jueves, 29 de enero de 2009

El huevo y la gallina, los banqueros y el dinero

Juan Torres López
Sistema Digital

Las entidades financieras españolas se han lanzado a una gran campaña de intoxicación para tratar de convencer a los ciudadanos de que los problemas de financiación que paralizan a la economía productiva española no son culpa suya.

Es posible que incluso alcancen su objetivo gracias a que controlan medios de comunicación y a que tienen en sus nóminas (de modo más o menos explícito) a numerosos académicos, periodistas y líderes de opinión. Pero no dicen la verdad.

Su discurso ahora se centra en afirmar que disminuyen el crédito porque no hay demanda suficiente o solvente y no porque sean los propios bancos quienes lo estén racionando por otras razones.

Empezaré por final. Es posible efectivamente que cada vez haya menos demanda solvente para financiación de la actividad productiva pero eso ocurre justamente porque la falta de financiación que han provocado los bancos está ahogando rápida y generalizadamente a los empresarios y a los consumidores.

No se trata de un juego para determinar qué es primero si el huevo o la gallina. Es algo mucho más importante y que puede resolverse objetiva y rigurosamente.

En primer lugar hay que recordar un hecho principal: la banca privada española (y detrás de ella las cajas de ahorros que se han dedicado a copiar su lógica financiera en lugar de estar al servicio de un modelo productivo sostenible y socialmente satisfactorio) ha provocado en los últimos años una burbuja financiera gigantesca que ahora mina su liquidez e incluso su solvencia.

Los datos son irrefutables.

De 2002 a 2008, ¡sí, solo seis años!, la cifra de crédito concedido por entidades financieras españolas ha pasado de 701.000 millones de euros a más de 1,838 billones de euros, lo que supone un incremento del 161%.

Y lo que es aún más exagerado: el 70% de ese incremento se dedicó a financiar el ladrillo, pues el crédito inmobiliario pasó de 347.000 millones a 1,1 billones de euros creciendo, por tanto, un 219%.

El resultado de esta expansión vertiginosa del crédito no ha podido ser otro que una pérdida de solvencia del sector financiero español (además de crear una burbuja inmobiliaria y una especialización perversa de nuestra actividad productiva).

Sería realmente un milagro inexplicable que las familias y las empresas españolas pasaran de soportar una deuda de 700.000 millones de créditos a otra de 1,8 billones en seis años sin que se afectara su fortaleza económica y su capacidad para hacer frente a los pagos. Y de hecho, lo que ha sucedido es que el volumen de créditos de dudoso cobro ha pasado en este periodo de suponer 9.000 millones de euros a 47.000 millones y que la solvencia de las entidades financieras ha comenzado a disminuir sin remedio. Así lo demuestra, por ejemplo, que el patrimonio neto de las entidades financieras representara el 12,3% del total del crédito en 2002 y el 9,5% en el segundo semestre de 2008.

En consecuencia, es una evidencia clamorosa que la primera causa de la situación actual de restricción crediticia y financiera es que ha explotado la burbuja creada por las entidades.

A ello hay que unir además que la banca y las cajas españolas se han contaminado, aunque no haya sido en la misma medida que las de otros países, por la difusión de la basura financiera que la banca estadounidense ha emitido por todo el planeta. No podía ser de otro modo en el entorno de globalización financiera en el que estamos. Y es algo que no se puede negar a la vista de tantas personas como están siendo las que pierden sus ahorros a causa de ello.

En conclusión, las entidades financieras españolas han sufrido y siguen sufriendo el mismo proceso de descapitalización que padece la banca internacional y que incluso puede llegar a calificarse de bancarrota en los casos de Estados Unidos y el Reino Unido, según reconoció en septiembre pasado el mismísimo Paul Volcker.

Es por eso que han reducido su oferta de crédito; sencillamente, porque todos los fondos que logran captar los utilizan para tratar de salvar sus balances, bien tapando la pérdida de valor, bien huyendo hacia delante adquiriendo nuevos activos.

Eso es lo que explica, por ejemplo, que los bancos españoles reciban docenas de miles de millones de euros en préstamos del banco central pero que los utilicen para depositarlos allí mismo mientras los sujetos económicos claman por recibir créditos.

Hace unos días, se conocía que el multiplicador monetario de la economía norteamericana era ya menor que uno. En román paladino eso significa que los bancos han dejado de desempeñar la función a la que teóricamente están llamados: en lugar de dar combustible, prácticamente roban el que hay en la economía.

Eso es lo que está pasando y lo demás es un gran engaño. Y por eso, mientras no se tomen medidas para poner fin a la causa de los males es imposible evitar que la economía se despeñe estrepitosamente.

Los gobiernos no pueden limitarse a dar más dinero a los bancos. El agujero que los banqueros han generado yéndose al casino con el dinero de los depositantes es gigantesco. Solo sería resoluble o a base de proporcionar a los bancos descapitalizados sumas impensables que generarían una deuda de volumen hasta ahora quizá desconocido, o imponiendo una especie de "corralito" mundial pero que de llevarse a cabo seguramente provocaría una respuesta en la calle inimaginable.

O se permite que el agujero siga aumentando o los gobiernos se hacen directamente con los resortes de la financiación para ponerla al servicio de empresarios y consumidores. Pero deben hacerlo directamente, sin el intermedio de los bancos y cajas, puesto que éstos están utilizando y utilizarán los recursos multimillonarios que se ponen en sus manos para disimular el desastre global que han producido.
No hay más remedio. Discutir si fue antes el huevo o la gallina es gratuito. Hay que romper los huevos para hacer la tortilla.

Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla). Su página web: http://www.juantorreslopez.com

martes, 27 de enero de 2009

El petróleo en 2009: cuidado con lo que deseas

Michael T. Klare
Sin Permiso

Parece que fue ayer cuándo nos quejábamos del elevado precio del petróleo. Con títulares como "El rápido ascenso del petróleo desata rumores sobre el barril a 200 dólares para este año”, la edición del Wall Street Journal del 7 de julio advertía de que precios tan elevados someterían a “tensiones extremas a grandes sectores de la economía norteamericana”. Hoy, con el petróleo a más de 40 dólares el barril, cuesta menos de un tercio de lo que valía en julio, y algunos economistas han predicho que podría llegar a caer hasta 25 dólares por barril en 2009.

Precios así de bajos -como su equivalente en las gasolineras- los verán como un regalo del cielo muchos consumidores norteamericanos duramente golpeados, aún cuando garanticen graves penurias económicas en países productores de petróleo como Nigeria, Rusia, Irán, Kuwait y Venezuela, que dependen de las exportaciones de energía para buena parte de sus ingresos nacionales. En esto hay, no obstante, una realidad sencilla pero crucial que tener en consideración: no importa lo que cueste, suba o baje, el petróleo tiene profundas repercusiones en el mundo en que vivimos, y eso será igual de cierto en 2009 que en 2008.

¿La razón? En los buenos como en los malos tiempos, el petróleo seguirá suministrando la mayor parte de la provisión mundial de energía. Pese a todo lo que se habla sobre alternativas, el petróleo seguirá siendo la fuente de energía número uno al menos durante varias de las próximas décadas. De acuerdo con las previsiones de diciembre de 2008 del Departamento de Energía (DE) norteamericano, los productos petrolíferos abarcarán el 38% del suministro energético total en 2015; el gas natural y el carbón, sólo el 23% cada uno. Se espera que el margen del petróleo en el total decaerá ligeramente a medida que los biocombustibles (y otras alternativas) ocupen un porcentaje mayor del total, pero incluso en 2030 –la previsión más alejada a la que está dispuesta a llegar el DE- todavía seguirá siendo el combustible dominante.

Un parámetro semejante vale para el resto del mundo: aunque se confía en que los biocombustibles y otras fuentes energéticas renovables desempeñen un papel cada vez mayor en la ecuación energética global, no espere nadie que el petróleo sea otra cosa que la fuente principal de combustible en las décadas por venir.


Sigan con atención la política del petróleo y sabrá siempre así mucho sobre lo que verdaderamente acontece en el planeta. Precios bajos como los actuales son malos para los productores, y dañarán por tanto a una serie de países que el gobierno norteamericano considera hostiles, entre los que se cuentan Venezuela, Irán, y hasta ese gigante del petróleo y el gas natural que es Rusia. Todos los cuales han utilizado en años recientes sus ingresos petrolíferos en aumento para financiar esfuerzos políticos consideradas perjudiciales para los intereses norteamericano. No obstante, los precios menguantes también podrían sacudir los cimientos mismos de aliados petrolíferos como México, Nigeria y Arabia Saudí, que podrían experimentar perturbaciones internas conforme decrezcan los ingresos por el petróleo, y por tanto los gastos del estado.


Igualmente importante es que el menguado precio del petróleo desanima a la inversión en iniciativas petrolíferas complejas como la prospección marítima en aguas profundas, así como la inversión en el desarrollo de alternativas al petróleo como biocombustibles (no alimentarios) avanzados. Acaso de modo absolutamente desastroso, en un momento de petróleo barato, también es probable que disminuya la inversión en alternativas no contaminantes y que no alteran el clima, como la energía solar, eólica y maremotriz. A largo plazo, lo que esto significa es que, una vez comience la recuperación económica global, podemos esperar una nueva sacudida en los precios del petróleo mientras las futuras opciones energéticas se demuestran dolorosamente limitadas.

Está claro que no hay modo de escapar de la influencia del petróleo. Pero es difícil saber qué formas adoptará esta influencia en el curso del año. Sin embargo, vayan aquí tres observaciones sobre el destino del crudo –y por tanto, sobre el nuestro- en el año que tenemos por delante.


1. El precio del petróleo seguirá siendo bajo hasta que empiece a aumentar de nuevo: ya sé, ya sé que esto suena perfectamente inane, pero es que no hay otra forma de expresarlo. El precio del petróleo ha caído esencialmente hasta desfallecer porque, en los últimos cuatro meses, la demanda se ha desplomado debido a la aparición de una pasmosa recesión global. No es probable que se acerque a los precios excepcionales de la primavera y el verano de 2008 hasta que la demanda se reponga y la oferta global de petróleo se frene de modo espectacular. En este momento, ninguna bola de cristal puede predecir cuándo sucederá alguna de estas dos cosas.

La contracción de la demanda internacional ha sido desde luego contundente. Después de ascender durante buena parte del pasado verano, la demanda se desplomó a principios del otoño en varios cientos de miles de barriles diarios, ocasionando un descenso neto en 2008 de 50.000 barriles diarios. Este año, el Departamento de Energía mantiene una previsión según la cual la demanda caerá en 450.000 barriles diarios, “la primera vez en que el consumo mundial descendería por dos años consecutivos”.

No hace falta decir que este descenso ha sido inesperado. Creyendo que la demanda internacional seguiría creciendo, -como había sido el caso de casi todos los años desde la gran última recesión de 1980- la industria petrolífera global fue ampliando su capacidad de producción de manera regular y se preparaba para más de lo mismo en 2009 y posteriormente. Ciertamente, sometida a una intensa presión de la administración Bush, los saudíes habían indicado en junio pasado que incrementarían gradualmente su capacidad hasta alcanzar dos millones y medio de barriles suplementarios al día.

Hoy la industria se ve lastrada por una producción excesiva y una demanda insuficiente, una receta que garantiza la caída en picado de los precios del petróleo. Ni siquiera la decisión del 17 de diciembre por parte de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de reducir su producción colectiva en 2,2 millones de barriles diarios ha conseguido llevar a aumento significativo de los precios (el rey Abdulá de Arabia Saudí declaró recientemente que considera “un precio justo” los 75 dólares por barril).

¿Cuánto durará el desequilibrio entre demanda y oferta? Hasta mediados de 2009, si no es hasta finales de año, en opinión de la mayor parte de los analistas. Hay otros que sospechan que no se pondrá en marcha una verdadera recuperación global hasta 2010 o más tarde. Todo depende de lo profunda o prolongada que esperemos que sea la recesión o cualquier depresión por venir.

Será un factor crucial la capacidad de China para absorber petróleo. Después de todo, entre 2002 y 2007, este país contabilizó el 35% del aumento total del consumo de petróleo mundial, y de acuerdo con el DE, se espera que reclame para sí al menos otro 24% de cualquier incremento global en la década venidera. El ascenso de la competencia china, combinando con una demanda que no cede en las naciones industrializadas más antiguas, y una significativa especulación en los precios de futuros del petróleo, explicaban en buena medida la forma astronómica en que subieron los precios hasta el verano pasado. Pero con la economía china desfalleciendo a ojos vista, esas proyecciones ya no parecen válidas. La mayoría de los analistas prevén hoy que una brusco disminución de la demanda china no hará más que acelerar el camino descendente de los precios globales de la energía. En estas condiciones, un pronto giro en los precios parece cada vez menos probable.

2. Cuando suban los precios de nuevo, lo harán bruscamente: En la actualidad, el mundo disfruta de una perspectiva (relativamente) poco familiar de excedente en la producción petrolífera, pero hay algo en esto que presenta problemas. Mientras los precios sigan siendo bajos, las empresas petrolíferas no tendrán incentivos para invertir en costosos proyectos de nueva producción, lo que significa que no se añade nueva capacidad a las reservas globales existentes, mientras se continúa extrayendo la capacidad disponible. Dicho de modo sencillo, lo que esto quiere decir es que cuando la demanda comience de nueva a incrementarse, lo probable es que la producción total resulte insuficiente. Tal como ha sugerido Ed Crooks, del Financial Times, “La caída a pico del precio del petróleo es un peligroso analgésico que genera adicción: el alivio a corto plazo se produce a costa de graves daños a largo plazo”.

Ya se están multiplicando con rapidez las señales de ralentización en las inversiones en producción de petróleo. Araba Saudí, por ejemplo, ha anunciado demoras en cuatro proyectos energéticos de envergadura, en lo que parece ser una amplia retractación de su promesa de aumentar la producción en el futuro. Entre los proyectos que sufrirán retrasos se encuentra una iniciativa de 1.200 millones de dólares para volver a poner en funcionamiento el histórico campo petrolífero de Damman, el desarrollo del campo petrolífero de Manifa, con 900.000 barriles diarios, y las construcción de nuevas refinerías en Yanbu y Jubail. En cada uno de estos casos, las demoras se están atribuyendo a la reducción de la demanda internacional. “Volvemos a hablar con nuestros socios y discutimos las nuevas circunstancias económicas”, explicó Kaled al-Buraik, funcionario de Saudi Aramco.

Por ende, la mayoría de las reservas de “petróleo fácil” ya se han agotado, lo que significa que prácticamente todas las reservas globales que quedan pertenecen a la variedad de “petróleo difícil”. Éstas requieren una tecnología de extracción excesivamente costosa como para ser rentable en un momento en el que el precio por barril sigue estando por debajo de los 50 dólares. Entre las principales se cuentan la explotación de arenas bituminosas en Canadá y las plataformas marinas en aguas profundas del Golfo de México, el Golfo de Guinea y la costa brasileña. Si bien esas reservas potenciales albergan suministros importantes de crudo, no producirán beneficios hasta que el precio del petróleo alcance los 80 dólares o más por barril, casi el doble del precio al que se vende hoy. En estas circunstancias, poco puede sorprender que las principales compañías cancelen o pospongan planes de nuevos proyectos en Canadá y en ubicaciones marinas.

Que “los precios petrolífeos bajos son muy peligrosos parta la economía mundial” es lo que comentó Mohamed Bin Dhaen Al Hamli, ministro de Energía de los Emiratos Árabes Unidos, en un congreso de la industria petrolífera en Londres. Con la caída de los precios, hizo notar que “se está reconsiderando un montón de proyectos que estaban en estudio”.

Con la industria recortando sus inversiones, habrá menos capacidad de satisfacer la demanda en ascenso cuando la economía mundial repunte. En ese momento podemos esperar que la situación cambie con una rapidez previsiblemente alarmante, a medida que la creciente demanda se encuentre de pronto siguiendo a una oferta insuficiente en un mundo con déficit energético.

No podemos, por supuesto, saber cuándo sucederá esto ni hasta dónde se elevarán los precios del petróleo, pero hay que esperar conmoción en las gasolineras. Es posible que la sacudida energética no sea menos feroz que la actual recesión global y el desplome de los precios energéticos. El Departamento de Energía, en sus previsiones más recientes, predice que el petróleo llegará a una media de 78 dólares por barril en 2010, 110 dólares en 2015 y 116 en 2020. Otros analistas sugieren que los precios podrían elevarse mucho más y mucho más rápidamente, sobre todo si la demanda se reanima con presteza y las compañías petrolíferas actúan con lentitud para reiniciar proyectos que ahora quedan a la espera.

3. Los bajos precios del petróleo, como los altos, tendrán importantes implicaciones políticas en todo el mundo: El ascenso regular de los precios del petróleo entre 2003 y 2008 fue resultado de un brusco aumento de la demanda global, así como de la impresión de que la industria energética internacional estaba teniendo dificultades para introducir nuevas fuentes de suministro. Muchos analistas se refirieron a la llegada inminente del “pico del petróleo”, el momento en el que la producción global comenzaría un declive irreversible. Todo ello fomentó feroces esfuerzos por parte de las naciones de mayor consume para asegurarse el control de todas las Fuentes extranjeras de petróleo que pudieran, y en ello se cuentan los frenéticos intentos por parte de empresas norteamericanas, europeas y chinas para engullir concesiones petrolíferas en África y la cuenca del Mar Caspio, lo que constituye el tema de mi último libro, Rising Powers, Shrinking Planet (Potencias en ascenso, planeta menguante).

Con la caída en picado de los precios del petróleo y una sensación creciente (por temporal que sea) de abundancia petrolífera, esta competencia de perro-come-perro es probable que remita. La actual falta de intensa competencia no significa, empero, que los precios del petróleo dejen de tener repercusiones en la política global. Muy al contrario. De hecho, con precios bajos hay la misma posibilidad de que enturbien el panorama internacional, solo que de forma distinta. Aunque la competencia entre estados consumidores puede aminorarse, seguro que se acrecentarán las condiciones políticas negativas en las naciones productoras.

Muchas de estas naciones, entre las que se cuentan, entre otras, Angola, Irán, Irak, México, Nigeria, Rusia, Arabia Saudita y Venezuela, dependen de los ingresos del petróleo para buena parte del gasto del estado, y emplean este dinero para financiar la salud y la educación, la mejora de infraestructuras, los subsidios alimentarios y energéticos y los programas de bienestar social. Los precios de petróleo en alza, por ejemplo, permitían a muchos países productores reducir el elevado empleo juvenil, y así el descontento potencial. A medida que los precios vuelven a caer, los gobiernos se ven ya forzados a recortar los programas de ayuda a los pobres, la clase media y los desempleados, lo que está ya provocando olas de inestabilidad en muchas partes del mundo.

El presupuesto estatal de Rusia solo se equilibra cuando los precios del petróleo se mantienen en 70 dólares o más por barril. Con los ingresos del gobierno menguando, el Kremlin se ha visto obligado a echar mano de las reservas acumuladas y sostener a las compañías que se hundían, así como a un rublo que se venía abajo. La nación saludada como gigante energético se está quedando rápidamente sin fondos.

El desempleo está aumentando, y muchas empresas están reduciendo las horas de trabajo para ahorrar dinero. Aunque el primer ministro Vladimir Putin sigue siendo popular, han empezado a aparecer las primeras señales de descontento público, incluyendo protestas dispersas contra los aranceles a los bienes de importación, el aumento de las tarifas del transporte público y otras medidas semejantes.

El descenso de los precios del petróleo ha resultado especialmente dañino para el gigante del gas natural Gazprom, la mayor empresa de Rusia, fuente (en buenos tiempos) de aproximadamente un cuarto de los ingresos tributarios gubernamentales. Debido a que el precio del petróleo va generalmente emparejado al del petróleo, los menguantes precios del petróleo han golpeado duramente a la empresa: el pasado verano su presidente Alexei Miller estimaba su valor de mercado en 360.000 millones de dólares; hoy es de 85.000 millones.

En el pasado, los rusos han utilizado los cortes de gas a estados vecinos para extender su influencia política. No obstante, dado el descenso brusco de los precios del gas, la decisión de Gasprom de cortar el 1 de enero el suministro de Gas a Ucrania (por no pagar 1.500 millones de dólares de pasadas entregas) tiene, al menos en parte, razones financieras. Aunque la decisión ha disparado la escasez de energía en Europa –el 25% de su gas natural llega a través de los gasoductos de Gazprom que atraviesan Ucrania- Moscú no da señales de echarse atrás en la pelea sobre el precio. “Les hace falta el dinero”, ha observado Chris Weafer del banco UralSib Bank de Moscú. "Y ese es el mínimo inamovible."

El desplome de los precios del petróleo también va a someter a tensiones graves a los gobiernos de Irán, Arabia Saudita y Venezuela, todos los cuales se beneficiaron de los precios excepcionales de los últimos años para financiar obras públicas, subvencionar necesidades básicas y generar empleo. Al igual que Rusia, estos países adoptaron presupuestos expansivos asumiendo que un mundo en el que el barril de petróleo mantenía un precio de 70 dólares o más continuaría indefinidamente. Ahora, como otros productores afectados, deben recurrir a las reservas acumuladas, pedir prestado pagando el precio y recortar el gasto social, todo lo cual supone el riesgo de que surjan oposición política y descontento internos.


El gobierno de Irán, por ejemplo, ha anunciado planes para eliminar los subsidios a la energía (la gasolina cuesta ahora 36 céntimos de dólar por galón), una medida que se espera desate protestas generalizadas en un país en el que las tasas de desempleo y el coste de la vida aumentan apresuradamente. El gobierno saudí ha prometido evitar recortes presupuestarios de momento, recurriendo a las reservas acumuladas, pero también allí crece el desempleo.

El gasto decreciente de estados productores de petróleo como Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos afectará también a países no productores como Egipto, Jordania y Yemen, debido a que los jóvenes de estos países emigran a las monarquías petrolíferas cuando los tiempos se presentan prósperos buscando empleos mejor pagados. Cuando los tiempos son malos, son los primeros en ser despedidos y a menudo acaban de vuelta en sus respectivos países, donde les esperan escasos empleos.

Todo esto tiene lugar con el trasfondo de un ascenso de la popularidad del Islam, sin descontar sus formas más militantes que rechazan la política "colaboracionistas" de regímenes pronorteamericanos como los de Hosni Mubarak en Egipto y el rey Abdulá II de Jordania. Combínese esto con los devastadores ataques aéreos recientes de Israel sobre Gaza, así como la respuesta aparentemente tibia de los regímenes árabes moderados al sufrimiento del millón y medio de palestinos atrapados en esa estrecha faja de tierra, y se verá un escenario dispuesto para un considerable arrebato de disturbios y violencia antigubernamental. Si así ocurre, nadie lo pondrá en relación con el petróleo y, sin embargo, se deberá en parte a ello.

En el contexto de un planeta atrapado en un feroz declive económico, es fácil imaginar otras tormentosas perspectivas energéticas que impliquen a países clave en la producción de petróleo. No se puede prever cuándo y dónde surgirán, pero lo que es probable es que esos estallidos hagan mucho más difícil cualquier era futura de precios energéticos en ascenso. Y, desde luego, los precios volverán a subir, quizás pronto un año de estos, con rapidez y batiendo nuevas marcas. En ese momento nos enfrentaremos al tipo de problemas que arrostramos en la primavera y el verano de 2008, cuando una aguda demanda y una oferta insuficiente propulsaron los costes del petróleo al cielo. Entretanto, es importante recordar que, aún con precios tan bajos como los que ahora tenemos, no podemos huir de las consecuencias de nuestra adicción al petróleo.

Michael T. Klare es Profesor “Five College” de Estudios sobre Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College de Amherst, Massachusetts. Su libro más reciente es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Oil (Metropolitan Books). Un documental con una version de su libro anterior, Blood and Oil, está disponible en bloodandoilmovie.com.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antón Lucas

La crisis derrumba al gobierno islandés

BBC Mundo

El gobierno de coalición de Islandia cayó este lunes víctima de la crisis económica mundial que ha puesto contra las cuerdas a la isla, donde la mayoría de la población activa se dedica al sector financiero.

El primer ministro conservador, Geir Haarde, anunció la disolución de su gabinete después de que las negociaciones con el Partido Social Democráta fracasaran. Haarde agregó que no podía permitir la exigencia de los socialistas de liderar el país, cuyo sistema financiero se derrumbó en octubre pasado.

A partir de ese momento, la nacionalización de los tres principales bancos trajo una deuda de US$8.000 millones, devaluación monetaria, aumento de desempleo y protestas diarias (este domingo presentó su renuncia el ministro de Comercio, Bjorgvin Sigurdsson).

Además, se prevé que la economía islandesa se reduzca un 9,6% este año. Un cambio drástico en un país donde la desregulación financiera convirtió a la nación en un paraíso para depósitos de todo el mundo gracias a unas tasas de interés superiores al 10%.

La coalición entre el Partido Independencia de Haarde y el socialista de la canciller Ingibjorg Gisladottir han tenido una tensa relación durante el último trimestre.

El corresponsal de la BBC Rob Norris informó que el rechazo popular contra la agrupación del primer ministro (a la que también pertenece David Oddsson, el presidente del Banco Central y arquitecto de la desregulación financiera cuando estaba en el gobierno) había crecido a tal punto en los últimos días que el automóvil de Haarde fue rodeado la semana pasada por manifestantes y atacado con huevos.

Más cerca de la UE

El colapso del gobierno se produce tres días después de que el primer ministro llamara a elecciones anticipadas para el 9 de mayo argumentando razones de salud.

Haarde reveló que padece cáncer de garganta. A pesar de algunas manifestaciones de compasión y comprensión, pocos islandeses piensan que esa sea la verdadera razón de su salida.

Por su parte, Gisladottir declaró que Islandia necesita un liderazgo más poderoso: "Las acciones del gobierno en las últimas semanas y meses no fueron lo suficientemente rápidas".

Los social demócratas esperan formar una nueva coalición de gobierno con nuevos socios que les permita estar en el poder hasta que se realicen los comicios.

En los últimos meses, este partido había exigido a Haarde que destituyera al presidente del Banco Central y que estrechara relaciones con Europa.

Islandia, un país con 300.000 habitantes, tradicionalmente se ha mantenido fuera de la Unión Europea (UE).

Sin embargo, el mes pasado el comisario para la Ampliación de la UE, Olli Rehn, declaró que la isla podría solicitar una membresía este año.

sábado, 17 de enero de 2009

España vive la peor recesión en medio siglo

El PIB caerá el 1,6%, la tasa de paro rozará el 16% y el déficit público será del 5,8% - El número de desempleados rondará los cuatro millones
CLAUDI PÉREZ - El País - España

Una generación entera de españoles no sabe lo que es la crisis. Ha crecido con la economía avanzando a toda velocidad, acumulando excesos en el sector inmobiliario, en el consumo privado, en el recurso a la deuda. Esa era se acabó: España se enfrenta a la peor recesión en medio siglo. El año que acaba de empezar será el peor de la historia económica reciente; el peor desde que existen datos fiables. El Gobierno presentó ayer los números que por fin revelan la cruda realidad: el producto interior bruto (PIB) caerá el 1,6% en 2009, el paro rozará los cuatro millones de personas y el déficit público se acercará al 6% del PIB, según el Ejecutivo. Todo eso en un contexto internacional de pesadilla, que difumina cualquier horizonte de mejora.

Dylan Thomas no reapareció ayer en la conferencia de prensa posterior al Consejo de Ministros: el habitual "lo mejor está por llegar" del presidente Zapatero -una frase prestada del poeta estadounidense- ha desaparecido definitivamente del discurso del Gobierno. La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega calificó 2009 con un atemperado "no va a ser fácil". Pero el vicepresidente y ministro de Economía, Pedro Solbes, fue mucho más duro y admitió por primera vez el descalabro al que se enfrenta la economía española. "El panorama es complicado, muy difícil. Vamos a vivir momentos muy duros en 2009", vaticinó.

Tras más de 15 años de expansión ininterrumpida, las previsiones del Ejecutivo demuestran que España va atravesando líneas rojas a toda velocidad, en una secuencia funesta que mezcla una crisis global con una crisis doméstica que se adivina profunda, duradera y cada vez más preocupante. Frente a las previsiones anteriores, muy criticadas por la oposición, los expertos y las casas de análisis independientes, el nuevo escenario macroeconómico del Gobierno presenta cambios que el propio Solbes definió como "drásticos". La caída del PIB (1,6%) supone casi tres puntos de retroceso respecto al año pasado, y recoge un consumo privado deprimido y un hundimiento de la inversión (véase cuadro).

La recesión reserva un lugar destacado para el que tal vez sea su perfil más amargo: la crisis destruirá más de 600.000 empleos en media anual, y la tasa de paro escalará hasta el 15,9%, aunque en algún momento podría ser incluso superior. Pese a que el desplome del PIB es mayor que el alcanzado en 1993, al menos el paro difícilmente alcanzará tasas de desempleo como las de entonces. Solbes descartó con firmeza que España pueda sobrepasar los cuatro millones de parados. La mayoría de los expertos le contradicen.

"El Gobierno no se resigna", espetó el titular de Hacienda tras un diagnóstico que deja las constantes vitales de la economía bajo mínimos. El Ejecutivo baraja un escenario en el que la crisis toque fondo al final del primer semestre. "Empezaremos a remontar en la segunda mitad del año y en 2010 ya habrá un crecimiento positivo, que pasará a ser vigoroso en 2011", aventuró. Esa luz al final del túnel se basa en un par de argumentos objetivos: la inflación permitirá a España ganar competitividad, y la brusca caída del Euríbor aligerará la travesía del desierto a las familias y las empresas. Solbes agregó que los planes anticrisis permiten vislumbrar también una salida, así como el obligado cambio en el patrón de crecimiento, con una mayor aportación del sector exterior.

Pero eso está por ver. "El escenario de recuperación para España se complica porque aún no hemos visto el subsuelo de la crisis bancaria: hasta esta misma semana ha habido nacionalizaciones de bancos en EE UU y Europa", rebatió Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales. "Además, el final del túnel dependerá de la naturaleza de los planes de estímulo aprobados en todo el mundo: sin una recuperación global es difícil pensar en una recuperación española", dijo Ontiveros.

Los expertos consultados aplaudían ayer lo que Alfredo Pastor, economista del IESE, resumía como "un ejercicio de realismo: el primer reconocimiento serio de la crisis por parte del Gobierno". "Ésta es la cruda realidad, el Gobierno ha encendido todas las luces rojas y contribuye así a devolver la confianza a la gente en su futura gestión. Sin diagnosticar bien un problema es imposible solucionarlo", afirmó Pastor. Aun así, los analistas coinciden en que las previsiones posteriores a 2009, que anticipan la recuperación, "están sesgadas", dijo a Reuters José Luis Martínez, estratega de Citigroup. "Lo lógico es que el ajuste de la economía española se prolongue por más de un año", agregó.

El Ejecutivo ha puesto en marcha un plan de estímulo de unos 90.000 millones de euros en varios años -lo que elevará el déficit público por encima del listón europeo del 3% del PIB al menos hasta 2011- para hacer frente a un cóctel demoledor. La confianza de los consumidores está en mínimos. El reventón de la vivienda es sensacional y amenaza con prolongarse varios años. La industria sufre de lo lindo. El paro sube a toda velocidad. El déficit exterior sigue siendo excesivo. Con esos mimbres, pensar ahora en salir del pozo "es hacerse ilusiones", concluía ayer Dominic Bryant, economista de BNP Paribas en Londres. Aunque, como suele repetir Solbes, "ninguna crisis dura eternamente".

Enlace a | Diario El País

viernes, 16 de enero de 2009

El nuevo consenso capitalista en ciernes

Walden Bello

"El reto es superar los límites puestos a la imaginación política de la izquierda por la combinación de la agresividad del desafío neoliberal en los años 80 con el colapso de los regímenes de socialismo burocrático a comienzos de los 90. La izquierda debería ser capaz, de nuevo, de atreverse a aspirar a modelos de organización social que apuntaran sin reservas a la igualdad y al control democrático-participatorio tanto de la economía nacional como de la economía global, condiciones necesarias para la emancipación individual y colectiva."

Las elites económicas y políticas empiezan a converger en una especie de solución global de tipo socialdemócrata como solución de la presente crisis económica. Pero necesitamos algo más que una gestión social, sostiene Walden Bello: deberíamos aspirar a modelos de organización social que apunten a la igualdad y al control democrático-participatorio de la economía, tanto a escala nacional como a escala planetaria.

No resulta sorprendente que el rápido deterioro de la economía global, combinado con la llegada a la presidencia de los EEUU de un liberal de izquierda afroamericano, haya hecho concebir entre millones de personas la esperanza de que el mundo se halla en el umbral de una nueva era. Es verdad que algunos de los nombramientos recientes de Obama –señaladamente, el del exsecretario del Tesoro, Larry Summers, para dirigir el Consejo Económico Nacional, el de Tim Geithner, jefe del Comité de la Reserva Federal de Nueva York, para desempeñar el cargo de secretario del Tesoro y el del antiguo alcalde de Dallas, Ron Kirk, para Comercio— han despertado cierto escepticismo. Pero la sensación de que las vetustas fórmulas neoliberales están de todo punto desacreditadas ha convencido a muchos de que el nuevo liderazgo demócrata en la economía más grande del planeta romperá con las políticas fundamentalistas de mercado imperantes desde comienzos de los 80.

Ni que decir tiene que una cuestión importante pasa por saber hasta qué punto la ruptura con el neoliberalismo será decisiva y definitiva. Sin embargo, otras cuestiones apuntan al corazón mismo del capitalismo. La propiedad pública, la intervención y el control, ¿se ejercerán simplemente para estabilizar al capitalismo, para luego devolver el control a las elites empresariales? ¿Veremos una segunda ronda de capitalismo keynesiano, en la que el Estado, las elites granempresariales y las organizaciones sindicales colaborarán sobre una base de política industrial, crecimiento y salarios elevados (aunque, esta vez, con una dimensión verde añadida)? ¿O asistiremos al comienzo de una serie de alteraciones fundamentales en la propiedad y el control de la economía en una dirección más popular? El sistema global del capitalismo pone, ciertamente, límites al alcance de las reformas, pero ningún otro momento del pasado medio siglo han sido esos límites más fluidos e inciertos.

El presidente francés Nicolas Sarkozy ya ha hecho su apuesta: tras declarar que "el capitalismo de laissez-faire ha muerto", ha creado un fondo de inversiones estratégicas de 20 mil millones de euros para promover la innovación tecnológica, mantener en manos francesas los sectores industriales avanzados y conservar puestos de trabajo. "El día en que dejemos de construir trenes, aviones, automóviles y barcos, ¿qué quedará de la economía francesa?!, se preguntaba retóricamente hace pocos días. "Recuerdos. Pero yo no quiero que Francia se convierta en una mera reserva turística". Este tipo de política industrial agresiva, pensada para atraerse a la clase obrera blanca tradicional, podría ir de la mano de las políticas antiinmigratorias excluyentes con las que ha solido asociarse al presidente francés.

Socialdemocracia global

Sin embargo, un nuevo keynesianismo nacional conforme a las líneas de Sarkozy no es la única alternative de que disponen las elites. Dada la necesidad de legitimación global para promover sus intereses en un mundo cuyo equilibrio de poder se está desplazando hacia el Sur, a las elites occidentales podría resultarles más atractivo un vástago de la socialdemocracia europea y del liberalismo New Deal que podríamos llamar "Socialdemocracia Global", o SDG.

Antes incluso de que se desarrollara por completo la actual crisis financiera, los partidarios de la SDG ya habían empezado a adelantarla como una alternativa a la globalización neoliberal, respondiendo a las cuitas y a las tensiones provocadas por esta última. Una personalidad vinculada a la SDG es el actual primer ministro británico, Gordon Brown, quien encabezó la respuesta europea al desplome financiero abogando por la nacionalización parcial de los bancos. Considerado por mucha gente el padrino de la campaña "Convirtamos la pobreza en historia" en el Reino Unido, Brown, siendo todavía el canciller de finanzas británico, propuso lo que llamó una "capitalismo fundado en la alianza" entre el mercado y las instituciones estatales, capaz de reproducir a escala global lo que, según él, habría hecho Franklin Delano Roosevelt a escala económica nacional, a saber: "garantizar los beneficios generados por el mercado y, a la par, domar los excesos de éste". Se trataría, según Brown, de un sistema que "incorporaría todos los beneficios de los mercados y de los flujos de capitales globales, minimizaría los riesgos de crisis y desplomes, maximizaría las oportunidades de todos y sostendría a los más vulnerables. Significaría, en una palabra, restaurar, a escala económica mundial, el empeño y los elevados ideales públicos".

En la articulación de un discurso socialdemócrata global se ha unido a Brown un heterogéneo grupo formado, entre otros, por el economist Jeffrey Sachs, George Soros, el antiguo secretario general de la ONU Kofi Annan, el sociólogo David Held, el Premio Novel Josph Stiglitzy hasta Bill Gates. Hay entre ellos, huelga decirlo, diferencias de matiz, pero la dirección de sus perspectivas es la misma: traer un orden social reformado y lograr la revitalización del consenso en torno al capitalismo global.

Entre las posiciones clave avanzadas por los partidarios de la SDG están las que siguen:

La globalización es esencialmente beneficiosa para el mundo; los neoliberales simplemente han arruinado la gestión de la misma y la tarea de venderla a la opinión pública.

Es urgente salvar rescatar la globalización, arrancádola ed las manos neoliberales: porque la globalización es reversible, y lo cierto es que podría haber empezado ya el proceso de su reversión.

El crecimiento y la equidad pueden entrar e conflicto, en cuyo caso hay que dar primacía a la equidad.

Es posible que el libre comercio no sea beneficioso a largo plazo, y es posible que mantenga en la pobreza a la mayoría; por eso es importante que los acuerdos comerciales estén sujetos a condiciones sociales y medioambientales.

Hay que evitar el unilateralismo y, al propio tiempo, hay que emprender reformas fundamentales de las instituciones y de los acuerdos multilaterales, un proceso que podría entrañar la liquidación o la neutralización de varios de ellos, como el Acuerdo Comercial para los Derechos de Propiedad Intelectual (TRIP, por sus siglas en inglés) establecido en el marco de la Organización Mundial de Comercio.

La integración social global, o la reducción de las desigualdades dentro de las naciones y entre las naciones, debe ir de la mano de la integración del mercado global.

La deuda global de los países en vías de desarrollo ha de ser cancelada, o al menos, drásticamente reducida, a fin de que los ahorros puedan usarse para estimular a la economía local, contribuyendo así a la reflación global.

La pobreza y la degradación medioambiental son tan graves, que hay que poner por obra una programa masivo, una especie de "Plan Marshall" del Norte para las naciones del Sur en el marco de los "Objetivos de Desarrollo del Milenio".

Hay que lanzar una "Segunda Revolución Verde", particularmente en África, a través de la generalizada adopción de las semillas genéticamente modificadas.

Hay que dedicar grandes inversiones para poner a la economía global en una senda medioambientalmente más sostenible, y los gobiernos deben encabezar esos programas ("keynesianismo verde" o "capitalismo verde").

Las acciones militares para resolver problemas deben preterirse a favor más bien de la diplomacia y del "poder blando", pero deben mantenerse las intervenciones militares humanitarias en situaciones de genocidio.

Los límites de la Socialdemocracia Global

La Socialdemocracia Global no ha merecido hasta ahora demasiada discusión crítica, tal vez porque el grueso de los progresistas siguen empeñados en la última guerra, esto es, la guerra contra el neoliberalismo. Pero hacer su crítica es urgente, y no solo porque la SDG es el más candidato más probable como sucesor del neoliberalismo. Más importante aún es el hecho de que, aun cuando la SDG tiene algunos elementos positivos, tiene también, como su antecesor, el paradigma socialdemócrata de impronta keynesiana, bastantes rasgos problemáticos.

Comencemos por resaltar los problemas que presentan cuatro elementos centrales de la perspectiva SDG.

Primero: la SDG comparte con el neoliberalismo el sesgo favorable a la globalización, diferenciándose sólo por su promesa de promover una globalización mejor que la de los neoliberales. Eso, sin embargo, monta tanto como decir que basta añadir la dimensión de la "integración social global" para que un proceso que es intrínsecamente destructor y desbaratador, tanto social como ecológicamente, resulte digerible y aceptable. La SDG parte del supuesto de que las gentes quieren realmente formar parte de una economía global funcionalmente integrada en la que desaparezcan las barreras entre lo nacional y lo internacional. Sin embargo, ¿acaso no preferirían formar parte de economías sometidas a control local? ¿No es más cierto que preferían poner coto a los caprichos y extravagancias de la economía internacional? En realidad, la actual trayectoria descendente de las economías interconectadas confirma la validez de una de las críticas básicas al proceso de globalización por parte del movimiento antiglobalización.

Segundo: la SDG comparte con el neoliberalismo la preferencia por el mercado como mecanismo principal de producción, distribución y consumo, diferenciándose fundamentalmente por su insistencia en el papel del Estado a la hora de corregir los fallos del mercado. El tipo de globalización que el mundo necesita, según Jeffery Sachs en su libro The End of Poverty [El final de la pobreza], pasaría por "represar… la formidable energía del comercio y la inversión, reconociendo y corrigiendo las limitaciones mediante una acción colectiva compensatoria". Eso es harto distinto de sostener que la ciudadanía y la sociedad civil deben tomar las decisiones económicas clave, limitándose el mercado y la burocracia estatal a no ser sino mecanismos de ejecución de la toma democrática de decisiones.

Tercero: la SDG es un proyecto tecnocrático, con expertos excogitando y llevando a término reformas sociales desde arriba, no un proyecto participativo en el que las iniciativas discurren de abajo arriba.

Y cuarto: la SDG, aun si crítica con el neoliberalismo, acepta el marco del capitalismo monopolista, que descansa, básicamente, en el beneficio dimanante de la extracción explotadora de plusvalía procedente del trabajo, que va de crisis en crisis por sus inherentes tendencias a la sobreproducción y que, con su búsqueda de rentabilidad, tiende a chocar con los límites medioambientales. Lo mismo que el keynesianismo tradicional a escala nacional, la SDG busca, a escala global, un Nuevo compromiso de clase que vaya de la mano de nuevos métodos para contener o minimizar la tendencia a las crisis consubstancial al capitalismo. Así como la vieja socialdemocracia y el New Deal trajeron estabilidad al capitalismo a escala nacional, la función histórica de la SDG es mitigar las contradicciones del capitalismo global contemporáneo y relegitimar al mismo tras la crisis y el caos dejados por el neoliberalismo. En su misma raíz, la SDG tiene que ver con un problema de gestión social.

Obama tiene el talento de tender puentes entre discursos políticos diferentes. Es, asimismo, una tabula rasa en lo tocante a economía. Como Roosevelt en su día, no está atado a fórmulas del ancien régime. Es un pragmático, cuyo criterio clave es el éxito en la gestión social. Como tal, se halla en una posición única para encabezar esa ambiciosa empresa reformista.

La izquierda debe despertar

Mientras la izquierda estaba embarcada en una Guerra sin cuartel al neoliberalismo, el pensamiento reformista iba calando entre círculos reformistas del establishment. Y ese pensamiento está ahora a pique de convertirse en política: la izquierda debe redoblar sus esfuerzos para estar a la altura. No es sólo cosa de pasar de las críticas a las propuestas constructivas. El reto es superar los límites puestos a la imaginación política de la izquierda por la combinación de la agresividad del desafío neoliberal en los años 80 con el colapso de los regímenes de socialismo burocrático a comienzos de los 90. La izquierda debería ser capaz, de nuevo, de atreverse a aspirar a modelos de organización social que apuntaran sin reservas a la igualdad y al control democrático-participatorio tanto de la economía nacional como de la economía global, condiciones necesarias para la emancipación individual y colectiva.

Lo mismo que el viejo régimen keynesiano de posguerra, la SDG tiene que ver con la gestión social. En cambio, la perspectiva de la izquierda es la liberación social.

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Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.

Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella
Enlace a texto en Sin Permiso

jueves, 15 de enero de 2009

Solidaridad latinoamericana con Palestina

Palestina no está sola, Venezuela está con ella

Morelis Gonzalo

Desde que se intensificó la cruenta guerra contra Palestina, a finales del año 2008, he intentado escribir algo a ver si esta desazón de ser humano se me calmaba, si escribiendo podía conjurar todo el asco que siento con esta barbarie apoyada por el mundo oficial, el de los gobiernos, el de los medios, el de las corporaciones, es decir el lobby de los grandes judíos, no del pueblo que allá también ha protestado...

Pero no me salía nada, todo quedaba mitad de camino. Sólo pensaba en la posibilidad de que Venezuela (bendita Venezuela) y su Presidente (bendito Presidente) rompiera relaciones con Israel. No lo veía fácil, pero tampoco imposible, conociendo como creo conocer (a veces) a mi presidente. Salvo esta idea, no conseguía nada que calmara este desasosiego, esta indignidad de ser humano que no terminamos de ser.

Comenzaba mí frustrado artículo así: He intentado no sentir. He intentado que no me afecte, como si no fuera conmigo. He padecido tantas guerras, desde aquella primigenia, la de Vietnam, con la que inauguré mi rechazo y mi asco por todo lo que sea bélico, que trato –sin lograrlo todas las veces- no saber mucho, no saber detalles que lo único que consiguen es que mi condición humana se tambalee.

Pero esto de ahora contra Palestina por parte de Israel es como mucho con demasiado. Es indigerible. No es potable. No hay manera de acercarse a esa tragedia sin sentir que uno se envilece como ser humano. No hay manera.

Y no conseguía terminar. Entonces viene mi presidente Hugo Chávez y declara que rompe relaciones con Israel y yo me reencuentro de nuevo conmigo, con mis congéneres, con mi gente, con mi condición humana y sé- una vez más- lo importante que son los actos simbólicos.

Con este acto, no le vamos a devolver a las madres sus hijos masacrados, ni a las esposas su hombres acribillados, pero le estamos diciendo a los hombres y mujeres de Palestina, desde este pedacito de tierra llamada Venezuela, que aquí su tragedia nos duele, que no somos indiferentes, que estamos con ellos y ellas, que no le tememos al lobby judío y que intentamos con este acto de dignidad, reclamarle al mundo su indiferencia y su silencio.

Esta es la hora de las grandes decisiones, de las grandes iniciativas a favor de Palestina. Por ello, digo que moriré agradecida al Presidente Chávez por haberme hecho sentir de nuevo digna de mi condición humana que tambaleaba ante tantas muertes, que son la continuación de otras muertes y así hasta el infinito… en "la venganza del holocausto", como suelo llamar a la política guerreristas de Israel.

Sé que hace falta más acciones, más decisiones, pero ojalá esta de expulsar al embajador israelí produzca un efecto domino en los gobernantes sensibles y dignos del mundo, que sé que los hay, aunque algunos temerosos por la fragilidad de sus economías. Confío de nuevo en el ser humano y ahora sé que Palestina, a pesar de todo, sobrevivirá. Lo sé.

José Rouillon Delgado
"La alegría no es enemiga del rigor científico"
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martes, 13 de enero de 2009

Los átomos de la crisis

Alejandro Nadal
La Jornada

La destrucción de capital que trae aparejada la crisis es una lección importante. Demuestra que detrás de los amables rituales y sofisticados gadgets con los que disfrazamos la realidad social, yacen fuerzas destructivas que algún día terminarán con todo.

La crisis no sólo ha provocado una colosal desvalorización de capital contable en la esfera financiera. También causa la destrucción física de máquinas, líneas de producción y empresas. Por supuesto, con el desempleo la crisis alcanza el grado máximo de devastación, poniendo en peligro la vida de millones de personas. Y lejos de ser enviado a un segundo plano, el tema de la destrucción ambiental debe estar al frente de la discusión sobre la salida de la crisis.

Por eso el Programa de Naciones Unidas sobre medio ambiente (PNUMA) dio a conocer en octubre pasado una iniciativa para hacer compatible la economía con el medio ambiente. La idea central de este proyecto es que urge colocar las prioridades de la sustentabilidad en el corazón de la economía. Después de años de retórica hueca, se trata de que el entorno físico ocupe el lugar que le corresponde en las decisiones de los agentes económicos.

El nombre de la iniciativa es extraño: se puede traducir como la Iniciativa para una economía verde (IEV). Desgraciadamente, la IEV no está bien estructurada y sus fundamentos son débiles, por decirlo diplomáticamente.

La iniciativa está organizada alrededor de seis temas: energía renovable, transporte, desechos, infraestructura ambiental, negocios basados en la biodiversidad y tecnologías limpias. Es evidente que los primeros dos son clave para la reducción de emisiones de gases invernadero y para alcanzar una mayor eficiencia. El tercero es crucial para intensificar el reciclaje de productos y embalajes y, en general, para alcanzar un metabolismo industrial que no descanse en la destrucción del medio ambiente.

El solo enunciado de los componentes de la IEV es una señal sobre la confusión en la que están empantanados sus autores. Poco de lo que contienen estos rubros es realmente un tema de economía. En materia de energía, transporte y desechos, por ejemplo, de lo que se trata es de "reverdecer la tecnología". Lo cual no está mal. Pero algo esencial está faltando.

El tema de la biodiversidad es colocado en relación directa con las "oportunidades de negocios" y con la rentabilidad, ignorando a los dos mil millones de campesinos que trabajan en todo el mundo, cuidando suelos, agua y agro-biodiversidad. Y en medio de otro escándalo conceptual, en la IEV el medio ambiente es visto como un componente de la "infraestructura" sobre la que descansa la economía. Supongo que con estas orientaciones, el siguiente paso será recomendar la privatización de la mencionada infraestructura natural.

La IEV ignora que las relaciones económicas del modelo que provocó esta crisis son las mismas que han intensificado el profundo deterioro ambiental que hoy amenaza la supervivencia de la humanidad. La sobreproducción, el exceso de capacidad instalada y el colapso de la demanda efectiva son resultado de ese modelo. Y los procesos de erosión de suelos, contaminación de acuíferos, extinción masiva de especies, cambio climático, por mencionar unos ejemplos, se han intensificado con este modelo delirante que descansa sobre bases equivocadas.

La desregulación financiera, la concentración de poder de mercado, la manipulación de precios, el estancamiento del salario real, la apertura ciega de mercados, los premios para el capital financiero, los flujos de capital especulativo, son asuntos que reclaman atención a gritos. Pero la IEV no les presta atención. Como si estos temas no tuvieran nada que ver con el desarrollo sustentable.

Una cosa es evidente. La crisis financiera y económica global no se va a superar con sólo oprimir el botón de reinicio, el "reset". Si se mantienen en pie las estructuras y procesos que dieron lugar a la globalización neoliberal, lo único que va a lograrse es reiniciar un nuevo ciclo que acabará por estallar con mucha mayor intensidad en unos pocos años. El astronómico estímulo fiscal planeado por la administración Obama no sólo será desperdiciado, sino que será el detonador de una debacle económica sin paralelo dentro de unos pocos años.

En conclusión y por paradójico que parezca, el simple "rescate" de la economía no es una buena idea. Lo que se necesita es descartar el modelo neoliberal para proceder con un diseño nuevo que realmente coloque a la justicia, la responsabilidad social y la integridad ambiental en el centro de las prioridades.

Marx lo vio claramente: no hay un átomo de materia que penetre en las relaciones sociales. Éstas no son lo mismo que las cosas materiales que les dan soporte. Si en esta etapa de la historia se requiere hacer compatible a la economía capitalista con la sustentabilidad, es necesario transformar las relaciones económicas que han sido la marca del modelo neoliberal. No basta con "reverdecer" la tecnología.
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Alejandro Nadal es economista. Profesor investigador del Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano mexicano de izquierda La Jornada.

Enlace a texto en Rebelión

lunes, 12 de enero de 2009

Si de Keynes se trata...

Ariel H. Colombo
Sin Permiso

Aterrorizado por el ciclo de insurrecciones populares en todo el mundo, a principios de los años ´70 el capitalismo optó por protegerse de la incertidumbre por medio de la liquidez y la libertad de movimientos. Los Estados de bienestar keynesianos pretendían que los aumentos de productividad y el exceso de capital no se convirtieran en desempleo, y la expansión del crédito sostuvo la acumulación frente a esta presión de las demandas sociales institucionalizadas en el Estado intervencionista, pero inició una guerra civil encubierta, la inflación, que el capital ganó finalmente al liberarse de las regulaciones nacionales. Este giro se asentó, sin embargo, en la previa reestructuración del dominio norteamericano, que luego de la derrota en Vietnam y del debilitamiento del dólar, pasó de una relación de hegemonía con el mundo al señoreaje, un régimen extorsivo que agravia o produce peligros contra los cuales luego ofrece protección. Este tránsito de la negociación asimétrica pero multilateral del hegemonismo, a la unilateralidad globalitera del consenso de Washington, tuvo su primer test en Gran Bretaña en 1974. A raíz de la huelga de mineros y de albañiles los laboristas acceden al gobierno con promesas de reformas y con un ministro de Hacienda que prometía "exprimir a los ricos hasta que sus huesos crujan". La reacción fue el derrumbe de la libra esterlina, forzando la solicitud de un crédito del FMI. El Tesoro norteamericano gestionó el acuerdo y el gabinete inglés lo cumplió eliminando los controles de entrada y salida de capitales hasta el punto de que, más tarde, Thatcher diría que sólo se limitaba a aplicar la política laborista. Es que los funcionarios de Nixon habían hecho suyas las recomendaciones de Huntington de escapar a la "sobrecarga" de demandas populares sobre gobiernos que, como consecuencia de ello, terminaban propiciando aquel contexto subversivo. El señoreaje internacional de los EE.UU fue así la respuesta a su propio debilitamiento externo, a las sublevaciones sociales internas, a propuestas de democratizar la economía asumidas por la socialdemocracia europea y a exageraciones tales como la Declaración de los derechos económicos de la ONU, que autorizó a "regular y ejercer autoridad sobre la inversiones extranjeras", "regular o suprimir la actividad de corporaciones multinacionales" y permitir "expropiar o transferir la propiedad de agentes extranjeros". Brzezinski lo definió sin querer al señalar que "los tres grandes imperativos de la estrategia geopolítica son: evitar la confabulación de los vasallos y mantener su dependencia en cuestiones de seguridad; conseguir que los subordinados sigan siendo influenciables y maleables, y evitar que los bárbaros se coaliguen". Por ésta vía, en nombre del intervencionismo humanitario y de la guerra preventiva, se destruyó la incipiente igualdad entre los Estados, ya que por nominal que fuera por primera vez en la historia había desde 1945 un sistema internacional que concedía solo a la ONU el derecho a hacer la guerra, y por el cual la fuerza no era equivalente al derecho.

Tal reorganización sirvió al capital financiero, el cual la reprodujo en cada país por medio de una legalidad, réplica de la estadounidense, que tuvo por premisa que el capital extranjero tuviera los mismos privilegios que el local. Esta apertura de los Estados posibilitó que el centro se apropiara de los activos de la periferia y que los circuitos de valorización generados desde allí llegaran a manos de los sectores dominantes en los países desarrollados, saqueo que además benefició a los sectores dominantes locales, que como rentistas financian a los EEUU mientras obligan en sus países a producir con costos ecológicos y sociales criminales. Otro de los instrumentos que indujo a las clases medias superiores a plegarse al proyecto neoliberal de la periferia y del centro, fueron los fondos de pensión, a los que adhirieron con la expectativa de acceder a las rentas del capital ya que los altos tipos de interés y las periódicas burbujas de los mercados de valores e inmobiliarios creaban la ilusión de una prosperidad autopropulsada. Si la hegemonía es la promesa de largo plazo, el señoreaje es la conformidad con el presente por malo que sea y que se refleja, por ejemplo, en las tasas de interés las que, al sobrepasar la tasa de crecimiento productivo, disuelven la proyección colectiva del futuro y disocian a los empresarios y asalariados de los tendedores de activos financieros, instaurando el cortoplacismo como régimen temporal de la sociedad. Las altas tasas de interés fue el requisito para que los capitales fluyeran y no devaluar el tipo de cambio pese al ascenso del déficit externo, tasas que Keynes sabía no aumentarían el ahorro. (Creía que no era necesario elevarlas para inducir el ahorro ya que este es una función del ingreso que depende de la inversión, la que a su vez es función decreciente de la tasa de interés). Pero en cambio volvieron autónomo al sector financiero. Al quedar sometida a la alternativa huida de capitales o desacumulación industrial, la política fue pulverizada. Los gobiernos, obligados a una moneda fuerte basada en tasas de interés elevadas, dieron paso a la reestructuración industrial con desempleo permanente. La supremacía del corto plazo indujo, además, el crecimiento exponencial del capital ficticio, que especula con ingresos futuros sin ninguna contrapartida en inversiones, solo con el fin de obtener la diferencia entre el precio de compra y el de venta, y cuya magnitud se refleja en el incremento de la pobreza y de la desigualdad en todo el mundo, en primer lugar en los propios Estados Unidos, donde se endeudó a los sectores populares en lugar de aumentar sus salarios, y donde la desigualdad ha superado los niveles de 1930. El bloque neoliberal, conducido por una elite capitalista cada vez más rica, y sostenido por una burguesía asalariada con ganancias disociadas de la suerte de las empresas, forzó a los agentes económicos a satisfacer las pulsiones inmediatas. Y en cuanto la acumulación ya no se orientó a su reproducción ampliada, la especulación se difundió por todos los mercados.

Ahora, su desintegración se profundiza en los países centrales, cuando los tenedores del capital financiero han tratado, lo más rápido posible y todos a la vez, convertirlo en dinero, es decir, ejerciendo su preferencia por la liquidez justo cuando no deberían hacerlo. Es que al imponer una distribución de la renta tan sesgada, han socavado finalmente la fuga hacia delante que, por medio del endeudamiento, le es inherente. Su crisis coincide con la declinación no de la omnipresencia estadounidense pero sí de esa forma específica de dominio que consistió en la invención de enemigos. EE. UU los necesita para preservar su funcionamiento político interno y externalizar sus potenciales conflictos internos, compensando el poder interno decreciente y antipolítico con un poder externo sostenido en la desconfianza entre países. Su política interior, peligrosamente trabada, exige al mundo como válvula de seguridad. Y aunque no lo han llevado al fascismo, porque le requeriría movilizar a las masas, ni a convertirse en una megamafia, porque les exigiría presentarse como portadores de valores premodernos, el señoreaje han puesto en evidencia rasgos que le son comunes al fundamentalismo cuasireligioso y la dosificación de la violencia. Pero esta modalidad de poder ya no resulta fiable, y si algunas amenazas dejaran de ser imaginarias, tampoco sería eficaz. Por lo cual la pregunta implícita es si los EE.UU volverán a la relación hegemónica de la posguerra. Ello supondría la vuelta a la intervención estatal y a las regulaciones públicas, que como sospecha la derecha se sabe dónde comienzan pero no dónde terminan. La vuelta al Estado fuerte no parece estar entre los planes de una clase dominante que no quiere reencontrarse con las sublevaciones nacionales que la globalización vino a desactivar. Si los controles democráticos vuelven ¿por qué habrían de mantenerse dentro de los parámetros capitalistas? No obstante, no podrá subestimarse su capacidad de reordenar a la sociedad mundial utilizando la crisis del capital, esta vez la de su sobredimensionamiento financiero, en su favor. Cómo lo hará depende del nivel de movilización de los pueblos. La posibilidad que tienen estos, por lo pronto, es no solo impedir que la deflación del capital se traslade hacia bajo de la pirámide social sino pasar a la ofensiva con ideas como las del presidente de Ecuador en torno a un sistema financiero regional, anclar todas las expectativas de mercado en el largo plazo, y reclamar impuestos como los sugeridos por Keynes en 1936, Dornsbusch en 1978 y Tobin en 1995.

Pero la ofensiva tiene que estar a cargo de gobiernos que a la vez que revierten el programa neoliberal, adviertan que tampoco hay salida por el lado del productivismo, y de que deben buscar apoyos para políticas de empleo que tengan como eje la reducción del tiempo de trabajo, algo que en un marco posfordista redundaría en mayor productividad. Dado que la producción sólo genera empleo cuando supera el incremento de productividad del trabajo, y que para absorber el desempleo tendría que crecer a tasas imposibles o autodestructivas, trabajar menos para trabajar todos es menos utópico, con mayor razón si es en función de un consumo no depredador y cuya moderación vaya pareja a la disminución drástica de la desigualdad. Puede ser incluso parte de un proyecto colectivo que suscitaría alianzas amplias: si en dos años, por ejemplo, el producto aumentara un 8% y la productividad un 12, al caer un 4% los puestos laborales necesarios (100 + 8 – 12) podría disminuirse el tiempo de trabajo un 4%, ampliar el empleo en un 4% e incrementar los ingresos en otro 4%. Desde Aristóteles a Gorz, pasando por Moro, Ricardo, Marx, Veblen, Russell, Marcuse, y Arendt, ha transitado la idea de liberar tiempo para actividades autoelegidas, diferentes al trabajo, pero por considerar solo a Keynes, referencia intelectual de nuestro gobierno, puede recordarse que durante la crisis de 1930 también decía: "Estamos siendo castigados con una nueva enfermedad, cuyo nombre no han oído algunos de los que me lean, de la que oirán mucho en los años venideros, el paro tecnológico. Esto significa desempleo debido a nuestro descubrimiento de los medios para economizar el uso del factor trabajo sobrepasando el ritmo con el que podemos encontrar nuevos empleos para el trabajo disponible. Pero es solamente una fase temporal del desajuste. Todo esto significa, a largo plazo, que la humanidad está resolviendo su problema económico". Daba por hecho de que antes de los cien años la economía haría retroceder el tiempo dedicado al trabajo y más bien le preocupaba el desajuste antropológico entre esas nuevas posibilidades y una cultura arraigada. "Cuando la acumulación de riqueza ya no sea de gran importancia social, habrá grandes cambios en los códigos morales. Podremos librarnos de los principios seudomorales que han pesado durante doscientos años sobre nosotros, siguiendo los cuales hemos exaltado algunas de las cualidades humanas más desagradables, colocándolas en la posición de las virtudes más altas. Podremos permitirnos el atrevimiento de dar a los motivos monetarios su verdadero valor. El amor al dinero como posesión será reconocido por lo que es, una morbosidad repugnante, una de esas propensiones semidelictivas, semipatológicas, que se ponen, encogiendo los hombros, en manos de los especialistas en enfermedades mentales" (Keynes, John M., "Las posibilidades económicas de nuestros nietos", Ensayos de persuasión, Barcelona, Crítica, 1988 , págs. 327-331).

Ariel Colombo es un politólogo argentino, investigador del Conicet.

Enlace a Sin Permiso

domingo, 11 de enero de 2009

El fracaso mundial de la jubilación privada

El hundimiento mundial de los fondos de jubilación privados ya está provocando una catástrofe entre los jubilados o los que están próximos a jubilarse. La crisis financiera actual le ha dado un golpe serio a los sistemas de pensión privados", admite un reciente Informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desenvolvimiento Económica) que agrupa a una treintena de países, entre ellos EEUU, Canadá, Japón, España, Alemania, Italia, Corea, México.

La conclusión del Informe es que en medio de esta catástrofe jubilatoria, la burguesía mundial debe preservar los sistemas privados y resistir la tendencia a la nacionalización, reduciendo las prestaciones truchas, aumentando las contribuciones de los trabajadores y aumentando la edad para jubilarse.

"Los fondos de pensiones de los países de la ODCE acumulan entre enero y octubre una pérdida del 20% de su patrimonio, que a finales de 2007 era de 12.831 billones de euros (17.859 billones de dólares). Eso supone unos números rojos de 2,5 billones de euros, que se elevan a 3,59 billones de euros (5 billones de dólares) si se incluyen los Individual Retirement Accounts (IRA), productos similares a los planes de pensiones".

Aún así, el Informe de la OCDE admite que recién se conocerá plenamente la magnitud de las pérdidas cuando "los fondos de pensión presenten sus informes de 2008 a las autoridades de fiscalización. Existe una cierta duda en relación a la valorización de los activos difíciles de transformar en líquidos en plazos breves, como las colocaciones inmobiliarias o los productos llamados estructurados... La participación de esos activos varia entre los países y los fondos, y algunos corren el riesgo de acusar pesadas pérdidas más que otros". De esta manera, los 5 billones serían las pérdidas mínimas del año.

La consecuencia de estos quebrantos recae sobre los jubilados y sobre los que están próximos a jubilarse. "Una depreciación importante de los activos puede implicar una pérdida de ingresos permanente desde el momento en que el dinero economizado en las cuentas de ahorro previsional debe servir para comprar la renta de la jubilación al momento del retiro laboral", dice el informe.

"Pero la crisis mundial ha provocado un agujero de 1,4 billones euros (2 billones de dólares) en los fondos de pensiones que las empresas de los países de la OCDE tienen para cubrir las jubilaciones privadas de sus empleados, según datos de esta organización. Este desfase se produce en los planes de prestación definida, los que se comprometen a pagar como jubilación a sus partícipes-empleados una determinada cantidad, conocida previamente" (jubilaciones a prestaciones definidas).

De esta manera, estos fondos están totalmente descapitalizados y no pueden cumplir con los contratos de jubilación de sus empleados, a menos que reduzcan drásticamente las jubilaciones ya otorgadas y las jubilaciones futuras.

"Más de la mitad del importe de este déficit corresponde a empresas de EEUU. La cobertura de este déficit corre a cargo de las empresas que, en determinados casos, aún tienen desembolsos pendientes para eliminar el desfase provocado por la crisis bursátil de los años 2000-2002. Los reguladores de algunos estados de la OCDE, integrada por treinta países, han flexibilizado ya la normativa que rige la cobertura de estos desajustes y otros están estudiando medidas en este sentido. Canadá, Holanda e Irlanda son algunos ejemplos. El objetivo es dar más plazo a las empresas para cubrir el desfase creado por la crisis y no añadir así más presión a las compañías en un entorno de gran dificultad económica y financiera mundial".

En Inglaterra, sobre 7.800 fondos privados de prestaciones definidas, 6.468 tienen un déficit de 122.000 millones de libras (Le Monde, 1/12) Como las empresas no pueden cubrirlos, muchas empresas plantean reducir las jubilaciones futuras. "Así, British Telecom, que acaba de anunciar la supresión de 10.000 empleos antes de marzo de 2009, quiere alargar en cinco años el período de cotización al fondo para sus futuros empleados y tomar como referencia para el cálculo de la jubilación, el sueldo promedio antes que el salario del fin de la carrera" (Le Monde, 1/12).

"En la mayoría de los casos, los aportes de las empresas pueden resultar necesarios pero, en ciertos casos, las prestaciones también pueden ser reducidas". Otra variante, aconseja, es bloquear la indexación de los beneficios. "Los ingresos de los jubilados disminuirán en términos reales, en tanto que el valor real de las prestaciones acumuladas disminuirá de manera similar". El argumento para todos estos atropellos es que, con la descapitalización de los fondos, "los trabajadores corren con el riesgo de la quiebra de sus patrones".

Pero la OCDE también reconoce, como lo admiten los diarios españoles, que "las pérdidas encajadas por los planes en los últimos meses ha llevado varios partidos políticos de algunos países de la Europa del Este a plantearse la posibilidad de seguir los pasos dados por Argentina y nacionalizar de nuevo los planes de pensiones privados".

"En los últimos diez años, Polonia, República Checa, Países Bálticos o Rumania traspasaron ahorro desde la cobertura estatal de las pensiones a los fondos gestionados por entidades privadas y ahora, a la vista de los malos resultados, se podría desandar el camino y volver a las arcas públicas. La OCDE no comparte esta iniciativa que afirma que estas medidas contribuyen a generar pánico y no reconocen los logros de los sistemas privados. En otros casos, algunos gobiernos pueden también "recurrir a la debilidad temporal de estos productos para justificar el retraso de las reformas necesarias del sistema público", afirma la organización.

Está en juego el presente y el provenir de varias generaciones. La clase obrera debe dar una respuesta mundial: Expropiación de los fondos privados de jubilados; 82% móvil para todos los jubilados; Jubilación estatal bajo control de los trabajadores.

Enlace a texto en Rebelion
Bolpress

lunes, 5 de enero de 2009

La felicidad en un mundo hecho trizas

El nuevo año obligará a tomar decisiones muy difíciles sobre el futuro de un capitalismo en plena crisis. Ya no sirve sólo la receta de "recuperar el crecimiento económico": hacen falta líderes que piloten el barco

TIMOTHY GARTON ASH

Feliz año nuevo? Están de broma. El año 2009 empezará con un gemido y luego irá a peor. Millones de personas han perdido ya su trabajo en todo el mundo por la primera verdadera crisis globalizada del capitalismo. Decenas de millones más lo perderán pronto. Los que tengamos la suerte de seguir trabajando nos sentiremos más pobres e inseguros. Para celebrar su Premio Nobel de Economía, Paul Krugman nos anuncia meses de "infierno económico". Gracias, Paul, y feliz año nuevo para ti también.

Los problemas económicos exacerbarán las tensiones políticas. Pero los rumores de la muerte del capitalismo son exagerados. No creo que 2009 sea para el capitalismo lo que 1989 fue para el comunismo. Quizá el 1 de enero de 2010 me tenga que tragar mis palabras. La predicción es un juego de idiotas (en el almanaque de predicciones de The Economist, The World in 2009, el director tiene una pequeña columna muy divertida titulada "A propósito de 2008: Perdón").

Sin embargo, ahora que empieza este año, no veo ningún competidor estructural en el horizonte, como había -o parecía haber- en los tiempos del comunismo soviético antes de 1989. El modelo de socialismo de Hugo Chávez depende de que los capitalistas compren su petróleo, y, si alguien está pensando en el modelo norcoreano, necesita que le vea un médico.

No obstante, si las ideas sobre el tipo de capitalismo de libre mercado -a veces llamado "neoliberal"- que parece haber triunfado desde 1989 no se reexaminan en este vigésimo aniversario, es que algo funciona muy mal. En primer lugar, como es evidente, está el equilibrio entre Estado y mercado, público y privado, la mano visible y la invisible. Ya antes de la crisis del pasado mes de septiembre, Barack Obama estaba tratando de orientar a sus compatriotas hacia la idea de que la intervención del Gobierno no siempre es una cosa mala. Los meses sucesivos han visto un giro espectacular hacia la atribución de un papel mayor al Estado, normalmente a base de medidas de desesperada improvisación gubernamental (como en el Londres de Gordon Brown), con la legitimación ideológica del keynesianismo, y a veces (como en el Washington de George Bush) como desesperacionismo puro y simple.

Hasta qué punto ese giro es temporal y cuánto resistirá es algo que no podremos saber este año. Aunque la tendencia actual es mayoritariamente a reforzar la mano visible del Gobierno, quizá no llegue hasta el fondo. Un importante reformista económico chino me dijo hace poco que la crisis financiera asiática de hace diez años sirvió de catalizador de más reformas hacia el mercado en la economía de su país, y es posible que con ésta ocurra lo mismo.

Si no se equivoca, podríamos incluso imaginar una especie de convergencia mundial en una variedad de economía social de mercado al estilo europeo, a la que Estados Unidos y China se aproximarían desde extremos distintos. Pero es importante subrayar las palabras "una variedad de". Dentro de la propia Europa, existen enormes variaciones en la mezcla de Estado y mercado y en la forma de organizar dicha mezcla. Lo que sirve para un pequeño país del norte puede no servir para uno grande del sur. No existe una fórmula universal. Lo que importa es qué es útil para cada uno.

Una segunda revisión que hay que hacer en 2009 es qué hace falta para tener un crecimiento sostenible, verde, de bajas emisiones de carbono, con el fin de evitar el inminente punto de no retorno en el calentamiento global. Hay que discutir cuánto y qué tipo de crecimiento. Una vez más, Obama está tratando de descubrir las posibilidades creadas por la crisis y orientando parte de sus estímulos fiscales keynesianos hacia la inversión en energías alternativas. Sin embargo, en conjunto, éste parece un mal año para la lucha contra el calentamiento.

Para avanzar hacia una economía sostenible y de bajas emisiones es necesario que las empresas y los gobiernos paguen los costes inmediatos de unos beneficios a largo plazo. Cuando las empresas y los gobiernos se encuentran contra las cuerdas, suelen hacer lo contrario.

Seguramente, lo máximo a lo que podemos aspirar es a que nuestros dirigentes eviten el nacionalismo económico de los años treinta, con su sálvese quien pueda. Para ello habrá que modificar lo que esperan de ellos los votantes y los accionistas. Mientras nosotros, el pueblo, nos guiemos en nuestras decisiones financieras y políticas por el beneficio económico a corto y medio plazo, no podremos culpar a nuestros líderes que intenten darnos lo que les pedimos.

Una tercera toma de conciencia fundamental, pues, es la que debemos hacer al revisar las pautas por las que nos guiamos. ¿Cuánto más dinero, cuántas más cosas necesitamos? ¿Es lo mismo tener suficiente que tener demasiado? (No, dicen los anunciantes al unísono). ¿Podríamos arreglárnoslas con menos? ¿Qué es lo verdaderamente importante para usted? ¿Qué contribuye más a su felicidad individual?

Lo crean o no, existe ya todo un subcampo académico de estudios sobre la felicidad. El economista Richard Layard ha escrito un interesante libro llamado Happiness: Lessons from a New Science (Felicidad: lecciones de una nueva ciencia). ¿Es a lo que se refería Nietzsche al hablar de la gaya ciencia? Un estudioso holandés, Ruut Veenhoven, ha creado una base de datos mundial de la felicidad, con clasificaciones nacionales. Sus resultados aparecieron en una página web de California bajo el título "Canadá derrota a Estados Unidos en el índice mundial de la felicidad". Por lo visto, ha aparecido otra clasificación, con un "mapa mundial de la felicidad", en la Universidad británica de Leicester. Dinamarca ocupa el primer puesto en ambas. Existe incluso una publicación, el Journal of Happiness Studies (el editor debe de reírse mucho cuando va al banco). Se piense lo que se piense sobre el valor real de este tema -perdón, ciencia-, pueden pasar un buen rato si buscan páginas sobre ello en Internet y tratan de averiguar cuánto es inventado.

Pero, en serio, estas decisiones dependen, en parte, de los ciudadanos de clase media en los países ricos. Es evidente que el planeta no puede sostener a 6.700 millones de personas que vivan como lo hace la clase media actual en Norteamérica y Europa occidental, ni mucho menos los 9.000 millones previstos para mediados de siglo. O excluimos a una gran parte de la humanidad de los beneficios de la prosperidad, o nuestra forma de vida tiene que cambiar.

El lema con el que casi todos nuestros líderes políticos y económicos comienzan 2009 es "recuperar el crecimiento económico, cueste lo que cueste". Como la tripulación de un velero en una tormenta, sólo quieren mantenerlo a flote y avanzar en alguna dirección, la que sea. Sin embargo, incluso cuando estemos en lo peor de la tormenta, que todavía no ha llegado, debemos mirar con atención el rumbo que estamos emprendiendo.

Para eso son necesarios líderes de primera categoría, pero también unos ciudadanos que exijan unos líderes así. ¿Me alegraría personalmente de tener que hacer los cambios de modo de vida que serían necesarios? Casi seguro que no. Pero, al menos, me gustaría saber cuáles serían.
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Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y profesor titular de la Hoover Institution en la Universidad de Stanford . Su último libro es Free World. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. www.timothygartonash.com
Enlace a original en El País

domingo, 4 de enero de 2009

Jeffrey Sachs: "No va a ser tan duro como la Gran Depresión"

CLAUDI PÉREZ (El País)

Prototipo del intelectual moderno, Jeffrey Sachs (Detroit, EE UU, 1954) es uno de los economistas más influyentes del mundo, aunque en los últimos tiempos ha dejado de lado la ortodoxia académica para centrarse en aspectos relacionados con la pobreza, el hambre, el cambio climático y, últimamente, también en España. Sachs viaja a menudo a Madrid como asesor de la Fundación Ideas y se reúne asiduamente con miembros del Gobierno. Sobre la economía mundial es pesimista: "Si se cometen más errores, la recesión puede derivar en una depresión". Sobre España, también: "A la economía española va a llevarle mucho tiempo salir de ésta". Aunque no todo son malas noticias. "España es claramente la nueva voz más importante en problemas globales como el hambre o la pobreza", apunta.

Pregunta. Hace medio año hablaba de riesgos de recesión en la economía internacional. ¿Ve ahora una depresión en el horizonte?

Respuesta. Han pasado un montón de cosas desde entonces. Era difícil ver cuántas trampas había en el camino y prever los serios errores que se han cometido. Ahora ya estamos metidos en una recesión mundial muy profunda. Si se cometen más errores, puede derivar en una depresión. Si el paro en EE UU sube hasta el 13% desde la tasa actual, lo que supondría poco más o menos duplicar el desempleo, podríamos entrar en territorio de depresión.

P. La economía española ya roza esos números y las previsiones son mucho más sombrías: se espera que la tasa de paro supere el 15% en 2009...

R. Pero los números no significan lo mismo. En EE UU, un 13% supondría superar con creces la tasa de paro normal, y eso sería ponerse en una situación insostenible. Lo de ahora es una brusca desaceleración. Pero si se cometen más errores, como dejar caer la industria automovilística de Detroit por la falta de apoyo público, puede llegar la depresión.

P. ¿Dónde hay que buscar a los responsables de la crisis?

R. En los bancos, sin duda. Pero no son los únicos. Yo diría que Alan Greenspan también tiene una responsabilidad capital: él era el banquero central de EE UU, y su política monetaria y la política económica durante su mandato han desempeñado un papel muy significativo en esta crisis. Incentivaron el sobreendeudamiento, el apetito desmesurado por el crédito en un periodo de exuberancia con montones de especulación y de fácil acceso al crédito, que han resultado muy perniciosos.

P. ¿Ve cerca el final, o es tan pesimista como otros economistas del estilo de Nouriel Roubini, que augura un cataclismo?

R. Bueno, Roubini es alumno mío. Pero ahora habrá que pensar en aprender de él.

P. ¿Tan mal lo ve?

R. Creo que esta recesión va a ser más seria que otras, pero no tan dura como la Gran Depresión. También creo que Asia debería ser capaz de mantener el crecimiento económico en niveles positivos; no veo un colapso global. Además, me siento mejor con el presidente Obama a punto de entrar en el despacho oval. No creo que eso vaya a provocar una recuperación milagrosa, pero puede asumir un tipo de liderazgo que ha brillado por su ausencia en Estados Unidos y puede mejorar la cooperación global, algo en lo que también ha fallado Bush. En suma, creo que podremos sentirnos mejor en poco tiempo, no lo suficiente como para detener la recesión, pero sí como para reducir el miedo que flota en el ambiente.

P. ¿Qué le parece el equipo económico de Obama?

R. Es un buen equipo, muy experimentado. Espero que preste atención a los aspectos internacionales de la crisis y no se centre demasiado en los problemas internos.

P. ¿Dónde queda el famoso cambio?

R. Es verdad que sus asesores económicos están muy relacionados con la Administración de Clinton. Tal vez no sea un cambio radical. Pero es el propio Obama quien introduce ese componente. Eso sí, con gente experimentada.

P. ¿Cómo evalúa el tándem George Bush-Henry Paulson?

R. Ha sido muy flojo, obviamente: un pobre trabajo, con pésimos resultados. Bush es el peor presidente de la historia en política exterior, en política interior, en política económica y social... Paulson no ha sido el peor, pero tampoco es que haya sido muy efectivo.

P. ¿Están funcionando los planes de rescate?

R. Probablemente hayan ayudado a prevenir un completo colapso. Pero no están funcionando en el sentido de restaurar la confianza y detener la espiral negativa en la que se han metido también las fuerzas de la economía real. Lo de dejar caer Lehman Brothers fue un error garrafal de política económica. El mundo cambió drásticamente ese día. Todo el esfuerzo público desde entonces se ha orientado a resguardar a los bancos del colapso. Eso se ha logrado en parte, pero los planes no han tenido éxito en solucionar la crisis de confianza, ni han impedido el aterrizaje forzoso de nuevos bancos, ni en el objetivo de fijar el fondo de esta recesión...

P. ¿Qué medidas echa de menos?

R. En Estados Unidos se pusieron sobre la mesa los 700.000 millones de dólares por la vía de la urgencia, sin ninguna planificación, dos días después de la quiebra de Lehman Brothers, en un movimiento desesperado por el pánico financiero. Paulson presentó en el Congreso un documento de apenas tres páginas, sin conceptos, sin dar una idea a los congresistas acerca de cómo iba a gastar ese dinero, cómo se iban a comprar los activos dañados de la banca. Pero la prueba de que no había ningún guión es que después el dinero se ha usado para recapitalizar los bancos, sin una estrategia clara. Es el plan de una Administración fallida. En Europa hay otros problemas: un montón de líderes, un montón de países buscando un consenso nada fácil. Europa tiene esa paradoja: un solo dinero para muchos presidentes, lo que genera fricciones. La ventaja es que el sector bancario no está tan afectado como el norteamericano, aunque haya entidades con serios problemas.

P. España sufre la crisis global, pero tiene sus propias dificultades. ¿Qué le augura a la economía española?

R. El final del ciclo inmobiliario ha sido abrupto, se trata de uno de los países que más han sufrido junto con Estados Unidos, el Reino Unido, Irlanda o Australia. Va a llevar tiempo salir de ésta. Porque además de los problemas financieros que se derivan del pinchazo inmobiliario, la economía real tiene que reorientarse desde el fuerte peso de la construcción hacia un modelo con nuevas exportaciones. Se abre un periodo de serias dificultades. A la vez, España es claramente la nueva voz más importante en problemas globales como el hambre o la pobreza. Está demostrando mucho interés por aprovechar las nuevas oportunidades que vendrán de África. Tengo algunas sugerencias para el Gobierno: podría ayudar a la recuperación aquí el desarrollo en África, en campos como las energías renovables o la construcción. Hay que encontrar la manera de financiar esas posibilidades.

Enlace a texto original en El País