Por Rafael Luís Gumucio Rivas lunes, 21 de abril de 2008
Dudo que muchos chilenos conozcan el pueblo Curepto: si no fuera por el celo fundacional de los funcionarios del Ministerio de Salud, esta pequeña comarca seguiría teniendo la existencia cancina de los villorrios campesinos de la zona central de Chile y sus enfermos tendrían que viajar a Talca en busca de la cura a sus enfermedades tal como lo hacían, en el siglo XVIII, los habitantes de las aldeas de Crimea, después de la visita de Catalina II.
Nada grave, pues los pobres saben esperar y exigen muy poco a sus gobernantes. Por desgracia, los periodistas - que hoy tienen celulares capaces de obtener fotografías sorpresivas y poderosas cámaras de video – fisgoneando descubrieron en este olvidado pueblo que la inauguración del hoy famoso hospital se había llevado a cabo con camas y enfermos arrendados, lo que equivale a una escena perfecta similar a la de las famosas aldeas Potemkim. El hospital de Curepto es similar a una torta de frutilla y, según algunos mal pensados, ni siquiera caben las camas.
Nada peor que los testimonios fotográficos. Por ejemplo, a mi me encantaría quemar las horribles fotos tamaño carné, en que uno aparece con cara de sonso candidato a reo y sólo le faltaría tocar el piano. La fotografía en que aparecen la Presidenta, rodeada de un séquito de ufanos, alegres e ingenuos funcionarios, examinando a una mujer embarazada es un cuadro gráfico que debe avergonzar a quienes han sido inmortalizados en él. ¡Cómo no se va a poder dictar un Decreto que ordene su quema!
El incidente podría haber sido un fait divers, una anécdota digna de ser contada a los nietos, si no hubiera mediado el afán de los medios de comunicación de la derecha política por descubrir hasta en los quintos infiernos acontecimientos que perjudicaran al gobierno de la presidenta Michelle Bachelet; periodistas, ministros y políticos se han convertido en defensores de los habitantes de Curepto: Francisco Vidal sostiene que a la Presidenta no se le miente, que “esto no tiene nombre” y así van desfilando las acusaciones y peticiones de disculpas. Michelle Bachelet actúa con premura y destituye al encargado de Salud del Maule y al Intendente de la Región; por su parte, los diputados aprueban una comisión investigadora que, como se supone quedará en nada, igual que las anteriores.
Es posible que el hospital de Curepto sea ahora reinaugurado con camas y petacas, agregando tecnología de punta en el más breve plazo. Es seguro que los cureptinos serán tratados con una enorme cortesía por parte de los funcionarios de la salud – tratamiento que debiera existir en todos los hospitales y centros de salud en Chile – no habrá lista de espera, mucho menos colas que, siúticamente se llaman filas, les aplicarán inyecciones con manos de ángel y las operaciones se harán con rayos láser; el hospital de Curepto será la jauja de Potemkin.
Jamás pensé que Curepto fuera el centro de los análisis e investigaciones que sesudos cuentistas políticos, formados en universidades norteamericanas, y que escritores de la calidad de Jorge Edwards le dedicara una página entera en el diario La Segunda; no ha faltado el investigador de Libertad y Desarrollo que, ante el desastre, proponga privatizar la salud pública, algo así como que todos los chilenos pertenezcan a las carísimas y abusadoras Isapres. No se me ocurre cómo se pagaría cuando la media del salario chileno, que corresponde al 75% de los ciudadanos, es de $250.000, salvo que el Estado les cubriera el precio de las Isapres. Cómo no va a ser fantástico que todos pudiéramos ser tratados de nuestras dolencias en la Clínica de la U. Católica, La Alemana o Las Condes, entonces el gasto en salud no debiera ser de 300 dólares per capita, sino más de 5.000 dólares. ¿Se dan cuenta qué podría pasar si la derecha , por azar, llegara a gobernar?
Desafortunadamente, el caso del hospital de Curepto tiene un precedente histórico de categoría que, incluso, ha formado parte de un genial relato de Jorge Luís Borges. Me refiero a las famosas aldeas Potemkim: Gregorio Potemkim fue el ministro predilecto de la sensual Catalina II; la buena emperatriz, preocupada por la miserable existencia de los campesinos de Crimea, entregó a su ministro parte del presupuesto para que mejoraran sus viviendas; Potemkim se guardó el dinero, como buen funcionario zarista. Nunca ha sido barato ser amante de una reina o de una emperatriz, así le pasó a Mazarino con María de Médicis, a Manual Godoy con María Luisa y a Disraeli con la reina Victoria de Inglaterra.
Un buen día a Catalina se le ocurrió ir a visitar sus territorios en Crimea. Potemkim, desesperado, contrató a actores que reemplazaran a los campesinos: construyó casas y palacios más bellos que los San Petersburgo. La emperatriz estaba feliz, incluso quiso hacer de Crimea la capital de su imperio. Por cierto, nuestra Presidenta no tiene nada que ver con Catalina, pues es seria, casta y responsable y jamás se le hubiera ocurrido, como Catalina, tener entre sus amores a Francisco Miranda, el verdadero padre de la Gran Colombia, a quien Potemkim le tenía una soberana envidia.
Nada más agradable que ser funcionario del Estado: es pan duro, pero seguro, pues el empleado sabe que los 15 de cada mes recibirá, en su cuenta corriente, el justo pago a los servicios prestados al Estado. Honorato de Balzac fue feliz el corto período que sirvió como empleado público y empezó a pasarlo mal cuando se independizó viéndose obligado a escribir un folletín diario para llevar el pan a su mesa. El conjunto de estas obras formaron La comedia humana.
Dostoievski odiaba a los funcionarios zaristas. Usted puede encontrar sus peores retratos en Crimen y castigo, El doble y El Idiota. San Petersburgo era la ciudad de los funcionarios pretenciosos, arribistas, estafadores y defraudadores del Estado. Dickens trabajó muy poco tiempo y se consideró tan explotado que escribió sus terribles novelas sobre la miseria, en la Inglaterra de la sociedad industrial. Carlos Marx no tuvo nunca jefe y, a lo mejor, si hubiera un feliz empleado público, no hubiera escrito El Capital; su yerno, el martiniqués Paul Lafarge escribió, nada menos que un elogio al ocio - a lo mejor, alguna vez fue trabajó para el Estado-
En el Chile plutocrático ser empleado era un oficio de siúticos; a veces, los caballeros arruinados se veían obligados a aceptar un cargo público. Como confiesa el historiador Francisco Antonio Encina, consistía en ir a cobrar el sueldo una vez al mes. Parece que Francisco Bilbao hacía lo mismo, como funcionario de Estadística. Por mi parte, mis mejores recuerdos los conservo cuando fui empleado público – y me muero de ganas de volver a serlo-.
Creo en la época contemporánea los partidos políticos son agrupaciones de funcionarios, lo que no es ninguna novedad, pues han sido analizados, ampliamente, por Weber y Michels. Los partidos están presos en la jaula de hierro de la burocracia, razón por la cual en la administración pública se les llama oficiales, que van graduados como el ejército: del uno al dieciséis; este último es el junior. Recuerdo que en las ceremonias oficiales de la embajada de Chile en Canadá nos ubicaban según nuestro grado: el último – el conscripto – era el agregado cultural. Cuando los partidos permanecen mucho tiempo en el poder los cargos burocráticos predominan en sus Congresos y la composición de directivas se hace según la graduación en la administración pública, salvo el caso de los cargos que emanan de la soberanía popular que, en Chile, son tan burocráticos como los otros, pues también poseen inamovilidad administrativa. Hay otros, como los gerentes de empresas estatales que son muy poderosos económicamente y que tienen capacidad de dar empleos a los camaradas que están cesantes. Los Hay de todo: Codelco, Ferrocarriles, Banco del Estado, Enap e INDAP. Hoy, Ferrocarriles no es muy buen negocio, pues se alzaron con camas y petacas.
Es prácticamente imposible ser militante activo de un partido y no contar con un puesto fiscal, salvo que pertenezca a una tendencia un poco rebelde y sea calificado por el presidente como díscolo. Esto de los asesores no es nada nuevo; Eduardo Frei Montalva los tuvo a raudales; hoy tienen la denominación de operadores políticos, algo así como personas que conquistan a los ciudadanos para votar por sus jefes, desde puestos fiscales; no dominan los temas propios de la institución a la que pertenecen, sin embargo, dedican día y noche a defender el partido y el gobierno; nada se les puede reprochar, si se considera que grandes pensadores se han limitado a ir a cobrar sus sueldos en sus respectivas oficinas. Lo único malo es que no se conoce ninguna obra importante de los famosos operadores políticos, por el contrario, muchos de ellos han sido cuestionados y, algunos, en los tribunales de justicia.
La Concertación pacto con la dictadura en el sentido de mantener inamovibles a los antiguos empleados del tirano Pinochet, por consiguiente, tuvo que recurrir a contratos anuales, a mano alzada, pagados con boletas de servicio; este procedimiento no respeta mucho el Código del Trabajo, pero mientras no haya un cambio radical en la administración pública, tendremos que convivir con este sistema, tan como se hace con la autoritaria Constitución del 80. Lamentablemente, este sistema se ha prestado para abusos, como los descubiertos en Gendarmería y en el Registro Civil, entre otros casos. A lo mejor es una exageración decir, como el Contralor actual que “la administración pública es un despelote”, pero no anda muy lejos.
El ministro Edmundo Pérez Yoma, creo yo, pretende ser una especie de jefe de gobierno en pleno presidencialismo: apenas asumió el cargo dijo que iba a hacer política, a reformar radicalmente el Estado, para no sufrir el destino de sus predecesores, Andrés Zaldívar y Belisario Velasco y del suyo propio durante el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en que terminó encerrado en el Ministerio de Defensa, presidiendo la entrega del mando de Augusto Pinochet. Para reformar la administración del Estado se requiere el apoyo de la derecha, lo que sería contradictorio con las “declaraciones de guerra” de Francisco Vidal. No creo que Pérez Yoma sea un Bismark – que fue capaz de construir el Estado alemán en base a la poderosa educación primaria, que levó al triunfo germano contra Francia- en Chile tenemos un pésimo sistema educacional y, por consiguientes, malos hábitos administrativos.
Rafael Luís Gumucio Rivas
No hay comentarios:
Publicar un comentario