sábado, 5 de abril de 2008

LA HISTORIA QUE DUELE


Un nuevo adelanto del nuevo libro de Eduardo Galeano "Espejos. Una historia casi universal"

Eduardo Galeano

Las clases sociales

En los primeros tiempos, tiempos de hambre, estaba la primera mujer escarbando la tierra cuando los rayos del sol la penetraron por atrás. Al rato nomás, nació una criatura.

Al dios Pachacamac no le cayó nada bien esa gentileza del sol y despedazó al recién nacido. Del muertito brotaron las primeras plantas. Los dientes se convirtieron en granos de maíz, los huesos fueron yucas, la carne se hizo papa, boniato, zapallo...

La furia del sol no se hizo esperar. Sus rayos fulminaron la costa de Perú y la dejaron seca para siempre jamás. Y la venganza culminó cuando el sol partió tres huevos sobre esos suelos.

Del huevo de oro salieron los señores.

Del huevo de plata, las señoras de los señores.

Y del huevo de cobre, los que trabajan.

Organización Internacional del Comercio

Había que elegir al dios del comercio. Desde el trono del Olimpo, Zeus estudió a su familia. No tuvo que pensarlo mucho. Tenía que ser Hermes.

Zeus le regaló sandalias con alitas de oro y le encargó la promoción del intercambio mercantil, la firma de tratados y la salvaguarda de la libertad de comercio. Hermes, que después, en Roma, se llamó Mercurio, fue elegido porque era el que mejor mentía.

División del trabajo

Dicen que fue el rey manu quien otorgó prestigio divino a las castas de la India.

De su boca brotaron los sacerdotes. De sus brazos, los reyes y los guerreros. De sus muslos, los comerciantes. De sus pies, los siervos y los artesanos.

Y a partir de entonces se construyó la pirámide social, que en la India tiene más de tres mil pisos.

Cada cual nace donde debe nacer, para hacer lo que debe hacer. En tu cuna está tu tumba, tu origen es tu destino: tu vida es la recompensa o el castigo que merecen tus vidas anteriores, y la herencia dicta tu lugar y tu función.

El rey Manu aconsejaba corregir la mala conducta: si una persona de casta inferior escucha los versos de los libros sagrados, se le echará plomo derretido en los oídos; y si los recita, se le cortará la lengua. Estas pedagogías ya no se aplican, pero todavía quien se sale de su sitio, en el amor, en el trabajo o en lo que sea, arriesga escarmientos públicos que podrían matarlo o dejarlo más muerto que vivo.

Los sincasta, uno de cada cinco hindúes, están por debajo de los de más abajo. Los llaman intocables, porque contaminan: malditos entre los malditos, no pueden hablar con los demás, ni caminar sus caminos, ni tocar sus vasos ni sus platos. La ley los protege, la realidad los expulsa. A ellos, cualquiera los humilla; a ellas, cualquiera las viola, que ahí sí que resultan tocables las intocables.

A finales del año 2004, cuando el tsunami embistió contra las costas de la India, los intocables se ocuparon de recoger la basura y los muertos.

Como siempre.

Fundación religiosa del racismo

Noé se emborrachó celebrando la llegada del arca al monte Ararat.

Despertó incompleto. Según una de las diversas versiones de la Biblia, su hijo Cam lo había castrado mientras dormía. Y esa versión dice que Dios maldijo a Cam y a sus hijos y a los hijos de sus hijos, condenándolos a la esclavitud por los siglos de los siglos.

Pero ninguna de las diversas versiones de la Biblia dijo que Cam fuera negro. África no vendía esclavos cuando la Biblia nació, y Cam oscureció su piel mucho tiempo después. Quizá su negritud empezó a aparecer allá por los siglos XI o XII, cuando los árabes iniciaron el tráfico de esclavos desde el sur del desierto, pero seguramente Cam pasó a ser del todo negro allá por siglos XVI o XVII, cuando la esclavitud se convirtió en el gran negocio europeo.

A partir de entonces se otorgó prestigio divino y vida eterna al tráfico negrero. La razón al servicio de la religión, la religión al servicio de la opresión: como los esclavos eran negros, Cam debía ser negro. Y sus hijos, también negros, nacían para ser esclavos, porque Dios no se equivoca.

Y Cam y sus hijos y los hijos de sus hijos tendrían pelo motudo, ojos rojos y labios hinchados, andarían desnudos luciendo sus penes escandalosos, serían aficionados al robo, odiarían a sus amos, jamás dirían la verdad y dedicarían a las cosas sucias su tiempo de dormir.

Fundación científica del racismo

Raza caucásica se llama, todavía, la minoría blanca que ocupa la cúspide de las jerarquías humanas.

Así fue bautizada en 1775 por Johann Friedrich Blumenbach.

Este zoólogo creía que el Cáucaso era la cuna de la humanidad y que de allí provenían la inteligencia y la belleza. El término se sigue usando, contra toda evidencia, en nuestros días.

Blumenbach había reunido 245 cráneos que fundamentaban el derecho de los europeos a humillar a los demás.

La humanidad formaba una pirámide de cinco pisos.

Arriba, los blancos.

La pureza original había sido arruinada, pisos abajo, por las razas de piel sucia: los nativos australianos, los indios americanos, los asiáticos amarillos. Y debajo de todos, deformes por fuera y por dentro, estaban los negros africanos.

La ciencia siempre ubicaba a los negros en el sótano.

En 1863, la Sociedad Antropológica de Londres llegó a la conclusión de que los negros eran intelectualmente inferiores a los blancos, y sólo los europeos tenían la capacidad de humanizarlos y civilizarlos. Europa consagró sus mejores energías a esta noble misión, pero no tuvo suerte. Casi un siglo y medio después, en el año 2007, el estadounidense James Watson, premio Nobel de Medicina, afirmó que está científicamente demostrado que los negros siguen siendo menos inteligentes que los blancos.

Inseguridad ciudadana

La democracia griega amaba la libertad, pero vivía de sus prisioneros. Los esclavos y las esclavas labraban tierras, abrían caminos, excavaban montañas en busca de plata y de piedras, alzaban casas, tejían ropas, cosían calzados, cocinaban, lavaban, barrían, forjaban lanzas y corazas, azadas y martillos, daban placer en las fiestas y en los burdeles y criaban a los hijos de sus amos.

Un esclavo era más barato que una mula. La esclavitud, tema despreciable, rara vez aparecía en la poesía, en el teatro o en las pinturas que decoraban las vasijas y los muros. Los filósofos la ignoraban, como no fuera para confirmar que ése era el destino natural de los seres inferiores, y para encender la alarma. Cuidado con ellos, advertía Platón. Los esclavos, decía, tienen una inevitable tendencia a odiar a sus amos y sólo una constante vigilancia podrá impedir que nos asesinen a todos.

Y Aristóteles sostenía que el entrenamiento militar de los ciudadanos era imprescindible, por la inseguridad reinante.

Las agencias de noticias

Napoleón fue definitivamente derrotado por los ingleses en la batalla de Waterloo, al sur de Bruselas.

El mariscal Arthur Wellesley, duque de Wellington, se adjudicó la victoria, pero el vencedor fue el banquero Nathan Rothschild, que no disparó ni un tiro y estaba muy lejos de allí.

Rothschild operó al mando de una minúscula tropa de palomas mensajeras. Las palomas, veloces y bien amaestradas, le llevaron la noticia a Londres. Él supo antes que nadie que Napoleón había sido derrotado, pero hizo correr la voz de que la victoria francesa había sido fulminante, y despistó al mercado desprendiéndose de todo lo que fuera británico, bonos, acciones, dinero. Y en un santiamén todos lo imitaron, porque él siempre sabía lo que hacía, y a precio de basura vendieron los valores de la nación que creían vencida. Y entonces Rothschild compró. Compró todo, a cambio de nada.

Así Inglaterra triunfó en el campo de batalla y fue derrotada en la Bolsa de Valores.

El banquero Rothschild multiplicó por veinte su fortuna y se convirtió en el hombre más rico del mundo.

Algunos años después, a mediados del siglo XIX, nacieron las primeras agencias internacionales de prensa: Havas, que ahora se llama France Presse, Reuters, Associated Press...

Todas usaban palomas mensajeras.

Los campos de concentración

Cuando Namibia conquistó la independencia, en 1990, se siguió llamando Göring la principal avenida de su capital. No por Hermann, el célebre jefe nazi, sino en homenaje a su papá, Heinrich Göring, que fue uno de los autores del primer genocidio del siglo XX.

Aquel Göring, representante del imperio alemán en ese país africano, había tenido la bondad de confirmar, en 1904, la orden de exterminio dictada por el general Lothar von Trotta.

Los hereros, negros pastores, se habían alzado en rebelión. El poder colonial los expulsó a todos y advirtió que mataría a los hereros que encontrara en Namibia, hombres, mujeres o niños, armados o desarmados.

De cada cuatro hereros murieron tres. Los abatieron los cañones o los soles del desierto adonde fueron arrojados.

Los sobrevivientes de la carnicería fueron a parar a los campos de concentración, que Göring programó. Entonces, el canciller Von Bülow tuvo el honor de pronunciar por primera vez la palabra konzentrationslager.

Los campos, inspirados en el antecedente británico de África del Sur, combinaban el encierro, el trabajo forzado y la experimentación científica. Los prisioneros, que extenuaban la vida en las minas de oro y diamantes, eran también cobayos humanos para la investigación de las razas inferiores. En esos laboratorios trabajaban Theodor Mollison y Eugen Fischer, que fueron maestros de Joseph Mengele.

Mengele pudo desarrollar sus enseñanzas a partir de 1933. Ese año, Göring hijo fundó los primeros campos de concentración en Alemania, siguiendo el modelo que su papá había ensayado en África.

Las desapariciones

Miles de muertos sin sepultura deambulan por la Pampa argentina. Son los desaparecidos de la última dictadura militar.

La dictadura del general Videla aplicó en escala jamás vista la desaparición como arma de guerra. La aplicó, pero no la inventó. Un siglo antes, el general Roca había utilizado contra los indios esta obra maestra de la crueldad, que obliga a cada muerto a morir varias veces y que condena a sus queridos a volverse locos persiguiendo su sombra fugitiva.

En Argentina, como en toda América, los indios fueron los primeros desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer. El general Roca llamó conquista del desierto a su invasión de las tierras indígenas. La Patagonia era un espacio vacío, un reino de la nada, habitado por nadie.

Y los indios siguieron desapareciendo después. Los que se sometieron y renunciaron a la tierra y a todo fueron llamados indios reducidos: reducidos hasta desaparecer. Y los que no se sometieron y fueron vencidos a balazos y sablazos, desaparecieron convertidos en números, muertos sin nombre, en los partes militares. Y sus hijos desaparecieron también: repartidos como botín de guerra, llamados con otros nombres, vaciados de memoria, esclavitos de los asesinos de sus padres.

La democracia

En 1889 murió la democracia en Brasil.

Esa mañana, los políticos monárquicos despertaron siendo republicanos.

Un par de años después se promulgó la Constitución que implantó el voto universal. Todos podían votar, menos los analfabetos y las mujeres.

Como casi todos los brasileños eran analfabetos o mujeres, casi nadie votó.

En esa primera elección democrática, 98 de cada 100 brasileños no acudieron al llamado de las urnas.

Un poderoso hacendado del café, Prudente de Morais, fue elegido presidente de la nación. Llegó de São Pablo a Río y nadie se enteró. Nadie fue a recibirlo, nadie lo reconoció.

Ahora goza de cierta fama, por ser calle de la elegante playa de Ipanema. -

Carlos Pérez: El comunismo es posible

El comunismo es posible

Carlos Pérez Soto

Profesor de Estado en Física


La izquierda ha dejado de hablar del comunismo. Los tiempos son difíciles, ya se sabe. Pero yo tengo la impresión de que esto es un indicio más de como y hasta que punto hemos perdido el horizonte de nuestras luchas.

Por un lado, desde la bolchevización de los partidos marxistas, bajo la Tercera Internacional, la palabra comunista empezó a designar más un bloque de partidos y movimientos actuando en la política contingente que un modelo de sociedad posible. De esta manera discutir sobre comunismo llegó a ser una cuestión de política inmediata, hasta el punto de que dentro de la misma izquierda muchos prefirieron evitar ser llamados comunistas. Por otro lado la propaganda anti comunista se centró, como era lógico, en las acciones de los partidos y gobiernos que se auto designaron como tales, asimilándolos a todas las posturas dentro del campo marxista. Ambas tendencias, por este y por el otro bando, contribuyeron a ligar el término “comunismo” al destino de las iniciativas marxistas y, en particular, a las características y destino de los países cuyos gobiernos decían buscarlo.

No tengo que explicar que todos esos gobiernos se fueron catastróficamente al hoyo, en menos de cinco años, dando lugar a un conjunto de países bananeros que tratan de sobrevivir a la marea del saqueo neoliberal y el bandidaje. Los pocos que aún podrían considerarse herederos del bloque socialista o se están acomodando a grandes trancos a la lógica del mundo capitalista, o están arruinándose lentamente bajo la presión del bloqueo económico y la falta de respaldo de los países que los sostenían. Para muchos, con alegría y alivio en la derecha, con resignación forzada o alivio oportunista en la izquierda, estas catástrofes han significado “el fin del comunismo”.

Pero, ¿cómo podría entenderse el fin de una sociedad posible?. ¿En qué sentido algo que aún no ocurría puede haberse acabado?. Quizás lo que quieren decir, de manera trivial, es que sin “los comunistas” ya no se puede esperar que se llegue al comunismo. Quizás lo que quieren decir, de manera más profunda, es que el fracaso de los países socialistas mostró que una sociedad comunista es simplemente imposible.

Dos cuestiones previas, una de tipo político y otra de tipo filosófico, son necesarias para volver a pensar la posibilidad del comunismo. Una es ser capaz de romper radicalmente con esas dictaduras infames que se llamaron a sí mismas socialistas que, consideradas de manera marxista, no fueron sino las dictaduras de unas clases burocráticas que usufructuaron del producto social a través de relaciones de explotación sobre sus propios pueblos. Otra es considerar la idea de “posibilidad” de manera post ilustrada, no como sinónimo triunfalista de “necesidad” sino en el sentido propio y fuerte de “posible”.

El desastre del socialismo real puede ser descrito y explicado de manera marxista. Para hacerlo es necesario asumir algunos puntos que son duros, pero que no contradicen lo que es esencial en el marxismo. Uno es entender al dominio burocrático como un dominio de clase. Esto significa que la propiedad social perfectamente podría ser un sistema de legitimación de una forma de explotación, y el centralismo democrático, elevado a forma de organización del Estado, una forma de ordenar el dominio totalitario sobre el conjunto del pueblo. Esto significa asumir que en nuestra política futura debemos estar prevenidos respecto de la posibilidad de que también el gobierno, por sí mismo, la clase política, por sí misma, puedan ser partes, con intereses propios, del bloque de clases dominante. Pero, otro punto, cuando hacemos la evaluación histórica de la relación entre lo que los bolcheviques quisieron hacer y lo que efectivamente ocurrió, es asumir la posibilidad de que la propia voluntad revolucionaria sea una voluntad enajenada. Es decir, que no podemos demostrar la transparencia entre la voluntad y sus resultados, no podemos garantizar los efectos que surgen de nuestros actos ... y, aún así, asumir que es preferible correr el riesgo. O mejor, asumir que estamos ya en pleno riesgo de nuestras vidas, y que queremos vivirlos intentando sostener nuestra voluntad ante la determinación histórica.

Este segundo punto está relacionado con la idea de “posibilidad”. El marxismo clásico frecuentemente planteó la perspectiva comunista como necesaria, es decir, tarde o temprano, de una u otra forma, las ruedas de la historia terminarían aplastando a los que quisieran oponerse a ellas, a su sentido progresivo, a su tendencia hacia el advenimiento de una sociedad sin clases. Por cierto esta necesidad nunca fue planteada como una necesidad “mecánica”. Siempre se enfatizó que sólo podía realizarse de manera efectiva a través del ejercicio de la consciencia y la voluntad de transformación. El comunismo sería resultado de ciertas leyes históricas que operaban a través de la acción consciente de los trabajadores. Sin embargo, como no había duda alguna en torno a la posibilidad de formar esa consciencia de cambios, esta participación de la consciencia no era sino un detalle en el plan general: las leyes de la historia actuarán de manera objetiva, las consciencias que se requieren para hacerlas operar son plenamente posibles. El resultado es que una sostenida acción revolucionaria podría garantizar que a la larga se alcanzaría el comunismo sin duda alguna. Para muchos esta confianza, este optimismo en buenas cuentas ilustrado, era una fuente de la fuerza con que se integraba e impulsaba la lucha, hasta el grado de alcanzar una consciencia cuasi mesiánica : hoy sufrimos, pero tiene pleno sentido, nuestros nietos serán felices.

No tengo que explicar a estas alturas que los aplastados por “las ruedas de la historia” una y otra vez hemos sido nosotros. La verdad es que, considerando el estado real del mundo, y poniéndonos una mano en el corazón, no le estamos ganando mucho a nadie. Ya no estamos en posición de mantener el optimismo triunfalista que las vanguardias marxistas del siglo XX sostuvieron como parte de su fuerza y su propaganda. Y es sano asumirlo y operar en consecuencia. El marxismo, y con él el modelo comunista de sociedad, ha perdido radicalmente su verosimilitud, sobre todo ante quienes más importa para una perspectiva revolucionaria : para los trabajadores mismos. Tratar de tapar este hecho de enorme magnitud política acudiendo a los muchos ejemplos aislados de luchas reivindicativas que se mantienen de manera heroica en diversos lugares del mundo es simplemente dar la espalda a la realidad flagrante y desastrosa. Es necesario volver a tomar contacto con la realidad de una perspectiva revolucionaria, más que con la permanente sucesión de ejemplos heroicos, que nunca dejará de consolarnos, pero que no logrará hacer más que eso.

Una condición mínima para esta vuelta a la cordura revolucionaria es abandonar el mesianismo explícito o implícito, la perspectiva triunfalista, el optimismo irreflexivo. Hay razones para ser optimista, lo que estas razones muestran es que el comunismo es posible, lo que no muestran ni pueden mostrar es que ocurrirá de manera necesaria. Es necesario asumir que es perfectamente posible que la humanidad persista de la explotación a la explotación, y de la estupidez a la estupidez eternamente, sin ir nunca más allá de la lucha de clases. Hoy es perfectamente incluso que los seres humanos sean simplemente exterminados por la irresponsabilidad suicida de las grandes potencias en una guerra nuclear, o en un desastre biológico, intencional o incluso accidental. El siglo XXI no será muy agradable para las perspectivas de la historia humana. El desastre ecológico, la miseria absoluta de cientos de millones de seres humanos, la violencia extrema en las grandes ciudades, los poderes nucleares, las armas químicas y bacteriológicas ... la lista es larga. Estos ya no son tiempos para optimismos ilustrados de ningún tipo.

Sin embargo yo creo que se puede defender racionalmente la idea de que el comunismo es posible. Y voy a ofrecer en lo que sigue lo que podría ser al menos la estructura del argumento que permite esta confianza que la razón le puede ofrecer a la voluntad para que pueda hablar, así como la voluntad puede ofrecer sus confianzas a la razón para que pueda pensar.

Muchos quisieran una sociedad mejor que esta. Los liberales son progresistas, los socialdemócratas pueden ser incluso radicalmente progresistas (cuando no se dejan arrastrar por el carro neo liberal). ¿Por qué entonces el comunismo?. ¿No se podría pensar simplemente un largo camino de reformas que vayan mejorando progresivamente las condiciones de vida?. El primer argumento que hay que esgrimir es que es justamente una revolución comunista la que hace falta, no una perspectiva reformista de largo aliento. Y la razón central es esta : los reformistas llegarán atrasados al exterminio de la tercera parte de la humanidad.

Los neo liberales tienen una política de desarrollo, una que favorece al capital financiero, que se basa en la depredación de los recursos, en la explotación extrema, en la inestabilidad endémica. Su camino hacia el “progreso” no está pensado para los trabajadores, menos aún para los pobres. Los burócratas tienen una política de desarrollo, que favorece al capital productivo, que eventualmente podría favorecer a los trabajadores integrados a la producción altamente tecnológica. Pero ni la burguesía, ni el poder burocrático, ni los neo keynesianos, ni los socialdemócratas, tienen un camino de desarrollo que pueda evitar que los marginados absolutos, los que no son ejército de reserva de nada, los que no cumplen ninguna función en el sistema económico mundial, ¡que son casi la tercera parte de la población mundial!, sean simplemente exterminados de hecho, por el SIDA, por la malaria, el ébola, las múltiples enfermedades de la pobreza absoluta, y las que los que consumen generan en sus organismos, debido al uso abusivo de los antibióticos para luego contagiarlas a los que no consumen y no tienen las defensas inmunológicas que podrían hacerlos resistir.

El siglo XXI será un siglo siniestro de peste, hambre, violencia urbana y marginación. El resultado será, ni más ni menos que el exterminio. Hay una solución capitalista y burocrática para la pobreza absoluta : los extremamente pobres simplemente morirán. Los que creemos que estas muertes, sean producidas directa o indirectamente, son simplemente un crimen contra la humanidad creemos que sólo un radical salto en los objetivos y modalidades del desarrollo podrá evitarlo. Ni el interés burgués, ni el interés burocrático harán nada por lograr este salto. Unos están atrapados en una lógica que conduce a la destrucción del planeta, los otros en una lógica en que administrar a los que consumen es suficiente para justificar su poder de clases. Sólo la perspectiva comunista es auténticamente amplia como para integrar a toda la familia humana.

Sin embargo, por mucho que esta perspectiva sea necesaria, por mucho que se justifique moralmente, perfectamente podría ocurrir que sea imposible. Que no existan ni las técnicas, ni las formas de organización social que puedan lograrla.

En este punto, curiosamente, el furibundo optimismo tecnológico, rayano en la adoración, de los intelectuales al servicio del capital y de la administración, suele ser contradictorio. Todo parece ser posible para la técnica, llegar a Marte, clonar seres humanos, construir computadores inteligentes, vigilar paso a paso a cada ciudadano, producir armas eficaces que puedan asesinar sin que el bando atacante sufra ninguna baja. Lo único que pareciera imposible es usar estas técnicas para construir una vida digna y de abundancia para todos los seres humanos.

No. Tenemos derecho a invocar su mismo optimismo y creer que es perfectamente posible una economía de abundancia sin depredación y sin explotación. Todas las técnicas que hacen falta para esto ya existen. En particular las que permitirían procesar la información necesaria para una economía global descentralizada, en manos de los productores directos.

Desde un punto de vista estrictamente técnico el comunismo es una sociedad en que el trabajo social se ha repartido entre todos de tal manera que, gracias al uso intensivo de la tecnología, sea posible reducir radicalmente la jornada laboral. En un mundo en que todos tienen que cumplir con una cuota de trabajo socialmente necesario del orden de 6 o 8 horas a la semana, la división social del trabajo no determinaría esencialmente nuestras vidas. La mayor parte del tiempo sería de trabajo libre. Ni la propiedad, ni la administración global serían necesarias. Esto, la superación del poder que desde la división social del trabajo domina nuestras vidas, es lo que Marx llamó comunismo.

Es importante notar que una sociedad de estas características no requeriría de Estado, ni de Mercado. Por supuesto habría gobierno, el ejercicio democrático del poder en cada comunidad local, pero el gobierno no estaría cosificado como instituciones por sobre la ciudadanía. Un gobierno que no sea una Estado. Por supuesto habría intercambio de bienes y servicios, a nivel local, a nivel global. Pero el intercambio no estaría cosificado bajo la forma dinero, ni estaría sujeto a otras leyes que las que sus autores quieran darle. Un intercambio que no sea mercantil. Desde luego seguiría habiendo división del trabajo, y trabajo socialmente obligatorio, pero su existencia no se levantaría ante nosotros dominándonos, y sus leyes y condiciones de ejecución no serían sino las que los productores directos quieran darles.

El comunismo es técnicamente posible. Todas las técnicas que son necesarias para llevarlo a cabo ya existen. Podría ocurrir, sin embargo, que aún así no sea viable. Es decir, aunque sea deseable y técnicamente factible, podría ocurrir que los seres humanos simplemente no quieran construirlo, y prefieran sus actuales condiciones de vida, aliviadas y mejoradas, antes que una revolución global.

Hay dos objeciones clásicas que apoyan esta idea. Una es que los seres humanos son por naturaleza egoístas, o que sus impulsos naturales los llevan a desear el poder, la ventaja, el agrado a costa del menor esfuerzo. Otra es que el capitalismo altamente tecnológico, apoyado en su poderoso sistema de comunicación social y en el uso a gran escala del endeudamiento, es capaz de mantener indefinidamente a los ciudadanos atrapados en las expectativas de consumo. O por egoísmo natural, o por consumismo adoctrinado, los trabajadores preferirían no poner en peligro, en lo sustancial, el sistema injusto en que viven. Y si lo hicieran, tarde o temprano resurgirían el afán de poder, o la avaricia natural.

Más que si hace falta o no, y más que si es posible o no, ésta es la verdadera discusión en torno a la posibilidad del comunismo. Sobre las estadísticas en torno a la marginación absoluta, o en torno a los desastres ecológicos o armamentistas, se puede obtener un relativo consenso. Al menos entre los sectores progresistas, entre los que no están cegados por la propaganda integrista y el fanatismo fascistoide. Sobre las posibilidades de un uso verdaderamente humano y solidario de la tecnología no parecen haber tampoco muchas dudas. Nuestras dudas más profundas tienen que ver más bien con lo que los seres humanos serían capaces de hacer. Lo que para la izquierda clásica era evidente, es decir, que todo hombre consciente, ilustrado, de buena voluntad, al que se le explicaran los antecedentes, terminaría por asumir una postura moral a favor de toda la humanidad, ya no lo es.

Por supuesto nunca es el argumentador mismo el que no es capaz de asumir esta postura moral, sino que se trata de “los hombres”, “los seres humanos” (“los otros”). Se nos dice que nuestros “ideales” son muy bonitos, que son altamente deseables, pero que “los hombres” no son capaces de llevarlos a cabo. Y esta expresión genérica, en que el hablante sólo se asume de manera indirecta, implícita, permite ponerle un límite a la discusión.

Ya nada es obvio. Ninguna de las confianzas de la izquierda clásica puede ser sostenida sin más. Es necesario argumentar no sólo sobre la información disponible, sobre la consciencia posible, sino incluso sobre los niveles previos a la consciencia misma. Es necesario dar una batalla más allá de la consciencia, en el sentido convencional del término. De hecho, la colonización de las consciencias por el sistema de dominación no está organizada en torno a la consciencia, o a la falta de información (estos eran los temas clásicos : a la gente le faltaría información y, por ello, le faltaría consciencia). La dominación altamente tecnológica se dirige más bien a las bases desde las cuales la consciencia se construye. Invadiendo el ámbito de la socialización primaria, totalizando el tiempo de descanso en torno a la industria del espectáculo, manteniendo el monopolio de los medios de comunicación más masivos y intensos, la dominación actual no necesita ilustrar, o educar, una consciencia conformista o resignada, es capaz de arraigar el conformismo y la resignación en las estructuras psíquicas más profundas.

Ante esto es necesario primero construir un argumento verosímil, una teoría que no conceda como obvia ninguna de las confianzas que teníamos, y que sea consistente a la hora de argumentar. En seguida es necesario pensar, desde ella, cómo dar esta batalla, ya no por la consciencia directamente, sino por la subjetividad como tal, desde sus estructuras más profundas.

Hay dos ámbitos distintos en torno a los que argumentar. Uno es el de la “naturaleza humana” que eventualmente impediría la solidaridad humana. Otro es el de la posibilidad de una manipulación indefinida de la subjetividad por la dominación imperante. A partir de esto hay dos ámbitos correspondientes en torno a los cuales construir políticas, formas de acción concretas y eficaces. Uno es qué decirle a una persona común cuando nos dice que “los hombres son egoístas”. Cómo abordar esta opinión, sin descalificarla, sin contraponer simplemente otra opinión, voluntarista y autoafirmativa, que, desde luego, sólo será escuchada, en el mejor de los casos, de manera cariñosa y evasiva, como cuando no nos atrevemos a decirle a los niños que el Viejo Pascuero no existe. El otro ámbito es cómo dar una batalla social, ya no persona por persona, sino en nuestras acciones políticas globales, que nos permita ponernos en el mismo plano de llegada sobre la subjetividad en su conjunto, en el cual se ha radicado la principal eficacia de la ideología dominante. Perdonen que, como buen intelectual, ponga el plano de los argumentos primero, y sólo después el de las urgencias políticas.

Si se afirma, en principio, sean cuales sean las evidencias que se presenten, que los seres humanos están dominados por una “naturaleza” que les impide ser efectiva y globalmente solidarios la discusión simplemente se termina. Este es un orden de afirmaciones que no puede ser demostrada o refutada de manera contundente por ninguna serie de evidencias. Peor aún, si se afirma, también como principio, que los seres humanos poseen una naturaleza sociable y propensa a la colaboración, tampoco avanzamos mucho, si lo que nos interesa es el comunismo. La cuestión de fondo es la idea de “naturaleza humana” misma que, por supuesto, está en el fundamento filosófico de las ideologías burguesa y burocrática. El comunismo sólo es pensable de manera cabal si afirmamos que los seres humanos son libres, son completamente dueños y constructores de sus circunstancias, aunque lo hagan de manera enajenada, aunque individualmente no lo sepan.

Desde luego la afirmación de la libertad humana como esencial y fundante es tan indemostrable como la de naturaleza humana. Lo que me importa es su afirmación, no su demostración. Y me importa indicar que esta afirmación es esencial para que el comunismo sea un producto humano, no un destino, o algo que llevamos en los genes y sólo ha sido aplazado por la confabulación de las clases dominantes. Cada vez que se ponen principios que se pretenden “naturales” como motores de la conducta humana en el fondo lo que se está poniendo es una visión funcional a los intereses de alguna forma de dominación. Para los burgueses la naturaleza humana era egoísta y competitiva, y el mercado burgués podía presentarse como un efecto natural y sus leyes como leyes naturales.

Pero, cuidado, perfectamente podría ocurrir que los burócratas nieguen esta imagen salvaje y afirmen que está en nuestra naturaleza la necesidad de ser aprobados, de convivir en grupos homogéneos, de criarnos en formas familiares con roles naturales (la mujer como madre, el hombre como proveedor). Tampoco una imagen de la naturaleza “favorable” a nuestra idea del comunismo nos ayuda. Toda idea de naturaleza humana debe ser criticada, es necesario afirmar que somos libres, como género humano, de toda determinación natural sobre nuestras conductas, y que todo límite exterior a la humanidad (como la ley de gravitación, o la muerte) pueden ser vividos como nuestros, y dominados en nuestro beneficio. Lo que se juega en esto es nuestra radical opción por la diversidad sexual, por la diversidad de formas de la estructura familiar, por la libertad para dominar el mercado, o el estado, o cualquier forma cosificada de las relaciones sociales que quiera presentarse como natural.

Hecha esta afirmación, somos en esencia libres, como punto de partida, como fundamento, la segunda objeción resulta más contingente y más grave. Perfectamente podría ocurrir que el mercado altamente tecnológico logre usurpar el ejercicio de muestra libertad eternamente. Desde luego los más pobres, los marginados y discriminados, tienen abundantes razones para oponerse al sistema que los oprime. Para ellos la tentación del consumo, mantenida de manera fantasiosa, o la industria del espectáculo, impuesta de manera compulsiva, sólo será una parte de la contención. La otra, siempre presente y alerta, será la represión. No ya la guerra directa, militar, sino la militarización de la vigilancia policial, la represión repartida en una infinidad de medidas anti “delictuales”, legitimadas ante la consciencia de los sectores que consumen como una necesidad permanente, presentadas como el resultado de su propia violencia en políticas de sistemático atemorizamiento de la población. Por un lado el espectáculo y la promesa nunca cumplida, por otro lado la guerra sostenida, difusa, soterrada, pero permanente, contra los pobres por el sólo hecho de ser pobres. La fórmula burguesa para los marginados coincide con la fórmula burocrática : lo que no es administrable puede ser eliminado.

La posibilidad de que la guerra contra los pobres sea un freno permanente de las aspiraciones revolucionarias es hoy particularmente grave por dos razones dramáticas : la primera, al poder no le interesa la vida de esos pobres, de los que puede prescindir sin que el aparato productivo sea afectado y, la segunda, esa guerra puede llegar a contar con un amplio apoyo de ese tercio de la población que es efectivamente beneficiado con el crecimiento económico y que está compuesto esencialmente de los trabajadores. Este es el hecho brutal al que debemos enfrentarnos : los trabajadores, los que efectivamente pueden hacer las revoluciones, no son los más pobres de la sociedad, y pueden ser perfectamente cooptados por el poder en contra de los más pobres. Esto es algo que vemos cada día, y debemos considerarlo como un dato esencial de la política.

La cuestión entonces no es preguntarse si el comunismo es una perspectiva aceptable o atractiva para los más pobres. La verdad es que mucho menos que el comunismo sería suficiente para vencer las esperanzas posibles de los que no tienen esperanzas : la integración progresiva, por muy lenta que sea, al consumo de masas, y el exterminio.

La cuestión crucial es preguntarse si el comunismo puede ser una perspectiva aceptable para los trabajadores, es decir, justamente para los que podrían ser el sujeto de la revolución. Y para abordar esta cuestión lo que hay que preguntarse no es si los que algo consumen, por que al menos tienen trabajo, consumen menos de lo que necesitan, o si están dispuestos a luchar para consumir más. Es necesario pensar la situación real, el cálculo real que las personas comunes hacen sobre sus vidas, más allá de sus quejas cotidianas, y examinar si en ese cálculo hay, o puede haber, un espacio para imaginar un mundo radicalmente distinto.

Para mantener las expectativas que hacen que los ciudadanos acepten endeudarse, sobre explotarse, vivir con estrés, vivir en la incertidumbre y en el temor permanente a quedar sin trabajo, se debe prometer mucho. Se debe mantener una perspectiva en que el cumplimiento de las cuotas de sobre explotación, y el sacrificio que conlleva el esfuerzo cotidiano, sean recompensados suficientemente. Nadie niega que su trabajo es agobiante, o que lo explotan, o que vive en permanente tensión. Lo que se alega, en cambio, es que esos esfuerzos tienen sentido. Las vacaciones, los objetos de consumo cotidiano, la casa propia, la educación de los hijos, la posibilidad de pequeños escapes y desahogos, como ver la televisión en familia, como salir en auto los fines de semana, son mostrados por muchas personas aparentemente razonables como resultados razonablemente compensadores de sus esfuerzos. Para saber si la perspectiva comunista será viable alguna vez entre los trabajadores es esta situación cotidiana la que hay que examinar.

Desde luego, la peor manera de enfrentar esta razonabilidad cotidiana es verla como un error, o como conformismo alienado, o como producto de la estupidez, o de ignorancias de algún tipo. La verdad es que, a la hora de los argumentos, somos nosotros los que estamos diciendo cosas sospechosas, no las personas comunes. Somos nosotros los que queremos defender una idea a todas luces poco razonable, que quizás sea producto simplemente de nuestras frustraciones y enojos puntuales, más que de una alternativa racional al modo de vida común. Razonar como si las personas comunes y corrientes fuesen una tropa de enajenados, ignorantes y conformistas, debería ser sospechoso para alguien que se supone está tratando justamente de buscar un mundo mejor con la participación de esas mismas personas. Cada vez que damos la espalda al sentido común, que sabemos conformista y enajenado, sin tratar de entender su lógica propia, su razonabilidad profunda, lo que hacemos es elevarnos como vanguardia ilustrada e iluminada, por sobre la ignorancia y la inercia de las masas ... y reproducir la lógica del estalinismo.

No. Los ciudadanos comunes han hecho un cálculo perfectamente racional, y lo que ocurre más bien es que no tenemos, ni en nuestros argumentos, ni en nuestras iniciativas políticas, nada que pueda conmoverlos de manera profunda, o al menos de una manera equivalente a lo que logra hacerlo el mercado. Y yo creo que esto no se debe a que el mercado tiene más y mejores medios de comunicación, o más y mejores propagandistas. Nuevamente por esa vía lo único que estamos haciendo es evadir la responsabilidad por lo que nos falta, como de costumbre echándole la culpa al enemigo por nuestras propias carencias. No. Yo creo que tenemos que asumir que somos nosotros los que no logramos estar a la altura de la complejidad de un enemigo de nuevo tipo. Cuya sustancial superioridad cultural respecto de cualquier otra clase dominante en el pasado simplemente nos descoloca, hasta el grado de introducir en nuestras propias filas las bases de su argumentación : o la apelación a la naturaleza o la apelación a la fuerza.

Para poder pensar con una perspectiva revolucionaria esta situación hay que pensar radicalmente y, como siempre, la raíz es el hombre mismo, sus expectativas más profundas, sus anhelos de más largo alcance. Lo que hay que preguntarse, radicalmente, es si los que consumen son felices, y bajo qué condiciones estarían dispuestos a luchar por un mundo en que se pueda ser feliz. Hoy, más que nunca, sólo la perspectiva de la felicidad humana permite argumentar a favor de un horizonte social revolucionariamente distinto. En una sociedad altamente tecnológica, que ha hecho posible, por primera vez en la historia humana, el consumo masivo, la felicidad es un asunto de política contingente.

Esto mismo se puede plantear de otra manera. ¿Hay contradicciones propias, internas, en el sistema del consumo masivo?. ¿Pueden esas contradicciones llevar a un punto en que se conviertan en consciencia política?. La primera de estas preguntas tiene que ver con la felicidad, no con el mayor, menor, mejor o peor nivel de consumo. La segunda tiene que ver con las tareas posibles de una iniciativa revolucionaria dirigida hacia los trabajadores, hacia los sectores sociales que participan del sistema productivo y sus cargas y beneficios de manera efectiva.

Sostengo que efectivamente hay contradicciones internas al sistema de consumo masivo. Internas en el sentido de que no tienen que ver con las posibilidades de acceso al consumo, o con la proporción en que se practica, sino con el consumo como tal, con el que se da en la sociedad de mercado. Sostengo que la contradicción central, de la que derivan todas las otras, es la diferencia creciente entre lo que el sistema promete y lo que es capaz de dar. Por un lado se consume y se busca en el consumo un mundo de reconocimiento y humanidad posible, por otro lo que se obtiene es un mundo dividido, violento, en guerra, donde impera la incertidumbre y la frustración. El agrado local y temporal que ofrece el consumo se inscribe en un contexto de frustración creciente. Es un agrado frustrante, que nunca llega a estar a la altura del placer, propiamente humano, que promete. El carácter frustrante es el reverso interno del agrado de consumir. Y yo creo que este sentimiento de frustración es creciente, y aumentará constantemente a lo largo del siglo XXI.

Otra manera de plantear esto mismo es observar la contradicción que hay entre el mejoramiento local, a nivel de las familias, de los estándares de vida, y el empeoramiento global de la calidad de vida, a nivel de la ciudad, de cada país, del entorno natural en el planeta. Para los trabajadores que están efectivamente integrados al sistema de la producción altamente tecnológica cada día se puede vivir mejor en un mundo en que a la vez cada día vale menos la pena vivir. Y este empeoramiento de la calidad de vida infiltra y descompone el agrado que pueda significar el consumo cotidiano. Las calles llenas de autos, el encarecimiento de los servicios educacionales y de salud, paralelo a la compulsión por la salud y la educación, los alimentos poco confiables, las ciudades contaminadas, la inseguridad ante la amenaza constante de los más pobres, que buscan sobrevivir y a la vez desahogar sus iras acumuladas.

El poder burocrático puede limitar progresivamente el libre arbitrio sobre la propiedad burguesa, y por esa vía tender a aliviar los problemas que implica la contaminación y la especulación financiera. Dura tarea pero, en rigor, una tarea que no es contradictoria con la lucha interna entre las fracciones del bloque de clases dominantes. El poder burocrático puede revertir la precarización de los empleos ligados a la alta tecnología, o a los servicios que da la administración, es decir, crear áreas de pleno empleo parcial (que no integran a toda la sociedad) y estable. Pero ¿cuánto puede resistir un mundo de empleos estupidizados, sin sentido, redundantes?, ¿cuánto puede resistir una cultura a la que sus miembros van quitándole progresivamente el sentido, y la obediencia que requiere la mantención de la explotación?, ¿cuánto pueden durar las ciudades gigantescas, la intensidad tecnológica de la vida cotidiana sin control, la complejidad de un sistema global que falla de manera recurrente y que sólo se justifica porque la dominación debe mantenerse?.

Sostengo que sí hay contradicciones profundas, de nuevo tipo, para una época de la historia humana en que ya es real la abundancia para grandes sectores sociales. Y esas contradicciones tienen que ver precisamente con la abundancia. Es allí donde hay que buscar el futuro posible.

Sin embargo, nada asegura que estas contradicciones se conviertan en consciencia y en actitudes políticas de oposición al sistema. La consciencia revolucionaria no es un producto espontáneo de las “condiciones objetivas” ni, en este caso, de la objetividad de las “condiciones subjetivas”. Pero, para dar una batalla en torno a la transformación de esas contradicciones en política real es necesario entender cual es el campo de batalla adecuado. Y este no es sino las condiciones de vida en general, no uno de sus aspectos, ni menos aún el ámbito del saber o del pensamiento. Antes del saber, antes de la reflexión, la subjetividad actual está colonizada al nivel de sus deseos y voluntades. Se trata de una batalla por la voluntad revolucionaria, que pueda arraigarse en el deseo de una sociedad mejor. Sostengo que esa tarea sólo puede emprenderse poniendo la felicidad y la belleza al centro de nuestras reivindicaciones. Un mundo más bello, en que ser feliz sea posible. Nada más ni nada menos. Un mundo donde la realización de mis deseos no requiera una revolución, ni sea negado constantemente por un orden dominante que los administra o los niega sin realizarlos nunca de manera cabal.

Un mundo donde el intercambio de bienes no esté cosificado en relaciones mercantiles, es decir, donde podamos intercambiar nuestros productos sin estar obligados a considerarlos como equivalente. Sólo el intercambio libremente no equivalente es un intercambio auténticamente humano. Sólo cuando intercambiamos nuestros productos por el contenido de humanidad inconmensurable que tienen estamos auténticamente entre seres humanos libres.

Un mundo en que el gobierno no esté cosificado bajo la forma de un Estado. En que dirigir y coordinar la producción y las vidas no requiera de instituciones solidificadas, estables, con leyes permanentes. En que la ley opere de manera interna, como eticidad común, sin la compulsión del disciplinamiento o la fuerza. Donde el espíritu común que anima a cada espacio social se realice a través de la autonomía de los ciudadanos particulares, de su libertad efectiva. Un mundo en que espíritu común no signifique homogeneidad sino reconocimiento de la diversidad esencial que constituye a la creatividad humana.

El comunismo no es una sociedad en que todos serán felices, o en que todos lo sabrán todo, no es una sociedad de transparencia total, ni de reconocimiento asegurado. Es una sociedad en que habrá sufrimiento y extrañamiento, en que habrá misterio y falta de transparencia, pero en que dejar de sufrir, o alcanzar la transparencia, no requerirá cambiar toda la sociedad, ni estará impedido por estructuras que nos trasciendan. Una sociedad en que la locura será posible debido a la diversidad interna de la razón misma, y no significará marginación o impedimento. En que lo universal y lo homogéneo dejarán de ser sinónimos.

Un mundo en que la subjetividad se formará en pequeños colectivos sociales, en familias, que no requerirán la forma del patriarcado, o de la heterosexualidad forzada culturalmente. Que no tendrán roles paternos o maternos cosificados como naturales. En que la infancia, la juventud o la vejez no estarán estupidizadas por roles sociales enajenantes y fijos.

El comunismo es una sociedad en que la belleza será la forma de realización de lo verdadero y de lo bueno. En que la belleza no estará cosificada como agrado. En que el placer será posible, más allá de la administración y las inseguridades típicas de los que no han podido asumir su humanidad libremente.

Grandes cosas, importantes, nobles, de gran aliento. Eso es lo que debe estar en el centro de nuestro discurso y nuestra lucha. Que la pequeñez y la inmediatez quede para los burócratas, que creen que administrar un problema es suficiente para resolverlo. Las personas comunes y corrientes pueden entender perfectamente cuando se les habla de la felicidad. Los trabajadores, los más pobres, los ancianos, los niños. Hay que hablar al corazón y los anhelos más profundos. Hay que ir más allá de la inercia de la resignación y el escepticismo. Hay que darle el vuelo de un gran horizonte a una política que está cada vez más alejada de las inquietudes profundas. Que la política basada en las pequeñas transacciones quede para los que viven de usufructuar de la política.

Hay contradicciones objetivas y subjetivas que permiten convertir este horizonte en política concreta. La cuestión es con qué profundidad asumimos nosotros mismos esas condiciones, y las expresamos en nuestras políticas. Si asumimos de manera radical la posibilidades del estado de desarrollo en que ya se encuentran las fuerzas productivas no tenemos porqué no defender también radicalmente la exigencia de relaciones sociales que expresen auténticamente sus potencialidades. Sólo una perspectiva comunista puede mover los deseos y aunar las voluntades. Nada más ni nada menos. El comunismo es posible. Y es bueno que los que creen en esta posibilidad se llamen a sí mismos, orgullosamente, comunistas.


Santiago, Lunes 27 de mayo de 2002.-

Entrevista a Carlos Pérez

Carlos Pérez Soto, 'el último marxista'
Comunistas otra vez

Todavía hay alguien que sueña con un mundo sin clases, con el comunismo. Es Carlos Pérez, un profesor de filosofía que milita en el “marxismo peresiano” y que cree que la izquierda está haciendo el ridículo. De pasada le recomienda a los líderes del PC que se vayan para la casa. ¿Quién dijo que había que ser sensatos?


Por: Mirko Macari

Fuente: Nacion Domingo

El año '97 hubo un paro histórico en la Universidad Andrés Bello. Histórico porque en una universidad privada estabamos hablando de autonomía académica y otras cosas extrañas para esas instituciones donde frente a cualquier problema conviene acudir primero al Sernac y después al Ministerio de Educación. Uno de los peaks de ese conflicto fue la asamblea de profesores donde los maestros debían votar el fin de tres semanas de huelga. El auditorio estaba de bote en bote y el entusiasmo combativo de los maestros empezaba a declinar a medida que el reloj pasaba.

Soterradamente se imponía la tesis de volver a las aulas y seguir negociando. Pocos estaban dispuestos a perder el pitutito de un par de horas a la semana por el puro gusto de ser duros. Fue un espejismo, pero el triunfo de los sensatos pareció peligrar cuando tomó la palabra un gordito, calvo, vestido de negro, que con más lógica que pasión comenzó a hablar de la dignidad, de las utopías, de sacudirse el enorme peso histórico de la derrota. Las emociones comenzaron a apoderarse del lugar, pero no tanto como para ganar la votación. Tiempo después la universidad la compró gente de la UDI y la gran mayoría de esos profesores-taxi perdieron su pituto de la noche a la mañana por pensar como pensaban.

“En el conflicto de la Andrés Bello yo sostuve que lo que había que hacer era irse de esa universidad. Esa fue otra de las tantas votaciones que perdí por la ostentosa mayoría de los cuerdos”, dice Carlos Pérez, quien antes de dar esta entrevista pone una categórica condición: no habrá fotos. Pérez nunca deja de ironizar sobre su solitario lugar en la vereda de los insensatos. Y claro, ¿existe cordura en alguien que cree que el comunismo aún es posible? ¿Qué puede tener que decir un marxista irredento después de que las estatuas de Marx y Lenin rodaron hasta el fondo del abismo? Lo peor sería no averiguarlo.


-¿Por qué no quiere fotos?- Es un gesto para señalar que en una sociedad donde la visualidad está tan presente, las imágenes deberían formar parte de la esfera de privacidad de los ciudadanos. En una sociedad parlanchina y gritona como ésta, ni los niños ni los bárbaros ni la mayoría de los periodistas distinguen entre lo secreto y lo privado.


-Además que en Chile todos quieren salir en la foto. Sin embargo, la privacidad no es una categoría marxista sino liberal.- Sí claro, y eso implica que uno tiene ciertas garantías de que hay democracia cuando los ciudadanos pueden ejercer su autonomía libremente, o sea cuando los poderes públicos no pueden intervenir ni en la familia ni en el interior de la conciencia. Este es un país totalitario en ese sentido: se mete en si la gente puede abortar o no, ver o no ver determinado cine.


-¿Y esto es un aprendizaje suyo de lo que significaron los socialismos reales?-Me han dicho que existieron los socialismos reales. A mí me impresiona más el totalitarismo luminoso, sonriente, aparentemente tolerante de las sociedades industriales. El totalitarismo soviético era de un primitivismo fácilmente criticable. Había que comulgar con demasiadas ruedas de carreta para decir que eso era democracia proletaria. Hay una cierta mala voluntad política en enfatizar los totalitarismos de hace 15 años omitiendo los actuales.


-Pero a la luz de los derechos humanos hay matices bastante grandes. Millones de muertos para ser más exactos.-Es que todas esas discusiones, igual que las discusiones sobre la violencia, son un poco hipócritas. Consiguen en cargar los dados a un lado, enfatizar ciertos tipos de muerte y omitir otros. En el atentado contra las Torres Gemelas murieron 2 mil personas y ese mismo día murieron 30 mil niños de hambre en el mundo. Si uno enfatiza que a los otros los mataron y que tenían esperanza de vida, en cambio los niños se iban a morir igual, hay una hipocresía, un cinismo galopante.


-Pero finalmente todos son repudiables ¿o no?-A lo largo del siglo XXI hay dos mil millones de pobres que van a ser exterminados sin que nadie les toque un pelo, por el Sida, por la Malaria, por nuevas formas de tuberculosis. Frente a eso los hipócritas van a llorar como lloró Aylwin al final de su mandato lamentando no haber podido resolver el problema de la pobreza. Esos lagrimones debería haberlos reservado contra el neoliberalismo.


LA IZQUIERDA TRISTONA


Usted es un marxista revolucionario, supongo.-Los tiempos son difíciles, se hace lo que se puede.


-Pero estos mismos tiempos parecen una confirmación de lo que Marx decía pues toda nuestra forma de vida esta determinada por lo económico-Marx es muy profético: la globalización, la internacionalización del mercado, la capacidad del capitalismo de reproducirse a sí mismo y poner toda cultura a su servicio ya estaba puesto en el Manifiesto Comunista. Erick Hosbawn, en el prólogo que escribió a la edición por los 150 años del Manifiesto Comunista, decía que lo que Marx planteaba entonces no era cierto sino en Inglaterra. Pero 150 años después es cierto en todo el planeta. Eso es capacidad profética.


¿Y cómo se manifiesta eso en Chile?-Hay una intuición común a toda la izquierda de que el modelo neoliberal funciona mucho mejor en democracia que en dictadura. Eso produce un efecto perverso, porque lo que importaba de derrocar de Pinochet no era su personalismo, sino que un modelo económico inhumano. Lo que se logró es que Pinochet quedara dando vuelta unos años hasta que fue declarado demente y el modelo quedara intacto. Si hace 20 años el problema era la dictadura, ahora es qué hacer con la democracia.


-Pero tengo la sensación que el modelo no es exitoso porque lo legitime el gobierno sino porque las personas creen que son más felices cuando más consumen.-Yo no estoy seguro de que la gente sea feliz en el consumo. Cuando el PNUD le preguntó si eran felices se produjo una respuesta absurda: claro que consumimos pero no somos felices. Y eso en términos políticos es relevante. El agrado que produce el consumo es frustrante. Y esa frustración es acumulativa y entonces la política de izquierda tiene que saber convertir en fuerza política la frustración de los que consumen, no sólo la de los que no consumen. Esa es una fuerza que va corrompiendo el sistema a través de la drogadicción, del suicidio, de la falta de sentido de la vida. Todo acto de consumo promete placer. Cuando un papá le compra la tele a los niños, el imaginario es que van a ver la tele juntos, y cuando los cabros chicos se pelean por el control remoto el resultado es que la expectativa de placer se frustra y lo que queda es un agrado de “por lo menos tenemos tele”. La gente no compra objetos por los objetos, compra objetos por la subjetividad que prometen, y cuando tienen los objetos tienen la experiencia real de que esos objetos no dan lo que prometen. Que un señor le compre bicicletas a sus hijos está bien, salvo porque sus hijos lo odian. Esta es una muestra flagrante de la inhumanidad de la sociedad de consumo, es un problema político que la izquierda debe asumir. Pero la izquierda no logra salir del imaginario clásico según el cual la pobreza es el problema principal. La pobreza es un problema grave, pero el consumo es tan grave como la pobreza.


Pero lo que usted llama izquierda en verdad es algo bastante ridículo…Justamente, yo he sostenido eso públicamente. Un revolucionario hoy no debe sobrevivir a la represión tiene que sobrevivir al ridículo y obviamente si la izquierda extraparlamentaria no tiene más del 3 por ciento es una ridiculez.


-El mayor problema quizás es el consumo de imaginario de mundo, o sea de televisión. Eso es más elaborado que consumir zapatillas u objetos varios.-La izquierda tiene que acostumbrarse a la idea de que estamos en el siglo XXI y de que con el mimeógrafo no vamos a llegar muy lejos. La solemnidad y la jerarquía son parte del imaginario totalitario de la izquierda clásica. La seriedad siempre esta de parte del totalitarismo. El humor como argumento es también una idea de los liberales.


-Y eso porque el liberalismo opera sobre la base de dudas, en cambio la izquierda se aferra a sus pocas certezas.-Esa es una generalización pero sí, la mayoría de los marxistas eran bastante tristones. Además este país se ha ido poniendo cada vez más mediocre, más chato más oscurantista. Queda la sensación de que en la dictadura teníamos más posibilidades de expresión, de oposición. Con la Concertación el sentido común se ha ido achatando. Hay una falta de horizonte radical de la oposición, o sea de todos los que tenemos en alguna parte de nosotros una actitud antisistémica. Hay muchos que se han vuelto descreídos y apenas uno deja de creer que la felicidad humana es posible se convierte en momio altiro.


-Pero en la tradición de la izquierda es hacer los cambios desde los partidos. Y usted no milita en ninguno.-Es necesario estar en una organización, no en un partido. Yo creo que todos los que creen que el comunismo es posible deberían llamarse comunistas, independiente de sí tiene el timbre del partido o no. Esa es la firme, la política debe ordenarse en base al horizonte, cómo va a ser ese mundo sin clases que queremos. El problema es que los mismos militantes del PC hace rato que dejaron de hablar del comunismo. Y ordenaron todo en base a objetivos electorales. Los bolcheviques hablaban en grande y la izquierda ahora habla en chiquitito, con horizontes de dos años más, dos elecciones más.


-Ahora que se está celebrando el XXII Congreso del PC, usted qué le aconsejaría a Gladys Marín. Que se retire con honores, lo hizo excelente, gran valor de la política chilena. A mí me da no sé qué opinar como ex comunista pero lo que hay que hacer ahí es un cambio drástico en la Comisión Política nombrando una comisión que tenga en promedio 30 años. Los comunistas se han farreado generaciones y generaciones de dirigentes estudiantiles que tienen su momento de éxito y que después pasan al olvido.Es difícil pedirle a militantes cuya vida está ligada a eso que pasen a segundo plano y dejen que entren tipos de 30. Tendría que haber una generación de jóvenes que se tomen todo el partido, no sólo la juventud. No lo harían más mal de lo que lo están haciendo ahora y serían más creíbles. De hecho eso es lo que está haciendo la UDI, que no tiene problema en tirar candidatos a diputados de 24 años. En la izquierda siempre existe el representante de las mujeres, el compañero mapuche que va en la cuota de los mapuches, pero la hegemonía se mantiene igual.Lo que hay que hacer es dar un golpe y porrazo y lo que se conseguiría es un aumento de credibilidad. Los cabros pueden tener más olfato político en un ambiente político enrarecido. O sea pueden tener el olfato de no dialogar con la Concertación, que es el cálculo que haría Tironi, que les recomendaría una operación de Relaciones Públicas, y a la Gladys Marín que se maquille para que aparezca en tales y tales medios. Esa es la típica jugada por arriba y en cambio los cabros tendrían el mejor olfato de jugársela por abajo, confiando más en la gente y menos en los medios.


LA FICHA DE PÉREZ SOTO: Tiene 48 años, tres hijos y dos matrimonios a cuestas. De profesión profesor de Estado en Física, hace clases de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Arcis (obvio). Hasta finales de los ochenta militó en el Partido Comunista, pero en vez de irse a la Concertación propuso refundar el partido. Sus clases y seminarios sobre marxismo son un mito entre los alumnos y él dice que son su excusa para hacer política.


Entrevista Publicada en Diario La Nación, Santiago de Chile Domingo 20 de Octubre de 2002

"Cada día oigo a más jóvenes usar el término Utopía"


Entrevista al filósofo Francisco Fernández Buey

Emilia Lanzas
Diagonal

La utopía como un ideal regulador, como una hipótesis de trabajo, como una ilusión natural. Un mundo futuro en el que la persona sea el centro de todas las cosas, sin clases, sin poder, sin propiedad, sin explotación. El último libro de Francisco Fernández Buey –filósofo, luchador comunista y profesor–, "Utopías e ilusiones naturales", es un profundo estudio histórico y reflexivo sobre el devenir de las utopías, tan presentes, tan necesarias.

DIAGONAL: La utopía como aspiración y búsqueda, aunque siempre ha estado presente, ha irrumpido con fuerza renovada. ¿Cuáles son los motivos principales de este resurgimiento?

FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY: El renacer de la utopía se puede fechar. Se viene produciendo desde el inicio de la década actual. Y los motivos de este renacimiento son básicamente tres: la agudización del malestar que ha producido en todo el mundo el capitalismo salvaje, eso que se suele llamar globalización neoliberal; la comprobación de que el mundo que ha salido de ahí (el mundo de la guerra y del expolio permanente, de la crisis ecológica global y del aumento de las desigualdades) es un escándalo moral; y la sensación de que otro mundo es posible, de que pensando y luchando con los oprimidos y humillados puede haber alternativas.

D.: Se ha pretendido vender una cierta ‘utopía’ capitalista con aspiraciones como el Estado del bienestar. La crisis que vive el sistema ¿ha podido contribuir también a este renacimiento utópico?

F.F.B.: Sin duda. El Estado del bienestar es una utopía capitalista que resultó negativa en cuanto se empezó a pensar ese Estado globalmente. Para la mayoría de la población mundial lo que los ideólogos llaman Estado del bienestar es, en realidad, un estado generalizado de malestar. El Estado del bienestar generalizado es una imposibilidad material bajo el capitalismo, por razones económicas, sociales, ecológicas y culturales. Sólo con un cambio radical del modo de vida, producción y consumo actualmente dominante se podría hablar con propiedad de un Estado del bienestar.

D.: La utopía está en marcha, pero ¿dónde con más fuerza: en los movimientos altemundialistas?, ¿en los actos de desobediencia civil?

F.F.B.: Hay quienes piensan que el espíritu de la utopía ha quedado reducido a la dimensión estética, a la literatura y a las manifestaciones artísticas. Yo no lo creo así. Las nuevas utopías surgidas en estos últimos años siguen teniendo una dimensión económico- social muy patente. Eso se ve en la utopía ecológico- social del decrecimiento, en las utopías feministas que combinan igualdad y diferencia y en las utopías que se basan en un uso radicalmente alternativo de los medios. Y, sí, los movimientos altermundialistas, desde Chiapas y Porto Alegre, han dado un impulso decisivo a la utopía actual. La desobediencia civil viene a ser la estrategia principal de la utopía en marcha. La desobediencia, consciente y libre, es lo que hace ‘civil’ a una sociedad acogotada por el poder desnudo.

D.: La utopía deja de ser idea para convertirse, no sólo en posible, sino en inevitable con el marxismo. ¿Es ésta su gran aportación?

F.F.B.: Lo que los clásicos del marxismo creyeron ver es que había llegado la hora de hacer realizables las ilusiones emancipadoras de los de abajo. Por eso dijeron que la tarea del socialismo era pasar de la utopía a la ciencia. Tenían una confianza ilimitada en la ciencia. Y eso acabó en cientificismo. Pero el cientificismo es la negación de la tensión moral que siempre acompaña al espíritu utópico. La ciencia ayuda a construir un mundo mejor, pero no lo es todo. En el mundo de los humanos hay muy pocas cosas inevitables (entre ellas, la muerte). Así que el marxismo, que ha hecho mucho por pasar de lo posible a lo realizable, también necesita autocontención en esas cosas. Parafraseando a Marx se podría decir que, para hacer posible ese otro mundo, se necesita tanta ciencia como compasión (por los oprimidos y excluidos, naturalmente).

D.: La sociedad sin Estado parece ser el fin primordial de las utopías, por el contrario, el total sometimiento del individuo a él, el fondo de toda distopía…

F.F.B.: No todos los utopistas modernos han pensando en una sociedad sin Estado, aunque sí la mayoría. La paradoja de la historia del último siglo es que aspirando a una sociedad sin Estado se han construido Estados que han acabado destruyendo lo que de civilidad había en la sociedad. Eso lo han visto muy bien los distópicos del siglo XX. Habría que aprender esa lección. También la utopía ha perdido la inocencia con la que nació en Europa en la época moderna. Vuelvo a lo de la autocontención: más que propugnar una sociedad sin Estado, la utopía concreta del siglo XXI debería pensar en fabricar los bozales necesarios para contener a la bestia, sea ésta Leviatán o Behemoth.

D.: Intentar predecir lo que será el mundo utópico ha sido una traba para conseguir su logro. Como indicas en tu libro, “el detalle acerca de qué ha de ser la sociedad del futuro es precisamente el rasgo característico de la mala utopía”. ¿Bastaría con saber lo que no tendría cabida?

F.F.B.: Antonio Gramsci vio eso muy bien. Los humanos no podemos predecir los detalles del ideal utópico y cuanto más lo hacemos mayor será la desilusión en el futuro. En esto el espíritu utópico contemporáneo debería incorporar las palabras de Maquiavelo: “Conocer los caminos que conducen al infierno para evitarlo...”. Mala utopía es aquella que propugna imposibilidades materiales para la condición humana, y encima las detalla. Pero no basta con intentar saber lo que, por razones materiales, no tendrá cabida en el mundo del futuro. Podemos, sí, esbozar o pergeñar los principios político-jurídicos más generales de la sociedad alternativa a la que aspiramos. Y eso, creo, es lo que se intenta hacer ahora en el seno de los movimientos altermundialistas.

D.: ¿Qué dimensión tiene para ti el llamado ‘movimiento de movimientos’, palanca actual del sentido sociopolítico de la utopía?

F.F.B.: El ‘movimiento de movimientos’ es socialmente lo más importante que han producido el pensamiento y la acción alternativos de los últimos tiempos. Escribí sobre esto hace unos años en un libro, Guía para una globalización alternativa, y, a pesar de que últimamente el ‘movimiento de movimientos’ ha decaído, lo mantengo. En la teoría y en la práctica de este movimiento, que enlaza con la red de redes, veo el bosquejo de lo que podría llegar a ser la nueva Internacional que necesitamos.

D.: El poder ha intentado siempre deshonrar la palabra ‘utopía’, usando términos como ‘imposibilidad’, ‘demagogia’, ‘locura’; pero ¿debemos convencernos también de su posibilidad? ¿Estamos preparados?

F.F.B.: Por lo general, estamos poco preparados. El poder suele seguir dos estrategias que acaban resultando complementarias: por una parte, deshonra la palabra ‘utopía’, como dices; y, por otra, te da cínicamente palmaditas en el hombro si te declaras utópico y dejas para las calendas griegas la aproximación al otro mundo que propugnas. Lo primero da miedo y lo segundo apoca. Pero, a pesar de eso, y a diferencia de lo que ocurría hace un par de décadas, cada día oigo a más jóvenes utilizar el término ‘utopía’ en un sentido positivo. Y eso me parece un buen síntoma, pues una de las cosas más serias que podemos hacer ahora es precisamente impedir que el poder se quede con las grandes palabras de las tradiciones de liberación, y las deshonre. La lucha por el sentido de las palabras es parte de la lucha social. Y recuperar el buen sentido de la palabra ’utopía’ merece esa lucha.

CIENCIA FICCIÓN Y UTOPÍA

D.: Es muy interesante el estudio que haces de la literatura de ciencia ficción como importante difusora del mundo utópico, además de filósofos e ideólogos…

F.F.B.: Pues lo agradezco mucho, porque lo he pasado muy bien leyendo libros de ciencia ficción y escribiendo sobre eso. Corre por ahí la idea de que la literatura de ciencia ficción es literatura de segundo orden. Es, además, muy corriente el tópico de que los autores de ciencia ficción han sido mayormente distópicos y antisocialistas, lo cual es inexacto. Para abordar ese capítulo hay que adoptar un punto de vista transversal, pues hay más filosofías en el mundo de las que caben en la cabeza del filósofo licenciado, y algunas de ellas, y buenas, porque no eran sólo literatos sino también pensadores, se las debemos a autores como Aldous Huxley, Arno Schmidt, Stanisnlaw Lem o Ursula K. Le Guin.


miércoles, 2 de abril de 2008

Por el pueblo de Tibet y contra el feudalismo lamaísta

José Antonio Egido

Kaos en la red

Tibet es uno de los lugares mas remotos del Planeta. Es una meseta en el corazón de Asia, separada del sur de Asia por las mas altas montañas del mundo, el Himalaya. Seis cordilleras dividen la región en valles aislados. El Tibet había pertenecido a China desde hacia 700 años pero la falta de comunicaciones le había aislado de China y del mundo.

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¿Qué era el Tibet antes de la llegada del Socialismo?

El budismo penetró en Tibet en el siglo VII de nuestra era [1]. El principe Strong-tsan-gampo, artífice de la unidad del Tibet, empleó esta religión en su tarea unificadora. Durante mucho el tiempo el budismo fue la religión de la cúpula feudal mientras que el pueblo practicaba ritos chamanistas y de clan (religión bon o bon-po).

A partir del siglo IX el budismo se extendió en el pueblo bajo la forma mahayana. A comienzos del siglo X el partido antibudista apoyado en la vieja aristocracia feudal lanzó persecuciones contra los budistas. Pero los budistas consiguieron asesinar al rey Lang-darma y vencer. En el siglo XI el budismo venció definitivamente bajo la forma de una nueva corriente llamada tantrismo. Durante los siglos XI y XII se construyeron en Tibet numerosos monasterios budistas con multitud de monjes llamados lamas. En 1271 Kublai Khan, fundador de la dinastía mongol de los Yuan (1270-1370), nombró al jefe de la secta budista mas importante ministro de asuntos civiles y religiosos de Tibet.. La dinastía china de los Ming, que reinó de 1368 a 1644, protegió también a la religión budista pero aplicó una política de fragmentación del país que la debilitaba. Surgió una corriente budista reformadora que impuso una severa disciplina monacal y la obligación de llevar ropa y gorros amarillos. Todo el poder se concentró en manos de dos jerarcas supremos: el Panchem-rimpoche y el Dalai-rimpoche (futuro Dalai Lama). Ambos fueron declarados encarnaciones de las deidades budistas mas veneradas.

Nominalmente la máxima autoridad del Tibet eran los emperadores chinos que cobraban impuestos y nombraban funcionarios encargados de cobrarlos pero los jerarcas budistas ejercían mucha influencia local. En 1639-1640 el jan mongol Gushi asesinó al príncipe local y transfirió todo el poder secular al Dalai Lama. Al comienzo de la dinastía manchú China restableció su soberanía sobre el Tibet pero el poder real permaneció en manos del Dalai Lama y, sobre todo, en manos de los lamas supremos que le rodeaban.

En el Tibet se estableció una forma peculiar de régimen feudal en que los grandes señores (monjes y seglares) dominaban una masa de campesinos privados de derechos y el poder político era acaparado por los jerarcas budistas. En lo mas alto de la jerarquía estaba el Panchem-Lama considerado padre espiritual del Dalai Lama que era quien tenia el poder temporal. Una autora china escribió que “sólo 626 personas poseían el 93 % de la tierra y la riqueza nacional y el 70 % de los yakes[2] en Tibet.

Entre ellos estaban los 333 cabezas de monasterios y autoridades religiosas y las 287 autoridades seculares (contando la nobleza y el ejército) y seis ministros del gabinete” [3]. La clase alta la formaban cerca del 2 % de la población y el 3 % eran sus agentes: capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. El 80 % eran siervos, el 5 % esclavos y 10 % eran monjes pobres que trabajaban como peones para los abades y rezaban. A pesar de la supuesta regla lamaísta de no violencia estos monjes eran azotados continuamente.

Hoy, el actual Dalai Lama se presenta ante el mundo como un hombre sagrado a quien no le interesan las cosas materiales. La realidad es que fue el principal dueño de siervos del Tibet. Según la ley era dueño de todo el país y de sus habitantes. En la practica su familia disponía de 27 fincas, 36 prados, 6.170 siervos y 102 esclavos domésticos.

Las horribles condiciones de vidas de las masas populares

La vida de los siervos tibetanos antes de 1949 era breve y durísima. Tanto los hombres como las mujeres trabajaban en las tareas mas sacrificadas y en el trabajo forzado llamado ulag durante 16 o 18 horas al día.. Debían entregar a los dueños (quienes no trabajaban) el 70 % de la cosecha. No podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios que los dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario. No podían casarse ni salir de una finca sin permiso del amo. Los siervos y las mujeres eran considerados animales parlantes que no tenían derecho a mirar a la cara a los amos. El experto en Tibet A. Tom Grunfeld relata que una hija de los dueños hacia que sus siervos la alzaban para subir y bajar las escaleras [4]. A los esclavos los golpeaban, no les daban comida y los mataban de trabajo. En la capital Lhasa se compraban y vendían niños.

La palabra mujer, kimen, significaba nacido inferior. Las mujeres tenían que rezar “que yo abandone este cuerpo femenino y renazca como varón”. Los jerarcas religiosos les impedían levantar los ojos mas allá de la rodilla de un hombre. Era común quemar a las mujeres por ser “brujas”, a menudo porque practicaban los rituales de la religión bon.Dar a luz gemelos era prueba de que una mujer había copulado con un espíritu malo y en las zonas rurales era frecuente que quemasen a la madre y a los gemelos recién nacidos. Un hombre adinerado podía tener muchas esposas y un noble con poca tierra tenia que compartir una mujer con sus hermanos.

El pueblo sufría constantemente de frío y hambre. Antes de la liberación no había en Tibet ni electricidad ni carreteras ni hospitales ni casi escuelas. Muchos siervos enfermaban a causa de la desnutrición mientras algunos monasterios atesoraban riquezas y quemaban grandes cantidades de alimentos como ofrendas. La mayoría de los recién nacidos morían antes de cumplir un año. La mortalidad infantil era en 1950 del 43 %. La viruela afectaba a una tercera parte de la población y en 1925 exterminó a 7 mil habitantes de Lhasa. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétanos, la ceguera, las enfermedades venéreas y las ulceras causaban gran mortalidad. La esperanza de vida en 1950 era de 35 años.

Las supersticiones extendidas por los monjes les hacían oponerse a los antibióticos. Les decían a los siervos que las enfermedades y la muerte se debían a los pecados y que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar y pagar dinero a los monjes.

Los feudales mantenían al pueblo en la incultura mas completo para mejor someterlo y lavarle el cerebro. En 1951 el 95 % de la población era analfabeta. El lenguaje escrito solo servia para el culto religioso.

El sistema feudal impedía el desarrollo de las fuerzas productivas. No permitía el uso de arados de hierro, extraer carbón, pescar, cazar, ni hacer innovaciones sanitarias de ningún tipo. No había ni comunicaciones ni comercio ni ninguna industria por elemental que fuera. Mil años atrás cuando se introdujo el budismo se calcula que en Tibet vivían 10 millones de personas pero en 1950 solo quedaban dos o tres millones.

¿Cómo llegó el Socialismo a Tibet?

El Partido Comunista de China (PCC) se planteó un problema en relación al Tibet: el tremendo atraso y la dominación feudal hacia imposible el estallido de una rebelión de los siervos sin ayuda exterior. Pero era necesario intervenir en Tibet antes de que se convirtiese en una plaza fuerte de la contrarrevolución desde la que las clases dominantes derrocadas de China, los feudales locales y el imperialismo pusiesen en peligro la joven Republica Popular de China (RPC). Los feudales lamaístas se habían mostrado complacientes con los colonialistas británicos que entraron en Lhasa en 1904 desde la India y con el intento norteamericano de reconocer un Tibet “independiente” en 1949 con un asiento en la o¬nU. La practica confirmaría que al igual que en otros lugares, la clase dominante local se aliaria con las fuerzas imperialistas para combatir al enemigo común, la Revolución socialista triunfante.

Los comunistas sabían que la Revolución no se puede exportar a otro país en las bayonetas de un ejército ocupante y es por eso que actuaron con tacto y prudencia hasta crear las condiciones de un movimiento revolucionario bien arraigado en el seno de las masas populares tibetanas. El Ejército Popular de Liberación (EPL), ejército de campesinos revolucionarios forjado en 20 años de combates y dirigido por el PCC, avanzó hacia las llanuras tibetanas en octubre de 1950. En Chambo derroto fácilmente al ejército enviado por los feudales tibetanos pero allí detuvo su marcha y les mandó un mensaje con una propuesta: Si Tibet se integrase en la República Popular de China (RPC) el gobierno de propietarios de siervos (llamado Kashag) podría seguir gobernando durante un tiempo bajo la dirección del gobierno central popular.

Los comunistas no abolirían las practicas feudales ni tomarían medidas en contra de la religión hasta que el pueblo no apoyase los cambios revolucionarios. El EPL protegería las fronteras para evitar una intervención imperialista. El gobierno feudal acepto la propuesta y firmo el “Acuerdo de 17 puntos” que reconocia la soberania china y se aplicaba en las zonas sometidas al Kashag y no en otras zonas tibetanas donde vivía la mitad de la población [5]. El 26 de octubre de 1951 el EPL entro pacíficamente en Lhasa bajo el mando del general Zhang Guojua.

La conspiración contrarrevolucionaria de los nobles lamaístas

Lógicamente los feudales no acogieron con los brazos abiertos a los comunistas sino que empezaron a conspirar para intentar perpetuar su sistema de dominación. Hicieron lo posible por enemistar a sus siervos con el EPL: difundieron rumores de que los comunistas usaban sangre de niños tibetanos como combustible para sus camiones, les acusaba de “matar perros” por eliminar los perros rabiosos que aterrorizaban a la gente,… Ciertos monasterios se convirtieron en centros de la actividad secreta contrarrevolucionaria y en almacenes de armas que la CIA norteamericana enviaba desde la India. La CIA estableció un centro de entrenamiento de agentes tibetanos en el campo Hale de Montanas Rocosas en Colorado por su gran altitud. También fueron entrenados mercenarios tibetanos en bases yankis de Guam y Okinawa [6]. En total los EE.UU. entrenaron militarmente a 1.700 tibetanos en los años 50 y 60.

El EPL tenia ordenes estrictas de respetar a la población, sus cultura y sus creencias incluso sus temores supersticiosos que no podían ser erradicados rápidamente. Los siervos se sorprendieron cuando fueron contratados por un sueldo para construir un camino que conectase Tibet con las provincias centrales. Varios siervos jóvenes fueron animados para educarse en los Institutos para las Minorías Nacionales en las ciudades del este de China y aprender lectura, escritura y contabilidad. Empezaron a llegar mercancías que mejoraron la vida de la población como té y fósforos, se abrieron los primeros teléfonos, telégrafos, emisoras e imprentas y las primeras escuelas. En 1957 6.000 alumnos acudían a 79 escuelas primarias. Los equipos médicos empezaron a tratar y curar a la gente incluidos a los nobles y las mentalidades empezaron a cambiar.

Los terratenientes feudales vieron en peligro su poder y organizaron las primeras rebeliones armadas en 1956. En las zonas en las que no regia el acuerdo de 17 puntos los comunistas animaban a los siervos a dejar de pagar alquiler a los monasterios y a los nobles, lo que exasperaba a estos. En marzo de 1959 se produjo una rebelión en gran escala apoyada por la CIA que envió sus agentes entrenados y lanzó cargamentos de municiones y subametralladoras desde aviones C-130 de la fuerza aérea norteamericana. Los monjes y sus agentes armados atacaron la guarnición del EPL en Lhasa. Los comunistas respondieron no sólo militarmente sino sobre todo políticamente. Mil estudiantes tibetanos volvieron rápidamente de los Institutos para las Minorías Nacionales para participar en una gran campaña de cambios revolucionarios.

La derrota del feudalismo en Tibet

El gobierno del Kashag que había apoyado la rebelión fue disuelto. En todas las regiones se crearon órganos de poder llamados “Oficinas para reprimir la revuelta”. El nuevo gobierno se llamo “comité preparatorio para la región autónoma de Tibet”. Se abolió el ulag, el trabajo forzado, y la servidumbre. Los esclavos de los nobles fueron liberados. Los conspiradores principales fueron arrestados. La mujer fue liberada de la poligamia y la poliandria. Los siervos dejaron de pagar alquiler a los monasterios y la mitad de los mismos tuvieron que cerrar. Los nómadas de un aislado campamento llamado Pala se levantaron en armas contra los partidarios del Dalai Lama [7]. La periodista británica Sara Flounders escribe que “millones de campesinos pobres se movilizaron a para expulsar a los antiguos terratenientes” [8]. Los antiguos siervos recibieron 20 mil escrituras de tierras y ganado, decoradas con banderas rojas y el retrato del presidente Mao.

Tras la derrota de la rebelión, el Dalai Lama número 14, llamado Tenzin Gyatso, huyó al exilio acompañado por 13 mil personas integrantes de la nobleza y el alto clero lamaísta y muchos de sus esclavos, guardias armados y caravanas de mulas cargadas de riquezas. La CIA lo convirtió en un símbolo de la guerra contra la revolución socialista y el PC. El Dalai Lama instaló en la ciudad india de Dharamsala un “gobierno en el exilio”. A partir de 1964 figura en la lista de los asalariados de la CIA que le asignó una cantidad anual de 180 mil dólares en el cuadro de un programa para derribar los regímenes comunistas. Su “gobierno” recibió anualmente 1,7 millones de dólares. En los años 90 sigue recibiendo dinero de la CIA.

Desde entonces este reaccionario sigue teniendo un gran apoyo del lobby antichino norteamericano, de la industria de Hollywood que produce películas de propaganda a su favor [9], de la Fundación Nacional para la Democracia (pantalla de la CIA) que financia el Fondo Tibet, la radio Voz del Tibet y la campaña internacional por el Tibet. En 1987 fue recibido en la comision de “derechos humanos” del senado norteamericano. En agosto de 1999 el Departamento de estado norteamericano organizó su visita a Nueva York.

Los sectores anticomunistas occidentales, como el juez español Garzón, denuncian públicamente a China por el supuesto “genocidio” cometido en Tibet desde 1959. Este “genocidio” aparece en la propaganda antichina pero nadie ha ofrecido la menor prueba. Tales sectores son los que contribuyen a que le sea concedido en 1989 el premio Nóbel “de la paz” [10] que ya poseen conocidos criminales de guerra como Henry Kissinger, Menahem Beguin y Simón Peres.

Aunque el budismo prohíbe matar y toda forma de violencia, el actual Dalai Lama ha apoyado con entusiasmo la guerra de la OTAN contra Yugoslavia de 1999. En ese año se declaró en Santiago de Chile a favor de no perseguir al criminal Augusto Pinochet.

Está perfectamente ubicado en el campo de los explotadores y enemigos del pueblo. Aunque goza de una aureola de santidad y es considerado un dios, no es mas que un instrumento eficaz de la contrarrevolución y el imperialismo. Para ser aceptado por sus aliados ha reformado algunas de las tradiciones mas horribles y ha adoptado el discurso cínico de los “derechos humanos” que también repiten los asesinos de Israel, los militares fascistas colombianos y otros lacayos de los norteamericanos, pero el sistema político que representa es una dictadura religiosa en la que no existen derechos políticos para las mujeres ni para nadie que cuestione su autoridad. Por ejemplo, la secta tibetana de los Shugden formada por cien mil personas exiliadas en la India que no reconocen dicha autoridad es sistemáticamente marginada y perseguida. Muchos occidentales angustiados y desestabilizados por la sociedad burguesa se sienten ilusamente atraídos por el misticismo lamaísta, lo que redunda en beneficio de los buenos negocios de los tibetanos.

Las autoridades chinas le ofrecen abrir el diálogo a cambio de que él reconozca la pertenencia de Tibet a la RPC.

El Tibet hoy

En 1980 el secretario general del PCC Hu Yaobang visitó Lhasa. En septiembre de 1987 se produjo una insurrección de monjes nacionalistas en Lhasa que asaltaron una comisaría de policía. En 1988 hubo al parecer otros estallidos. En la primavera de 1989, en el contexto de un movimiento contrarrevolucionario en toda China apoyado por el imperialismo, se produjo una nueva rebelión en Lhasa que condujo a arrestos y a la proclamación de la ley marcial. En 1996 y 1997 estallaron bombas en Lhasa. La tragedia que han conocido los pueblos de la ex URSS a los que la contrarrevolución capitalista ha arrebatado todos sus derechos y que han sufrido devastadoras guerras civiles (recordemos las guerras de Chechenia, Daguestán, Moldavia, Georgia, Tayikistán, Nagorno-Karabaj,….) fue evitada por la actuación decidida del PCC apoyada por las masas populares.

La acusación de que la RPC obliga a la población a restringir su crecimiento demográfico es negada por los dos antropólogos norteamericanos que hemos citado en la nota a pie de página 6 y que realizaron investigaciones en Tibet en 1985 y 1988 bajo los auspicios de la National Geographic Society [11]. Las mujeres tibetanas no están limitadas a tener un único hijo, como es el caso para la mayoría del pueblo chino.

Tibet es hoy una Región autónoma del Oeste de la RPC que, como toda la parte occidental del país, conoce un menor desarrollo económico y social en comparación con las provincias de la Costa Este. 15 % de la población es pobre pero solo 3 comarcas de la región pertenecen a las 63 mas pobres de la RPC. Un Fondo para el Alivio de la Pobreza en Tibet desarrolla programas anti-pobreza. El gobierno trata de impulsar el progreso económico de dicha Región. En 1967 funcionaban en todo Tibet 67 fábricas; en 1975 250 empresas producían bienes de consumo básicos: ollas a presión, herramientas, pequeñas plantas eléctricas,… . En 1993 había 41.830 pequeños negocios. En Lhasa funcionan hoy varias fabricas (de cerámica, cemento y cerveza) y numerosos talleres (textiles, de muebles, alfombras…).

Se ha construido la vía férrea mas alta del mundo que termina con el tradicional aislamiento tibetano. De 1999 al 2020 se prevé incrementar la producción eléctrica 3 veces y la industrial 14 veces. Internet permite conectar con el mundo a los habitantes de los valles mas apartados ubicado a 4.500 metros de altura. Los militantes comunistas tibetanos son promocionados [12]. . El 80 % de los cuadros dirigentes son tibetanos. La lengua y cultura tibetana disfruta de protección especial. Se intenta impulsar el turismo como fuente de desarrollo económico.. Los campesinos tibetanos, liberados de la servidumbre feudal, desarrollan en régimen de contrato familiar, las parcelas de terreno donde explotan agricultura y ganadería.

El PCC considera con razón que la religión debe someterse al orden social socialista[13] y no ser un ariete para la contrarrevolución y la guerra civil como ha ocurrido en los antiguos países socialistas de los Balcanes, Polonia, el Caúcaso, Afganistán y el Centro de Asia. Es por eso que la religión lamaísta es autorizada y respetada siempre que no se convierta en un foco organizado de lucha contra el orden socialista que por supuesto está asociado con la pertenencia del Tibet a la RPC.

Las mujeres tibetanas gozan de muchos mas derechos que en la India, en Pakistán, en Nepal y en Afganistán y de muchísimos mas derechos que en el viejo Tibet feudal.

Las masas en su conjunto también gozan de mas derechos: en 1999 había 2.632 médicos, 95 hospitales municipales y 770 clínicas. La mortalidad infantil es en 1998 del 3 %. La esperanza de vida es de 65 años. Hay un trabajador sanitario por cada 200 habitantes. En 1997 se inauguro un hospital moderno en Lhasa. La escolarización de los niños llega al 82 % y se hace en chino y tibetano. Ciudadanos chinos de la nacionalidad mayoritaria se han instalado en las ciudades de Tibet y tibetanos emigran a las zonas mas desarrolladas en búsqueda de un mayor bienestar económico.

He visitado una tienda de objetos de arte y decorativos tibetanos en las calles del centro de Changchun, provincia china de Jilin. Pero el Tibet no está “invadido” por 2 millones de colonos han como dice la propaganda antichina. Según el censo de octubre 1995 Tibet tenía 2.389.000 habitantes de los que sólo el 3,3 % era de origen han[14], menos que en 1990 que era el 3,7 % [15]. En 1949 había un 1 % de han. Según un informe del servicio de investigación del Congreso norteamericano la población han en Tibet era en 1989 del 5 % .

Población tibetana (en millones) en base a los censos realizados por la RPC.

1964 1982 1990 1995

Región Autónoma del Tibet 1.209 1.706 2.096 2.389

Población tibetana total 2.501 3.874 4.593

Fuentes:

[1] Serguei Tokarev, Historia de la religión, Editorial Progreso, Moscú, 1990, p.338.

[2] Animales de montaña que parecen vacas peludas.

[3] Han Suyin, Lhasa, the Open City-A Journey to Tibet, Putnam, 1977.

[4] The Making of Modern Tibet, Zed Books, 1987.

[5] Aun hoy la mitad de la población tibetana no vive en el Tibet sino en las provincias de Ganshu, Sicuani y Qinghai.

[6] Chicago Tribune, “La guerra secreta de la CIA en el Tibet”, 25 enero 1997, Newsweek,“La guerra secreta en el techo del mundo”, 16 agosto 1999 que describe la intervención de la CIA en apoyo a los feudales tibetanos de 1957 a 1965.

[7] Según documentan los antropólogos de la Universidad de Cleveland expertos en Tibet Melvyn C. Goldstein y Cynthia M. Beall en su libro Nomads of Western Tibet,1990.

[8] “La CIA y el Dalai Lama”, www.anti-imperialism.net/lai/

[9] Ya en los años 30 produjo “Horizontes perdidos”. En 1997 Martin Scorsese dirigió “Kundun” considerada una burda falsificación. La película “Siete años en el Tibet” se basa en el libro del nazi austriaco convencido Heinrich Harrer, asesor personal del Dalai Lama.

[10] Este premio, lejos de ser neutral, es concedido por una fundación privada apoyada por el gobierno noruego que representa los intereses de ciertas grandes industrias, que obtiene grandes beneficios de la venta de armas y de las inversiones en Bolsa y que expresa los intereses del capitalismo occidental. Léase “La otra cara de los Premios Nóbel”, El País, 21 diciembre 2003.

[11] Dossier elaborado por estos científicos de la revista Asian Survey en 1991.

[12] En 1987 el PCC informó que tenía 40 mil militantes en Tibet.

[13] Véase el informe de Jian Zemin en el XVI Congreso del PCC en el 2003,www.china.org.cn.

[14] Han: nacionalidad ampliamente mayoritaria en China.

[15] Beijing Information, 2 septiembre 1996.


José Antonio Egido