jueves, 9 de abril de 2009

Las claves de la artimaña y la estafa

Prólogo al libro de Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa

Pascual Serrano
Rebelión


Nos dijeron que la economía estaba en crisis debido al alto precio del petróleo, que estaba encareciendo la mayoría de la producción. Dos meses después, la crisis era porque éste había bajado su precio a la mitad. Contaban que la economía iba bien cuando el precio de la vivienda estaba a tales niveles que ningún joven podía acceder a ella y, en cambio, se contabilizaban tres millones de casas vacías en España. Incluso nos hacían felices porque los que teníamos vivienda ahora éramos ricos debido a la subida de los precios, pero en realidad lo que pasaba era que nuestros hijos no podían comprarse una. Nos inquietaban con el peligro de que explotara la burbuja inmobiliaria, lo cual provocaría la caída de los precios, a pesar de que ésa hubiera sido la única forma de que algunos pudiesen comprar una casa. Durante toda nuestra vida habíamos pensado que un signo de mala situación económica era que subieran los precios de los productos esenciales, pero ahora dicen que con la crisis bajarán y eso es todavía peor. Hace diez años recomendaban que contratásemos un plan de pensiones privado, porque el sistema público no estaría en condiciones de garantizar el pago de nuestra jubilación, y ha resultado que ha sido el sistema público el que ha tenido que rescatar al privado de la bancarrota.

En nuestra sociedad, los “expertos” en economía vienen a ser como los brujos de las tribus primitivas, que advertían de una terrible sequía dos semanas antes de que el poblado se inundara por lluvias torrenciales y, a pesar de eso, seguían considerándolos como adivinos sagrados cuando dejaba de llover.

Muchos hemos llegado a la conclusión de que en este siglo XXI leer buenos –y honrados– libros de economía es tan importante como leer los de supervivencia si se va a una isla desierta. Por eso yo leo a Juan Torres, para sobrevivir en esta edad moderna. De manera que llega un catedrático de Economía como él y nos dice que lo que argumentaban los grandes gurús de la economía mediante sofisticadas matemáticas era “una estupidez sin fundamento científico alguno, pero se divulgaba para que los multimillonarios puedan seguir jugando al casino”. O sea, el brujo de la tribu tomándonos el pelo en el siglo XXI. Y la prueba más clara es que hasta a Emilio Botín y a Alicia Koplowitz les sacó el dinero un estadounidense de nombre Madoff mediante el tocomocho de unas inversiones piramidales dignas de un trilero de la Gran Vía madrileña.

Todo lo que está sucediendo ahora lo advirtió hace cuatro años Juan Torres López en su libro Toma el dinero y corre. La globalización neoliberal del dinero y las finanzas (Icaria), pero él no gozaba del reconocimiento de “brujo de la tribu” que dan los grandes medios y las instituciones financieras, porque decía lo que a ellos no les interesaba. Y lo silenciaron.

Lo que sí pregonaban pocos meses antes de que se desplomaran las finanzas estadounidenses y europeas, el 5 de abril de 2008, eran titulares como este d el diario El País: “BBVA y el riesgo venezolano”. Con él se hacían eco de que el banco español “BBVA acaba de advertir sobre la situación venezolana en el capítulo de riesgos del informe anual presentado ante la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos”. Seis meses después, los gobiernos estadounidenses y europeos dedicaban sus fondos públicos a salvar la banca privada y el venezolano concedía 236,7 millones de dólares para 1.547 proyectos socioproductivos comunitarios.

Esos ejecutivos y banqueros que han provocado la crisis se siguen burlando de los ciudadanos cada día que pasa. Mientras conocemos los multimillonarios rescates bancarios con dinero público, en octubre de 2008 se inauguraba en Múnich , con gran éxito de asistencia, la Feria de Millonarios, donde se podía admirar un teléfono móvil que se vende por 178.000 euros, una almohada adornada con diamantes por 300.000 euros, cigarros envueltos en oro, el último Ferrari, el mayordomo perfecto, yates, casas de caviar y champán... Por aquellos días se supo que el dueño de la inmobiliaria española Fadesa se había ingresado en su cuenta personal 139 millones de euros de la empresa antes de declarar la suspensión de pagos; que los ejecutivos de la aseguradora AIG se gastaron más de 440.000 dólares en una semana de vacaciones, alojados en un hotel de California que cuesta mil dólares por noche… tras recibir los 85.000 millones de dólares del rescate del gobierno estadounidense. La división aseguradora del desaparecido Fortis, cuyos restos fueron comprados a precio de saldo por BNP Paribas, se gastaron 150.000 euros en una cena en el prestigioso restaurante Louis XV del hotel monegasco Paris Monte-Carlo, el más caro de todo el Principado.

Aunque la crisis es básicamente financiera y del sector de la construcción, un estudio [1] señalaba que los directivos de las entidades financieras tienen un salario medio de entre 80.000 y 250.000 euros y los de las promotoras o constructoras entre 100.000 y 240.000 euros. Estos sueldos, según el estudio, sólo están por debajo de los asignados a los socios de los despachos de abogados. Sirva como ejemplo que durante 2008 la presidenta de Banesto, Ana Patricia Botín, obtuvo un aumento del 18 % en sus emolumentos para alcanzar un salario de 3,67 millones de euros. A éstos hay que añadirles “los 3,8 millones que el banco aportó a su plan de pensiones, que se eleva ya a 21,7 millones” [2] . Los demás miembros del Consejo de Administración percibieron durante 2008 un 36,9 % más que el año anterior y los once miembros de la alta dirección vieron su retribución aumentada un 34,6 %, hasta alcanzar un sueldo medio de 742.000 euros. En Estados Unidos no es diferente: mientras la financiera Merrill Lynch aprobaba los planes de despidos y recibía ayudas del gobierno, su presidente, John Thain, se gastaba 1,2 millones de euros en amueblar su despacho. Entre sus adquisiciones, alfombras de 67.000 euros y una mesa de 19.200. Así se viven las crisis cuando uno es directivo de una gran empresa o un banco. Al final tenía razón Bertolt Brecht cuando afirmaba que el delito no era robar un banco, sino fundarlo.

En realidad, como me dijo mi amigo Santiago Alba, a estar alturas no deberíamos escandalizarnos, esa gente siempre se dedicó a comer y a beber bien mientras la humanidad se muere de hambre. No hay ninguna novedad.

Y mientras sucede todo eso, y tras haber destinado el gobierno español millones de euros para la banca privada, el vicesecretario general del PSOE, José Blanco, se limitaba a declarar: “Yo confío en que las entidades financieras [...] tomen la decisión de garantizar crédito a los ciudadanos” [3] . Y la organización de consumidores OCU y el sindicato CCOO pedían al gobierno que, si un banco quiebra, se aumente la garantía del fondo de depósitos de los 20.000 euros de ahora hasta 150.000 [4] . Se trataría de que entre todos los ciudadanos, incluidos los que no tenemos ese dinero, pagásemos los 150.000 que alguien tenía ahorrados en una cuenta bancaria hasta que los directivos del banco se hubiesen largado con ellos.

Este libro de Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa, La crisis financiera. Guía para entenderla y explicarla, nos revela que el dinero que circula por el mundo es falso, puesto que en la economía financiera de los mercados de cambios y en las bolsas se mueven 5,5 billones de dólares, mientras que el comercio mundial es cien veces menor; que los prestamos hipotecarios eran NINJA (acrónimo de “No Income, No Job and No Asset”), es decir, se habían otorgado a personas sin ingresos, sin trabajo y sin patrimonio, que así creían tener algo; y que en Estados Unidos, al igual que en España, el 40 por ciento de las viviendas adquiridas no lo eran para ser habitadas. El capitalismo ha creado un sistema en que el dinero no es dinero, a los pobres los hipotecan para que crean que no son pobres y las casas no son para vivir. ¿Y cómo puede suceder esto? Por eso comencé este prólogo diciendo que hay que leer libros honrados de economía como si fuesen guías de supervivencia.

Nos encontramos en una situación en la que ni los gestores del capitalismo se fían de él. Los autores de este libro afirman que no faltaba liquidez en los mercados, sino que la escasez de dinero se debió a que unos bancos desconfiaban de otros y se negaban a prestarse entre sí. En tal situación, un banco puede iniciar una campaña de rumores sobre la insolvencia de otro y conseguir hundirlo en la Bolsa para comprarlo a precio de saldo. Como consecuencia, el dinero queda aprisionado en la psicosis que ellos mismos han creado y la economía se paraliza. Supimos que el Tesoro de EEUU estaba colocando sus letras a un interés del 0% porque “los inversores parecen sentirse mejor poniendo su dinero en manos del Gobierno que en las de los bancos” [5] . Al final, resulta que los neoliberales confían más en el maltrecho Estado, al que antes acusaban de incapaz, que en los bancos sacrosantos que ellos mismos gestionaban.

Y todo esto no sería tan grave si no fuese porque oculta la mayor de las crueldades. Algo mucho peor que explotar la fuerza de trabajo de un semejante mientras se lo mantiene en la pobreza –ése ha sido siempre el principio fundamental del capitalismo histórico–, es lanzarse a la especulación con la compra masiva de productos alimenticios básicos, lo cual provoca subidas espectaculares de precios y hace que millones de personas mueran de hambre al no poder comprarlos.

Este libro de economía incluye algo que los economistas del poder ya nunca nos recuerdan: la humanidad. La humanidad necesaria para tener en cuenta a quienes pasan hambre o no tienen un trabajo para sobrevivir. Esos economistas quieren hacer con la economía lo que han hecho con el periodismo: que con su neutralidad y asepsia mantenga la equidistancia entre nazis y víctimas del campo de concentración o que guarde el equilibrio informativo entre el “terrorista” palestino de Gaza –que a fin de cuentas tenía sólo cinco años– y el “defensor” de Israel que bombardeaba colegios desde un F-16.

El trabajo de Juan Torres y Alberto Garzón no termina dando recetas económicas milagrosas, porque sólo hay dos y son bien conocidas: la primera es subvertir la inmoralidad dominante para sustituirla por la ética y la decencia; la segunda, levantar la voz para amotinarse contra los miserables que nos han traído hasta aquí. Los autores tampoco evitan señalar a los responsables últimos del desastre: los gobiernos, los bancos centrales y los grandes organismos internacionales que, con su pasividad, permitieron esta situación, puesto que establecieron las normas y las reglas del juego para el saqueo y el crimen de los bancos. Esto ha sido posible porque los dueños del dinero habían tomado de antemano el control de la política. Por eso Emilio Botín no rinde cuentas ante los jueces aunque su banco entregase a Hacienda información falsa sobre casi diez mil operaciones bancarias por valor de 145.000 millones de pesetas, presentando como titulares a testaferros del tipo de personas fallecidas, ancianos desvalidos, parados o emigrantes, que nada sabían de tales operaciones. Las leyes se hacen para quienes manejan el dinero; los gobiernos ejecutan las políticas que éstos desean, mientras que la justicia está a su servicio y les garantiza impunidad. Por eso en esta sociedad una firma comercial tiene más derechos que una persona y hasta resulta preferible ser empresa que ser humano. Llevábamos años escuchando que no había dinero para luchar contra el hambre en el mundo, para asistir a los enfermos de sida o para garantizar cuidados sanitarios a toda la población mundial y, de la noche a la mañana, aparecen billones para salvar a los bancos. Este libro nos da las claves de la artimaña y la estafa. Estamos ante un golpe de Estado. O salimos a la calle o se instalarán definitivamente en el poder.

Pascual Serrano

Enlace a texto en Rebelion

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