el juego de la alianza productiva y de las políticas de reparto de la riqueza del régimen que impulsaba el centro izquierda. Incapaz de volver a meter al genio en la botella, el centro izquierda se convirtió en prisionero de la derecha resurgente, dando marcha atrás en cuanto a las promesas a su base de masas y sin voluntad ni capacidad de proteger a sus partidarios, por no hablar de movilizarlos contra la violencia institucional y callejera de las tropas de choque de la derecha del sector primario.
El dominio de los adalides de la economía propulsada por el sector primario ha tenido importantes repercusiones en el mapa macroeconómico y político.
En primer lugar, y ante todo, la derecha se ha hecho con el poder político en las dinámicas regiones agromineras, y con los beneficios obtenidos y los ingresos fiscales locales, han sido capaz de financiar proyectos locales de asistencia social que movilizan a la mayoría de la población local en apoyo de su agenda regionalista. Así, han conseguido, en gran medida, convertir el conflicto de clases en un conflicto sectorial y regional.
En segundo lugar, el impulso regional y el papel cada vez más estratégico de las regiones dominadas por la derecha en la economía nacional, ha dado lugar a una mayor influencia en la política nacional. En particular, grupos económicos dominantes en las capitales, sobre todo en los sectores financiero y comercial (actividades de importación y exportación), han unido sus fuerzas para socavar los regímenes de centro izquierda, con el resultado del sometimiento de los regímenes vulnerables de centro izquierda a las exigencias desreguladoras más radicales del sector agrominero. El problema al que se enfrentan los regímenes de centro izquierda es que el resurgir de la derecha ocurre en un momento en que las presiones inflacionarias están obligando a los trabajadores organizados a pedir mayores subidas salariales, sobre todo en vista de los pasados 5 años de rápido crecimiento y creciente desigualdad. Esto da lugar a un conflicto de tres vertientes, donde los regímenes de centro izquierda se encuentran con la oposición de su base popular anterior y han sido abandonados por la clase media de las capitales y provincias.
Las medidas reguladoras que el centro izquierda introdujo frente a la crisis de la década anterior, ahora se están erosionando. Los débiles esfuerzos por remediar la pobreza extrema y financiar el empleo urbano los socava una derecha agrominera con gran confianza en sí misma que se ve, con razón, como un centro dinámico de la estrategia de desarrollo de centro izquierda liderada por la exportación. La dependencia que tiene el centro izquierda del sector primario y su incapacidad de introducir cambios estructurales en el régimen de propiedad de tierras y el control minero y energético fueron cruciales para el poderoso resurgir de la derecha. La negativa del centro izquierda a renacionalizar los sectores económicos estratégicos privatizados durante la década anterior y su estrategia de desmovilización política de los movimientos populares han desplazado de manera dramática el equilibrio del poder político hacia la derecha.
En el cambio de siglo, los movimientos indios y campesinos desempeñaban un papel importante en algunos países de América Latina. En Bolivia, Ecuador, Colombia, México, Perú, Brasil, América Central y Paraguay, los movimientos indios y campesinos tuvieron un papel importante, bien en el derrocamiento de los regímenes neoliberales, construyendo potentes movimientos de base regional que influyeron en la política nacional, bien ayudando a que salieran elegidos presidentes de centro izquierda y, en algún caso, aportando el apoyo de las masas a los movimientos guerrilleros. La mayoría de dichos movimientos sociales eran, efectivamente, grupos de veto a la hora de plantear la agenda política nacional. Como actores políticos importantes, estos movimientos fueron aliados muy codiciados para los partidos y políticos electorales que se proclamaban de centro izquierda, para contrarrestar la política de patrocinio de las élites agromineras de derechas. El momento de triunfo de los movimientos, su reconocimiento como protagonistas en la política nacional como grupos con capacidad potencial para hacer y deshacer las fortunas electorales de los partidos y líderes políticos urbanos, fue también el principio del fin de su papel como agentes representativos de la base de masas.
Los líderes indios y campesinos sucumbieron a los halagos o favores políticos, empleos en el gobierno, ONG financiadas por la UE o EEUU, y microcréditos administrados por bancos internacionales de ultramar. Los movimientos y los líderes fueron testigos de cómo sus aliados políticos de centro izquierda giraron a la derecha, acogiendo la estrategia de exportación de agrominerales y abandonando las promesas de reforma de la tierra, seguridad alimentaria y financiación de la agricultura cooperativa. El resultado fue la pérdida visible de iniciativa política, divisiones internas, deserciones en masa y, en algunos casos, la transformación de los movimientos en correas transmisoras de las políticas oficiales que originaron una desmovilización parcial y la pérdida del poder en la calle. Sobre todo, el giro y el énfasis en la autonomía y la política étnica, promovido por las ONG y sus agencias de financiación de la UE y EEEUU, hicieron que los movimientos indios cambiaran la política de clases por la política separatista/regionalista. Este desplazamiento hacia la política identitaria los aisló de los sindicatos, los mineros y la clase trabajadora urbana y proporcionó a las poderosas élites agromineras un pretexto para hacerse con el control de las regiones más ricas y productivas del país, las que contienen las tierras más fértiles y mayor concentración de minerales, y los principales yacimientos de gas y petróleo.
A pesar del avanzado estado de descomposición y caos de los movimientos campesinos, especialmente indios, y su papel cada vez más aislado y marginal en la política nacional, un ejército de periodistas progresistas y de izquierdas, socios de ONG, intelectuales y escritores, continuaron balbuceando sobre los poderosos movimientos sociales de América Latina, una marea rosa, el avance de la izquierda, etc. Cuando la derecha agrominera de Bolivia convocó un referéndum separatista totalmente controlado, y los campesinos y partidarios indios del gobierno central fueron salvajemente apaleados por matones neofascistas apoyados por los regímenes separatistas provinciales, el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linares abandonó cualquier intento de defender la seguridad física de sus seguidores a la vez que se esforzaba al máximo por aplacar a la élite agrominera. En Ecuador, tras la desastrosa alianza electoral del movimiento indio CONAIE (2003) con el presidente seudoderechista convertido en populista Lucio Gutiérrez, el movimiento cayó en el declive, se dividió y desmoralizó a la base de masas, llegando a su punto más bajo en la votación de 2007 de la asamblea constituyente, donde obtuvo el 2% de los votos para sus candidatos. El movimiento indio zapatista se automarginó al negarse a apoyar un movimiento de protesta de millones de personas contra el fraude presidencial de 2006, y al concederle un apoyo simbólico mínimo al alzamiento de masas urbano rural en el estado mexicano de Oaxaca, que duró 6 meses bajo una dura represión estatal.
En el último tercio de esta década, ante el retroceso de los movimientos izquierdistas, la rendición de los regímenes de centro izquierda y el resurgir de la élite agrominera de derecha dura, los movimientos sociales rurales se han retirado hacia combates locales sectoriales, y los movimientos indios hacia una lucha defensiva por la supervivencia frente a la expansión dinámica de las plantaciones de soja, los exportadores de madera y las multinacionales del mineral y el petróleo. Los principales movimientos rurales, como el MST en Brasil, han experimentado tantos desahucios gubernamentales de ocupadores de tierras como ocupaciones. El CONAIE en Ecuador y los indios de Chiapas, han visto que los seguidores que abandonan sus tierras ancestrales, sus granjas e incluso el país son muchos más que los que se unen a los movimientos. Las federaciones de indios y campesinos de Bolivia han sido testigos de la vasta expansión y el enriquecimiento de las élites de exportación agromineras, mientras los niveles de pobreza siguen en el 65%, lo que les obliga a emprender una masiva emigración a ultramar.
La realidad dual de hoy es el retroceso del movimiento indio y campesino y el resurgir de las élites gobernantes agromineras; ambos aspectos reflejan el enorme ímpetu que da a esta polarización económica el hecho de que el centro izquierda promueva primarizar la economía.
La mejor forma de entender la América Latina contemporánea es examinar su paradojas más chocantes e identificar el contraste fundamental entre las apariencias que se proclaman y las realidades empíricas. A lo largo de los tres últimos años, los movimientos más poderosos y organizados de la sociedad civil están organizados por las grandes empresas urbanas de derecha, las élites de la agricultura apoyadas por un gran número de las clases medias del sector privado, pequeños campesinos, tenderos, asociaciones cívicas, empresarios del transporte y organizaciones profesionales. En cambio, los movimientos sociales rurales y urbanos de los pobres, organizados por la izquierda, están en retroceso, inmovilizados o a la defensiva. El resurgimiento de la derecha aparece en el contexto de unos regímenes de centro izquierda cuyas políticas han desmovilizado los movimientos a través de la cooptación y han estimulado una recuperación económica que, a su vez, ha levantado expectativas y demandas de la derecha en el sentido de una mayor autonomía, poder regional, concesiones más lucrativas y menos impuestos.
Bolivia . A finales de junio de 2008, la derecha controlaba plenamente los gobiernos en 5 provincias, celebró y ganó referéndum en 4 provincias, dominaba las calles y plazas mediante organizaciones cívicas agresivas, perpetraba ataques violentos periódicos sobre las asambleas de indios y sindicatos, y tenía el poder de convocar huelgas generales efectivas y cierres patronales que paralizaban la economía. Liderados por la oligarquía de negocios agrarios de Santa Cruz, pusieron en pie un gobierno paralelo para negociar la recaudación de impuestos, la política económica extranjera y obligar a la policía y al ejército nacional a someterse a sus políticas. Como resultado, las regiones de derecha ahora controlan más del 85% de las exportaciones y reservas de gas y petróleo, el 80% de las exportaciones agrarias y la mayor parte de las instituciones comerciales y financieras. Las organizaciones populares de izquierda han sido manipuladas y divididas por el gobierno de Morales-García Linera, minando su capacidad de respuesta ante el resurgimiento de la derecha. En junio, la federación de mineros, o al menos la mayoría de sus delegados, votaron a favor de que en julio se celebrara una huelga general contra el resurgir de la derecha y el régimen impotente de Morales.
Argentina . Durante la primera mitad de 2008, las empresas agrarias líderes, con fuerte apoyo de la burguesía provincial y los pequeños y medianos campesinos, organizaron cierres patronales masivos y sostenidos, una manifestación multitudinaria de 200.000 personas en Rosario, y obligaron al gobierno de Cristina Kirchner a renegociar un impuesto de arancel sobre los beneficios obtenidos con las exportaciones de grano y soja. Los líderes del boicot de derechas consiguieron debilitar la popularidad del régimen de centro izquierda, cuestionando su autoridad y capacidad de gobierno, mientras formaban alianzas políticas con los sectores comerciales y financieros urbanos. Lo que es igual de importante, la escasez de alimentos (carne y grano) dio lugar a subidas de precios que fomentaron la inflación y provocaron un amplio malestar entre los pobres urbanos. Los movimientos urbanos populares brindaron escaso apoyo al régimen de centro izquierda, no se opusieron a los boicoteos y cortes de carreteras de la derecha, a excepción de sectores de los sindicatos de camioneros. Claramente, el movimiento rural controlado por las fuerzas de derecha lideradas por los exportadores agrarios han sustituido a los movimientos de trabajadores en paro como sector dinámico de política extraparlamentaria. Como consecuencia del debilitamiento del centro izquierda, es probable que los neoliberales ortodoxos de derecha saquen un beneficio electoral.
Brasil . Durante los primeros seis años de la presidencia de Lula Da Silva, las empresas y lideres de la banca y asesores de derecha han dominado todas las posiciones económicas estratégicas del gobierno. Los principales movimientos del campo han sido dominados totalmente por las élites de la soja, madera, azúcar-etanol, que han desposeído a los pequeños agricultores, a los indios y campesinos de la agricultura de subsistencia al expandir su producción de cultivos de biocombustibles y otras exportaciones agrarias. El Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST) ha visto cómo se criminalizaban sus acciones sociales, se han expulsado a decenas de miles de ocupantes organizados de tierras y el ejército, la policía municipal y nacional y los ejércitos privados de los agro exportadores han quemado sus chabolas y han arrancado sus cultivos. Una de las fuerzas impulsoras del boom de la agroexportación ha sido la inversión extranjera, a gran escala y a largo plazo, en millones de hectáreas de tierras fértiles, fábricas de procesamiento de alimentos, refinerías de etanol e instalaciones de almacenamiento y transporte. Bajo Lula Da Silva, se han talado millones de hectáreas de selva de la región amazónica y se ha expulsado a miles de indígenas y colonos pobres. Como mucho, el MST ha realizado luchas defensivas, resistiendo a las ocupaciones de tierras y protestas simbólicas contra la agricultura biotecnológica y la destrucción ecológica. En contraste con la expansión dinámica del movimiento de apropiación de tierras liderada por los capitalistas, que recibe un importante apoyo financiero y policial del régimen de Lula, los movimientos populares retroceden, están bajo vigilancia y sometidos a una severa represión, encarcelamientos y asesinatos siempre que emprenden acciones directas. El régimen de Lula, que asumió el cargo con el poderoso respaldo de los sindicatos, el MST, las federaciones del sector público y los movimientos sociales populares, se ha convertido en el líder del movimiento de la agroexportación liderado por la élite resurgente. Lula ha eliminado las opciones políticas del MST y los sindicatos y ha abierto el camino a la reafirmación de la hegemonía de la clase dominante.
Venezuela . Después de que la derecha venezolana sufriera una serie de graves reveses, concretamente la derrota del golpe militar de abril de 2002, el cierre patronal de diciembre de 2002-febrero de 2003, el referéndum de 2004 y las elecciones presidenciales de 2006, volvieron a las calles en 2007 y consiguieron la derrota del referéndum de Chávez, en diciembre de 2007, por unos márgenes muy exiguos (menos del 1%). A lo largo de la última década, la derecha de Venezuela ha retenido una presencia extraparlamentaria de masas y una red de ONG bien organizada que entrena y lleva a cabo manifestaciones callejeras de gran envergadura, con ayuda de las agencias estadounidenses de ultramar. La derecha venezolana ha combinado la acción electoral con la extraparlamentaria, protestas violentas terroristas y protestas de masas no violentas, alternando según las circunstancias y oportunidades. Aprovechando las concesiones del gobierno, incluida la amnistía de los participantes en el golpe, el aumento de la inflación y la escasez inducida por la oposición, la derecha aspira a salir vencedora en las elecciones locales y nacionales previstas para noviembre de 2008, donde espera ganar una mayoría significativa de las elecciones locales y nacionales. Afianzando su liderazgo en los movimientos de estudiantes, dominados por las élites, de la universidad pública y privada, y en su sólida base de la élite de los negocios agrarios, la derecha tiene la esperanza de repetir su primer éxito electoral del referéndum de 2007. El gobierno y su nuevo partido de masas, PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) se enfrentan a una derecha rejuvenecida, fortalecida por los infiltrados y agitadores patrocinados por EEUU y Colombia, que actúa en los barrios pobres y es capaz de disturbios violentos y de promover movimientos separatistas, sobre todo en el estado de Zulia, rico en petróleo.
Ecuador . El levantamiento popular de 2005 que derrocó al presidente de derecha Lucio Gutiérrez, la subsiguiente elección de Rafael Correa y las dobles victorias en el referéndum de una nueva constitución y los delegados de la comisión constitucional (octubre de 2007), prácticamente eliminaron a los partidos tradicionales de derecha. Habiendo perdido claramente sus bastiones electorales en el parlamento y la presidencia, la derecha política lanzó un movimiento de autonomía regionalista separatista a gran escala, con base en Guayaquil, dirigido por su alcalde. A principios de 2008, movilizaron a 200.000 partidarios de derecha en un esfuerzo por presionar a la asamblea constituyente. Y lo que es más grave, el ejército y sus agencias de inteligencia, en estrecha colaboración con la CIA y el ejército colombiano, ocultaron al presidente Correa información sobre la incursión violenta del presidente colombiano Uribe y su bombardeo de la región fronteriza de Ecuador en la persecución de la guerrilla de las FARC. Como respuesta, Correa destituyó al ministro de Defensa, al director de la inteligencia militar al jefe del ejército. La clave del resurgir de la derecha en Ecuador estriba en el hecho de que los poderosos bancos costeros, los grupos financieros e industriales, han permanecido intactos, así como las grandes multinacionales del petróleo de propiedad extranjera, que controlan el 56% de la producción del crudo. Los principales medios de comunicación privados, aliados de la derecha, dominan las ondas, al no existir ningún órgano mediático importante del gobierno. Si bien Correa eliminó correctamente a los oficiales militares pro imperialistas más egregios, las instituciones civiles y militares del Estado siguen plagadas de personas nombradas por los anteriores regímenes de centro derecha. Si Correa actualmente domina el ejecutivo y el parlamento, la derecha ha demostrado su capacidad de lanzar un poderoso movimiento de sociedad civil y sigue teniendo la llave de los sectores militares. El resurgir de la derecha en la sociedad civil se da en un momento en el que los principales movimientos de sociedad civil de izquierda (el sindicato indio CONAIE y los sindicatos de los trabajadores del petróleo) han sido debilitados, desatendidos o marginados por el régimen de Correa, haciéndolos vulnerables a un ataque extraparlamentario.
Colombia . Colombia es un país en el que la extrema derecha ha logrado sus mayores beneficios, tanto dentro del gobierno, en la sociedad civil y la lucha de clases, como en relación con sus vecinos. Con la elección de Álvaro Uribe, Colombia es testigo de la sistemática extensión de la actividad de los escuadrones de la muerte relacionada con un movimiento masivo de clase media urbana y el reclutamiento por la fuerza de decenas de miles de informantes rurales bajo la amenaza de tortura y muerte. Respaldado por más de 6.000 millones de dólares de ayuda militar de EEUU, miles de asesores estadounidenses y la más avanzada tecnología de detección procedente de EEUU e Israel, el régimen ha expulsado a más de dos millones de campesinos desde el campo a los suburbios urbanos o fuera de sus fronteras. La reelección de Uribe fue acompañada por un aumento de las fuerzas armadas hasta llegar a los 250.000 miembros. Los alcaldes y parlamentarios de centro izquierda pertenecientes al Polo Democrático son totalmente impotentes para evitar las masacres semanales e incapaces de bloquear la promulgación de un acuerdo bilateral de libre comercio con EEUU. El régimen ha militarizado la mayor parte del campo y ha aislado y destruido las organizaciones sindicales y campesinas.
Desde 2005, la derecha colombiana ha estado infiltrando fuerzas paramilitares en Venezuela para desestabilizar el régimen de Chávez. Organizaron el secuestro de un portavoz de las FARC en el centro de Caracas. La culminación de la proyección de poder regional de Colombia fue el bombardeo de un campamento de las FARC en Ecuador, identificado por EEUU y Colombia en el curso de las negociaciones internacionales sobre secuestrados y prisioneros con la mediación de Chávez. A consecuencia de ello, Chávez cedió a las presiones de Uribe y atacó públicamente a las FARC haciéndoles un llamamiento a desarmarse y a someterse incondicionalmente a los términos dictados por el gobierno colombiano. Uribe moviliza hoy a un millón y medio de partidarios mientras que el centro izquierda cuenta con 200.000 y los movimientos populares de izquierda están en retirada.
Lejos de un período de avance de la izquierda, América Latina se encuentra en medio de una derecha renaciente, tanto en la sociedad civil como en la arena electoral, en gran parte gracias al boom económico que (junto con la consolidación y promoción de sus promotores en la agroindustria, las finanzas y la minería) ahora amenaza con desplazar a los regímenes de centro izquierda. La creciente ‘marea blanca’ ha establecido las bases para una nueva forma de oligarquía conjunta imperial para cuando EEUU se recupere de su recesión, de la crisis financiera y del atolladero militar en Oriente Próximo.
La paradoja de la autonomía
La segunda paradoja se sitúa en la propuesta de ‘autonomía’ hecha por la izquierda o centro izquierda, que ha fortalecido a la derecha y a la élite económica regional, y debilitado al gobierno central y a los movimientos populares nacionales. Lo que empezó como una exigencia indigenista de izquierda de un Estado multiétnico basado en una ‘autonomía regional’, ha evolucionado a una plataforma de la rejuvenecida derecha, que exige autonomía regional exclusivamente para controlar y explotar las regiones ricas desde el punto de vista agrícola y minero. La consigna de ‘autonomía’ alzada originariamente por movimientos dirigidos por indios y respaldados por ONG financiadas por EEUU y Europa, tenía por objetivo un gobierno étnico regional libre de la tutela del gobierno central. El problema es que las zonas más prósperas y ricas en ingresos y recursos son precisamente las regiones en las que las comunidades indias no dominan y en las que el trabajo asalariado y las relaciones comerciales han disuelto con creces las ‘relaciones recíprocas’ tradicionales indias. Con el ascenso del gobierno de centro izquierda la cuestión fue lograr ingresos adicionales procedentes de las regiones ricas en recursos y controladas por la oligarquía blanca, para financiar el desarrollo de las regiones más pobres, en las que predominaban los indios y reasentar a indios pobres y sin tierras en las tierras fértiles y proporcionarles trabajo en las productivas industrias y minas. En vez de eso, la autonomía regional básicamente ha confinado a los indios a las montañas remotas y poco fértiles para que administren su propia miseria y reciban poca ayuda estatal generada por los enormes beneficios de la minería y las exportaciones agrarias. Por contraste, una vez perdida la influencia o el control directo del gobierno central, las regiones ricas dominadas por las élites financieras y del sector agrominero han esgrimido ante los indios la retórica de la ‘autonomía’ para avanzar hacia la secesión de hecho y monopolizar la riqueza y los ingresos generados localmente en contra de todo reparto federal de los ingresos.
La vaguedad de la retórica de ‘autonomía’ y ‘gobierno local’ no analizó las clases, que se hubieran beneficiado de la devolución de poder y de recursos. Además, el desarrollo desigual de las regiones y la también desigual distribución de la riqueza excluyó cualquier posibilidad de una política equitativa que favoreciera las regiones menos desarrolladas y de ingresos más bajos. La autonomía regional, que en un primer momento a la comunidad de las ONG les parecía (o lo discutieron) una manera de corregir las injusticias históricas en relación con los indios, tuvo el efecto contrario de negar a la mayoría los frutos de sus logros en relación con el poder nacional. El divorcio de los indios pobres de las regiones de gran riqueza y tierras fértiles y ricas minas fue el resultado del expolio histórico que padecieron debido a los grandes propietarios de tierras y de minas, y anteriormente, de la búsqueda por parte de los depredadores coloniales de indígenas para realizar trabajos forzados. La exigencia progresista no es la emancipación de los pobres en sus empobrecidas regiones sino exigir la devolución de las tierras por la vía de la reforma agraria y la expropiación de las minas como mecanismos reales para crear un poder de clase. Los regímenes de centro izquierda se niegan a expropiar, reasentar y emancipar a los pobres; en vez de ello, su política de ‘autonomía’ preserva las élites y propiedades existentes, históricamente limpias de indígenas, y encierra a los indios en sus improductivos enclaves de las montañas y en los barrios pobres de las ciudades. Lo peor de todo es que la retórica de la autonomía jugó a favor de la derecha y le permitió apoderarse del control político de sus prósperas regiones a costa del gobierno federal.
No hay duda sobre la llamada de los políticos de los regímenes de centro izquierda. Los estudios de los resultados electorales demuestran de manera contundente que su principal base de apoyo procede de los pobres rurales y urbanos, la clase media baja, los movimientos sociales y sindicatos organizados. La fuerza motriz del cambio político desde la derecha neoliberal al centro izquierda fue la profunda crisis económica precipitada por la desregulación del mercado, la especulación financiera salvaje y las grandes concentraciones de riqueza en medio de una crisis sistemática. Sin embargo, es precisamente la base popular electoral de los regímenes de centro izquierda la que menos se ha beneficiado de la recuperación económica, del boom de artículos de consumo y del relativamente alto índice de crecimiento. Es la antes desacreditada élite económica la que ha recuperado sus altos índices de beneficios y ha logrado consolidar su posesión de activos privatizados de forma sospechosa. Los regímenes de centro izquierda han ‘cerrado el ciclo’ que empezó con el final de la crisis del neoliberalismo de los noventa, que llevó a desacreditar a las derechas y a un descenso de los beneficios. Esto llevó a la emergencia de poderosos movimientos sociales y sirvió de trampolín para el ascenso del centro izquierda al poder, la recuperación, crecimiento y ahora renacimiento de la derecha, tanto en su expresión política como económica. Todo ello ha tenido lugar en menos de un decenio y sin que le dieran importancia los miopes comentaristas de izquierda que siguen manteniendo el ‘final de la hegemonía estadounidense’.
Los mayores índices de beneficios privados, de reservas de moneda extranjera y de austeridad fiscal, han tenido lugar bajo los regímenes de centro izquierda elegidos popularmente en esta década, no bajo los regímenes neoliberales de derecha de los noventa. Esto se debe, en parte, a los altos precios mundiales de exportación de productos agromineros, pero también a la estabilidad política, los incentivos económicos y las políticas fiscales de los regímenes de centro izquierda. Tanto los inversores extranjeros como nacionales han considerado positivamente la desmovilización de la insurgencia popular por parte del centro izquierda y la canalización de la política por las vías establecidas, y ha llevado a la repatriación del capital. La imposición por parte de los regímenes de moderados incrementos salariales en un momento de aumento de los beneficios del capital, ha aumentado las desigualdades en los beneficios y en los salarios. Igualmente importante, los regímenes de centro izquierda han reducido el ancestral saqueo económico a gran escala y la corrupción generalizada, y han obligado al capital a invertir por el beneficio en vez de robar el tesoro. En gran parte, la corrupción de los políticos es ahora un medio de engrasar las ruedas de la inversión. El mayor crecimiento del capitalismo bajo regímenes putativos de ‘centro izquierda’ en vez de bajo la derecha neoliberal es, en parte, resultado del cambio de saquear los recursos existentes a invertir en capitalismo ‘normal’. En ese sentido, la diferencia entre derecha neoliberal y el centro izquierda no es por el capitalismo o ‘libre mercado’, sino entre el capitalismo que obtiene ingresos de las ‘rentas’ del Estado y el capitalismo que crece vía transacciones de mercado.
La paradoja del centro izquierda que antepone las obligaciones de la deuda a los programas sociales
La derecha dura dio prioridad a sus relaciones con las agencias internacionales prestatarias y dependió en gran medida de la financiación, por medio de la deuda, de muchas de sus inversiones a favor del crecimiento del sector financiero no productivo. El saqueo de los bancos por parte de la derecha y la destrucción de la confianza de los ahorradores hizo que recurriera al FMI y al Banco Mundial para su rescate, en el proceso de someter la economía a las onerosas condiciones que limitaban el crecimiento, especialmente el de la economía real. Retóricamente, el centro izquierda libraba una guerra ideológica contra el FMI, especialmente en cuanto a las condiciones y el oneroso pago de la deuda que, afirmaba, empobrecía a la clase trabajadora. Una vez en el poder, sin embargo, el centro izquierda procedía rápida y decisivamente a reembolsar la deuda oficial (es decir, a pagar efectivamente la deuda contraída con el FMI y el Banco Mundial), asegurando que así limitaba su influencia. De hecho, los gobiernos de centro izquierda incrementaron la deuda privada interna y externa total, siguieron lealmente las políticas fiscales del FMI-BM y sus programas relativos a los superávits presupuestarios y mantuvieron vínculos, por intermedio del banco central, con el sector financiero a la vez que calificaban este arreglo de autonomía.
Ninguno de los bancos centrales puso restricción alguna al pago de la deuda, ninguno dio prioridad a la deuda social por encima del reembolso a los acreedores y poseedores de bonos. A la hora de hacer frente a los pagos de la deuda, el centro izquierda estuvo tan dispuesto y puntual como lo había estado la derecha, una vez acordados los pagos. Aunque en un primer momento decidió reducir el pago de la deuda tras la crisis financieras, Argentina procedió a incrementar los pagos con arreglo a su ritmo de crecimiento. En los años siguientes, con un crecimiento del 8%, sus acreedores nacionales y extranjeros recuperaron con creces lo que en un primer momento se les había deducido. Con todos los gobiernos de centro izquierda, el crecimiento de los pagos de la deuda y los incrementos de las reservas de divisas excedían ampliamente los incrementos del salario mínimo, lo que hacía sus mercados atractivos para los inversores bursátiles extranjeros.
La paradoja del declive del sindicalismo y más deshaucios bajo los gobiernos de centro izquierda
Bajo los gobiernos de centro izquierda se ha registrado una disminución de la militancia sindical y un incremento en el desplazamiento de trabajadores urbanos y rurales. Con su influencia sobre los sindicatos y los líderes campesinos, dichos gobiernos presidieron la disminución de las huelgas generales y de las movilizaciones políticas debidas al cambio estructural que caracterizó el período anterior de gobiernos de derechas. Las ocupaciones de fábricas por parte de los trabajadores desempleados en Argentina acabaron; las organizaciones de trabajadores desempleados dejaron de bloquear las principales carreteras; los empresarios iniciaron procesos para recuperar las fábricas ocupadas y, en muchos casos, obtuvieron fallos judiciales favorables; la propiedad capitalista se protegió y funcionó con menos huelgas y paros laborales; las ocupaciones de tierras por parte de los campesinos fueron sustituidas por la recuperación de éstas por los especuladores e inversores agroindustriales; el boom de los productos básicos fue acompañado por el boom de la propiedad inmobiliaria, lo que condujo a un desarrollo urbano conseguido mediante el desplazamiento de los pobres urbanos de las zonas de chabolas y la construcción de costosos bloques de apartamentos de alta seguridad, centros comerciales y complejos de negocios. Bajo el lema de modernización y desarrollo y el crédito fácil, el centro izquierda convirtió la conciencia de clase en conciencia de consumidor, especialmente entre los trabajadores sindicados organizados mejor pagados.
Paradójicamente, las clases populares ganaron elecciones y perdieron poder social
La elección de líderes de centro izquierda condujo a la sustitución de los políticos tradicionales por líderes de los movimientos sociales de base y, en algunos casos, dichos líderes de movimientos sociales se convirtieron en políticos del establishment. En cualquier caso, una vez en el poder, los políticos de centro izquierda se convirtieron en apóstoles del dogma de la representación de todas las clases, difuminando con ello su compromiso con sus votantes originales y sustituyendo los decretos presidenciales por consultas populares, a la vez que reducían la relevancia del poder social en las calles. Cuanto mayor y más dependiente de los movimientos sociales fue la victoria del centro izquierda, más se alejó de las exigencias programáticas de dichos movimientos. Las organizaciones populares se hallaron en una grave tesitura por haber ligado a sus seguidores al centro izquierda y acabaron por tener un electorado desilusionado, sin alternativas a la vista y limitado a conseguir concesiones menores.
Paradojas de la economía: a medida que crecen los mercados, decae la influencia estadounidense
El capitalismo latinoamericano se hizo mucho más librecambista y más profundamente integrado en los mercados globales, a la vez que mostraba unas tasas de crecimiento mayores, coincidiendo con el comienzo de la recesión y las experiencias de estanflación del capitalismo estadounidense. El viejo tópico de que Cuando EEUU se resfría, América Latina atrapa una neumonía ya no tiene ninguna validez. América Latina se está desvinculando cada vez más de la economía estadounidense en tres direcciones: primera, potenciando sus vínculos comerciales con Asia y la Unión Europea ; la segunda, incrementando el comercio regional; y por último, profundizando su mercado nacional. Teniendo en cuenta el boom de los productos básicos, globalizarse significa obtener mayores beneficios, mejor acceso al mercado y menos limitaciones para la consecución de precios negociados más altos. Por consiguiente, la decadencia de la centralidad del mercado estadounidense y de su influencia política, significa que los exportadores latinoamericanos pueden evitar los acuerdos comerciales no equitativos con Estados Unidos, donde los contingentes, los aranceles y las subvenciones limitan el libre comercio Norte-Sur.
A medida que disminuye la influencia del FMI y el BM, crecen los mercados libres Con el incremento del superávit comercial de los países exportadores latinoamericanos del sector agrominero, la necesidad de financiación a través del FMI y el Banco Mundial disminuye. Teniendo en cuenta las duras condiciones impuestas por las instituciones financieras internacionales, los gobiernos latinoamericanos pueden negociar su financiación comercial y aprovecharse de una autofinanciación local pública y privada. Una mayor liquidez interna e internacional ha facilitado el incremento de la financiación de las inversiones del sector de la agroindustria y la minería, que a su vez ha estimulado nuevos acuerdos de libre comercio con América Latina, y entre la región y la subregión y Estados Unidos y Asia. El hecho de que estas barreras comerciales estén derribándose a medida que la influencia del FMI y del Banco Mundial se desvanece, demuestra que las políticas de libre mercado obedecen a diseños endógenos y no a otros impuestos por instituciones externas. La subida de las clases dominantes de la agroindustria, la minería y las finanzas de América Latina, y los mayores beneficios conseguidos por un mejor acceso a los mercados internacionales, son razones suficientes y necesarias para que dichas clases aboguen por políticas de libre mercado, incluso en unos momentos en los que el FMI y el Banco Mundial pierden importancia macroeconómica. El antineoliberalismo como preludio de un crecimiento vertiginoso del neoliberalismo
En época de elecciones, prácticamente todos los gobiernos de América Latina, desde el centro izquierda en adelante, han atacado el neoliberalismo como sistema de falso desarrollo. Una vez en el poder y enfrentados al crecimiento de la demanda mundial de bienes de exportación y a unos beneficios desmesurados, los post neoliberales se han convertido en fervorosos defensores de la exportación de artículos básicos, la búsqueda de acuerdos de libre cambio bilaterales y la masiva importación de bienes acabados, es decir, del típico patrón del modelo neoliberal.
El neoliberalismo se convirtió en un icono demonizado ritual y se vinculaba a un pasado asociado con políticos desacreditados y partidos corruptos. No obstante, su invocación permite confundir a los fieles y esconder que los actuales gobiernos han llevado las directrices neoliberales por la misma senda desreguladora. Al despotricar contra el neoliberalismo anterior, los actuales gobiernos obtienen un capital político que les permite promover la nueva y dinámica versión contemporánea.
Cuanto mayor era el crecimiento agrícola, más aumentaban las ganancias por exportación, más crecía la inflación y más descendía el consumo de alimentos, a la vez también crecía el descontento generalizado. El enorme incremento de demanda de minerales por parte de países de reciente industrialización muy dinámicos, así como la demanda de etanol de los países imperialistas occidentales, originó el crecimiento de las exportaciones agrícolas. La entrada masiva de ingresos y el descenso en la producción de alimentos en el país, a medida que las tierras se utilizaban para la producción de soja, azúcar y cereales destinados a los mercados externos, mayor era el desequilibrio entre la demanda externa de alimentos y la oferta de éstos, lo que produjo presiones inflacionistas. La inflación superó los incrementos salariales, lo que condujo a un mayor malestar social, disturbios, huelgas y bloqueos de carreteras. La inflación polarizó la sociedad civil en múltiples direcciones enfrentando a los agroexportadores, los transportistas, los consumidores, los pensionistas de economía fija, los trabajadores asalariados, y reduciendo la fuerza del gobierno central sobre la economía a la vez que erosionaba su apoyo popular a las clases gobernantes.
Si bien hay numerosas iniciativas de integración regional, especialmente el ALBA, propuesto por Venezuela , la principal dirección del comercio latinoamericano es hacia los centros dinámicos del comercio mundial. Cada vez más, los principales enclaves económicos de sectores específicos muy dinámicos y las regiones de América Latina se han vinculado con regiones de rápido crecimiento en Asia, Europa y Oriente Próximo, sobrepasando con mucho el ritmo de crecimiento del comercio interregional. El acuerdo regional propuesto por Estados Unidos, el ALCA, nunca despegó realmente; la Unión Andina esta hecha añicos, mientras Colombia y Perú persiguen acuerdos bilaterales con Estados Unidos; el ALBA propuesto por Venezuela incluye sólo las economías marginales de Cuba, Nicaragua, República Dominicana y Bolivia, y la mayor parte de los flujos se dirigen de Venezuela a sus socios de menor entidad, mientras que sus principales socios comerciales siguen siendo Estados Unidos y ahora Asia, Oriente Próximo y Rusia. Ecuador , aparentemente miembro potencial del ALBA, prefiere mantener sus vínculos con Estados Unidos, gran comprador de sus exportaciones petroleras.
Los principales lugares de América Latina donde se explota en régimen de esclavitud la mano de obra indígena resulta que son Bolivia y Brasil: el primero, un país dirigido por un presidente indígena; el otro, por un ex líder de una gran confederación sindical. Los abusos más flagrantes infligidos a ciudadanos indígenas que protestaban por la contaminación ecológica y los agravios de las élites son los tres regímenes de centro izquierda de Ecuador (los mineros), Bolivia (especialmente Santa Cruz ) y Chile (donde la presidenta socialista ha encarcelado a docenas de ellos). Cuanto más éxito ha tenido la recuperación económica por parte de los gobiernos de centro izquierda, menos apoyo reciben de la clase media, más crecen las demandas de las élites de una mayor concentración de la riqueza y son más débiles las respuestas de los movimientos sociales populares. Los gobiernos de centro izquierda han presidido un crecimiento dinámico y grandes polarizaciones sociales que han modificado el equilibrio de poder en favor de la derecha dura y han acelerado la desaparición de la hegemonía política de centro izquierda.
Enlace a texto en Rebelión
Rebelión
Traducido por el equipo de Rebelión
Introducción
El desarrollo latinoamericano ofrece una amplia gama de paradojas que desafían todas las predicciones, las prescripciones y los análisis de escritores e intelectuales de izquierda y derecha. Hay cambios y desplazamientos abruptos en la correlación de fuerzas políticas, y al mismo tiempo se producen continuidades estructurales llamativas. Los avances políticos alternan con bruscos retrocesos a medida que los movimientos populares compiten por el poder por medio de movilizaciones de masas que resurgen y se enfrentan a las clases gobernantes. Los derrumbes de los sistemas financieros y productivos, las fugas de capitales y la desaparición de los regímenes de las clases gobernantes, van seguidos de fuertes recuperaciones económicas de corte capitalista, del renacimiento de movimientos liderados por los empresarios y de la restauración de la hegemonía capitalista frente a la pequeña burguesía. Los movimientos horizontales de clase y los sindicatos, que superan las divisiones étnicas, regionales y locales y desafían el estado capitalista, son desplazados por divisiones verticales en las cuales las organizaciones capitalistas, regionales y sectoriales, basadas en las masas, compiten por los beneficios. El liderazgo hegemónico sobre amplios sectores de la clase media baja y la población urbana y rural pobre, oscila entre el proletariado que ha ido a menos, los empleados públicos que se organizan, los campesinos y, en algunos casos, los desempleados urbanos, las elites organizadas de la exportación agraria, las multinacionales financieras y mineras lideradas por las grandes compañías que apoyan a los demagogos de derechas de las clases medias. La recuperación económica y unas tasas de crecimiento sostenidas y sustanciales fortalecen el poder político y social de las clases gobernantes, lo que contribuye a extender y acrecentar unas desigualdades superiores a las que precedieron a la crisis económica. El péndulo político se desplaza de una influencia radical de la izquierda en las calles al poder institucional de centro izquierda, o un nuevo surgimiento del poder institucional y de base derechista. Los movimientos sociales de masas, que ocupan y organizan fábricas fallidas y tierras improductivas, son sustituidos por la restauración a los anteriores propietarios, el desplazamiento forzoso de los campesinos y la vasta expansión de los productos de exportación agrarios.
Mientras la hegemonía estadounidense en América Latina se hace menos profunda y omnipresente, la variante local latinoamericana del neoliberalismo se expande y se globaliza. El inicio de la recesión y la crisis financiera en EEUU no consigue, o apenas consigue, frenar el boom exportador de América Latina, poniendo de manifiesto el creciente desacoplamiento de las economías de ambas regiones, lo cual deja obsoleto el cliché según el cual Cuando EEUU estornuda, América Latina atrapa una neumonía.
La dinámica de clases de la derecha resurgente
Uno de los factores clave que impulsa el resurgir de la derecha, el debilitamiento de los regímenes calificados de centro izquierda, y el aislamiento y declive de los movimientos sociales radicales en la primera década del nuevo milenio, es la primarización de las economías. El sector económico primario, a saber, la agricultura y la minería, está dominado por las grandes compañías agromineras nacionales y extranjeras, las cuales también lideran los negocios punteros y las instituciones financieras y ejercen la hegemonía sobre los gobiernos regionales y locales y sus empleados. Unos precios mundiales favorables y la apertura de los nuevos y dinámicos mercados de ultramar, así como las grandes aportaciones de inversiones extranjeras a los sectores primarios, han incrementado en gran medida el papel de las élites del sector agrominero en la economía y han aumentado su demanda de mayor influencia en la política económica nacional. La creciente importancia de los sectores agromineros y sus industrias satélite (finanzas, comercio, maquinaria agrícola, infraestructuras y construcción) ha desplazado los ejes del poder político de las alianzas de centro izquierda, compuesto por la clase trabajadora urbana de clase media y los pobres rurales y urbanos, hacia un bloque de poder de masas liderado por las élites agromineras que abarca pequeñas empresas urbanas, organizaciones profesionales, campesinos medianos e incluso pequeños, consumidores urbanos desafectos y empleados asalariados que sufren los efectos de la elevada inflación.
Las élites del sector primario lideradas por la derecha son los principales exponentes de las políticas de libre mercado, con independencia del declive de la influencia del FMI y el Banco Mundial, dado que su objetivo estratégico fundamental es el acceso ilimitado a los mercados de ultramar y la importación de capital y bienes de consumo a precios competitivos, más bajos. A escala nacional, las élites agromineras y sus colaboradores en los sectores financieros y comerciales, exigen el fin de la regulación gubernamental, la disminución o eliminación de los aranceles a la exportación, el fin del reparto de ingresos con el gobierno nacional y la reinversión del superávit comercial en proyectos de infraestructura que faciliten las exportaciones y los beneficios.
El desplazamiento del poder de la izquierda radical al centro izquierda y a la derecha va muy en paralelo con los vaivenes del capital. La izquierda radical dominó la calle, ejerció un veto virtual sobre la política económica e influyó en el cambio de régimen en el momento álgido de las crisis económicas y políticas y la derrota del neoliberalismo en los comienzos del siglo XXI. El centro izquierda surgió del punto muerto entre los movimientos sociales y la clase gobernante durante las crisis, la izquierda radical fue capaz de poner freno al dominio del capital pero no pudo, o no quiso, sustituirlo; y la clase gobernante ocupó las posiciones estratégicas en la economía, pero era incapaz de gobernar. El centro izquierda fue esencialmente un régimen de transición nacido tras las crisis, pero sólo podía sobrevivir a condición de que pudiera adaptarse a las demandas de las élites agromineras que emergieron del boom económico del período post crisis. El intento del centro izquierda de lograr ajustes políticos y una continuidad estructural creó, a su derecha, a sus sepultureros. Sintiéndose seguro por el apoyo que recibía de los sectores estratégicos privatizados, financieros, agromineros e industriales, el centro izquierda llevó a la práctica una serie de políticas fiscales, monetarias y laborales que forzosamente supusieron alimentar el relanzamiento del crecimiento capitalista. Unas condiciones favorables en el mercado mundial instaron a los regímenes de centro izquierda a adoptar la estrategia de crecimiento del sector primario, independientemente del hecho de que su base electoral se opusiera a las élites líderes en el sector primario. El centro izquierda operaba con una visión estática del equilibro de poder posterior a la crisis entre los pobres movilizados y una burguesía resurgente, y tenía en mente una alianza productiva donde podrían sacar provecho de la riqueza y los ingresos generados de un sector primario de libre mercado para los pagos de prestaciones sociales que pacificaran su base de masas. La estrategia se vino abajo en el momento en que el boom del sector primario despegó y las élites agromineras resurgentes se hicieron fuertes gracias a unos beneficios récord. Las élites derechistas del sector primario se negaron a entrar en el juego de la alianza productiva y de las políticas de reparto de la riqueza del régimen que impulsaba el centro izquierda. Incapaz de volver a meter al genio en la botella, el centro izquierda se convirtió en prisionero de la derecha resurgente, dando marcha atrás en cuanto a las promesas a su base de masas y sin voluntad ni capacidad de proteger a sus partidarios, por no hablar de movilizarlos contra la violencia institucional y callejera de las tropas de choque de la derecha del sector primario.
El resurgir del neoliberalismo de libre mercado y el debilitamiento de los movimientos sociales
El dominio de los adalides de la economía propulsada por el sector primario ha tenido importantes repercusiones en el mapa macroeconómico y político.
En primer lugar, y ante todo, la derecha se ha hecho con el poder político en las dinámicas regiones agromineras, y con los beneficios obtenidos y los ingresos fiscales locales, han sido capaz de financiar proyectos locales de asistencia social que movilizan a la mayoría de la población local en apoyo de su agenda regionalista. Así, han conseguido, en gran medida, convertir el conflicto de clases en un conflicto sectorial y regional.
En segundo lugar, el impulso regional y el papel cada vez más estratégico de las regiones dominadas por la derecha en la economía nacional, ha dado lugar a una mayor influencia en la política nacional. En particular, grupos económicos dominantes en las capitales, sobre todo en los sectores financiero y comercial (actividades de importación y exportación), han unido sus fuerzas para socavar los regímenes de centro izquierda, con el resultado del sometimiento de los regímenes vulnerables de centro izquierda a las exigencias desreguladoras más radicales del sector agrominero. El problema al que se enfrentan los regímenes de centro izquierda es que el resurgir de la derecha ocurre en un momento en que las presiones inflacionarias están obligando a los trabajadores organizados a pedir mayores subidas salariales, sobre todo en vista de los pasados 5 años de rápido crecimiento y creciente desigualdad. Esto da lugar a un conflicto de tres vertientes, donde los regímenes de centro izquierda se encuentran con la oposición de su base popular anterior y han sido abandonados por la clase media de las capitales y provincias.
Las medidas reguladoras que el centro izquierda introdujo frente a la crisis de la década anterior, ahora se están erosionando. Los débiles esfuerzos por remediar la pobreza extrema y financiar el empleo urbano los socava una derecha agrominera con gran confianza en sí misma que se ve, con razón, como un centro dinámico de la estrategia de desarrollo de centro izquierda liderada por la exportación. La dependencia que tiene el centro izquierda del sector primario y su incapacidad de introducir cambios estructurales en el régimen de propiedad de tierras y el control minero y energético fueron cruciales para el poderoso resurgir de la derecha. La negativa del centro izquierda a renacionalizar los sectores económicos estratégicos privatizados durante la década anterior y su estrategia de desmovilización política de los movimientos populares han desplazado de manera dramática el equilibrio del poder político hacia la derecha.
El fracaso del movimiento indio y campesino
En el cambio de siglo, los movimientos indios y campesinos desempeñaban un papel importante en algunos países de América Latina. En Bolivia, Ecuador, Colombia, México, Perú, Brasil, América Central y Paraguay, los movimientos indios y campesinos tuvieron un papel importante, bien en el derrocamiento de los regímenes neoliberales, construyendo potentes movimientos de base regional que influyeron en la política nacional, bien ayudando a que salieran elegidos presidentes de centro izquierda y, en algún caso, aportando el apoyo de las masas a los movimientos guerrilleros. La mayoría de dichos movimientos sociales eran, efectivamente, grupos de veto a la hora de plantear la agenda política nacional. Como actores políticos importantes, estos movimientos fueron aliados muy codiciados para los partidos y políticos electorales que se proclamaban de centro izquierda, para contrarrestar la política de patrocinio de las élites agromineras de derechas. El momento de triunfo de los movimientos, su reconocimiento como protagonistas en la política nacional como grupos con capacidad potencial para hacer y deshacer las fortunas electorales de los partidos y líderes políticos urbanos, fue también el principio del fin de su papel como agentes representativos de la base de masas.
Los líderes indios y campesinos sucumbieron a los halagos o favores políticos, empleos en el gobierno, ONG financiadas por la UE o EEUU, y microcréditos administrados por bancos internacionales de ultramar. Los movimientos y los líderes fueron testigos de cómo sus aliados políticos de centro izquierda giraron a la derecha, acogiendo la estrategia de exportación de agrominerales y abandonando las promesas de reforma de la tierra, seguridad alimentaria y financiación de la agricultura cooperativa. El resultado fue la pérdida visible de iniciativa política, divisiones internas, deserciones en masa y, en algunos casos, la transformación de los movimientos en correas transmisoras de las políticas oficiales que originaron una desmovilización parcial y la pérdida del poder en la calle. Sobre todo, el giro y el énfasis en la autonomía y la política étnica, promovido por las ONG y sus agencias de financiación de la UE y EEEUU, hicieron que los movimientos indios cambiaran la política de clases por la política separatista/regionalista. Este desplazamiento hacia la política identitaria los aisló de los sindicatos, los mineros y la clase trabajadora urbana y proporcionó a las poderosas élites agromineras un pretexto para hacerse con el control de las regiones más ricas y productivas del país, las que contienen las tierras más fértiles y mayor concentración de minerales, y los principales yacimientos de gas y petróleo.
A pesar del avanzado estado de descomposición y caos de los movimientos campesinos, especialmente indios, y su papel cada vez más aislado y marginal en la política nacional, un ejército de periodistas progresistas y de izquierdas, socios de ONG, intelectuales y escritores, continuaron balbuceando sobre los poderosos movimientos sociales de América Latina, una marea rosa, el avance de la izquierda, etc. Cuando la derecha agrominera de Bolivia convocó un referéndum separatista totalmente controlado, y los campesinos y partidarios indios del gobierno central fueron salvajemente apaleados por matones neofascistas apoyados por los regímenes separatistas provinciales, el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linares abandonó cualquier intento de defender la seguridad física de sus seguidores a la vez que se esforzaba al máximo por aplacar a la élite agrominera. En Ecuador, tras la desastrosa alianza electoral del movimiento indio CONAIE (2003) con el presidente seudoderechista convertido en populista Lucio Gutiérrez, el movimiento cayó en el declive, se dividió y desmoralizó a la base de masas, llegando a su punto más bajo en la votación de 2007 de la asamblea constituyente, donde obtuvo el 2% de los votos para sus candidatos. El movimiento indio zapatista se automarginó al negarse a apoyar un movimiento de protesta de millones de personas contra el fraude presidencial de 2006, y al concederle un apoyo simbólico mínimo al alzamiento de masas urbano rural en el estado mexicano de Oaxaca, que duró 6 meses bajo una dura represión estatal.
Retirada de los movimientos sociales del escenario nacional a los escenarios locales
En el último tercio de esta década, ante el retroceso de los movimientos izquierdistas, la rendición de los regímenes de centro izquierda y el resurgir de la élite agrominera de derecha dura, los movimientos sociales rurales se han retirado hacia combates locales sectoriales, y los movimientos indios hacia una lucha defensiva por la supervivencia frente a la expansión dinámica de las plantaciones de soja, los exportadores de madera y las multinacionales del mineral y el petróleo. Los principales movimientos rurales, como el MST en Brasil, han experimentado tantos desahucios gubernamentales de ocupadores de tierras como ocupaciones. El CONAIE en Ecuador y los indios de Chiapas, han visto que los seguidores que abandonan sus tierras ancestrales, sus granjas e incluso el país son muchos más que los que se unen a los movimientos. Las federaciones de indios y campesinos de Bolivia han sido testigos de la vasta expansión y el enriquecimiento de las élites de exportación agromineras, mientras los niveles de pobreza siguen en el 65%, lo que les obliga a emprender una masiva emigración a ultramar.
La realidad dual de hoy es el retroceso del movimiento indio y campesino y el resurgir de las élites gobernantes agromineras; ambos aspectos reflejan el enorme ímpetu que da a esta polarización económica el hecho de que el centro izquierda promueva primarizar la economía.
Paradojas de América Latina.
Las victorias electorales de izquierda y el poder de derechas
Las victorias electorales de izquierda y el poder de derechas
La mejor forma de entender la América Latina contemporánea es examinar su paradojas más chocantes e identificar el contraste fundamental entre las apariencias que se proclaman y las realidades empíricas. A lo largo de los tres últimos años, los movimientos más poderosos y organizados de la sociedad civil están organizados por las grandes empresas urbanas de derecha, las élites de la agricultura apoyadas por un gran número de las clases medias del sector privado, pequeños campesinos, tenderos, asociaciones cívicas, empresarios del transporte y organizaciones profesionales. En cambio, los movimientos sociales rurales y urbanos de los pobres, organizados por la izquierda, están en retroceso, inmovilizados o a la defensiva. El resurgimiento de la derecha aparece en el contexto de unos regímenes de centro izquierda cuyas políticas han desmovilizado los movimientos a través de la cooptación y han estimulado una recuperación económica que, a su vez, ha levantado expectativas y demandas de la derecha en el sentido de una mayor autonomía, poder regional, concesiones más lucrativas y menos impuestos.
Un breve estudio de los principales países de América Latina en 2008 confirma el nuevo paradigma del resurgir de la derecha.
Bolivia . A finales de junio de 2008, la derecha controlaba plenamente los gobiernos en 5 provincias, celebró y ganó referéndum en 4 provincias, dominaba las calles y plazas mediante organizaciones cívicas agresivas, perpetraba ataques violentos periódicos sobre las asambleas de indios y sindicatos, y tenía el poder de convocar huelgas generales efectivas y cierres patronales que paralizaban la economía. Liderados por la oligarquía de negocios agrarios de Santa Cruz, pusieron en pie un gobierno paralelo para negociar la recaudación de impuestos, la política económica extranjera y obligar a la policía y al ejército nacional a someterse a sus políticas. Como resultado, las regiones de derecha ahora controlan más del 85% de las exportaciones y reservas de gas y petróleo, el 80% de las exportaciones agrarias y la mayor parte de las instituciones comerciales y financieras. Las organizaciones populares de izquierda han sido manipuladas y divididas por el gobierno de Morales-García Linera, minando su capacidad de respuesta ante el resurgimiento de la derecha. En junio, la federación de mineros, o al menos la mayoría de sus delegados, votaron a favor de que en julio se celebrara una huelga general contra el resurgir de la derecha y el régimen impotente de Morales.
Argentina . Durante la primera mitad de 2008, las empresas agrarias líderes, con fuerte apoyo de la burguesía provincial y los pequeños y medianos campesinos, organizaron cierres patronales masivos y sostenidos, una manifestación multitudinaria de 200.000 personas en Rosario, y obligaron al gobierno de Cristina Kirchner a renegociar un impuesto de arancel sobre los beneficios obtenidos con las exportaciones de grano y soja. Los líderes del boicot de derechas consiguieron debilitar la popularidad del régimen de centro izquierda, cuestionando su autoridad y capacidad de gobierno, mientras formaban alianzas políticas con los sectores comerciales y financieros urbanos. Lo que es igual de importante, la escasez de alimentos (carne y grano) dio lugar a subidas de precios que fomentaron la inflación y provocaron un amplio malestar entre los pobres urbanos. Los movimientos urbanos populares brindaron escaso apoyo al régimen de centro izquierda, no se opusieron a los boicoteos y cortes de carreteras de la derecha, a excepción de sectores de los sindicatos de camioneros. Claramente, el movimiento rural controlado por las fuerzas de derecha lideradas por los exportadores agrarios han sustituido a los movimientos de trabajadores en paro como sector dinámico de política extraparlamentaria. Como consecuencia del debilitamiento del centro izquierda, es probable que los neoliberales ortodoxos de derecha saquen un beneficio electoral.
Brasil . Durante los primeros seis años de la presidencia de Lula Da Silva, las empresas y lideres de la banca y asesores de derecha han dominado todas las posiciones económicas estratégicas del gobierno. Los principales movimientos del campo han sido dominados totalmente por las élites de la soja, madera, azúcar-etanol, que han desposeído a los pequeños agricultores, a los indios y campesinos de la agricultura de subsistencia al expandir su producción de cultivos de biocombustibles y otras exportaciones agrarias. El Movimiento de trabajadores rurales Sin Tierra (MST) ha visto cómo se criminalizaban sus acciones sociales, se han expulsado a decenas de miles de ocupantes organizados de tierras y el ejército, la policía municipal y nacional y los ejércitos privados de los agro exportadores han quemado sus chabolas y han arrancado sus cultivos. Una de las fuerzas impulsoras del boom de la agroexportación ha sido la inversión extranjera, a gran escala y a largo plazo, en millones de hectáreas de tierras fértiles, fábricas de procesamiento de alimentos, refinerías de etanol e instalaciones de almacenamiento y transporte. Bajo Lula Da Silva, se han talado millones de hectáreas de selva de la región amazónica y se ha expulsado a miles de indígenas y colonos pobres. Como mucho, el MST ha realizado luchas defensivas, resistiendo a las ocupaciones de tierras y protestas simbólicas contra la agricultura biotecnológica y la destrucción ecológica. En contraste con la expansión dinámica del movimiento de apropiación de tierras liderada por los capitalistas, que recibe un importante apoyo financiero y policial del régimen de Lula, los movimientos populares retroceden, están bajo vigilancia y sometidos a una severa represión, encarcelamientos y asesinatos siempre que emprenden acciones directas. El régimen de Lula, que asumió el cargo con el poderoso respaldo de los sindicatos, el MST, las federaciones del sector público y los movimientos sociales populares, se ha convertido en el líder del movimiento de la agroexportación liderado por la élite resurgente. Lula ha eliminado las opciones políticas del MST y los sindicatos y ha abierto el camino a la reafirmación de la hegemonía de la clase dominante.
Venezuela . Después de que la derecha venezolana sufriera una serie de graves reveses, concretamente la derrota del golpe militar de abril de 2002, el cierre patronal de diciembre de 2002-febrero de 2003, el referéndum de 2004 y las elecciones presidenciales de 2006, volvieron a las calles en 2007 y consiguieron la derrota del referéndum de Chávez, en diciembre de 2007, por unos márgenes muy exiguos (menos del 1%). A lo largo de la última década, la derecha de Venezuela ha retenido una presencia extraparlamentaria de masas y una red de ONG bien organizada que entrena y lleva a cabo manifestaciones callejeras de gran envergadura, con ayuda de las agencias estadounidenses de ultramar. La derecha venezolana ha combinado la acción electoral con la extraparlamentaria, protestas violentas terroristas y protestas de masas no violentas, alternando según las circunstancias y oportunidades. Aprovechando las concesiones del gobierno, incluida la amnistía de los participantes en el golpe, el aumento de la inflación y la escasez inducida por la oposición, la derecha aspira a salir vencedora en las elecciones locales y nacionales previstas para noviembre de 2008, donde espera ganar una mayoría significativa de las elecciones locales y nacionales. Afianzando su liderazgo en los movimientos de estudiantes, dominados por las élites, de la universidad pública y privada, y en su sólida base de la élite de los negocios agrarios, la derecha tiene la esperanza de repetir su primer éxito electoral del referéndum de 2007. El gobierno y su nuevo partido de masas, PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) se enfrentan a una derecha rejuvenecida, fortalecida por los infiltrados y agitadores patrocinados por EEUU y Colombia, que actúa en los barrios pobres y es capaz de disturbios violentos y de promover movimientos separatistas, sobre todo en el estado de Zulia, rico en petróleo.
Ecuador . El levantamiento popular de 2005 que derrocó al presidente de derecha Lucio Gutiérrez, la subsiguiente elección de Rafael Correa y las dobles victorias en el referéndum de una nueva constitución y los delegados de la comisión constitucional (octubre de 2007), prácticamente eliminaron a los partidos tradicionales de derecha. Habiendo perdido claramente sus bastiones electorales en el parlamento y la presidencia, la derecha política lanzó un movimiento de autonomía regionalista separatista a gran escala, con base en Guayaquil, dirigido por su alcalde. A principios de 2008, movilizaron a 200.000 partidarios de derecha en un esfuerzo por presionar a la asamblea constituyente. Y lo que es más grave, el ejército y sus agencias de inteligencia, en estrecha colaboración con la CIA y el ejército colombiano, ocultaron al presidente Correa información sobre la incursión violenta del presidente colombiano Uribe y su bombardeo de la región fronteriza de Ecuador en la persecución de la guerrilla de las FARC. Como respuesta, Correa destituyó al ministro de Defensa, al director de la inteligencia militar al jefe del ejército. La clave del resurgir de la derecha en Ecuador estriba en el hecho de que los poderosos bancos costeros, los grupos financieros e industriales, han permanecido intactos, así como las grandes multinacionales del petróleo de propiedad extranjera, que controlan el 56% de la producción del crudo. Los principales medios de comunicación privados, aliados de la derecha, dominan las ondas, al no existir ningún órgano mediático importante del gobierno. Si bien Correa eliminó correctamente a los oficiales militares pro imperialistas más egregios, las instituciones civiles y militares del Estado siguen plagadas de personas nombradas por los anteriores regímenes de centro derecha. Si Correa actualmente domina el ejecutivo y el parlamento, la derecha ha demostrado su capacidad de lanzar un poderoso movimiento de sociedad civil y sigue teniendo la llave de los sectores militares. El resurgir de la derecha en la sociedad civil se da en un momento en el que los principales movimientos de sociedad civil de izquierda (el sindicato indio CONAIE y los sindicatos de los trabajadores del petróleo) han sido debilitados, desatendidos o marginados por el régimen de Correa, haciéndolos vulnerables a un ataque extraparlamentario.
Colombia . Colombia es un país en el que la extrema derecha ha logrado sus mayores beneficios, tanto dentro del gobierno, en la sociedad civil y la lucha de clases, como en relación con sus vecinos. Con la elección de Álvaro Uribe, Colombia es testigo de la sistemática extensión de la actividad de los escuadrones de la muerte relacionada con un movimiento masivo de clase media urbana y el reclutamiento por la fuerza de decenas de miles de informantes rurales bajo la amenaza de tortura y muerte. Respaldado por más de 6.000 millones de dólares de ayuda militar de EEUU, miles de asesores estadounidenses y la más avanzada tecnología de detección procedente de EEUU e Israel, el régimen ha expulsado a más de dos millones de campesinos desde el campo a los suburbios urbanos o fuera de sus fronteras. La reelección de Uribe fue acompañada por un aumento de las fuerzas armadas hasta llegar a los 250.000 miembros. Los alcaldes y parlamentarios de centro izquierda pertenecientes al Polo Democrático son totalmente impotentes para evitar las masacres semanales e incapaces de bloquear la promulgación de un acuerdo bilateral de libre comercio con EEUU. El régimen ha militarizado la mayor parte del campo y ha aislado y destruido las organizaciones sindicales y campesinas.
Desde 2005, la derecha colombiana ha estado infiltrando fuerzas paramilitares en Venezuela para desestabilizar el régimen de Chávez. Organizaron el secuestro de un portavoz de las FARC en el centro de Caracas. La culminación de la proyección de poder regional de Colombia fue el bombardeo de un campamento de las FARC en Ecuador, identificado por EEUU y Colombia en el curso de las negociaciones internacionales sobre secuestrados y prisioneros con la mediación de Chávez. A consecuencia de ello, Chávez cedió a las presiones de Uribe y atacó públicamente a las FARC haciéndoles un llamamiento a desarmarse y a someterse incondicionalmente a los términos dictados por el gobierno colombiano. Uribe moviliza hoy a un millón y medio de partidarios mientras que el centro izquierda cuenta con 200.000 y los movimientos populares de izquierda están en retirada.
Lejos de un período de avance de la izquierda, América Latina se encuentra en medio de una derecha renaciente, tanto en la sociedad civil como en la arena electoral, en gran parte gracias al boom económico que (junto con la consolidación y promoción de sus promotores en la agroindustria, las finanzas y la minería) ahora amenaza con desplazar a los regímenes de centro izquierda. La creciente ‘marea blanca’ ha establecido las bases para una nueva forma de oligarquía conjunta imperial para cuando EEUU se recupere de su recesión, de la crisis financiera y del atolladero militar en Oriente Próximo.
La paradoja de la autonomía
La segunda paradoja se sitúa en la propuesta de ‘autonomía’ hecha por la izquierda o centro izquierda, que ha fortalecido a la derecha y a la élite económica regional, y debilitado al gobierno central y a los movimientos populares nacionales. Lo que empezó como una exigencia indigenista de izquierda de un Estado multiétnico basado en una ‘autonomía regional’, ha evolucionado a una plataforma de la rejuvenecida derecha, que exige autonomía regional exclusivamente para controlar y explotar las regiones ricas desde el punto de vista agrícola y minero. La consigna de ‘autonomía’ alzada originariamente por movimientos dirigidos por indios y respaldados por ONG financiadas por EEUU y Europa, tenía por objetivo un gobierno étnico regional libre de la tutela del gobierno central. El problema es que las zonas más prósperas y ricas en ingresos y recursos son precisamente las regiones en las que las comunidades indias no dominan y en las que el trabajo asalariado y las relaciones comerciales han disuelto con creces las ‘relaciones recíprocas’ tradicionales indias. Con el ascenso del gobierno de centro izquierda la cuestión fue lograr ingresos adicionales procedentes de las regiones ricas en recursos y controladas por la oligarquía blanca, para financiar el desarrollo de las regiones más pobres, en las que predominaban los indios y reasentar a indios pobres y sin tierras en las tierras fértiles y proporcionarles trabajo en las productivas industrias y minas. En vez de eso, la autonomía regional básicamente ha confinado a los indios a las montañas remotas y poco fértiles para que administren su propia miseria y reciban poca ayuda estatal generada por los enormes beneficios de la minería y las exportaciones agrarias. Por contraste, una vez perdida la influencia o el control directo del gobierno central, las regiones ricas dominadas por las élites financieras y del sector agrominero han esgrimido ante los indios la retórica de la ‘autonomía’ para avanzar hacia la secesión de hecho y monopolizar la riqueza y los ingresos generados localmente en contra de todo reparto federal de los ingresos.
La vaguedad de la retórica de ‘autonomía’ y ‘gobierno local’ no analizó las clases, que se hubieran beneficiado de la devolución de poder y de recursos. Además, el desarrollo desigual de las regiones y la también desigual distribución de la riqueza excluyó cualquier posibilidad de una política equitativa que favoreciera las regiones menos desarrolladas y de ingresos más bajos. La autonomía regional, que en un primer momento a la comunidad de las ONG les parecía (o lo discutieron) una manera de corregir las injusticias históricas en relación con los indios, tuvo el efecto contrario de negar a la mayoría los frutos de sus logros en relación con el poder nacional. El divorcio de los indios pobres de las regiones de gran riqueza y tierras fértiles y ricas minas fue el resultado del expolio histórico que padecieron debido a los grandes propietarios de tierras y de minas, y anteriormente, de la búsqueda por parte de los depredadores coloniales de indígenas para realizar trabajos forzados. La exigencia progresista no es la emancipación de los pobres en sus empobrecidas regiones sino exigir la devolución de las tierras por la vía de la reforma agraria y la expropiación de las minas como mecanismos reales para crear un poder de clase. Los regímenes de centro izquierda se niegan a expropiar, reasentar y emancipar a los pobres; en vez de ello, su política de ‘autonomía’ preserva las élites y propiedades existentes, históricamente limpias de indígenas, y encierra a los indios en sus improductivos enclaves de las montañas y en los barrios pobres de las ciudades. Lo peor de todo es que la retórica de la autonomía jugó a favor de la derecha y le permitió apoderarse del control político de sus prósperas regiones a costa del gobierno federal.
La paradoja del apoyo electoral popular al renacimiento de la derecha
No hay duda sobre la llamada de los políticos de los regímenes de centro izquierda. Los estudios de los resultados electorales demuestran de manera contundente que su principal base de apoyo procede de los pobres rurales y urbanos, la clase media baja, los movimientos sociales y sindicatos organizados. La fuerza motriz del cambio político desde la derecha neoliberal al centro izquierda fue la profunda crisis económica precipitada por la desregulación del mercado, la especulación financiera salvaje y las grandes concentraciones de riqueza en medio de una crisis sistemática. Sin embargo, es precisamente la base popular electoral de los regímenes de centro izquierda la que menos se ha beneficiado de la recuperación económica, del boom de artículos de consumo y del relativamente alto índice de crecimiento. Es la antes desacreditada élite económica la que ha recuperado sus altos índices de beneficios y ha logrado consolidar su posesión de activos privatizados de forma sospechosa. Los regímenes de centro izquierda han ‘cerrado el ciclo’ que empezó con el final de la crisis del neoliberalismo de los noventa, que llevó a desacreditar a las derechas y a un descenso de los beneficios. Esto llevó a la emergencia de poderosos movimientos sociales y sirvió de trampolín para el ascenso del centro izquierda al poder, la recuperación, crecimiento y ahora renacimiento de la derecha, tanto en su expresión política como económica. Todo ello ha tenido lugar en menos de un decenio y sin que le dieran importancia los miopes comentaristas de izquierda que siguen manteniendo el ‘final de la hegemonía estadounidense’.
Paradoja de los beneficios
Los mayores índices de beneficios privados, de reservas de moneda extranjera y de austeridad fiscal, han tenido lugar bajo los regímenes de centro izquierda elegidos popularmente en esta década, no bajo los regímenes neoliberales de derecha de los noventa. Esto se debe, en parte, a los altos precios mundiales de exportación de productos agromineros, pero también a la estabilidad política, los incentivos económicos y las políticas fiscales de los regímenes de centro izquierda. Tanto los inversores extranjeros como nacionales han considerado positivamente la desmovilización de la insurgencia popular por parte del centro izquierda y la canalización de la política por las vías establecidas, y ha llevado a la repatriación del capital. La imposición por parte de los regímenes de moderados incrementos salariales en un momento de aumento de los beneficios del capital, ha aumentado las desigualdades en los beneficios y en los salarios. Igualmente importante, los regímenes de centro izquierda han reducido el ancestral saqueo económico a gran escala y la corrupción generalizada, y han obligado al capital a invertir por el beneficio en vez de robar el tesoro. En gran parte, la corrupción de los políticos es ahora un medio de engrasar las ruedas de la inversión. El mayor crecimiento del capitalismo bajo regímenes putativos de ‘centro izquierda’ en vez de bajo la derecha neoliberal es, en parte, resultado del cambio de saquear los recursos existentes a invertir en capitalismo ‘normal’. En ese sentido, la diferencia entre derecha neoliberal y el centro izquierda no es por el capitalismo o ‘libre mercado’, sino entre el capitalismo que obtiene ingresos de las ‘rentas’ del Estado y el capitalismo que crece vía transacciones de mercado.
La paradoja del centro izquierda que antepone las obligaciones de la deuda a los programas sociales
La derecha dura dio prioridad a sus relaciones con las agencias internacionales prestatarias y dependió en gran medida de la financiación, por medio de la deuda, de muchas de sus inversiones a favor del crecimiento del sector financiero no productivo. El saqueo de los bancos por parte de la derecha y la destrucción de la confianza de los ahorradores hizo que recurriera al FMI y al Banco Mundial para su rescate, en el proceso de someter la economía a las onerosas condiciones que limitaban el crecimiento, especialmente el de la economía real. Retóricamente, el centro izquierda libraba una guerra ideológica contra el FMI, especialmente en cuanto a las condiciones y el oneroso pago de la deuda que, afirmaba, empobrecía a la clase trabajadora. Una vez en el poder, sin embargo, el centro izquierda procedía rápida y decisivamente a reembolsar la deuda oficial (es decir, a pagar efectivamente la deuda contraída con el FMI y el Banco Mundial), asegurando que así limitaba su influencia. De hecho, los gobiernos de centro izquierda incrementaron la deuda privada interna y externa total, siguieron lealmente las políticas fiscales del FMI-BM y sus programas relativos a los superávits presupuestarios y mantuvieron vínculos, por intermedio del banco central, con el sector financiero a la vez que calificaban este arreglo de autonomía.
Ninguno de los bancos centrales puso restricción alguna al pago de la deuda, ninguno dio prioridad a la deuda social por encima del reembolso a los acreedores y poseedores de bonos. A la hora de hacer frente a los pagos de la deuda, el centro izquierda estuvo tan dispuesto y puntual como lo había estado la derecha, una vez acordados los pagos. Aunque en un primer momento decidió reducir el pago de la deuda tras la crisis financieras, Argentina procedió a incrementar los pagos con arreglo a su ritmo de crecimiento. En los años siguientes, con un crecimiento del 8%, sus acreedores nacionales y extranjeros recuperaron con creces lo que en un primer momento se les había deducido. Con todos los gobiernos de centro izquierda, el crecimiento de los pagos de la deuda y los incrementos de las reservas de divisas excedían ampliamente los incrementos del salario mínimo, lo que hacía sus mercados atractivos para los inversores bursátiles extranjeros.
La paradoja del declive del sindicalismo y más deshaucios bajo los gobiernos de centro izquierda
Bajo los gobiernos de centro izquierda se ha registrado una disminución de la militancia sindical y un incremento en el desplazamiento de trabajadores urbanos y rurales. Con su influencia sobre los sindicatos y los líderes campesinos, dichos gobiernos presidieron la disminución de las huelgas generales y de las movilizaciones políticas debidas al cambio estructural que caracterizó el período anterior de gobiernos de derechas. Las ocupaciones de fábricas por parte de los trabajadores desempleados en Argentina acabaron; las organizaciones de trabajadores desempleados dejaron de bloquear las principales carreteras; los empresarios iniciaron procesos para recuperar las fábricas ocupadas y, en muchos casos, obtuvieron fallos judiciales favorables; la propiedad capitalista se protegió y funcionó con menos huelgas y paros laborales; las ocupaciones de tierras por parte de los campesinos fueron sustituidas por la recuperación de éstas por los especuladores e inversores agroindustriales; el boom de los productos básicos fue acompañado por el boom de la propiedad inmobiliaria, lo que condujo a un desarrollo urbano conseguido mediante el desplazamiento de los pobres urbanos de las zonas de chabolas y la construcción de costosos bloques de apartamentos de alta seguridad, centros comerciales y complejos de negocios. Bajo el lema de modernización y desarrollo y el crédito fácil, el centro izquierda convirtió la conciencia de clase en conciencia de consumidor, especialmente entre los trabajadores sindicados organizados mejor pagados.
Paradójicamente, las clases populares ganaron elecciones y perdieron poder social
La elección de líderes de centro izquierda condujo a la sustitución de los políticos tradicionales por líderes de los movimientos sociales de base y, en algunos casos, dichos líderes de movimientos sociales se convirtieron en políticos del establishment. En cualquier caso, una vez en el poder, los políticos de centro izquierda se convirtieron en apóstoles del dogma de la representación de todas las clases, difuminando con ello su compromiso con sus votantes originales y sustituyendo los decretos presidenciales por consultas populares, a la vez que reducían la relevancia del poder social en las calles. Cuanto mayor y más dependiente de los movimientos sociales fue la victoria del centro izquierda, más se alejó de las exigencias programáticas de dichos movimientos. Las organizaciones populares se hallaron en una grave tesitura por haber ligado a sus seguidores al centro izquierda y acabaron por tener un electorado desilusionado, sin alternativas a la vista y limitado a conseguir concesiones menores.
Paradojas de la economía: a medida que crecen los mercados, decae la influencia estadounidense
El capitalismo latinoamericano se hizo mucho más librecambista y más profundamente integrado en los mercados globales, a la vez que mostraba unas tasas de crecimiento mayores, coincidiendo con el comienzo de la recesión y las experiencias de estanflación del capitalismo estadounidense. El viejo tópico de que Cuando EEUU se resfría, América Latina atrapa una neumonía ya no tiene ninguna validez. América Latina se está desvinculando cada vez más de la economía estadounidense en tres direcciones: primera, potenciando sus vínculos comerciales con Asia y la Unión Europea ; la segunda, incrementando el comercio regional; y por último, profundizando su mercado nacional. Teniendo en cuenta el boom de los productos básicos, globalizarse significa obtener mayores beneficios, mejor acceso al mercado y menos limitaciones para la consecución de precios negociados más altos. Por consiguiente, la decadencia de la centralidad del mercado estadounidense y de su influencia política, significa que los exportadores latinoamericanos pueden evitar los acuerdos comerciales no equitativos con Estados Unidos, donde los contingentes, los aranceles y las subvenciones limitan el libre comercio Norte-Sur.
A medida que disminuye la influencia del FMI y el BM, crecen los mercados libres Con el incremento del superávit comercial de los países exportadores latinoamericanos del sector agrominero, la necesidad de financiación a través del FMI y el Banco Mundial disminuye. Teniendo en cuenta las duras condiciones impuestas por las instituciones financieras internacionales, los gobiernos latinoamericanos pueden negociar su financiación comercial y aprovecharse de una autofinanciación local pública y privada. Una mayor liquidez interna e internacional ha facilitado el incremento de la financiación de las inversiones del sector de la agroindustria y la minería, que a su vez ha estimulado nuevos acuerdos de libre comercio con América Latina, y entre la región y la subregión y Estados Unidos y Asia. El hecho de que estas barreras comerciales estén derribándose a medida que la influencia del FMI y del Banco Mundial se desvanece, demuestra que las políticas de libre mercado obedecen a diseños endógenos y no a otros impuestos por instituciones externas. La subida de las clases dominantes de la agroindustria, la minería y las finanzas de América Latina, y los mayores beneficios conseguidos por un mejor acceso a los mercados internacionales, son razones suficientes y necesarias para que dichas clases aboguen por políticas de libre mercado, incluso en unos momentos en los que el FMI y el Banco Mundial pierden importancia macroeconómica. El antineoliberalismo como preludio de un crecimiento vertiginoso del neoliberalismo
En época de elecciones, prácticamente todos los gobiernos de América Latina, desde el centro izquierda en adelante, han atacado el neoliberalismo como sistema de falso desarrollo. Una vez en el poder y enfrentados al crecimiento de la demanda mundial de bienes de exportación y a unos beneficios desmesurados, los post neoliberales se han convertido en fervorosos defensores de la exportación de artículos básicos, la búsqueda de acuerdos de libre cambio bilaterales y la masiva importación de bienes acabados, es decir, del típico patrón del modelo neoliberal.
El neoliberalismo se convirtió en un icono demonizado ritual y se vinculaba a un pasado asociado con políticos desacreditados y partidos corruptos. No obstante, su invocación permite confundir a los fieles y esconder que los actuales gobiernos han llevado las directrices neoliberales por la misma senda desreguladora. Al despotricar contra el neoliberalismo anterior, los actuales gobiernos obtienen un capital político que les permite promover la nueva y dinámica versión contemporánea.
La paradoja del crecimiento y el hambre
Cuanto mayor era el crecimiento agrícola, más aumentaban las ganancias por exportación, más crecía la inflación y más descendía el consumo de alimentos, a la vez también crecía el descontento generalizado. El enorme incremento de demanda de minerales por parte de países de reciente industrialización muy dinámicos, así como la demanda de etanol de los países imperialistas occidentales, originó el crecimiento de las exportaciones agrícolas. La entrada masiva de ingresos y el descenso en la producción de alimentos en el país, a medida que las tierras se utilizaban para la producción de soja, azúcar y cereales destinados a los mercados externos, mayor era el desequilibrio entre la demanda externa de alimentos y la oferta de éstos, lo que produjo presiones inflacionistas. La inflación superó los incrementos salariales, lo que condujo a un mayor malestar social, disturbios, huelgas y bloqueos de carreteras. La inflación polarizó la sociedad civil en múltiples direcciones enfrentando a los agroexportadores, los transportistas, los consumidores, los pensionistas de economía fija, los trabajadores asalariados, y reduciendo la fuerza del gobierno central sobre la economía a la vez que erosionaba su apoyo popular a las clases gobernantes.
Cuanto mayor ha sido la exigencia de integración regional, mayor ha sido la integración en el mercado mundial.
Si bien hay numerosas iniciativas de integración regional, especialmente el ALBA, propuesto por Venezuela , la principal dirección del comercio latinoamericano es hacia los centros dinámicos del comercio mundial. Cada vez más, los principales enclaves económicos de sectores específicos muy dinámicos y las regiones de América Latina se han vinculado con regiones de rápido crecimiento en Asia, Europa y Oriente Próximo, sobrepasando con mucho el ritmo de crecimiento del comercio interregional. El acuerdo regional propuesto por Estados Unidos, el ALCA, nunca despegó realmente; la Unión Andina esta hecha añicos, mientras Colombia y Perú persiguen acuerdos bilaterales con Estados Unidos; el ALBA propuesto por Venezuela incluye sólo las economías marginales de Cuba, Nicaragua, República Dominicana y Bolivia, y la mayor parte de los flujos se dirigen de Venezuela a sus socios de menor entidad, mientras que sus principales socios comerciales siguen siendo Estados Unidos y ahora Asia, Oriente Próximo y Rusia. Ecuador , aparentemente miembro potencial del ALBA, prefiere mantener sus vínculos con Estados Unidos, gran comprador de sus exportaciones petroleras.
Paradojas sociales
Los principales lugares de América Latina donde se explota en régimen de esclavitud la mano de obra indígena resulta que son Bolivia y Brasil: el primero, un país dirigido por un presidente indígena; el otro, por un ex líder de una gran confederación sindical. Los abusos más flagrantes infligidos a ciudadanos indígenas que protestaban por la contaminación ecológica y los agravios de las élites son los tres regímenes de centro izquierda de Ecuador (los mineros), Bolivia (especialmente Santa Cruz ) y Chile (donde la presidenta socialista ha encarcelado a docenas de ellos). Cuanto más éxito ha tenido la recuperación económica por parte de los gobiernos de centro izquierda, menos apoyo reciben de la clase media, más crecen las demandas de las élites de una mayor concentración de la riqueza y son más débiles las respuestas de los movimientos sociales populares. Los gobiernos de centro izquierda han presidido un crecimiento dinámico y grandes polarizaciones sociales que han modificado el equilibrio de poder en favor de la derecha dura y han acelerado la desaparición de la hegemonía política de centro izquierda.
Enlace a texto en Rebelión
martes, 22 de julio de 2008
EEUU perpetúa matanzas masivas en Iraq
Ante la indiferencia del “mundo civilizado”:
Por Peter Phillips*
Traducción: Ernesto Carmona
El informe de ORB llega en los talones de dos estudios realizados antes por la Universidad Johns Hopkins, y publicados por el diario médico británico The Lancet, que confirman las cifras de continuas muertes masivas en Iraq. Un estudio del Dr. Les Roberts estableció que entre el 1º de enero de 2002 y el 18 de marzo de 2003 en Iraq murieron sobre 100.000 civiles. Un segundo estudio publicado por The Lancet en octubre de 2006 documentó más de 650.000 muertes de civiles producidas en Iraq desde el comienzo de la invasión de EEUU. El estudio de 2006 confirmó que el bombardeo aéreo de EEUU sobre la población civil causó sobre una tercera parte de estas muertes y que más de la mitad de tales muertes son atribuibles directamente a las fuerzas de EEUU.
Un nuevo estimado de 1,2 millones de muertes, fechado en julio de 2008, incluye niños, padres, abuelos, bisabuelos, taxistas, clérigos, maestros, obreros industriales, policías, poetas, personal de la salud, proveedores de alimentación diaria, operarios de la construcción, niñeras, músicos, panaderos, trabajadores gastronómicos y muchos más. Toda una variedad de gente común y corriente que ha tenido que morir porque EEUU decidió invadir su país. Todas estas muertes exceden la tasa normal de mortalidad civil durante el gobierno anterior.
La magnitud de estas muertes es innegable. La continuación de la presencia de las fuerzas de ocupación de EEUU garantiza una tasa de mortandad masiva que excede en 10.000 personas por mes la estadística normal, con mitad de esa cifra muriendo a manos de las fuerzas de EEUU, una carnicería concentrada y de gran envergadura como para compararla con las matanzas masivas más atroces acaecidas en la historia del mundo. Este hecho no ha pasado inadvertido.
Recientemente, el representante demócrata de Ohio Dennis Kucinich introdujo una acusación de un solo artículo reclamando la destitución, o “impeachment”, de George W. Bush por mentir al Congreso y al pueblo estadounidense sobre las razones para invadir Iraq. El 15 de julio, la cámara baja reexpidió la resolución al Comité Judicial con 238 votos. Que Bush mintió sobre las armas de destrucción total y la amenaza de Iraq a EEUU, hoy está más allá de toda duda. La ex fiscal federal Elizabeth De La Vega documentó a fondo tales mentiras en su libro “EEE vs Bush”, y numeroso otros investigadores han verificado las afirmaciones falsas de Bush.
El pueblo estadounidense enfrenta un serio dilema moral. En nuestro nombre se cometen asesinatos y crímenes de guerra. Hemos permitido que continúe la guerra/ocupación en Iraq y los dos principales candidatos presidenciales nos ofrecen escasas opciones de un cese inmediato de las matanzas masivas. McCain aceptaría sin dudarlo las muertes de otro millón de civiles iraquíes para “sacar la cara por América”, y el plazo de dieciocho meses de Obama para el retiro probablemente daría lugar a otras 250.000 muertes de civiles más.
Nos debemos a nosotros mismos, y a nuestros niños, un futuro sin la vergüenza del asesinato masivo en nuestra conciencia colectiva. La única resolución de este dilema es el retiro inmediato de todas las tropas de EEUU en Iraq y el procesamiento y encarcelamiento de los responsables. Cualquier cosa menor crea un pecado original permanente en el alma de la nación por el que sufriremos por siempre.
__________________________________________
*) Peter Phillips es profesor de sociología en la Universidad Sonoma State y director del Proyecto Censurado, un grupo de investigación de medios. Es co autor, con Dennnis Loo, del libro Impeach the President: The Case Against Bush and Cheney (Acusación al Presidente: el caso contra de Bush y Cheney).
Por Peter Phillips*
Traducción: Ernesto Carmona
El autor afirma que el holocausto perpetrado por EEUU contra la población civil de Iraq se está convirtiendo en un “pecado original permanente en el alma de la nación” estadounidense. “En nuestro nombre se cometen asesinatos y crímenes de guerra, hemos permitido que continúe la guerra/ocupación en Iraq y los dos principales candidatos presidenciales nos ofrecen escasas opciones de un cese inmediato de las matanzas masivas”. Plantea “el retiro inmediato de todas las tropas de EEUU en Iraq y el procesamiento y encarcelamiento de los responsables”Estados Unidos es el responsable directo de más de un millón de muertes de ciudadanos iraquíes en cinco años y medio de invasión. Una investigación de la encuestadora británica Opinion Research Business (ORB) reportó en enero 2008 que "los resultados del estudio confirman nuestra estimación anterior acerca de más de 1.000.000 de ciudadanos iraquíes muertos como resultado del conflicto que comenzó en 2003... Ahora estimamos que el peaje de la muerte entre marzo de 2003 y agosto de 2007 alcanzó probablemente al orden de 1.033.000 víctimas. Si se considera el margen de error asociado a los datos resultantes de una investigación de esta naturaleza, entonces el rango estimado oscila entre 946.000 y 1.120.000 muertes".
El informe de ORB llega en los talones de dos estudios realizados antes por la Universidad Johns Hopkins, y publicados por el diario médico británico The Lancet, que confirman las cifras de continuas muertes masivas en Iraq. Un estudio del Dr. Les Roberts estableció que entre el 1º de enero de 2002 y el 18 de marzo de 2003 en Iraq murieron sobre 100.000 civiles. Un segundo estudio publicado por The Lancet en octubre de 2006 documentó más de 650.000 muertes de civiles producidas en Iraq desde el comienzo de la invasión de EEUU. El estudio de 2006 confirmó que el bombardeo aéreo de EEUU sobre la población civil causó sobre una tercera parte de estas muertes y que más de la mitad de tales muertes son atribuibles directamente a las fuerzas de EEUU.
Un nuevo estimado de 1,2 millones de muertes, fechado en julio de 2008, incluye niños, padres, abuelos, bisabuelos, taxistas, clérigos, maestros, obreros industriales, policías, poetas, personal de la salud, proveedores de alimentación diaria, operarios de la construcción, niñeras, músicos, panaderos, trabajadores gastronómicos y muchos más. Toda una variedad de gente común y corriente que ha tenido que morir porque EEUU decidió invadir su país. Todas estas muertes exceden la tasa normal de mortalidad civil durante el gobierno anterior.
La magnitud de estas muertes es innegable. La continuación de la presencia de las fuerzas de ocupación de EEUU garantiza una tasa de mortandad masiva que excede en 10.000 personas por mes la estadística normal, con mitad de esa cifra muriendo a manos de las fuerzas de EEUU, una carnicería concentrada y de gran envergadura como para compararla con las matanzas masivas más atroces acaecidas en la historia del mundo. Este hecho no ha pasado inadvertido.
Recientemente, el representante demócrata de Ohio Dennis Kucinich introdujo una acusación de un solo artículo reclamando la destitución, o “impeachment”, de George W. Bush por mentir al Congreso y al pueblo estadounidense sobre las razones para invadir Iraq. El 15 de julio, la cámara baja reexpidió la resolución al Comité Judicial con 238 votos. Que Bush mintió sobre las armas de destrucción total y la amenaza de Iraq a EEUU, hoy está más allá de toda duda. La ex fiscal federal Elizabeth De La Vega documentó a fondo tales mentiras en su libro “EEE vs Bush”, y numeroso otros investigadores han verificado las afirmaciones falsas de Bush.
El pueblo estadounidense enfrenta un serio dilema moral. En nuestro nombre se cometen asesinatos y crímenes de guerra. Hemos permitido que continúe la guerra/ocupación en Iraq y los dos principales candidatos presidenciales nos ofrecen escasas opciones de un cese inmediato de las matanzas masivas. McCain aceptaría sin dudarlo las muertes de otro millón de civiles iraquíes para “sacar la cara por América”, y el plazo de dieciocho meses de Obama para el retiro probablemente daría lugar a otras 250.000 muertes de civiles más.
Nos debemos a nosotros mismos, y a nuestros niños, un futuro sin la vergüenza del asesinato masivo en nuestra conciencia colectiva. La única resolución de este dilema es el retiro inmediato de todas las tropas de EEUU en Iraq y el procesamiento y encarcelamiento de los responsables. Cualquier cosa menor crea un pecado original permanente en el alma de la nación por el que sufriremos por siempre.
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*) Peter Phillips es profesor de sociología en la Universidad Sonoma State y director del Proyecto Censurado, un grupo de investigación de medios. Es co autor, con Dennnis Loo, del libro Impeach the President: The Case Against Bush and Cheney (Acusación al Presidente: el caso contra de Bush y Cheney).
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lunes, 21 de julio de 2008
Nuevo Fracaso del G-8
¿Gran teatro del mundo o política mundial? La cumbre del G-8 terminó, y dejó abiertos todos los interrogantes
Michael R. Krätke
Sin Permiso
"Al final, el espectáculo político mundial habrá costado al contribuyente japonés 60 mil millones de yenes (364 millones de euros). Del evento no ha resultado mucho, salvo, acaso, una nueva crisis, la de legitimación del mismo G-8, una crisis que ya nadie discute. El G-8 no ha dado respuesta a ninguna de las agudas crisis que padece la economía mundial, a ninguno de los problemas fundamentales del actual desorden mundial. Los poderosos del mundo, todos neoliberales confesos, todos prisioneros de dogmas, todos sordos a las "constricciones objetivas" del mercado mundial, no comprenden ni las causas de la crisis en que se halla sumida la economía ni el dramatismo de la situación en su conjunto. Lo que pasa, lisa y llanamente dicho, es que no están a la altura de la política mundial en la época del capitalismo global desembridado"
Una cumbre de crisis que recordaba a los comienzos, hace ahora 33 años. Para afrontar la crisis monetaria mundial, la primera crisis del petróleo y la irritación del Tercer Mundo, se reunieron en 1975 los jefes de Estado y de gobierno de las seis principales naciones industriales del mundo occidental para una conversación informal de mesa camilla. Entretanto, los encuentros anuales de charla informal del club exclusivo de caballeros, ahora ampliado a 8, se ha convertido en el show político más grande del mundo, en un teatro de las grandes potencias económicas, de mucho contenido simbólico: tranquilos, que ya nos ocupamos de los problemas mundiales urgentes. Los jefes de los Estados que componen el G-8 y su séquito de expertos estuvieron representando durante tres días en Tokayo, en la isla de Hokkaido, el papel del gobierno mundial. Y en verdad que un gobierno mundial tendría tarea bastante. Crisis a la vista: la amenazante catástrofe climática, la crisis energética, la crisis de la alimentación y, por último pero no menos importante, una crisis financiera internacional que viene propagándose desde agosto del año pasado en forma de ondas de choque. Todas ellas crisis globales, cuyo punto culminante dista por mucho de haber sido alcanzado. La nación anfitriona, Japón, puso en lugar destacado del orden del día la protección climática y la lucha contra la pobreza. Había el afán de darle a la cumbre un brochazo verde con tecnología medioambiental nacional. Hacer un paseo con un automóvil propulsado con hidrógeno, visitar una casa con un consumo cero de energía, probar un cuarto de baño ahorrador de agua. ¡Sí señor!: se ofreció todo lo que pueda desear un corazoncito verde y todo lo que puede ofrecer la tecnología energética y medioambiental japonesa. Un imponente despliegue policial y un sinfín de obstáculos atravesados en el camino contuvieron la esperable protesta.
Los problemas globales sólo pueden resolverse con cooperación global. Esa perogrullada fue reiterada hasta la saciedad antes y durante la cumbre. Pero si un círculo elitista y excluyente de grandes potencias quiere ofrecer al resto del mundo soluciones para los problemas del mundo, no sólo debe estar internamente dispuesto a la cooperación, sino que debe, sobre todo, disponer de diagnósticos y soluciones para los problemas que, más que menos, saltan a la vista del resto del mundo. Pues el "gobierno mundial informal" del G-8, salvo por sus mayorías o por las posiciones de veto que ocupa en el FMI, en el Banco Mundial y en la OMC, no dispone de ningún medio de fuerza para obligar al resto del mundo a cooperar. Sin los países situados en el llamado umbral del desarrollo, sobre todo los nuevos países industriales del G-5 (China, India, México, Brasil, Sudáfrica), la cosa no marcha en absoluto. Por eso viene invitándoselos al G-8 desde 2001 para consultas, cada vez más amplias en el curso del "proceso de Heiligendamm", a fin de vincular a los países del G-5 a las decisiones sobre política climática global. Esta vez comparecieron Australia, Malaysia y Corea del Sur; para consultas sobre política africana fueron invitados los representantes de siete Estados africanos (Argelia, Etiopía, Ghana, Nigeria, Senegal, Sudáfrica y Tanzania). Así pues, la cumbre de este año en Japón contó con 22 países participantes (más representantes de numerosas organizaciones internacionales y supranacionales, entre ellas, la ONU, la UE y la Unión Africana), la mayor en la historia del G-7/G-8.
Tanto mayor la decepción provocada por las floridas resoluciones de los profesionales de la política allí reunidos. Al final, el espectáculo político mundial habrá costado al contribuyente japonés 60 mil millones de yenes (364 millones de euros). Del evento no ha resultado mucho, salvo, acaso, una nueva crisis, la de legitimación del mismo G-8, una crisis que ya nadie discute. El G-8 no ha dado respuesta a ninguna de las agudas crisis que padece la economía mundial, a ninguno de los problemas fundamentales del actual desorden mundial. Los poderosos del mundo, todos neoliberales confesos, todos prisioneros de dogmas, todos sordos a las "constricciones objetivas" del mercado mundial, no comprenden ni las causas de la crisis en que se halla sumida la economía ni el dramatismo de la situación en su conjunto. Lo que pasa, lisa y llanamente dicho, es que no están a la altura de la política mundial en la época del capitalismo global desembridado.
Gran teatro político: primero, los Estados del G-8, temerosos todavía el año pasado de cualquier afirmación cuantitativa, anuncian ahora que se habrían puesto de acuerdo para disminuir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero. De todos modos, no antes del 2050, y sin decir el año de referencia con el que debería compararse métricamente la reducción pretendida. Eso ni siquiera sería suficiente para mantener el calentamiento de la Tierra por debajo de la marca de 2 grados Celsius. En Heiligendamm, el año pasado, se quiso sólo "poner a prueba" el objetivo de reducir a la mitad las emisiones de CO2; ahora lo que se quiere es "sopesar y aceptar" con todos los participantes, en el marco de la convención de la ONU para la protección climática, la sublime "visión del objetivo". Sin indicar el año de referencia de 1990, que la ONU y todos los expertos consideran necesario pero del que nada quieren saber los japoneses; sin indicar fines intermedios; sin la menor indicación de obligaciones concretas para cada uno de los países del G-8, que producen de consuno más del 62% de las emisiones mundiales de CO2. Y todo bajo la reserva de que los países en el umbral del desarrollo y los países en vías de desarrollo deberían contribuir lo suyo también (una puertecilla trasera que se deja abierta por expreso deseo de los norteamericanos). Mientras el Ártico se nos está fundiendo a ojos vista, mientras se acelera indeciblemente el cambio climático y se nos va terminando el tiempo para emprender acciones efectivas, todas las decisiones de obligado cumplimiento se fían a un futuro incierto: por lo pronto, a la siguiente maratón negociadora, que tendrá lugar en Copenhague a fines de 2009 para, finalmente, desarrollar el protocolo de Kyoto.
Con imponente desenvoltura, los visionarios reunidos en el G-8 han tratado de poner en cintura a los representantes de los países en el umbral del desarrollo. En lo fundamental, el intento fracasó el último día de la cumbre. China, India y el resto de los países umbral se negaron a prestar obediencia al G-8. Sin la menor delicadeza, los jefes de gobierno del G-5 (y Australia, Indonesia y Corea del Sur) recordaron a los principales países industriales que son directamente responsables de por lo menos el 60% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Son, pues, los grandes pecadores climáticos –encabezados por Norteamérica—, que tienen los conocimientos, la tecnología y el dinero para hacerlo, quienes deberían dar el primer paso y proponer objetivos honorables de reducción. Las emisiones de substancias dañinas se han incrementado espectacularmente en los últimos años: los estadounidenses cargan hoy al clima con más de 20 toneladas de CO2 per capita; los indios, apenas con una tonelada. De aquí que resultara inobjetable la exigencia del G-5 de que los países del G-8 reduzcan su producción de CO2 entre un 20 y un 40% al menos de aquí a 2020. También está de todo punto justificada la exigencia de los países en el umbral del desarrollo de que los países del G-8 se adelanten con señales inequívocas, reduciendo sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 80 y un 95 por cien de aquí a 2050. Sin una clara indicación de objetivos concretos de reducción para los próximos años, de consuno con la fijación de objetivos intermedios y de mecanismos de control, los Estados del G-8 se hurtan una vez más a su propia responsabilidad. El intento de cargar la responsabilidad de la inacción en materia de cambio climático a los renuentes países en el umbral del desarrollo, es pura retórica. No son los chinos o los indios los culpables de la debacle. Fijando objetivos concretos, dando un paso claro para afrontar el cambio climático, haciendo ofertas inequívocas y concretas para el trabajo conjunto financiero y tecnológico, se habría logrado subirlos al mismo barco.
Rabia y decepción por doquiera en las organizaciones de protección del medio ambiente. Se habla de "pérdida de tiempo", de total "fracaso de las mayores potencias industriales del mundo ante el desafío climático". En vez de ponerse de acuerdo sobre las medidas más necesarias para la protección del clima a escala planetaria, los representantes de los mayores pecadores climáticos del mundo han dejado claro una vez más que hablan mucho de responsabilidad, pero sólo son capaces de la más irresponsable omisión en la acción.
Por consideración a Angela Merkel, se renunció a una declaración pública a favor de la energía nuclear como solución del problema climático, aunque los jefes del G-8 llevan mucho tiempo contagiados por la fiebre atómica. El lobby atómico y la industria nuclear pueden frotarse las manos. En la República Federal alemana, el compromiso atómico está en un precario equilibrio.
En plena tercera crisis del petróleo, a los jefes de gobierno del G-8 ni siquiera les pasó por la cabeza invitar a representantes de los países productores de petróleo. Les exigen, no obstante, más petróleo: mayor suministro y ampliación de las capacidades de suministro. De uno u otro modo, también, se dice, una mayor eficiencia energética no vendría mal para que los crecientes precios de la energía no perjudicaran a la economía mundial. Quedó para mejor ocasión la reflexión global sobre el problema: ¿de dónde viene la explosión de precios del petróleo y otras energías? ¿Cómo afrontar el problema del poder de los productores, de los comerciantes y de los especuladores petrolíferos? Las grandes preguntas fueron aplazadas a una próxima conferencia, cuyas fechas nadie conoce. Sobre la vertiginosa subida de los precios de los alimentos y de las materias primas, sobre la crisis alimentaria, sobre el creciente hambre en los países pobres del mundo, no hubo sino manifestaciones de preocupación y vistosos abalorios verbales sobre la "cooperación global". Por ahora, habría que limitarse a comprobar, por ejemplo, si bastarían las reservas internacionales de alimentos. Pésimo chiste. Almacenar enormes cantidades de grano, acaparar alimentos a gran escala, es el método más seguro para encender la inflación de precios. Con ideas peregrinas de ese tipo lo único que se consigue es distraer la atención de las necesarias reformas agrarias que hay que llevar a cabo tanto en los países industriales como en los países en vías de desarrollo. Más libre comercio, es decir, inmediato cierre de la ronda de Doha sobre el comercio mundial e introducción a mayor escala de tecnologías genéticas: tal era el tenor de las propuestas de la cancillera federal alemana Merkel. Ni la menor manifestación contra el creciente uso de biocombustibles, una de las causas esenciales del aumento de los precios de los alimentos –un 83% desde 2005—, así como de la crisis alimentaria mundial. La UE, que no es como tal miembro de pleno derecho del G-8, exigió y ofreció mucho más. Sin éxito.
También resultaron sorprendentes los silencios. Los rectores del mundo reunidos se comportaron como si la crisis financiera internacional, que viene propagándose en forma de ondas de choque desde el verano de 2007, hubiera sido ya superada. Angela Merkel observó: "Hemos tenido una subprime crisis. De una u otra manera, sigue habiendo un degoteo". De ninguna manera. Pocos días después del final de la cumbre, la crisis financiera entró en una nueva etapa en los EEUU con una ola de quiebras entre las mayores entidades financiadoras de hipotecas. Los países del G-8 han esquivado el problema de la crisis financiera internacional. Han dicho sí señor a las reglas de transparencia del Financial Stability Forum, y no han hecho el menor intento de coordinar las políticas de todo punto incompatibles que siguen al respecto los bancos centrales de los EEUU y de la UE. Siguen creyendo en las "fuerzas autosanadoras" de los mercados financieros y en la "autonomía" de los bancos centrales. De aquí que no hayan dicho ni palabra sobre la reciente ola de especulación con los alimentos y las materias primas en todas las bolsas del mundo; ni palabra sobre el papel jugado por la especulación con las mercancías a término en la actual carrera de precios del petróleo; ni palabra sobre la guerra monetaria mundial. Y todo, a pesar de la presencia de los representantes de la India, del país que hace poco ha prohibido directamente el comercio de futuros con los alimentos (y hasta ahora, no le ha ido nada mal). Nada –salvo la presión de Wall Street y de la City de Londres— podría impedir a los países del G-8 secundar el ejemplo de la India.
Todo el mundo sabe que la pobreza en el mundo cobra formas cada vez más terribles, aun cuando si se mide en términos absolutos por ingreso per capita, retrocede un poco. Pero a escala planetaria pasan hambre millones de seres humanos, casi un tercio de la población mundial está privada de acceso a agua potable, y epidemias como el SIDA, la malaria o la tuberculosis siguen extendiéndose porque los países pobres carecen de medios de prevención y tratamiento. África y la ayuda conjunta al desarrollo quedaron fuera del orden del día de la cumbre (como el año pasado). Una vez más, los países del G-8 han demostrado que, en el más halagüeño de los casos, están dispuestos a confirmar las promesas hechas hace años. Algo que iba de suyo –que los países del G-8 quieren cumplir con la ayuda acordada hace mucho al desarrollo en África de 25 mil millones de dólares hasta 2010— ,fue celebrado como un éxito. Lo que tendrían es más bien que haberse disculpado de que hasta ahora sólo hayan llegado a África 3 mil millones de una cifra total, de cuyo monto, dicho sea de pasada, nadie debería sentirse orgulloso. No menos penosa fue la confirmación del acuerdo, que ya el año pasado llegaba con retraso, de entregar en los próximos cinco años los 60 mil millones de dólares prometidos para la lucha contra el SIDA, la malaria y la tuberculosis. En lo que hace a la realización de los restantes objetivos de ayuda al desarrollo en el programa del milenio (por ejemplo, el suministro de agua), no se ha registrado el menor movimiento.
La economía mundial se halla inestablemente instalada en un peligroso vértice; los jefes de gobierno del G-8 nos siguen debiendo una respuesta clara a todas las cuestiones suscitadas por el momento presente. Con cada promesa deshonrada pierden más crédito, con cada ocasión desperdiciada para afirmar la legitimidad de su papel dirigente socavan más y más sus pretensiones dirigentes. No ofrece duda: el club de los superricos y poderosos se halla en una grave crisis de legitimidad. ¿Quién necesita de ese club a estas alturas? ¿Es sólo, acaso, que se ha hecho demasiado pequeño, es sólo, acaso, que cuenta con miembros que no deberían serlo? Si China o la India pueden desbaratar cualquier política climática del G-8, si el G-8 no puede desarrollar ninguna política energética sin la OPEC, ¿qué importancia tiene aún? Aun cuando los países del G-8 siguen representando el 14% de la población mundial y produciendo casi dos tercios del producto social mundial, nadie, salvo las elites económicas y políticas de esos países, necesita un tal "gobierno mundial informal" paralelo –y enfrentado— a las Naciones Unidas. China es visiblemente más importante para la economía mundial que Italia o Canadá; México o la India están claramente por delante de Rusia. Gran Bretaña y Francia han abogado por ampliar el grupo de los ocho al G-5, promoviendo a los países en el umbral del desarrollo a miembros plenos del club de caballeros. Al menos China y la India deberían incorporarse inmediatamente, según su propuesta. Se ha hablado incluso de un G-16. Alemania y Japón, los dos únicos países para los que el G-8 se ofrece como la sola tribuna de alcance político mundial a su disposición, se manifestaron firmemente en contra. El club debería resolver primero en pequeño comité, según ellos, las tareas internas pendientes, y sería, además, una "comunidad de valores". Los representantes de los países en el umbral del desarrollo no se sintieron ofendidos en absoluto. Los países del G-5 no se desviven por ser invitados a participar en el ilustre círculo de los poderosos. También esta vez, sobre todo China y la India, han demostrado la enorme influencia que han terminado por tener en la política mundial. Codeterminan el orden del día, son interlocutores buscados, sin ellos no se puede resolver ninguno de los problemas de alcance mundial; pero que no les vengan con las pseudosoluciones y las maniobras retóricas del G-8. Gracias a su oposición al G-8, los países del G-5 están hoy mejor organizados y aparecen más resueltamente unidos que nunca. Como miembros de un club ampliado de las grandes potencias, no tardarían en perder otra vez esa posición de poder. Antes de llegar a un G-13 o a un G-16, el G-8 tiene que demostrar que está dispuesto a un diálogo serio y a llegar a compromisos con esos países.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam e investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Enlace a texto en Rebelión
Michael R. Krätke
Sin Permiso
"Al final, el espectáculo político mundial habrá costado al contribuyente japonés 60 mil millones de yenes (364 millones de euros). Del evento no ha resultado mucho, salvo, acaso, una nueva crisis, la de legitimación del mismo G-8, una crisis que ya nadie discute. El G-8 no ha dado respuesta a ninguna de las agudas crisis que padece la economía mundial, a ninguno de los problemas fundamentales del actual desorden mundial. Los poderosos del mundo, todos neoliberales confesos, todos prisioneros de dogmas, todos sordos a las "constricciones objetivas" del mercado mundial, no comprenden ni las causas de la crisis en que se halla sumida la economía ni el dramatismo de la situación en su conjunto. Lo que pasa, lisa y llanamente dicho, es que no están a la altura de la política mundial en la época del capitalismo global desembridado"
Una cumbre de crisis que recordaba a los comienzos, hace ahora 33 años. Para afrontar la crisis monetaria mundial, la primera crisis del petróleo y la irritación del Tercer Mundo, se reunieron en 1975 los jefes de Estado y de gobierno de las seis principales naciones industriales del mundo occidental para una conversación informal de mesa camilla. Entretanto, los encuentros anuales de charla informal del club exclusivo de caballeros, ahora ampliado a 8, se ha convertido en el show político más grande del mundo, en un teatro de las grandes potencias económicas, de mucho contenido simbólico: tranquilos, que ya nos ocupamos de los problemas mundiales urgentes. Los jefes de los Estados que componen el G-8 y su séquito de expertos estuvieron representando durante tres días en Tokayo, en la isla de Hokkaido, el papel del gobierno mundial. Y en verdad que un gobierno mundial tendría tarea bastante. Crisis a la vista: la amenazante catástrofe climática, la crisis energética, la crisis de la alimentación y, por último pero no menos importante, una crisis financiera internacional que viene propagándose desde agosto del año pasado en forma de ondas de choque. Todas ellas crisis globales, cuyo punto culminante dista por mucho de haber sido alcanzado. La nación anfitriona, Japón, puso en lugar destacado del orden del día la protección climática y la lucha contra la pobreza. Había el afán de darle a la cumbre un brochazo verde con tecnología medioambiental nacional. Hacer un paseo con un automóvil propulsado con hidrógeno, visitar una casa con un consumo cero de energía, probar un cuarto de baño ahorrador de agua. ¡Sí señor!: se ofreció todo lo que pueda desear un corazoncito verde y todo lo que puede ofrecer la tecnología energética y medioambiental japonesa. Un imponente despliegue policial y un sinfín de obstáculos atravesados en el camino contuvieron la esperable protesta.
Los problemas globales sólo pueden resolverse con cooperación global. Esa perogrullada fue reiterada hasta la saciedad antes y durante la cumbre. Pero si un círculo elitista y excluyente de grandes potencias quiere ofrecer al resto del mundo soluciones para los problemas del mundo, no sólo debe estar internamente dispuesto a la cooperación, sino que debe, sobre todo, disponer de diagnósticos y soluciones para los problemas que, más que menos, saltan a la vista del resto del mundo. Pues el "gobierno mundial informal" del G-8, salvo por sus mayorías o por las posiciones de veto que ocupa en el FMI, en el Banco Mundial y en la OMC, no dispone de ningún medio de fuerza para obligar al resto del mundo a cooperar. Sin los países situados en el llamado umbral del desarrollo, sobre todo los nuevos países industriales del G-5 (China, India, México, Brasil, Sudáfrica), la cosa no marcha en absoluto. Por eso viene invitándoselos al G-8 desde 2001 para consultas, cada vez más amplias en el curso del "proceso de Heiligendamm", a fin de vincular a los países del G-5 a las decisiones sobre política climática global. Esta vez comparecieron Australia, Malaysia y Corea del Sur; para consultas sobre política africana fueron invitados los representantes de siete Estados africanos (Argelia, Etiopía, Ghana, Nigeria, Senegal, Sudáfrica y Tanzania). Así pues, la cumbre de este año en Japón contó con 22 países participantes (más representantes de numerosas organizaciones internacionales y supranacionales, entre ellas, la ONU, la UE y la Unión Africana), la mayor en la historia del G-7/G-8.
Tanto mayor la decepción provocada por las floridas resoluciones de los profesionales de la política allí reunidos. Al final, el espectáculo político mundial habrá costado al contribuyente japonés 60 mil millones de yenes (364 millones de euros). Del evento no ha resultado mucho, salvo, acaso, una nueva crisis, la de legitimación del mismo G-8, una crisis que ya nadie discute. El G-8 no ha dado respuesta a ninguna de las agudas crisis que padece la economía mundial, a ninguno de los problemas fundamentales del actual desorden mundial. Los poderosos del mundo, todos neoliberales confesos, todos prisioneros de dogmas, todos sordos a las "constricciones objetivas" del mercado mundial, no comprenden ni las causas de la crisis en que se halla sumida la economía ni el dramatismo de la situación en su conjunto. Lo que pasa, lisa y llanamente dicho, es que no están a la altura de la política mundial en la época del capitalismo global desembridado.
Gran teatro político: primero, los Estados del G-8, temerosos todavía el año pasado de cualquier afirmación cuantitativa, anuncian ahora que se habrían puesto de acuerdo para disminuir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero. De todos modos, no antes del 2050, y sin decir el año de referencia con el que debería compararse métricamente la reducción pretendida. Eso ni siquiera sería suficiente para mantener el calentamiento de la Tierra por debajo de la marca de 2 grados Celsius. En Heiligendamm, el año pasado, se quiso sólo "poner a prueba" el objetivo de reducir a la mitad las emisiones de CO2; ahora lo que se quiere es "sopesar y aceptar" con todos los participantes, en el marco de la convención de la ONU para la protección climática, la sublime "visión del objetivo". Sin indicar el año de referencia de 1990, que la ONU y todos los expertos consideran necesario pero del que nada quieren saber los japoneses; sin indicar fines intermedios; sin la menor indicación de obligaciones concretas para cada uno de los países del G-8, que producen de consuno más del 62% de las emisiones mundiales de CO2. Y todo bajo la reserva de que los países en el umbral del desarrollo y los países en vías de desarrollo deberían contribuir lo suyo también (una puertecilla trasera que se deja abierta por expreso deseo de los norteamericanos). Mientras el Ártico se nos está fundiendo a ojos vista, mientras se acelera indeciblemente el cambio climático y se nos va terminando el tiempo para emprender acciones efectivas, todas las decisiones de obligado cumplimiento se fían a un futuro incierto: por lo pronto, a la siguiente maratón negociadora, que tendrá lugar en Copenhague a fines de 2009 para, finalmente, desarrollar el protocolo de Kyoto.
Con imponente desenvoltura, los visionarios reunidos en el G-8 han tratado de poner en cintura a los representantes de los países en el umbral del desarrollo. En lo fundamental, el intento fracasó el último día de la cumbre. China, India y el resto de los países umbral se negaron a prestar obediencia al G-8. Sin la menor delicadeza, los jefes de gobierno del G-5 (y Australia, Indonesia y Corea del Sur) recordaron a los principales países industriales que son directamente responsables de por lo menos el 60% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Son, pues, los grandes pecadores climáticos –encabezados por Norteamérica—, que tienen los conocimientos, la tecnología y el dinero para hacerlo, quienes deberían dar el primer paso y proponer objetivos honorables de reducción. Las emisiones de substancias dañinas se han incrementado espectacularmente en los últimos años: los estadounidenses cargan hoy al clima con más de 20 toneladas de CO2 per capita; los indios, apenas con una tonelada. De aquí que resultara inobjetable la exigencia del G-5 de que los países del G-8 reduzcan su producción de CO2 entre un 20 y un 40% al menos de aquí a 2020. También está de todo punto justificada la exigencia de los países en el umbral del desarrollo de que los países del G-8 se adelanten con señales inequívocas, reduciendo sus emisiones de gases de efecto invernadero entre un 80 y un 95 por cien de aquí a 2050. Sin una clara indicación de objetivos concretos de reducción para los próximos años, de consuno con la fijación de objetivos intermedios y de mecanismos de control, los Estados del G-8 se hurtan una vez más a su propia responsabilidad. El intento de cargar la responsabilidad de la inacción en materia de cambio climático a los renuentes países en el umbral del desarrollo, es pura retórica. No son los chinos o los indios los culpables de la debacle. Fijando objetivos concretos, dando un paso claro para afrontar el cambio climático, haciendo ofertas inequívocas y concretas para el trabajo conjunto financiero y tecnológico, se habría logrado subirlos al mismo barco.
Rabia y decepción por doquiera en las organizaciones de protección del medio ambiente. Se habla de "pérdida de tiempo", de total "fracaso de las mayores potencias industriales del mundo ante el desafío climático". En vez de ponerse de acuerdo sobre las medidas más necesarias para la protección del clima a escala planetaria, los representantes de los mayores pecadores climáticos del mundo han dejado claro una vez más que hablan mucho de responsabilidad, pero sólo son capaces de la más irresponsable omisión en la acción.
Por consideración a Angela Merkel, se renunció a una declaración pública a favor de la energía nuclear como solución del problema climático, aunque los jefes del G-8 llevan mucho tiempo contagiados por la fiebre atómica. El lobby atómico y la industria nuclear pueden frotarse las manos. En la República Federal alemana, el compromiso atómico está en un precario equilibrio.
En plena tercera crisis del petróleo, a los jefes de gobierno del G-8 ni siquiera les pasó por la cabeza invitar a representantes de los países productores de petróleo. Les exigen, no obstante, más petróleo: mayor suministro y ampliación de las capacidades de suministro. De uno u otro modo, también, se dice, una mayor eficiencia energética no vendría mal para que los crecientes precios de la energía no perjudicaran a la economía mundial. Quedó para mejor ocasión la reflexión global sobre el problema: ¿de dónde viene la explosión de precios del petróleo y otras energías? ¿Cómo afrontar el problema del poder de los productores, de los comerciantes y de los especuladores petrolíferos? Las grandes preguntas fueron aplazadas a una próxima conferencia, cuyas fechas nadie conoce. Sobre la vertiginosa subida de los precios de los alimentos y de las materias primas, sobre la crisis alimentaria, sobre el creciente hambre en los países pobres del mundo, no hubo sino manifestaciones de preocupación y vistosos abalorios verbales sobre la "cooperación global". Por ahora, habría que limitarse a comprobar, por ejemplo, si bastarían las reservas internacionales de alimentos. Pésimo chiste. Almacenar enormes cantidades de grano, acaparar alimentos a gran escala, es el método más seguro para encender la inflación de precios. Con ideas peregrinas de ese tipo lo único que se consigue es distraer la atención de las necesarias reformas agrarias que hay que llevar a cabo tanto en los países industriales como en los países en vías de desarrollo. Más libre comercio, es decir, inmediato cierre de la ronda de Doha sobre el comercio mundial e introducción a mayor escala de tecnologías genéticas: tal era el tenor de las propuestas de la cancillera federal alemana Merkel. Ni la menor manifestación contra el creciente uso de biocombustibles, una de las causas esenciales del aumento de los precios de los alimentos –un 83% desde 2005—, así como de la crisis alimentaria mundial. La UE, que no es como tal miembro de pleno derecho del G-8, exigió y ofreció mucho más. Sin éxito.
También resultaron sorprendentes los silencios. Los rectores del mundo reunidos se comportaron como si la crisis financiera internacional, que viene propagándose en forma de ondas de choque desde el verano de 2007, hubiera sido ya superada. Angela Merkel observó: "Hemos tenido una subprime crisis. De una u otra manera, sigue habiendo un degoteo". De ninguna manera. Pocos días después del final de la cumbre, la crisis financiera entró en una nueva etapa en los EEUU con una ola de quiebras entre las mayores entidades financiadoras de hipotecas. Los países del G-8 han esquivado el problema de la crisis financiera internacional. Han dicho sí señor a las reglas de transparencia del Financial Stability Forum, y no han hecho el menor intento de coordinar las políticas de todo punto incompatibles que siguen al respecto los bancos centrales de los EEUU y de la UE. Siguen creyendo en las "fuerzas autosanadoras" de los mercados financieros y en la "autonomía" de los bancos centrales. De aquí que no hayan dicho ni palabra sobre la reciente ola de especulación con los alimentos y las materias primas en todas las bolsas del mundo; ni palabra sobre el papel jugado por la especulación con las mercancías a término en la actual carrera de precios del petróleo; ni palabra sobre la guerra monetaria mundial. Y todo, a pesar de la presencia de los representantes de la India, del país que hace poco ha prohibido directamente el comercio de futuros con los alimentos (y hasta ahora, no le ha ido nada mal). Nada –salvo la presión de Wall Street y de la City de Londres— podría impedir a los países del G-8 secundar el ejemplo de la India.
Todo el mundo sabe que la pobreza en el mundo cobra formas cada vez más terribles, aun cuando si se mide en términos absolutos por ingreso per capita, retrocede un poco. Pero a escala planetaria pasan hambre millones de seres humanos, casi un tercio de la población mundial está privada de acceso a agua potable, y epidemias como el SIDA, la malaria o la tuberculosis siguen extendiéndose porque los países pobres carecen de medios de prevención y tratamiento. África y la ayuda conjunta al desarrollo quedaron fuera del orden del día de la cumbre (como el año pasado). Una vez más, los países del G-8 han demostrado que, en el más halagüeño de los casos, están dispuestos a confirmar las promesas hechas hace años. Algo que iba de suyo –que los países del G-8 quieren cumplir con la ayuda acordada hace mucho al desarrollo en África de 25 mil millones de dólares hasta 2010— ,fue celebrado como un éxito. Lo que tendrían es más bien que haberse disculpado de que hasta ahora sólo hayan llegado a África 3 mil millones de una cifra total, de cuyo monto, dicho sea de pasada, nadie debería sentirse orgulloso. No menos penosa fue la confirmación del acuerdo, que ya el año pasado llegaba con retraso, de entregar en los próximos cinco años los 60 mil millones de dólares prometidos para la lucha contra el SIDA, la malaria y la tuberculosis. En lo que hace a la realización de los restantes objetivos de ayuda al desarrollo en el programa del milenio (por ejemplo, el suministro de agua), no se ha registrado el menor movimiento.
La economía mundial se halla inestablemente instalada en un peligroso vértice; los jefes de gobierno del G-8 nos siguen debiendo una respuesta clara a todas las cuestiones suscitadas por el momento presente. Con cada promesa deshonrada pierden más crédito, con cada ocasión desperdiciada para afirmar la legitimidad de su papel dirigente socavan más y más sus pretensiones dirigentes. No ofrece duda: el club de los superricos y poderosos se halla en una grave crisis de legitimidad. ¿Quién necesita de ese club a estas alturas? ¿Es sólo, acaso, que se ha hecho demasiado pequeño, es sólo, acaso, que cuenta con miembros que no deberían serlo? Si China o la India pueden desbaratar cualquier política climática del G-8, si el G-8 no puede desarrollar ninguna política energética sin la OPEC, ¿qué importancia tiene aún? Aun cuando los países del G-8 siguen representando el 14% de la población mundial y produciendo casi dos tercios del producto social mundial, nadie, salvo las elites económicas y políticas de esos países, necesita un tal "gobierno mundial informal" paralelo –y enfrentado— a las Naciones Unidas. China es visiblemente más importante para la economía mundial que Italia o Canadá; México o la India están claramente por delante de Rusia. Gran Bretaña y Francia han abogado por ampliar el grupo de los ocho al G-5, promoviendo a los países en el umbral del desarrollo a miembros plenos del club de caballeros. Al menos China y la India deberían incorporarse inmediatamente, según su propuesta. Se ha hablado incluso de un G-16. Alemania y Japón, los dos únicos países para los que el G-8 se ofrece como la sola tribuna de alcance político mundial a su disposición, se manifestaron firmemente en contra. El club debería resolver primero en pequeño comité, según ellos, las tareas internas pendientes, y sería, además, una "comunidad de valores". Los representantes de los países en el umbral del desarrollo no se sintieron ofendidos en absoluto. Los países del G-5 no se desviven por ser invitados a participar en el ilustre círculo de los poderosos. También esta vez, sobre todo China y la India, han demostrado la enorme influencia que han terminado por tener en la política mundial. Codeterminan el orden del día, son interlocutores buscados, sin ellos no se puede resolver ninguno de los problemas de alcance mundial; pero que no les vengan con las pseudosoluciones y las maniobras retóricas del G-8. Gracias a su oposición al G-8, los países del G-5 están hoy mejor organizados y aparecen más resueltamente unidos que nunca. Como miembros de un club ampliado de las grandes potencias, no tardarían en perder otra vez esa posición de poder. Antes de llegar a un G-13 o a un G-16, el G-8 tiene que demostrar que está dispuesto a un diálogo serio y a llegar a compromisos con esos países.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam e investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa misma ciudad.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
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domingo, 20 de julio de 2008
En la antesala de una gran depresión
Crisis mundial
En la antesala de una gran depresión
Jorge Altamira
Argenpress
En los días que corren, el sistema financiero internacional, incluido el régimen estatal, ha dado un largo paso hacia el abismo. Las dos entidades principales de préstamos hipotecarios de Estados Unidos, Fannie Mae y Freddie Mac, han caído en la insolvencia; las hipotecas que tienen en su poder valen menos que las deudas que acumularon para financiarlas. Lo curioso es que fueron creadas -una en la década del '30, la otra en los '50-, para rescatar a Estados Unidos de la Gran Depresión mediante un enérgico plan de construcción de viviendas. Ahora el gobierno norteamericano enfrenta la necesidad de rescatarlas a ellas. Otra ‘curiosidad': hace sólo unos pocos meses atrás, las dos entidades eran mencionadas como las herramientas que podrían rescatar a los bancos amenazados de bancarrota debido al derrumbe de sus créditos hipotecarios. Nada ilustra mejor, como la insolvencia de estos bancos, los retortijones de la crisis mundial y la fenomenal confusión de los encargados de lidiar con ella.
Supervisados sin control
Fannie Mae y Freddie Mac tienen la peculiaridad de ser bancos privados, aunque creados por ley. Los dueños son sus accionistas, pero cuenta con un respaldo estatal que se supone ilimitado. En consecuencia se encuentran, por un lado, extremadamente regulados y, por el otro, cuentan con piedra libre para hacer cualquier cosa porque los banca el Estado. En esta última capacidad han acumulado una deuda de alrededor de 5 billones 500 mil millones de dólares (nada menos que la mitad de todo el mercado hipotecario norteamericano), con un capital que no supera los 70.000 millones - o sea el 1,5% de su balance. Como los créditos y garantías financiadas por aquella deuda han caído estrepitosamente, se encuentran técnicamente quebrados. No sorprende que el valor de sus acciones se haya desplomado un 90% en el último año. Las ‘mellizas' en cuestión no valen literalmente nada, lo cual entraña la amenaza de quiebra para todos los tenedores de su deuda. Dada la magnitud en juego, no haría falta nada más para decretar el cese del movimiento financiero internacional. Las hipotecas en poder de las ‘mellizas' no son, sin embargo, aquellas calificadas de ‘basura' o de ‘baja calidad', sino las más solventes del mercado. Esto da una idea del derrumbe del crédito hipotecario en Estados Unidos.
La ‘saga' de las dos F resulta aún más apasionante, porque una gran porción de la deuda se encuentra fuera de Estados Unidos, más precisamente en Japón y en China, por una suma de 1 billón 300 mil millones de dólares. Una tajada enorme del famoso superávit comercial de estos dos colosos se encuentra enterrado en las ‘mellizas'. ¿Habrá alguien que aún recuerde la versión de que las economías de Estados Unidos y China se encontraban ‘desacopladas'? Si el Tesoro norteamericano o su banco central mandaran a las dos F a un concurso de acreedores, tendríamos enseguida un terremoto financiero en toda Asia. Algunos conocedores del mercado dicen que esa deuda se encuentra en manos de 'inversores sofisticados', otros aseguran que está en poder de los bancos centrales. Ya nos vamos a enterar.
Yanquis sin ‘investment grade'
La remanida frase de que 'son muy grandes para dejarlas caer' no engaña a nadie. La deuda de las ‘mellizas' supera a la del Tesoro norteamericano, que es un billón inferior - de 4 billones 500 mil millones de dólares. Ni siquiera el estado norteamericano se podría hacer cargo del muerto. Esto entraña la posibilidad de una reducción de la calificación de la deuda pública de Estados Unidos -lo cual la haría perder su condición única de refugio universal del capital mundial. Ya mismo, la deuda de las dos hipotecarias se está negociando cerca de dos puntos por encima de la deuda del Tesoro, o sea al 6% contra el 4%, a pesar de que ambas tienen garantía del Estado. Esa brecha en la tasa de interés de F y F respecto a la del Tesoro significa que su deuda vale ya en el mercado un 10% menos que su registro en los libros: una pérdida de ! alrededor de 600.000 millones de dólares. Para ponerla en contexto digamos que es igual al total de las pérdidas registradas por el sistema bancario desde que comenzó la presente crisis, en julio de 2007.
La orientación del gobierno Bush es salvar a las mellizas inyectando fondos públicos del presupuesto, a medida de las necesidades, además de ofrecerle la ventanilla de crédito que creó el Banco Central para el conjunto de los bancos. Mientras tanto, las hipotecarias deberían gestionar un desendeudamiento, o sea reduciendo a cero la renovación de créditos y destinando el ingreso de los que están en circulación a cancelar las obligaciones con los acreedores. Esto entrañaría, sin embargo, una contracción del crédito lo suficientemente enorme como para hundir a la economía en la depresión. Pero tampoco la capacidad del gobierno y del banco central es ilimitada; por eso algunos sugieren la nacionalización, lo cual convertiría al gobierno del ‘libre mercado' en la mayor inmobiliaria de la historia mundial, pero por sobre todo convertiría en ‘bonos basura' al conjunto de la deuda pública norteamericana. Para otros, en cambio, la consigna es: ‘traigamos a Lavagna'. En este caso, Kirchner asistiría, en el ocaso de su poder, a un intento del próximo gobierno estadounidense de renegociar la deuda de las ‘mellizas' con una quita a determinar de elevadas proporciones. La crisis financiera ha golpeado el centro nervioso del sistema de crédito de la principal potencia capitalista del planeta.
La inyección ‘ilimitada' de dólares y libras para rescatar ‘todo lo que no puede caer' a los bancos ha lanzado por la borda al dólar, que ya venía en picada desde 2003. En este contexto, las sucesivas decisiones de parte del Banco Central Europeo de subir la tasa de interés han sido interpretadas como una extorsión a la Reserva Federal norteamericana para que contenga la emisión de moneda y evite el derrumbe del dólar y la hiperinflación. Pero el BCE no puede continuar apretando el torniquete porque el ciclo de endeudamiento en Europa ha llegado al final y ahora comienzan las noticias de quebrantos de carácter más general, como ha comenzado a ocurrir en España.
Cine continuado
De todos modos, siempre hay materia para consolarse, porque la crisis bancaria prosigue sin respiro. Acaba de presentar el concurso Indymac, con activos de 35 mil millones de dólares, que se comerá nada menos que el 10% de los recursos del Fondo de Garantía de los depósitos que cuentan con seguro; lo mismo está por ocurrir con una entidad mayor, Universal Mutual, y en la lista hay unos 300 bancos de porte mediano. Lo mismo le espera a bancos muchos mayores, como el Lehman Brothers, el Wachovia y el Citibank, cuyas acciones no paran de caer. Es decir que la banca central no ha logrado confinar el derrumbe de los bancos privados luego de sus operaciones de rescate, desde marzo pasado, cuando ya se le presenta el desafío mayor de las ‘mellizas'.
Algunos economistas han empezado a registrar una neta tendencia deflacionaria como consecuencia del derrumbe del crédito: por primera vez en 40 años la creación de crédito ha sido negativa en Estados Unidos. 'Mediciones claves de dólares en circulación, cuentas corrientes, y cuentas de ahorro (M1 y M2) se han ido contrayendo por varios meses. Un disminución dramática del crecimiento en los agregados M4 de Gran Bretaña (incluye depósitos y colocaciones a plazos) está haciendo sonar las campanas de alarma'. Para otros 'las condiciones de crédito son ahora las peores desde la Gran Depresión; la liquidación del crédito ha comenzado'. Que esto ocurra cuando los bancos centrales han abierto sin límites las canillas de la emisión monetaria para rescatar a los bancos en quiebra, muestra hasta qué grado el dinero! no refluye sobre el comercio y la producción, y marca con ello el comienzo de una depresión y de una generalización de la quiebra de bancos.
La deflación monetaria
Varios comentaristas señalan que el atesoramiento típico de la depresión se manifiesta en la acumulación de contratos en el mercado del petróleo, el cual funcionaría como ocurrió con el oro en la crisis del '30, cuando su cotización se disparó y obligó a la devaluación de numerosas divisas. Pero el petróleo es una materia prima de uso mucho más extendido que el oro en la producción industrial; permitir que su cotización se siga disparando provocaría un derrumbe planetario. La especulación con el petróleo y con las materias primas ni siquiera necesita del lubricante del dinero, porque se realiza ‘al descubierto', sobre la base de promesas que requieren un mínimo respaldo. Por eso no sería suficiente (como no lo está siendo) un aumento de tasas de interés para frenar la especulación, p! ero ese aumento podría mandar a la lona a todos aquellos que no pueden hacer frente a sus deudas -sean hipotecarias, de consumo o comerciales. Dos colosos están en la mira del desplome: General Motors y General Electric. España se ha unido al pelotón de las naciones que hacen frente al derrumbe de inmobiliarias y bancos; lo mismo vale para Gran Bretaña y para Irlanda. Italia, Alemania y Francia enfrentan ya índices de recesión.
Es una verdadera torpeza criolla, propia del provincialismo de la burguesía local, seguir guitarreando la copla de que 'el mundo nos necesita' o 'tenemos demanda de soja por otra década'; ni qué decir del embelesamiento de Lozano, Macaluse, Mario Cafiero y el PCR con el desarrollo de la ‘burguesía rural'. En menos de lo que canta un gallo pasaremos de las ‘retenciones-a-los-precios-altos' a los ‘precios-sostén-para-salvar-a-las-economías-regionales'. La crisis mundial pone en cuestión todas las conquistas del capitalismo mundial en las últimas dos décadas, en primer lugar la restauración capitalista en la ex URSS y en China, y al propio capitalismo mundial.
Enlace a texto en Rebelión
En la antesala de una gran depresión
Jorge Altamira
Argenpress
En los días que corren, el sistema financiero internacional, incluido el régimen estatal, ha dado un largo paso hacia el abismo. Las dos entidades principales de préstamos hipotecarios de Estados Unidos, Fannie Mae y Freddie Mac, han caído en la insolvencia; las hipotecas que tienen en su poder valen menos que las deudas que acumularon para financiarlas. Lo curioso es que fueron creadas -una en la década del '30, la otra en los '50-, para rescatar a Estados Unidos de la Gran Depresión mediante un enérgico plan de construcción de viviendas. Ahora el gobierno norteamericano enfrenta la necesidad de rescatarlas a ellas. Otra ‘curiosidad': hace sólo unos pocos meses atrás, las dos entidades eran mencionadas como las herramientas que podrían rescatar a los bancos amenazados de bancarrota debido al derrumbe de sus créditos hipotecarios. Nada ilustra mejor, como la insolvencia de estos bancos, los retortijones de la crisis mundial y la fenomenal confusión de los encargados de lidiar con ella.
Supervisados sin control
Fannie Mae y Freddie Mac tienen la peculiaridad de ser bancos privados, aunque creados por ley. Los dueños son sus accionistas, pero cuenta con un respaldo estatal que se supone ilimitado. En consecuencia se encuentran, por un lado, extremadamente regulados y, por el otro, cuentan con piedra libre para hacer cualquier cosa porque los banca el Estado. En esta última capacidad han acumulado una deuda de alrededor de 5 billones 500 mil millones de dólares (nada menos que la mitad de todo el mercado hipotecario norteamericano), con un capital que no supera los 70.000 millones - o sea el 1,5% de su balance. Como los créditos y garantías financiadas por aquella deuda han caído estrepitosamente, se encuentran técnicamente quebrados. No sorprende que el valor de sus acciones se haya desplomado un 90% en el último año. Las ‘mellizas' en cuestión no valen literalmente nada, lo cual entraña la amenaza de quiebra para todos los tenedores de su deuda. Dada la magnitud en juego, no haría falta nada más para decretar el cese del movimiento financiero internacional. Las hipotecas en poder de las ‘mellizas' no son, sin embargo, aquellas calificadas de ‘basura' o de ‘baja calidad', sino las más solventes del mercado. Esto da una idea del derrumbe del crédito hipotecario en Estados Unidos.
La ‘saga' de las dos F resulta aún más apasionante, porque una gran porción de la deuda se encuentra fuera de Estados Unidos, más precisamente en Japón y en China, por una suma de 1 billón 300 mil millones de dólares. Una tajada enorme del famoso superávit comercial de estos dos colosos se encuentra enterrado en las ‘mellizas'. ¿Habrá alguien que aún recuerde la versión de que las economías de Estados Unidos y China se encontraban ‘desacopladas'? Si el Tesoro norteamericano o su banco central mandaran a las dos F a un concurso de acreedores, tendríamos enseguida un terremoto financiero en toda Asia. Algunos conocedores del mercado dicen que esa deuda se encuentra en manos de 'inversores sofisticados', otros aseguran que está en poder de los bancos centrales. Ya nos vamos a enterar.
Yanquis sin ‘investment grade'
La remanida frase de que 'son muy grandes para dejarlas caer' no engaña a nadie. La deuda de las ‘mellizas' supera a la del Tesoro norteamericano, que es un billón inferior - de 4 billones 500 mil millones de dólares. Ni siquiera el estado norteamericano se podría hacer cargo del muerto. Esto entraña la posibilidad de una reducción de la calificación de la deuda pública de Estados Unidos -lo cual la haría perder su condición única de refugio universal del capital mundial. Ya mismo, la deuda de las dos hipotecarias se está negociando cerca de dos puntos por encima de la deuda del Tesoro, o sea al 6% contra el 4%, a pesar de que ambas tienen garantía del Estado. Esa brecha en la tasa de interés de F y F respecto a la del Tesoro significa que su deuda vale ya en el mercado un 10% menos que su registro en los libros: una pérdida de ! alrededor de 600.000 millones de dólares. Para ponerla en contexto digamos que es igual al total de las pérdidas registradas por el sistema bancario desde que comenzó la presente crisis, en julio de 2007.
La orientación del gobierno Bush es salvar a las mellizas inyectando fondos públicos del presupuesto, a medida de las necesidades, además de ofrecerle la ventanilla de crédito que creó el Banco Central para el conjunto de los bancos. Mientras tanto, las hipotecarias deberían gestionar un desendeudamiento, o sea reduciendo a cero la renovación de créditos y destinando el ingreso de los que están en circulación a cancelar las obligaciones con los acreedores. Esto entrañaría, sin embargo, una contracción del crédito lo suficientemente enorme como para hundir a la economía en la depresión. Pero tampoco la capacidad del gobierno y del banco central es ilimitada; por eso algunos sugieren la nacionalización, lo cual convertiría al gobierno del ‘libre mercado' en la mayor inmobiliaria de la historia mundial, pero por sobre todo convertiría en ‘bonos basura' al conjunto de la deuda pública norteamericana. Para otros, en cambio, la consigna es: ‘traigamos a Lavagna'. En este caso, Kirchner asistiría, en el ocaso de su poder, a un intento del próximo gobierno estadounidense de renegociar la deuda de las ‘mellizas' con una quita a determinar de elevadas proporciones. La crisis financiera ha golpeado el centro nervioso del sistema de crédito de la principal potencia capitalista del planeta.
La inyección ‘ilimitada' de dólares y libras para rescatar ‘todo lo que no puede caer' a los bancos ha lanzado por la borda al dólar, que ya venía en picada desde 2003. En este contexto, las sucesivas decisiones de parte del Banco Central Europeo de subir la tasa de interés han sido interpretadas como una extorsión a la Reserva Federal norteamericana para que contenga la emisión de moneda y evite el derrumbe del dólar y la hiperinflación. Pero el BCE no puede continuar apretando el torniquete porque el ciclo de endeudamiento en Europa ha llegado al final y ahora comienzan las noticias de quebrantos de carácter más general, como ha comenzado a ocurrir en España.
Cine continuado
De todos modos, siempre hay materia para consolarse, porque la crisis bancaria prosigue sin respiro. Acaba de presentar el concurso Indymac, con activos de 35 mil millones de dólares, que se comerá nada menos que el 10% de los recursos del Fondo de Garantía de los depósitos que cuentan con seguro; lo mismo está por ocurrir con una entidad mayor, Universal Mutual, y en la lista hay unos 300 bancos de porte mediano. Lo mismo le espera a bancos muchos mayores, como el Lehman Brothers, el Wachovia y el Citibank, cuyas acciones no paran de caer. Es decir que la banca central no ha logrado confinar el derrumbe de los bancos privados luego de sus operaciones de rescate, desde marzo pasado, cuando ya se le presenta el desafío mayor de las ‘mellizas'.
Algunos economistas han empezado a registrar una neta tendencia deflacionaria como consecuencia del derrumbe del crédito: por primera vez en 40 años la creación de crédito ha sido negativa en Estados Unidos. 'Mediciones claves de dólares en circulación, cuentas corrientes, y cuentas de ahorro (M1 y M2) se han ido contrayendo por varios meses. Un disminución dramática del crecimiento en los agregados M4 de Gran Bretaña (incluye depósitos y colocaciones a plazos) está haciendo sonar las campanas de alarma'. Para otros 'las condiciones de crédito son ahora las peores desde la Gran Depresión; la liquidación del crédito ha comenzado'. Que esto ocurra cuando los bancos centrales han abierto sin límites las canillas de la emisión monetaria para rescatar a los bancos en quiebra, muestra hasta qué grado el dinero! no refluye sobre el comercio y la producción, y marca con ello el comienzo de una depresión y de una generalización de la quiebra de bancos.
La deflación monetaria
Varios comentaristas señalan que el atesoramiento típico de la depresión se manifiesta en la acumulación de contratos en el mercado del petróleo, el cual funcionaría como ocurrió con el oro en la crisis del '30, cuando su cotización se disparó y obligó a la devaluación de numerosas divisas. Pero el petróleo es una materia prima de uso mucho más extendido que el oro en la producción industrial; permitir que su cotización se siga disparando provocaría un derrumbe planetario. La especulación con el petróleo y con las materias primas ni siquiera necesita del lubricante del dinero, porque se realiza ‘al descubierto', sobre la base de promesas que requieren un mínimo respaldo. Por eso no sería suficiente (como no lo está siendo) un aumento de tasas de interés para frenar la especulación, p! ero ese aumento podría mandar a la lona a todos aquellos que no pueden hacer frente a sus deudas -sean hipotecarias, de consumo o comerciales. Dos colosos están en la mira del desplome: General Motors y General Electric. España se ha unido al pelotón de las naciones que hacen frente al derrumbe de inmobiliarias y bancos; lo mismo vale para Gran Bretaña y para Irlanda. Italia, Alemania y Francia enfrentan ya índices de recesión.
Es una verdadera torpeza criolla, propia del provincialismo de la burguesía local, seguir guitarreando la copla de que 'el mundo nos necesita' o 'tenemos demanda de soja por otra década'; ni qué decir del embelesamiento de Lozano, Macaluse, Mario Cafiero y el PCR con el desarrollo de la ‘burguesía rural'. En menos de lo que canta un gallo pasaremos de las ‘retenciones-a-los-precios-altos' a los ‘precios-sostén-para-salvar-a-las-economías-regionales'. La crisis mundial pone en cuestión todas las conquistas del capitalismo mundial en las últimas dos décadas, en primer lugar la restauración capitalista en la ex URSS y en China, y al propio capitalismo mundial.
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