lunes, 5 de mayo de 2008

A 190 años del nacimiento de Karl Marx

Enrique Dussel

Karl Heinrich Marx nace el 5 de mayo de 1818 en Trier (Treveris, la capital del impero de Carlomagno, y fundada por los romanos de los cuales se guardan con predilección las antiguas ruinas de la ciudad antigua en 2000 años), en una casa de dos pisos con un patio interior todavía existente (y que se sitúa hoy en la “calle Karl Marx” de la indicada ciudad), propia de una familia de la pequeña burguesía prusiana.

Su padre, Heinrich Marx, abogado de formación y burócrata del Estado luterano, de antigua familia judía (el abuelo de Marx fue el rabino de Trier, lo mismo que un hermano menor de su padre), era un ilustrado, que se casó con Henriette Pressburg (igualmente de una familia de rabinos holandeses por siglos). El 24 de agosto de 1824 se bautiza luterano, obligación que su padre (burócrata prusiano) debió realizar bajo presión. Su madre permaneció judía hasta su muerte.

El joven Marx estudió la preparatoria en el colegio Spee, en memoria de un famoso jesuita progresista y crítico político de comienzo del siglo XIX. En 1835 pasa su examen de bachillerato manifestando ya profundas convicciones éticas. En su “examen de alemán”, contra I. Kant, expresa que “la virtud no es el engendro de una dura doctrina de deberes”; por el contrario, la ética exige al ser humano ser feliz y “el ser humano más feliz es el que ha sabido hacer felices a los más”. Por ello, la ética enseña “que el ideal al que todos aspiran es el ofrecerse en sacrificio por la humanidad”. ¡Y tenía Marx sólo 17 años!

Estudió derecho en el momento todavía de gran brillo de Berlín, poco después de la muerte de Hegel. En 1841, en el mismo año en que Schelling criticó frontalmente a este gran filósofo (en presencia de más de 500 estudiantes, entre los que estaban Kierkegaard, Engels, Feuerbach, Savigny, y tantos otros), Marx presentaba su tesis doctoral, pero en filosofía (y no en derecho) en la Universidad de Jena. En ella habla del dios fenicio: “¿No ha reinado el antiguo Moloch?” Años después, en 1855, expresará todavía que “es sabido que los señores de Tiro y Cartago no aplacaban la cólera de los dioses sino sacrificándoles... niños pobres comprados para arrojarlos a los brazos ígneos de Moloch”. Cinco años antes, le escribía una carta a Engels comunicándole la muerte de su hijito Enrique Guido, muerto antes de un año de edad en su pobrísimo y frío departamento de dos habitaciones en Londres: “El pobre niño ha sido un sacrificio a la misère burguesa”.

Marx pasará en 1842 a la crítica política, todavía desde la religión, bajo la temática del fetichismo. Como el fundamento del Estado para Hegel era la religión luterana del emperador prusiano, había que comenzar con la crítica del fundamento (la religión) para criticar al Estado (la política). Se trata de la crítica de la cristiandad, como la denominará Kierkegaard. Es decir, el cristianismo se había confundido desde Constantino, en el siglo IV, con el imperio. Por ello Marx indicará (en el número 179 de la Gaceta de Colonia): “Ustedes quieren un Estado cristiano... Lean la obra de San Agustín De Civitate Dei y de los demás padres de la iglesia... y vuelvan y dígannos cuál es ese Estado cristiano”. La crítica política sabe que no puede haber, ni para los cristianos, un Estado cristiano.

En 1843 pasa de la crítica religiosa de la política a la economía política. En La cuestión judía se pregunta, como buen judío (porque siempre se autointerpretó como judío), pero siguiendo la tradición de los profetas que supieron criticar a su propio pueblo: “¿cuál es el culto mundano que el judío practica? La usura. ¿Cuál su dios mundano? El dinero” –es decir, Mamón, Moloch.

En su exilio en París, ahora sí y por primera vez, Marx se lanza al estudio de la economía política. Descubre que la fundamentación última de la acción política es material, si por “materia” se entiende el “contenido” de toda praxis cuya referencia es siempre la afirmación y reproducción de la vida humana.

Le tocará todavía huir a Bruselas; escribir la obra maestra de política y economía que clarifica la “línea” estratégica a los movimientos llamados “comunistas” dentro de los sindicatos y nacientes partidos políticos obreros de Europa. Lo de “partido” del “Manifiesto del partido comunista” no debe entenderse en el sentido actual. Se trata en cambio de las orientaciones práctico-estratégicas de las “corrientes” comunistas de esos sindicatos y partidos.

En 1849 se encuentra Marx definitivamente en Londres, habiendo sido expulsado ahora de Bruselas. Allí permanecerá, a excepción de cortos periodos en Alemania, hasta su muerte. Será tiempo de intenso trabajo intelectual en la mejor biblioteca económica de Europa, la del Museo Británico. Allí diariamente llenará más de 120 cuadernos de apuntes, escribirá cientos y cientos de cartas, cientos de artículos, algunos pocos libros y millares de hojas manuscritas que todavía no terminan de editarse. Sin embargo, todo ese gigantesco trabajo culminó en un tomo de una obra inconclusa y publicada en 1867: El capital. Fue, y sigue siendo, la crítica más articulada del sistema capitalista, donde se demuestra la imposibilidad de ese sistema en el largo plazo, por ser destructor de la vida en la naturaleza y de la humanidad. Ante los efectos negativos crecientes actuales, en gran parte irreversible del capitalismo en su fase neoliberal, su libro retorna, crece, vuelve a reconocérselo como una de las obras clásicas de la historia de la humanidad.

El mismo Marx manifestó el sentido ético de su obra cuando escribió: “Todo el tiempo que podía consagrar al trabajo debí reservarlo a mi obra, a la cual he sacrificado mi salud, mi alegría de vivir y mi familia –escribía el 30 de abril de 1867. Si fuéramos animales podríamos naturalmente dar la espalda a los sufrimientos de la humanidad para ocuparnos de nuestro propio pellejo. Pero me hubiera considerado poco práctico de haber muerto sin al menos haber terminado el manuscrito de mi libro”.

Desde su juventud (“hacer felices a los más”) hasta su muerte (evitar “los sufrimientos de la humanidad”) Marx pensó lo mismo, es decir, que había que luchar para que los sistemas de injusticia fueran superados en un “Reino de la Libertad”, del pleno desarrollo de la capacidades creativas, aun estéticas, del ser humano. Al sufrimiento de los oprimidos había que negarlo y transformarlo, en un nuevo sistema, en felicidad.

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