Hay conferencias internacionales triunfales. Otras son un fiasco. Por los desafíos que plantea la crisis mundial, la reunión del G-20 se presentaba como oportunidad legendaria para sentar las bases de una nueva economía, fuerte y sustentable. Lo que ha hecho es fracasar estrepitosamente. Las dramáticas convulsiones de las próximas décadas serán el legado de esta oportunidad perdida.
Pero los grandes fracasos se disfrazan mejor con pitos y flautas. Sin duda eso pensaba Gordon Brown, primer ministro inglés, cuando anunció las medidas adoptadas por el G-20 y afirmó que estaba emergiendo un nuevo orden internacional. Obama, para no quedarse atrás, declaró que se trata de un viraje en la evolución de la crisis. ¿De veras?
El G-20 reconoce la necesidad de restablecer la confianza, el crecimiento y el empleo. Por eso aprueba una expansión fiscal concertada entre 2009-2010 por 5 billones de dólares para lograr un incremento en la producción de 4 por ciento. Tomando en cuenta la magnitud del apalancamiento que conduce a esta crisis y la profundidad de su impacto en el sector real, ese monto (en dos años y entre los 20 países responsables de 85 por ciento del producto mundial) es realmente insuficiente.
Para apoyarse, el G-20 dice que el Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica la recuperación en 2010 y un crecimiento mundial de 2 por ciento. Pero citar al FMI en estos tiempos es como aferrarse a una vara llena de espinas. ¿Por qué no citan los informes del FMI de hace un año en los que el organismo afirmaba que la recesión sería leve y breve? El G-20 hace el ridículo: la verdad es que la crisis agarró dormido al FMI.
Dice el G-20 que hay que reparar el sector financiero para que vuelva a fluir el crédito. De acuerdo, pero los montos anunciados no son novedad y provienen de planes de rescate ya aprobados. En el caso de Estados Unidos, los montos comprometidos en los planes Paulson-Geithner son insuficientes. La injusticia e improvisación de esos planes son mal presagio.
El G-20 también quiere una nueva regulación bancaria, lo que es positivo. Pero un nuevo régimen regulatorio tardará por lo menos un par de años en edificarse. Y para que surta efectos se necesitará más tiempo, sobre todo en un sector tan inclinado a la falta de transparencia.
Una de las lagunas más importantes del comunicado del G-20 está en el tema del sistema monetario internacional. Ni una palabra sobre este asunto clave que preocupa sobremanera a China, principal tenedor de reservas denominadas en dólares. De hecho, casi todos los bancos centrales del grupo tienen reservas astronómicas en dólares. Así que varios deben haber pensado lo mismo: con la creación monetaria desenfrenada de la Reserva Federal, ¿qué va a pasar con el valor del dólar? Con razón se dice que la diplomacia y la hipocresía son hermanitos gemelos. No hay que engañarse: el silencio significa que cada jefe de Estado regresará a su país con su propia lista de prioridades políticas. Y cuidado, las listas no necesariamente son compatibles.
Declarar que hay que fortalecer al FMI y a la Organización Mundial de Comercio (OMC) es mala señal. Para comenzar se anuncia el establecimiento del Consejo de Estabilidad Financiera, pero esa fue siempre una misión del FMI. ¿Ahora sí la va a cumplir? El G-20 dice que el FMI ayudará a los llamados mercados emergentes y a los países subdesarrollados. Pero el Fondo fue arquitecto de múltiples crisis y rescates fallidos. Hoy, como ayer, impide tener una política macroeconómica autónoma. Por eso los países que pudieron, como Argentina y Brasil, prefirieron salirse de su órbita. ¿Qué habrán pensado Lula y la señora Kirchner cuando se habló del tema?
El G-20 afirma que la línea de crédito flexible del FMI servirá para estimular el crecimiento y aplaude a México por recurrir a ella. Pero en nuestro país sólo servirá para mantener el tipo de cambio y consolidar el modelo de sometimiento al capital financiero. Gracias. No cabe duda, Calderón no fue en calidad de bulto, sino de títere.
Robustecer a la OMC es echarle gasolina al fuego. De todos modos, el paquete de estímulo fiscal de Estados Unidos contiene cláusulas proteccionistas como no se habían visto en décadas. ¿Nadie cuestionó esto delante de Obama?
Al final el G-20 habla de crear “empleos verdes”. Pero eso demanda un trabajo preparatorio. No reconocerlo es caer en la demagogia. Además, se necesita una redefinición de prioridades y estrategias a nivel macroeconómico, algo que por lo visto el grupo no está dispuesto a reconocer.
El fiasco del G-20 hace recordar la Conferencia Económica Mundial de 1933. Ese cónclave se llevó a cabo en Londres para enfrentar la depresión y lo inauguró el rey Jorge V. A pesar de que la conferencia terminó en medio de amargas recriminaciones, transmitió la falsa sensación de que por lo menos la diplomacia seguía trabajando. Seis años después el mundo estaba envuelto en la peor conflagración del siglo XX. No cabe duda, arreglar las sillitas de cubierta nunca ha sido buena idea en caso de naufragio.
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