jueves, 27 de noviembre de 2008

Washington ofrece otros $ 800 mil millones para rescatar su “libre” mercado

David Brooks
La Jornada

El gobierno ha comprometido más de 5 billones de dólares en 22 programas de salvamento. El total para apuntalar la economía podría llegar a 7.5 billones, la mitad del PIB de EU. En el tercer trimestre la economía se contrajo 0.5 por ciento. Pronósticos pesimistas para 2009; desplome del gasto del consumidor y precios inmobiliarios. El presidente electo Barack Obama interviene en el debate nacional sobre la crisis económica, algo que rompe la tradición. ¿Y las otras crisis mundiales? ¿Y el resto del mundo? Europa lanza un plan de reactivación por 200 mil millones de euros.

El gobierno de George W. Bush anunció este martes mecanismos de hasta 800 mil millones de dólares en nuevos préstamos y adquisiciones de deuda para buscar descongelar los mercados de crédito para los consumidores y rescatar el “libre mercado” de la peor crisis desde la gran depresión, en lo que ya es la intervención estatal en la economía más costosa de la historia de Estados Unidos.

Con esta iniciativa anunciada hoy, el gobierno estadounidense ya ha invertido y/o comprometido más de 5 billones de dólares en 22 programas para rescatar la economía, y según algunos cálculos el total podría llegar a 7.5 billones, el equivalente de la mitad del PIB de Estados Unidos en 2007 o casi el doble del costo estadunidense de la Segunda Guerra Mundial, reportó ABC News.

Mientras se registra una contracción económica en el último trimestre, con pronósticos aún más pesimistas para el próximo año, un continuo desplome en el gasto del consumidor como también en los precios del sector inmobiliario y más bancos al borde del abismo, el gobierno aparentemente está dispuesto a romper con todas las reglas del libre mercado y hacer lo necesario para subsidiar la economía.

La Reserva Federal y el Departamento de Tesoro presentaron dos nuevos programas para ampliar el crédito a fin de promover el gasto del consumidor y reducir las tasas de interés de las hipotecas, y con ello intentar resucitar dos pilares de la economía, el del consumidor y el sector inmobiliario.


Nuevo programa hipotecario


Bajo el nuevo programa, la Reserva Federal adquirirá hasta 100 mil millones en préstamos emitidos por las gigantescas hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac y también comprará hasta 500 mil millones en valores combinados respaldados por hipotecas de estas empresas. La idea, informó la Reserva Federal, es “reducir el costo e incrementar la disponibilidad del crédito para la compra de casas…”.

Por separado, la Reserva Federal también lanzó un mecanismo de 200 mil millones diseñado para apoyar el crédito al consumidor, incluyendo préstamos para estudiantes, compra de autos y tarjetas de crédito.
El secretario del Tesoro, Henry Paulson, declaró hoy que los 200 mil millones sólo es el arranque de este programa, afirmando que tardará un tiempo para que empiece a funcionar “y entonces podría ser ampliado e incrementado a lo largo del tiempo”. Paulson explicó que “con la economía en picada, es muy importante que el crédito esté disponible para los consumidores. Lo que estamos haciendo es apoyar el crédito al consumidor” con este mecanismo.

Estos nuevos programas fueron anunciados al empeorar aún más el panorama económico. Hoy se informó que en el tercer trimestre la economía se contrajo 0.5 por ciento, la reducción más severa en siete años, mientras que el gasto del consumidor se desplomó a su nivel más bajo en 28 años, según datos de informes gubernamentales, reportó la agencia Reuters.

A la vez, los precios de vivienda se desplomaron 16.6 por ciento en el tercer trimestre en comparación con el mismo periodo de hace un año, según uno de los índices más observados, una baja sin precedente desde que comenzó el sondeo especializado en 1988.

Por otra parte, la agencia federal que asegura depósitos bancarios, la Federal Deposit Insurance Corporation o FDIC, informó hoy que la lista que mantiene de bancos en apuros financieros se incrementó casi en 50 por ciento durante el tercer trimestre del año, de 117 bancos asegurados por el FDIC en el segundo trimestre a 171 ahora. La lista no revela los nombres de los bancos y varios que ni siquiera estaban en la lista han fracasado. Unos nueve bancos en la lista fracasaron durante el tercer trimestre. A la vez, el FDIC reportó que los bancos comerciales y los de ahorro sufrieron un desplome de 94 por ciento en sus ganancias durante el tercer trimestre.

La debilidad del sector fue comprobada con un segundo rescate de Citigroup el pasado fin de semana, donde en esencia el gobierno respaldó más de 300 mil millones en activos problemáticos de la empresa, e invirtió otros 20 mil millones además de los 25 mil millones ya “inyectados” anteriormente por Washington.

Sólo ha pasado una semana desde que el secretario del Tesoro Paulson declaró que los rescates gubernamentales habían logrado estabilizar las principales empresas financieras del país, sólo para tener que anunciar otro rescate de miles de millones en el caso de Citigroup el pasado domingo.
Dos días después se anuncian los mecanismos para comprar hasta 800 mil millones más en valores “tóxicos” hipotecarios como otro tipo de deuda. Y todos los pronósticos indican que se necesitará aún más –el propio gobierno lo supone– antes de que esta crisis toque fondo.

Y ya es la intervención estatal más costosa de la historia. Según ABC News, si llega a más de 7.5 billones, sería más que los costos combinados del Plan Marshall, la compra de Luisiana, la guerra de Corea y la guerra de Vietnam y el presupuesto total desde sus inicios de NASA.


Obama, segundo acto


Por segundo día consecutivo, el presidente electo Barack Obama intervino en el debate nacional sobre la crisis económica, algo que rompe la tradición de no participar en el debate sobre políticas en la fase final del presidente saliente. Con la intención de tranquilizar a ciudadanos, inversionistas y políticos cada vez más alarmados por la crisis en momentos de lo que algunos consideran un “vacío político” por la transición antes de que asuma la presidencia el 20 de enero, Obama afirmó hoy que “es importante, dada la incertidumbre en los mercados y dada la muy legítima ansiedad que siente el pueblo estadunidense, que se sepa que su nuevo presidente tiene un plan y actuara rápida y audazmente”.

Hoy, al presentar a otros dos integrantes de su equipo económico –Peter Orszag y Rob Nabors como los principales encargados de la Oficina de Administración y Presupuesto de la Casa Blanca (ambos ex altos funcionarios del gobierno de Bill Clinton)–, Obama afirmó que ellos estarán encargados de cortar miles de millones de dólares de programas federales para financiar las iniciativas a fin de manejar la crisis financiera y estimular la economía.
Obama informó que su equipo económico está elaborando un ambicioso paquete de estímulo económico y aunque no ofreció detalles específicos, líderes legislativos y fuentes cercanas al proceso indican que podría ser tan gigantesco como de entre 500 a 700 mil millones de dólares, si no es que más.

¿Y las otras crisis mundiales? ¿Y el resto del mundo? Según cálculos de un nuevo informe del Instituto de Estudios de Políticas (Institute for Policy Studies, IPS) en Washington, los aproximadamente 4.1 billones de dólares que Estados Unidos y los gobiernos europeos ya han dedicado al rescate sólo de sus empresas financieras (antes de los anuncios de hoy) son 40 veces más que los fondos que esos mismos gobiernos están destinando para combatir el cambio climático y la pobreza en el mundo en desarrollo.

De hecho, según IPS, esos 4 mil millones son 45 veces más que el total de fondos de Estados Unidos y Europa destinados a la asistencia para el desarrollo el año pasado. Sólo los 152 mil millones gastados para rescatar a una sola empresa, la aseguradora AIG, es mucho mayor que los 90.7 mil millones que los gobiernos de Estados Unidos y Europa destinaron en asistencia a todos los países en desarrollo en 2007.

El ascenso y la caída de Citigroup

Pam Martens
CounterPunch

Ojalá que las dos campañas de publicidad mejor conocidas de Citigroup: “Citi nunca duerme” y “Vive con opulencia,” se conviertan en una señal de advertencia para la próxima generación: no sigas los consejos de ejecutivos monetarios privados de sueño y vive dentro de tus posibilidades. A partir del cierre del viernes, Citigroup tenía 2 billones de dólares en “activos” y 20.500 millones en valor en el mercado bursátil, lo que sugiere fuertemente que el término “activos” es algo inexacto en Wall Street. Tarde anoche el gobierno de EE.UU. aceptó tirar cientos de miles de millones de dólares más a ese agujero negro sin que a la compañía se le haya exigido algún plan de supervivencia como se hizo con los fabricantes de automóviles: aparentemente si uno produce esas máquinas de cuatro ruedas que nos llevan al trabajo se convierte en sospechoso; si fabricas pérdidas en derivados ininteligibles, estás bien.

Los cinco días de la espiral de la muerte de Citigroup la semana pasada fueron surrealistas. Conozco a unos 20 recién casados que tienen mejores planes de respaldo financiero que ese gigante de la banca global. El lunes tuvo lugar la reunión en la Casa del Ayuntamiento con empleados para anunciar el despido de 52.000 trabajadores. (¿No se supone que las reuniones en ese lugar inspiren confianza?) El martes vino el anuncio de que Citigroup perdió en un mes un 53% del dinero de un hedge fund interno y que vuelve a introducir a su balance 17.000 millones de dólares que habían sido ocultados en las Islas Caimán. El miércoles trajo la alegre noticia de que una firma legal sostiene que Citigroup vendió algo llamado MAT Five Fund como “sin riesgos” y “seguro” sólo para verlo perder un 80% de su valor. El martes, el príncipe saudí Walid bin Talal, de ese visionario país que no permite que mujeres conduzcan coches, se presentó para reasegurarnos que Citigroup está “subvalorado” y que él comprará más acciones. Como no tenemos príncipes propios, tendemos a asociarlos con cuentos de hadas... El día siguiente la acción bajó otro 20% y 1.020 millones de acciones cambiaron de manos. Cerró a 3,77 dólares.

En total, la acción perdió un 60% la semana pasada y un 87% en este año. El valor en el mercado de la compañía ha caído ahora de más de 250.000 millones de dólares en 2006 a 20.500 millones el viernes 21 de noviembre de 2008. Son 4.500 millones de dólares menos de lo que Citigroup debe a los contribuyentes por el programa de salvataje del Tesoro de EE.UU.

Para redondear las noticias de la semana apareció el viernes la revelación de que después de recibir 25.000 millones de dólares de dineros públicos, Citigroup seguiría cumpliendo con su compromiso de 400 millones de dólares, durante 20 años, y que haría un pago a cuenta de 20 millones para que el nuevo estadio de béisbol de los Mets se llame Citi Field, (Retroceso al pasado: 7 de abril de 1999: Enron acepta pagar más de 100 millones de dólares durante 30 años para bautizar un estadio de Houston como Enron Field.)

Fue necesaria la revocación de la Ley Glass-Steagall, legislación promulgada después del derrumbe de 1929 que prohibía que los bancos comerciales se fusionaran con sus primos casinos (bancos de inversión y firmas de corretaje) para crear Citigroup.

Sandy Weill tomó Travelers Insurance, la firma de corretaje Smith Barney (que se había combinado con la firma de corretaje Shearson), el banco de inversión Salomon Brothers y anunció el 6 de abril de 1998, que fusionaría todas esas unidades con el gigante de la banca comercial, Citicorp, propietaria de Citibank.

Como nunca fue alguien que permitiera que lo estorbaran las leyes, el señor Weill anunció este acuerdo a pesar de que su combinación no era permitida en esos días por la Ley Glass-Steagall.

Hizo “falta un pueblo” en el gobierno de Clinton [referencia a un libro de Hillary Clinton cuando era Primera Dama, N. del T.] para que fuera revocada la ley Glass-Steagall y se permitiera la creación del colosal monstruo financiero que necesitó exactamente una década para pagar 1.000 millones de dólares a su fundador y luego implosionar en un mar de pérdidas. Ese pueblo incluyó al Secretario del Tesoro Robert Rubin quien cabildeó exitosamente a favor de la abrogación de la ley de protección del inversionista, luego abandonó su puesto en el gabinete del gobierno de Clinton y mudó su plataforma de juego al consejo de administración de Citigroup, 17 días antes de que la ley que aniquiló Glass-Steagall fuera promulgada el 12 de noviembre de 1999. El señor Rubin cobraría 150 millones de dólares de Citigroup en los 9 años siguientes por su servicio en el Consejo, sin sacar ni una sola vez la tarjeta que lo manda a la cárcel; ni siquiera cuando levantó el teléfono y llamó a un funcionario del Tesoro y pidió al gobierno que impidiera que las agencias de calificación crediticia degradaran la deuda de Enron, con quien Citigroup enfrentaba considerables riesgos. En ese caso en particular, sufrió un revés.

Y, por cierto, ese pueblo incluía a Alan Greenspan quien pocas veces veía una regulación de protección del inversionista que no lo llevara a agarrar un machete. Ahora, después de 19 años haciendo que el país escuchara sus barboteos ante el Congreso en habla académica, verbosa, enrevesada; después de haber ayudado hábilmente a convertir Wall Street en una “Tienda a un Dólar” y a compañías que otrora prosperaba en un yermo estéril de sindicaturas, bancarrotas y precios de acciones en caída libre, ofrece a un país en quiebra un dicho ingenioso: que se equivocó.

La Reserva Federal realizó audiencias sobre la fusión propuesta de Citigroup el 25 y 26 de junio de 1998, en el Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Galen Sherwin, entonces presidenta de la Organización Nacional de Mujeres en la Ciudad de Nueva York, y yo, estábamos protestando el 16 de junio delante de las audiencias por la imposición por el señor Weill de sistemas de justicia privados para sus trabajadores. Los empleados tenían que renunciar por escrito a sus derechos de demandar a la firma ante un tribunal como condición de empleo y aceptar tribunales secretos llamados arbitraje obligatorio. Llevábamos letreros de protesta muy grandes y gráficos cuando salió un afable funcionario y preguntó si quisiéramos testificar en un panel en el que tenían algunas vacantes. Algo sorprendidas por la invitación (tal vez pretendía proveer una foto sin obstrucción del Edificio de la Fed para turistas), nos sentamos en el auditorio y comenzamos a escribir febrilmente nuestros discursos en trozos de papel. La Reserva Federal ha mantenido el original garabateado de mi texto en su sitio en la Red durante todos estos años y yo lo imprimí hoy como un triste recuerdo de la década que nuestro país ha estado encarcelado bajo el régimen corporativo.

Con nuestros letreros de protesta apoyados contra la mesa de los testigos y un empleado de la Fed en un área trasera filmándolo todo para la posteridad, lo que sigue es un pasaje de lo que dije a la Fed el 26 de junio de 1998:

“Es sorprendente lo rápido que olvidamos. Hace sólo 60 años 4.835 bancos de EE.UU. quebraron y cerraron sus puertas, dejando desamparados a sus accionistas y depositarios. La razón subyacente para que eso haya sucedido fue la falta de coraje moral de nuestros reguladores y representantes elegidos para decir simplemente no a los poderosos intereses del dinero. En lugar de simplemente decir no, Washington entregó a los bancos el equivalente de una tarjeta para cajero automático para la ventana de descuento de la Fed para especular en acciones.

En días en los que Japón, la segunda nación industrializada por su tamaño, vuelve a vivir los años treinta en EE.UU., completos con insolvencia bancaria, es sorprendente y absurdo que estemos discutiendo la eliminación de Glass-Steagall.

También queremos recordar que la dinámica política que creó el telón de fondo para la catástrofe bancaria en los años treinta surgió de una cultura corrupta y confortable entre Wall Street y Washington. El juez de la Corte Suprema, William O. Douglas, (que sabía un par de cosas del tema, porque acababa de servir como presidente de la joven, nueva, Comisión de Valores (SEC) de EE.UU. antes de llegar a la Corte Suprema) lo calificó de lo que era: trapacería y corrupción.

Frank Vanderlip, por coincidencia, verdadero ex presidente de National Citibank, escribió en esos días en Saturday Evening Post que la falta de separación entre la banca y de los valores contribuyó a que el mercado bursátil perdiera un 90% - quisiera repetirlo: un 90% - de su valor entre 1929 y 1933. El público estaba tan disgustado por el orgullo desmedido y la corrupción que toda una generación se apartó del mercado bursátil. No fue hasta 1954, 25 años después, que Wall Street volvió a alcanzar el nivel que había fijado en 1929.

Existe un conjunto convincente de evidencia que sugiere que una vez más una corrupta cultura confortable se ha radicado en los cerebros de Washington. Apenas podemos mirar a los guardianes de la confianza pública cuando se deshacen por conseguir donaciones electorales de Wall Street.”

Como toda tragedia épica que resulta del orgullo humano desmedido, ésta merece reflexión y análisis si vamos a abrirnos camino para salir del abismo. En solidaridad con las teorías del antropólogo Gregory Bateson sobre la creación de niveles de saber, y con las advertencias de la antropóloga Laura Nader de que hay que mantener el enojo en un lugar seguro, menciono a continuación enlaces en CounterPunch [en inglés] respecto a la crisis que se desarrolla y al papel crucial de Citigroup, comenzando desde el 6 de noviembre de 2007.

6 de noviembre de 2007

Wall Street Metes Out Street Justice to Citigroup

28 de noviembre de 2007

Crashing Citigroup

3 de enero de 2008

The Free Market Myth Dissolves Into Chaos

21 de enero de 2008

How Wall Street Blew Itself Up

2-3 de febrero de 2008

Bankers Gone Bonkers: Global Finance and the Insanity Defense

17 de marzo de 2008

Too Big to Bail: The Fed’s Wall Street Dilemma

21-22 de junio de 2008

A Secret Oil Gusher Inside Citigroup

21-22 de septiembre de 2008

The Wall Street Model: Unintelligent Design

17-20 de octubre de2008

How the Banksters Are Making a Killing Off the Bailout

Pam Martens ha trabajado en Wall Street durante 21 años. No tiene ningún tipo de títulos de ninguna de las compañías mencionadas en este artículo. Escribe sobre asuntos de interés público como independiente desde New Hampshire. Puede contactarse en pamk741@aol.com.

http://www.counterpunch.org/martens11242008.html

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Enlace a Rebelion

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Venezuela: costos de la revolución

José Steinsleger

Paradoja uno. Los bolivarianos y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que en los comicios regionales del domingo pasado obtuvieron 17 de 22 gobernaciones y 81 por ciento de las alcaldías, andan desanimados porque los antichavistas entendieron que la democracia (o lo que ellos entiendan por tal) no se defiende desde Miami. El PSUV recuperó dos gobernaciones, sumó 5 millones y medio de votos, y la oposición disminuyó su porcentaje de votos en 10 por ciento en relación con los comicios pasados.

Paradoja dos. La “democracia sin adjetivos” (preciado sofisma de la dominación oligárquico-imperialista) sufrió un nuevo revés en Venezuela. Por duodécima ocasión en 10 años, el gobierno de Hugo Chávez se dio el lujo de celebrar elecciones limpias en las que participaron todos, incluyendo las fuerzas políticas que buscan desestabilizarlo.

Paradoja tres. Ambas paradojas (valga la redundancia) representan un poderoso termómetro para saber, con relativa exactitud, lo que el uno y el otro bando tienen: un pueblo con profundos sentimientos de patria y nación, y una sociedad que, al decir de Marx en el prólogo al primer tomo de El capital, “… en los países ricos ve el espejo de su propio porvenir”.

Recurrente y exasperante error del clasismo izquierdista, la revolución bolivariana sólo cuenta con proyectos, programas y propuestas para los primeros. No está mal. El problema es que si una revolución social le da las espaldas políticas a los sectores medios, y sólo busca el apoyo de “las masas”, se echa la soga al cuello.

Pobreza más injusticias, miseria más privilegios, no son iguales a revolución. Tales flagelos podrían ser también el caldo de cultivo de la contrarrevolución. O sea, la que en Venezuela está en marcha, conducida por una derecha aún desorganizada, pero que empieza a ensayar una estrategia de poder distinta a la imbecilidad golpista de abril de 2002.

Cuantitativamente, no hay discusión: el pueblo necesitado de la revolución es aplastante mayoría. En cambio, cualitativamente, sí la hay. No se entiende bien por qué, en un mundo donde los medios son auténticas “armas de destrucción masiva”, el gobierno de Chávez ha venido mezclando los conceptos de información y comunicación con los de ideología y propaganda. ¿Sorprende entonces que por aquí empiece a recibir los primeros “jonrones” o goles de la oposición?

Es increíble que con ingentes recursos económicos, y en el país pionero en el gran debate del nuevo orden informativo mundial, la revolución bolivariana carezca de un periódico nacional, o que se dé por hecho que el pueblo es “como el Che” y Bolívar, o se crea que Telesur llega a “50 millones” de personas y que sus noticieros sólo se concentren en el acontecer de los países más progresistas del continente.

¿Necesidad de “revolución permanente”? Puede ser. Mas cuidado con las tautologías funcionales a voluntarismos de tipo ideológico y político. Nada es permanente, y ya en el siglo pasado asistimos a la proyección de varias películas que trataron el tema. En asuntos de revolución social, la experiencia histórica sugiere que a más de lo económico y político hay que incluir el estado real de la sicología, nivel cultural, sentimientos y emociones de los pueblos.

Aspectos que los medios de comunicación hegemónica trabajan con sesgada y perversa excelencia profesional. Inclusive, ha crecido la calidad del discurso progre en sectores intelectuales y académicos que tuercen y retuercen los propósitos del proyecto revolucionario. Frente a esto, es hora de que la izquierda anticapitalista se ponga a revisar, “por abajo” y “por arriba”, si los referentes sociológicos del siglo XIX europeo (y en particular el purismo ideológico) cuadran con el “socialismo del siglo XXI”.

En adelante, el antichavismo deberá redoblar sus esfuerzos para seguir sosteniendo que en Venezuela hay “dictadura”, o que no existe un sistema democrático regido por las reglas que ellos mismos defienden.

No es grave que un líder hable demasiado. Un líder debe hablar y mucho. Aunque si le concediese espacio a otros dirigentes, la revolución se lo agradecería. Hablar menos para demostrar que todo liderazgo es circunstancial, y para que el pueblo conozca mejor las causas por las que se perdieron bastiones electorales estratégicos: alcaldía de la capital (Caracas, mas no el municipio) y los estados de Zulia, Táchira, Miranda, Carabobo y la populosa barriada de Petare (800 mil habitantes).

Toquemos madera. Pero, en caso de que se produzca el magnicidio de Chávez (opción que el imperio y la oposición “democrática” continúan acariciando), sobre la dirigencia bolivariana recaerá la conducción política del proceso de emancipación social, al que le urge organización cívico-popular, disciplina política y comunicación efectiva.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Los siete déficits mortales

Joseph Stiglitz
Sin Permiso


Cuando el president George W. Bush asumió el cargo, el grueso de los descontentos con unas elecciones robadas se consolaron con esta idea: dado nuestro sistema de controles y equilibrios políticos, ¿cuánto dañó puede hacer? Ahora lo sabemos: mucho más de lo que podían imaginar los peores pesimistas. Desde la guerra de Irak hasta el colapso de los mercados crediticios, las pérdidas financieras apenas resultan concebibles. Y detrás esas pérdidas aún hay que contar las oportunidades perdidas, todavía mayores.

Tomados de consuno los dineros despilfarrados en la guerra, los dineros despilfarrados en un esquema inmobiliario piramidal que empobreció a los más y enriqueció a unos pocos y los dineros que se esfumaron con la recesión, el hiato entre lo que podríamos haber producido y lo que realmente produjimos fácilmente rebasará el billón y medio de dólares. Piensen lo que habría podido hacerse con esa suma para proporcionar asistencia sanitaria a quienes carecen de seguro médico, para mejorar nuestro sistema educativo, para desarrollar tecnologías verdes… La lista es infinita.

Y el verdadero coste de las oportunidades perdidas es todavía mayor. Piensen en la guerra. Están, para empezar, los fondos directamente asignados a ella por el gobierno (unos 12 mil millones de dólares mensuales, y eso aceptando las estimaciones confundentes de la administración Bush). Pero es que son mucho mayores todavía, como ha documentado en su libro La guerra de los tres billones de dólares Linda Bilmes, de la Kennedy School, los costes indirectos: las remuneraciones que han dejado de ganar los heridos o los muertos o la actividad económica desplazada (de, pongamos por caso, gastar en hospitales norteamericanos a gastar en empresas nepalesas de seguridad). Esos factores sociales y macroeconómicos podrían llegar a montar más de 2 billones de dólares en el cómputo total de los costes de la guerra.

Pero hay un haz de luz en esos negros nubarrones. Si logramos zafarnos de la pesadumbre, si conseguimos pensar más cuidadosa y menos ideológicamente sobre la manera de robustecer nuestra economía y hacer de la nuestra una sociedad mejor, tal vez podamos adelantar algo en el planteamiento y solución de los enconados problemas que venimos arrastrando.

El déficit de valores.- Uno de los puntos fuertes de Norteamérica es su diversidad, y siempre ha habido una diversidad de puntos de vista incluso respecto de nuestros principios fundamentales (la presunción de inocencia, el mandato de habeas corpus, el imperio de la ley). Pero –o eso creíamos, al menos— quienes discrepaban de esos principios constituían una pequeña franja marginal, fácilmente ignorable. Ahora hemos aprendido que esa franja no es tan minúscula y que, entre sus miembros, se cuentan el actual presidente y los dirigentes de su partido. Y esa división en los valores no podía haber llegado en peor momento. Percatarse de que podríamos tener menos en común de lo que pensábamos puede dificultar la resolución de problemas que tenemos que encarar juntos.

El déficit climático.- Con ayuda de cómplices como ExxonMobil, Bush trató de persuadir a los norteamericanos de que el calentamiento global era una ficción. No lo es, y hasta la administración ha terminado por admitirlo. Pero no hicimos nada durante ocho años, y los EEUU contaminan más que nunca; un retraso que pagaremos carísimo.

El déficit de igualdad.- En el pasado, aun si los que estaban abajo recibían pocos, si alguno, de los beneficios de la expansión económica, la vida se percibía como un sorteo equitativa. Las historias de quienes se hacían a sí mismos eran parte de las señas de identidad norteamericanas. Pero la vieja promesa de Horatio Alger suena hoy falsa. La movilidad ascendente se ha hecho cada vez más difícil. Las crecientes divisiones de ingreso y de riqueza han sido reforzadas por una legislación fiscal que premia a los afortunados en la azarienta lotería de la globalización. Destruida aquella percepción, será todavía más difícil encontrar una causa común.

El déficit de responsabilidad.- Los reyezuelos del mundo financiero estadounidense justificaban sus astronómicas remuneraciones apelando a su pretendido ingenio para generar grandes beneficios, supuestamente derramados sobre el país entero. Ahora, los reyes andan desnudos. No supieron gestionar el riesgo; antes bien, sus acciones exacerbaron el riesgo. El capital no fue correctamente asignado; se malgastaron centenares de miles de millones, un nivel de ineficiencia mucho mayor que el que la gente se ha acostumbrado a atribuir al Estado. Sin embargo, los reyezuelos se largaron con centenares de millones de dólares de los contribuyentes, de los trabajadores, y el conjunto de la economía tuvo que pagar la cuenta.

El déficit comercial.- En el curso de la pasada década, el país ha venido tomando préstamos a gran escala en el extranjero: sólo en 2007, unos 739 mil millones de dólares. No es difícil descubrir por qué: con un gobierno incurriendo en enormes deudas y unos hogares norteamericanos sin apenas capacidad de ahorro, no había otro sitio donde pedir. Los EEUU han estado viviendo de dinero y de tiempo prestados, y ha llegado la hora del vencimiento. Acostumbrábamos a dar lecciones de buena política económica a los demás. Ahora los demás se parten de risa a nuestras espaldas, y de cuando en cuando, hasta nos dan lecciones. Hemos tenido que ir a mendigar a los fondos soberanos de riqueza (la riqueza excedente que otros gobiernos han acumulado y que pueden invertir fuera de sus fronteras). Retrocedemos ante la idea de que nuestro gobierno se haga con un banco, pero parecemos aceptar de grado la idea de que los gobiernos extranjeros puedan convertirse en accionistas de referencia de algunos de nuestros bancos más emblemáticos, instituciones cruciales para nuestra economía. (Tan cruciales, en efecto, que hemos dado un cheque en blanco a nuestro Tesoro para rescatarlas.)

El déficit fiscal.- Gracias, en parte, a un gasto militar desapoderado, en sólo ocho años nuestra deuda nacional se ha incrementado en dos tercios, pasando de 5,7 billones a más de 9,5 billones de dólares. Pero, por espectaculares que resulten, esos números subestiman por mucho las verdaderas dimensiones del problema. Aún tienen que presentarse a cobro muchas facturas de la Guerra de Irak, incluidas las que incorporan los costes de asistencia a los veteranos heridos, y esas facturas podrían representar unos 600 mil millones de dólares. El déficit federal de este año probablemente añadirá otro medio billón a la deuda nacional. Y todo eso, sin contar con los dineros desembolsados por la Seguridad Social y por Medicare para asistir a los baby boomers.

El déficit de inversión.- Las cuentas del Estado son distintas de las cuentas del sector privado. Una empresa que tome dinero prestado para realizar una buena inversión verá su balance contable mejorado, y sus ejecutivos serán aplaudidos. Pero en el sector público no hay balance contable, y por lo mismo, demasiada gente se centra miopemente en el déficit. En realidad, las inversiones públicas sabias proporcionan retornos mucho más elevados que la tasa de interés que el Estado paga por su deuda; a largo plazo, las inversiones ayudan a reducir los déficits. Recortar esas inversiones es proceder al modo del ahorrador de salvado y desperdiciador de harina, como pudo verse con los diques de Nueva Orleáns y con los puentes de Mineápolis.

***

Más allá de la simple incompetencia, hay dos posible hipótesis para explicar por qué los republicanos prestaron tan poca atención a la creciente debacle presupuestaria. La primera es, sencillamente, que confiaron en la teoría económica del lado de la oferta, en la creencia de que, de uno u otro modo, la economía crecería tanto con unos impuestos bajos, que los déficits serían efímeros. Esa idea se ha revelado como lo que es, una ilusión fantasiosa.

La segunda hipótesis es que, permitiendo un déficit cada vez más hinchado, Bush y sus aliados esperaban forzar una reducción del tamaño del Estado. Lo cierto es que la situación fiscal ha llegado a cobrar unas proporciones tan alarmantes, que muchos demócratas responsables están comenzando ahora a hacerles el juego a los republicanos empecinados en “asfixiar a la bestia pública”, y llaman a un drástico recorte del gasto público. Pero, preocupados como están los demócratas por parecer demasiado tibios en materia de seguridad –y por lo mismo, resueltos a considerar sacrosanto el presupuesto militar—, resulta harto difícil recortar gastos sin cercenar las inversiones más importantes para resolver la crisis.

La tarea más perentoria del nuevo presidente será restaurar el vigor de la economía. Dado el volumen de nuestra deuda nacional, es particularmente importante cumplir esa tarea de manera que se maximicen los resultados de cada dólar gastado, al tiempo que se ataca al menos uno de los déficits capitales. Los recortes fiscales funcionan –si funcionan— incrementando el consumo, pero el problema de Norteamérica es que padece un atracón de consumo; prolongar el atracón no hará sino posponer la solución de los problemas más profundos. A medida que los ingresos se desploman, los estados y los municipios tendrán que hacer frente a restricciones presupuestarias, y a menos que se haga algo, se verán obligados a recortar el gasto, lo que no hará sino ahondar en el declive. A nivel federal, necesitamos gastar más, no menos. Hay que reconfigurar la economía para adaptarse a las nuevas realidades (incluido el calentamiento global). Necesitaremos más trenes de alta velocidad y plantas energéticas más eficientes. Esos gastos estimulan la economía, al tiempo que sientan las bases para un crecimiento sostenible a largo plazo.

Sólo hay dos formas de financiar esas inversiones: aumentar los impuestos o recortar otros gastos. Los norteamericanos de ingresos altos pueden perfectamente permitirse pagar más impuestos, y muchos países europeos han triunfado, no a pesar de tener una fiscalidad elevada, sino precisamente por tenerla: es lo que les ha permitido invertir y competir en un mundo globalizado.

Huelga decir que habrá resistencia al aumento de impuestos, de manera que el foco de atención se moverá hacia los recortes. Pero nuestros gastos sociales son ya tan esqueléticos, que hay poco que ahorrar. En realidad, descollamos entre las naciones industrializadas avanzadas por lo inadecuado de nuestras protecciones sociales. Los problemas, por ejemplo, del sistema de asistencia sanitaria en los EEUU saltan a la vista: resolverlos no es sólo cuestión de mayor justicia social, sino también de mayor eficiencia económica. (Unos trabajadores más sanos son unos trabajadores más productivos.) Y eso deja sólo un área económica importante disponible para recortar gastos: la defensa. Nuestros gastos representan la mitad de los gastos militares mundiales, con un 42% de los dólares del contribuyente que se destinan, directa o indirectamente, a defensa. Incluso los gastos militares no bélicos se han disparado. Con tanto dinero gastado en armamento inútil contra enemigos que no existen hay mucho margen para incrementar la seguridad, al tiempo que se recortan los gastos en defensa.

La buena nueva en todo este horizonte de malas noticias económicas es que nos estamos viendo obligados a morigerar nuestro consumo material. Si lo hacemos de forma adecuada, eso ayudará a mitigar el calentamiento global, y acaso contribuirá también a despertar la consciencia de que un mayor nivel de vida también es más ocio, no sólo más bienes materiales.

Las leyes de la naturaleza y las leyes económicas son implacables, y no perdonan. Podemos abusar de nuestro medio ambiente, pero sólo por un tiempo. Podemos gastar por encima de nuestros medios, pero sólo por un tiempo. Podemos gorronear a cuenta de nuestras inversiones pasadas, pero sólo por un tiempo. Ni siquiera el país más rico del mundo puede ignorar las leyes de la naturaleza y las leyes económicas, si no es en daño propio.

Joseph Stiglitz es profesor en la Universidad de Columbia, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001 y coautor de The Three Trillion dollar War.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón
Via Rebelion

jueves, 20 de noviembre de 2008

Alabanza de la transición brusca

Naomi Klein
The Nation

Cuantos más detalles se conocen, más claro resulta que Washington está lidiando con el rescate de Wall Street no ya con incompetencia, sino bordeando el delito.

En un momento de crecido pánico a finales de septiembre, el Tesoro estadounidense se aventuró a un cambio radical en el trato fiscal de las fusiones bancarias, un cambio deseado desde hacía tiempo por el sector. A pesar de que esa medida privará al gobierno de cerca de 140 mil millones de ingresos fiscales, los legisladores sólo reaccionaron tras el fait accompli. De acuerdo con el Washington Post, más de una docena de especialistas en derecho fiscal coinciden en que “el Tesoro no tenía autoridad para introducir el cambio fiscal”.

De legalidad igualmente dudosa son los acuerdos que el Tesoro ha negociado con muchos de los bancos del país. De acuerdo con el congresista Barney Frank, uno de los arquitectos de la legislación que permitió esos acuerdos, “cualquier uso de esos fondos con propósitos distintos al préstamo –para obligaciones, para pagos de vencimientos, para adquisiciones de otras instituciones, etc.— es una violación de la ley”. Pero así es como se usan precisamente los fondos.

Luego están los cerca de 2 billones de dólares lanzados por la Reserva Federal como préstamos de emergencia. Increíblemente, la Fed no revelará qué corporaciones han recibido esos préstamos o qué acepta como colateral de los mismos. Bloomberg News cree que ese secreto viola la ley, y ha interpuesto una demanda exigiendo total transparencia.

A pesar de toda esta carga de potencial ilegalidad, los demócratas, cuando no defienden abiertamente a la administración, se mantienen pasivos sin intervenir. “Sólo hay un presidente en cada momento”, le oímos decir a Obama. Es verdad. Pero cada resolución tomada por la administración del pato cojo que es un Bush a fines de mandato amenaza a un Obama que, renqueante, no será capaz de honrar sus promesas de cambio. Para mencionar un solo ejemplo: 140 mil millones de dólares menos en ingresos fiscales equivale prácticamente al monto del programa para energías renovables de Obama. Obama le debe al pueblo que le votó llamar a las cosas por su nombre: eso es un intento de socavar con latrocinio el proceso electoral.

Es verdad: sólo hay un presidente en cada momento; pero ese presidente necesita el sostén de los mayoritarios demócratas, incluido Obama, para que los legisladores aprueben el rescate. Ahora que es claro que la administración Bush está violando los términos del acuerdo alcanzado por ambos partidos, los demócratas no es que tengan el derecho, es que tienen el deber y la responsabilidad de intervenir con contundencia.

Yo sospecho que la verdadera razón de que los demócratas se inhiban a tal punto tiene menos que ver con el protocolo presidencial que con el miedo: miedo de que el mercado de valores, que tiene el temperamento de un niño malcriado de 2 años, reaccione con alguna de esas rabietas que estremecen al mundo. Se nos dice que revelar la verdad sobre los destinatarios de los préstamos federales podría traer la desagradable consecuencia de que los mercados gruñones comenzaran a apostar contra esos bancos. Pon en cuestión la legalidad de los acuerdos de 360º, y ocurrirá lo mismo. Oponte al recorte fiscal de 140 mil millones de dólares, y las fusiones empresariales caerán. “Ninguno de nosotros quiere cargar con la responsabilidad de arruinar esas fusiones y crear una nueva Gran Depresión”, explicó un anónimo ayudante del Congreso.

Más aún: los demócratas, incluido Obama, parecen creer que la necesidad de aliviar al mercado debería presidir todas las decisiones económicas clave en el período de transición. Razón por la cual, a los pocos días de la eufórica victoria del “cambio”, el mantra cambió abruptamente, y comenzó a hablarse de “transición suave” y “continuidad”.

Tomemos la selección de su equipo a que está procediendo Obama. A pesar del ruido que hacen los republicanos sobre su partidismo, Rahm Emmanuel, el congresista demócrata que mayores donaciones ha recibido del sector financiero, lanza un mensaje inconfundiblemente tranquilizador para Wall Street. Cuando en el programa This Week With George Stephanopoulos se le preguntó si Obama reaccionaría rápido para aumentar los impuestos a los ricos, como había prometido, Emmanuel se zafó de la respuesta con una mordacidad.

La misma lógica de mimos al mercado, se nos dice, debería orientar el nombramiento por Obama del Secretario del Tesoro. Stuart Varney, de la cadena Fox News, explicó que Larry Summers, que tuvo el cargo bajo Clinton, o el antiguo jefe de la Fed Paul Volcker “comunicarían la mayor confianza al mercado”. Y Joe Scarborough, de la MSNBC, nos aclaró que Summers es el hombre “que más le gustaría a Wall Street”.

Digamos claramente por qué. Wall Street celebraría el nombramiento de Summers exactamente por la misma razón que el resto de nosotros lo temería: porque los actores del mercado de valores presumirían que Summers, campeón de la desregulación financiera bajo Clinton, ofrecería una transición tan suave a partir del legado de Paulson, que apenas nos enteraríamos. Por otra parte, alguien como la presidenta de la FDIC (Corporación federal de aseguramiento de depósitos, por sus siglas en ingles), Sheila Blair, desataría el miedo en Wall Street (y por buenas razones).

Una cosa sabemos de cierto, y es que el mercado reaccionará violentamente ante cualquier señal de que hay un nuevo sheriff en la aldea dispuesto a imponer una regulación seria, a invertir en el pueblo y a cortar el chorro de dinero libre que fluye hacia las corporaciones empresariales. En suma: podemos estar seguros de que los mercados votarán exactamente en el sentido opuesto al sentido en que acaban de votar los norteamericanos. (Una reciente encuesta de USA Today/Gallup mostró que el 60% de los estadounidenses están muy a favor de “estrictas regulaciones de las instituciones financieras”, mientras que sólo el 21% apoyan la ayuda a las empresas financieras.)

No hay forma de reconciliar el sufragio público por el cambio con el pataleo del mercado en favor de más de lo mismo. Todos y cada uno de los pasos encaminados a cambiar el curso de las cosas se encontrarán con vigorosas reacciones contrarias de los mercados a corto plazo. Lo bueno es que, una vez quede claro que las nuevas reglas se aplicarán con equidad y afectando a todos los valores y a todas las acciones por igual, el mercado se ajustará y se estabilizará. Además, no podía ser mejor el momento en que las presentes turbulencias han llegado. En los pasados tres meses nos hemos acostumbrado a la inestabilidad de los mercados. Eso le da a Obama un margen para hacer oídos sordos a los llamamientos a una transición tranquila, y comenzar tomando por los cuernos los asuntos más espinosos. Pocos tendrán la avilantez de culparle deuna crisis que, evidentemente, no ha generado él, o de echarle en cara que honre los compromisos de campaña y satisfaga los deseos de su electorado. En cambio, cuanto más se retrase, tanto más se desvanecerán las memorias.

Cuando de lo que se trata es de transferir un poder procedente de un régimen funcional y fiable, todo el mundo prefiere una transición suave. Cuando se sale de una era marcada por su criminalidad y su ideología en bancarrota, aunque sólo fuera un adarme de dureza y brusquedad sería una excelente señal de partida.

Naomi Klein es autora de numerosos libros, incluido el más reciente The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism .

Traducción para www.sinpermiso.info : Roc F. Nyerro
Vía Rebelion

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Paradojas de la trampa de liquidez en una época de depresión

Paul Krugman
Sin Permiso

“Las políticas macro, atrapadas en una trampa de liquidez”: tal es el título de un nuevo informe redactado por Jan Hatzius et al., de Goldman Sachs (no disponible online) Los chicos de Goldman, como yo, traen a colación cifras espeluznantes sobre las dimensiones del hiato de demanda que es preciso cubrir: cifras que sugieren la necesidad de un estímulo fiscal enorme, si lo comparamos con antecedentes históricos. Su enfoque es distinto del mío, y probablemente mejor; luego me referiré a eso. Pero antes quiero entrar en un asunto conceptual.

Es curioso que, precisamente ahora que nos hallamos en una trampa de liquidez, tengamos a un montón de economistas dispuestos a negar que tal cosa sea siquiera posible. El argumento parece discurrir así: crear inflación es fácil: los pájaros lo hacen, las abejas lo hacen, Zimbawe lo hace; de modo que eso no puede constituir un problema para países competentes como Japón o los EEUU.

Esa forma de argüir pasa por alto un problema sobre el que algunos tratamos de llamar la atención en los 90 a propósito de Japón y sobre el que volvemos a insistir ahora: crear inflación es fácil, si eres un país irresponsable. Puede no ser fácil, si no lo eres.

Hace una década, cuando traté de explicar los apuros del Japón, me serví de un modelo sencillo e irrealista para resumir lo que realmente sabemos sobre la relación entre la oferta monetaria y el nivel de precios. Normalmente, lo que decimos es que un incremento de la oferta monetaria, manteniéndose iguales las demás cosas, trae consigo un incremento proporcional igual del nivel de precios: dobla M, y doblarás el IPC. Pero eso no realmente así. Lo que un modelo con todos los puntos sobre la íes dice es que el IPC se doblará, si doblas la actual oferta monetaria y todas las ofertas monetarias futuras esperadas.

¿Y cómo se hace eso? Cualquiera que sea el incremento presente de la oferta monetaria en el Japón, las expectativas de futuras ofertas monetarias no se alterarán, si la gente cree que el Banco del Japón tomará medidas para estabilizar el nivel de precios en cuanto la economía se recupere. Y una vez te percatas de que posiblemente los bancos centrales no son capaces de alterar las expectativas de la gente sobre las ofertas monetarias futuras, tienes que admitir también la posibilidad de que la economía se halle en una trampa de liquidez: si las tasas de interés se acercan a cero, el dinero impreso ahora será simplemente guardado, y la política monetaria quedará sin fuerza de tracción sobre la economía real.

Zimbawe no tendría este problema: la gente cree que todo el dinero que se imprima entrará en circulación. Pero los países como Japón o los Estados Unidos imprimen dinero con propósitos políticos, no para pagar sus facturas. Y eso, perversamente, es lo que los hace vulnerables a la trampa de liquidez. En 1998, yo sostuve que el Banco del Japón tenía que encontrar un camino que le permitiera “prometer creíblemente que iba a ser irresponsable”. La cosa no fue demasiado bien, pero es lo que prescribía un análisis económico sobrio y escrupuloso.

Todo el asunto de la trampa de liquidez tiene un cariz del tipo de Alicia-a-través-del-espejo. Virtudes como el ahorro, o como la convicción de que el banco central está firmemente comprometido con la estabilidad de precios, transmutan en vicios; para salir de la trampa, un país tiene que aflojarse el cinturón, persuadir a sus ciudadanos para que se olviden del futuro y convencer al sector privado de que el gobierno y el banco central no son tan serios y austeros como parecen.

Muy bien; volvamos al informe de Hatzius et al. En ese informe se destaca el papel desempeñado por la alteración de los mercados crediticos en precipitarnos a una trampa de liquidez. Luego pasa a estimar la probabilidad de cambios parecidos en el “los balances del sector privado” –la diferencia entre el ahorro del sector privado y la inversión del sector privado—. Y el resultado es asombroso:

El pronóstico del informe de Goldman Sachs sobre el precio de la vivienda, combinado con las actuales cotizaciones bursátiles y la actual difusión del crédito, implica un incremento del balance del sector privado, el cual pasaría de representar un +1% del PIB en el segundo trimestre de 2008 a representar un +10% en el cuarto trimestre de 2009: un incremento de 9 puntos porcentuales, o 6 puntos a una tasa anual.

¿Cuál es la respuesta? Un estímulo fiscal gigantesco, a fin de colmar el agujero. Una actividad prestamista más agresiva por parte de las empresas patrocinadas públicamente. Tal vez un “precompromiso” firme por parte de la Reserva Federal para mantener bajos los tipos por un largo período (un versión educada de mi “promesa creíble de ser irresponsable”). Y, acaso, compras a gran escala de activos de alto riesgo.

Lo más importante es entender que, en el momentos presente, nos hallamos en un universo alternativo en el que nada resultaría tan peligroso como la decisión de los políticos de proceder con cautela.

martes, 18 de noviembre de 2008

Liberation ironiza con la “calidad” del periodismo chileno

Un antes y un después supondrá para el periodismo chileno la llegada de CNN a Chile a fines de noviembre, según declaró la empresa, en voz de su gerente Rolando Santos, al diario Liberation de Francia en su edición de esta semana. Con el título ‘Au Chili, CNN promet de l’info au pays de l’intox’ comienza la nota de la corresponsal de Liberation en Santiago de Chile, Claire Martin. En castellano la traducción sería ‘En Chile, CNN promete información al país de la “intox”.

“Intox” se usa en el país galo para definir la informacion basura del periodismo como entrevistas pauteadas y amigables, comentarios fuera de lugar en tv o en columnas de opinión en periódicos, notas a favor del gobierno de turno o de empresas, análisis simplistas, panelistas y periodistas gritones, o entrevistas a famosillos de realitys, farándula, programas paparazzis, etcétera.

La nota de Liberation informa que CNN CHILE con 100 periodistas chilenos, un presupuesto de 10 millones de dolares y una emisión de 24 horas de noticias exclusivas sobre el país andino, promete cambiar la tóxica propaganda de los medios monopólicos en Chile, con información exclusiva e independiente y agresiva. De esta manera, Chile se transforma en la única CNN local en Latinoamérica.

Frente a la pregunta de la periodista sobre porque eligieron Chile para instaurar la sede de CNN, Rolando Santos da varios elementos: Estabilidad económica y social, la ausencia de canales con 24 horas de noticias, etcétera.

Sin embargo, puede resultar paradójico aquello de que la calidad periodística en el medio nacional chileno fuese la gran razón para que el potente medio norteamericano se instale en el país sudamericano ya que hoy en día sólo hay dos monopolios informativos que no dejan casi espacio a medios independientes.

Todo ello por la inoperancia de los gobiernos de la Concertación, que desde que asumieron el poder han dejado morir a la prensa libre que luchó contra la dictadura de Pinochet como las revistas Análisis, Apsi, entre muchos otros medios.

Los monopolios están liderados por El Mercurio, ultraconservador y la Tercera, de la derecha más liberal, quienes además de repartirse el 70% de la torta de publicidad, marcan pauta noticiosa única, generan informaciones banales y mucho caos informativo con noticias tendenciosas y prensa roja.

Caso aparte es el caso del semanal satírico The Clinic, que pese a sus notas más progresistas y portadas agresivas contra la sociedad es un reconocido pasquín de la Concertación, conglomerado de centro izquierda que lidera el gobierno actual de Michelle Bachelet.

En otro sector, el diario electrónico El Mostrador, esconde su impoluta redacción e independencia pero pertenece a los democrata cristianos, quienes son a la vez manejados por los intereses económicos y políticos de empresas como Banco Santander y del própio partido, entre otros.

Por su parte, La Nación con recursos provenientes de la publicidad estatal, y un directorio amigable a la derecha para demostrar consenso, intenta desarrollar un periodismo más independiente pero choca con la pusilanimidad de sus dueños: El gobierno chileno censura de vez en cuando artículos que denuncian corrupción de sus políticos e incluso corrupción de la clase dirigente.

Otros medios como El Clarín, medio de batalla de la izquierda popular, intenta sobrevivir en la web y aún esperan la Concertación les pague la deuda histórica que se le debe tras ser cerrado por el dictador Augusto Pinochet en 1973.

Finalmente, la televisión esta dominada por los conservadores. Chilevisión forma parte del holdings de empresas de Sebastián Piñera, candidato a la presidencia de la República, un ‘Berlusconi’ a la chilena. Mega es una empresa del fallecido empresario fascista pinochetista Ricardo Claro y Canal 13 esta completamente ligado a la iglesia católica.

A continuación van algunas perlas del reportaje publicado por el corresponsal de Liberation en Santiago de Chile: Sus comentarios no tienen desperdicio y muestran claramente la realidad periodística chilena y asimismo se puede extrapolar a más países del mundo…

“Cuando le preguntamos a Rolando Santos (de CNN) porqué ir a Chile, responde “la calidad del periodismo”. Creemos que ironiza. Los tres cuartos de hora de los noticieros de la noche, entrecortados por 15 minutos de publicidad, se componen de un tercio de hachos diversos y de farándula, un tercio de deportes y un tercio de actualidad. “Lo que se nos pide hoy es de entretener informando”, dice un presentador del tv chilena. La sección destinada a informaciones internacionales es mínima, bajo pretexto que “eso no interesa a los chilenos”.

“Y el tratamiento de las informaciones de actualidad esta bajo mucha presión. Primero, de los propietarios de las cadenas: todos de derecha y conservadores. Y la única cadena nacional, TVN, tiene bastantes dificultades para mantenerse independiente. Luego, la presión de la publicidad. De acuerdo a los periodistas, es normal que el redactor en jefe llame a los servicios de relaciones publicas de los avisadores principales para verificar que las informaciones no les molestan! Y viceversa: los periodistas cubren hechos a pedido de los anunciadores… Resultado: incluso el director de la radio mas importante de Chile, la radio Bio Bio, confiesa que no ve nunca los noticieros para informarse…”

Traducción: Francisco Cruz
Redacción: Equipo de prensa

Texto integro de la noticia en: Liberation

Via El Clarin

sábado, 15 de noviembre de 2008

Escenas de guerra de clases a escala global: se acabó la gallina financiera de los huevos de oro

Michael Hudson
Sin Permiso


El pasado viernes, 24 de octubre, la libra esterlina cayó hasta $1,58 (una caída desde un valor de $1,73 a principios de semana, una caída enorme para un tipo de cambio de divisa), y el euro se hundió hasta $1,26 mientras el Yen Japonés se elevaba un 10%. Estos cambios amenazaron con perturbar el desarrollo de los mercados de exportaciones y de ahí los esquemas de las ventas industriales. Las bolsas extranjeras cayeron entre el 5% y el 9%, y hubo negociaciones para cerrar Wall Street si el Dow Jones caía más de 1000 puntos. La actividad previa a la apertura vio como el índice del “Dow Jones Industrial Average” cayó hasta el límite máximo de los 550 puntos (en gran parte por las ventas extranjeras), antes de remontar hasta perder “solamente” 312 puntos mientras el dólar se revalorizaba frente a las divisas europeas.

La confusión que creó la cotización monetaria y la caída de la bolsa fue un típico caso de pollos volviendo a casa a cobijarse de la política de guerra de clases iniciada por la industria europea y asiática y la reducción del mercado de consumo interior de la banca (es decir, de los niveles de vida de los trabajadores) en beneficio de la producción de la exportación hacia los Estados Unidos. La contradicción interna en esta guerra industrial y financiera parece ahora clara: la consecuencia de su éxito reduciendo los ingresos del trabajo es la asfixia del mercado interior de consumo de bienes. Ello perturba el desarrollo de la ley de Saw, el principio según el cual la “producción crea su propia demanda”, basado en el supuesto de que los trabajadores serán y deberán ser pagados lo suficiente para que compren lo que producen.

Eso no ha sido así desde hace muchos años en Europa y Asia. Pero la producción ha sido capaz de continuar sin vacilaciones gracias a un deux ex machina internacional: el consumo en los Estados Unidos.

No significa eso que no exista una guerra de clases en los Estados Unidos. Efectivamente, los niveles de riqueza para la mayoría de los asalariados han caído en relación a la “edad de oro” desde finales de los setenta. Pero la economía norteamericana tenía su propio deus ex machina para aguantar el golpe: la inflación de los precios de los activos de Alan Greenspan que inundó a los bancos con crédito prestable a los compradores de viviendas y a los especuladores bursátiles. El aumento del precio de las viviendas era aplaudido como una “creación de riqueza” como si fueran un auténtico activo, como si recompensas en forma de dividendos aparecieran en las cuentas corrientes de todo el mundo.

Los compradores de casas era animados a usar el aumento marginal de su patrimonio, el aumento (temporal) de los precios del mercado de sus viviendas por encima de su deuda hipotecaria (permanente). Así, mientras el grueso del dinero de las hipotecas era usado para subir el precio de la propiedad inmobiliaria, alrededor de un cuarto del nuevo préstamo se usaba para el consumo de bienes. La deuda de las tarjetas de crédito también aumentó. Frente a una reducción de sus ingresos, los consumidores norteamericanos mantenían sus niveles de vida a través de un endeudamiento cada vez mayor.

Eso no podía durar mucho. Las burbujas de la deuda financiera no pueden durar más que algunos años, incluso cuando son mantenidas por una retroalimentada inflación de los precios de los activos a partir de los cuales los propietarios de casas y la empresa industrial toma prestado más y más dinero a costa del aumento de precio de su garantía. Pero una vez reventada la burbuja financiera, el juego terminó.

El juego terminó no solo para la economía norteamericana, sino también para las economías extranjeras que destinaron su producción industrial a servir el mercado de los Estados Unidos en lugar de satisfacer a sus propios mercados. Un frenazo industrial global amenaza, y seguirá haciéndolo hasta que se recompongan los mercados interiores extranjeros, lo contrario de la tendencia seguida por la generación de políticas neoliberales hostiles al mundo del trabajo.

Para entender las dinámicas que actúan, uno tiene que fijarse en la balanza de pagos, no tanto en la balanza comercial misma, sino más bien en la especulación monetaria, el préstamo internacional y el arbitraje que ha dominado los índices de cambio monetario durante las dos últimas décadas. Los índices de cambio monetarios ya no reflejan niveles de riqueza relativos; tampoco “paridades de poder de compra”, ni tampoco el coste de la vida. Hoy reflejan, por un lado, el flujo de la absorción de crédito internacional allí donde los tipos de interés son bajos, y el de préstamo, allí donde el crédito es limitado, así como, por el otro, la cobertura del arbitraje y la especulación sobre la cotización de las divisas.

De esta forma la balanza de pagos y el valor de la divisa han sido “post-industrializados” igual que las economías nacionales. En lugar de promover el crecimiento industrial basado en un mercado interior próspero, los gobiernos de todo el mundo han perseguido una estrategia financiera “post-industrial” de “creación de riqueza”.

La crisis del yen japonés: pagar por el “carry trade”

En ninguna otra parte este fenómeno se ha producido con más fuerza que en Japón, cuya economía ha permanecido inactiva desde el estallido de la burbuja en 1990. Desde entonces, y durante 17 años, el precio del suelo bajó, así como los precios bursátiles, y como consecuencia de ello, también la garantía que cubría los préstamos. Eso dejó rápidamente a los bancos japoneses en números rojos. La respuesta del Banco de Japón fue idear una manera de reconstruir sus balances, de encontrar un camino para salir de los préstamos intoxicados que anteriormente produjeron.

La política no fue la de resucitar el vacilante mercado interior en Japón o sus compañías industriales. Desde 1945 hasta 1985, los japoneses tenían un sistema bancario industrial modélico. Pero en 1985 los diplomáticos norteamericanos conminaron a Japón al suicidio. Enfurecidos por el importante éxito de la industria japonesa, los gobernantes americanos exigieron a su sumiso socio japonés que aumentara el tipo de cambio del yen –para hacer las propias exportaciones menos competitivas— y que, en su debido momento, inundara su propia economía con crédito –para reducir los tipos de interés—, permitiendo así a la Reserva Federal Norteamericana inundar el mercado estadounidense con suficiente crédito barato como para darle una pátina de prosperidad a la Administración Reagan. Esta política, anunciada en el llamado Acuerdo del Hotel Plaza de 1985, permitió al economista David Hale bromear sobre un Banco del Japón convertido en el distrito decimotercero de la Reserva Federal y en un Gobierno japonés trocado en Comité de reelección republicano.

Japón, así pues, inundó su economía con crédito, bajando los tipos de interés e hinchando la burbuja financiera más grande del mundo en los años ochenta. La bolsa también se disparó, reflejando el aumento de las ventas industriales y las ganancias japonesas. Pero tras el pinchazo de la burbuja el 31 de diciembre de 1989, las deudas hipotecarias y las reservas que los bancos japoneses tenían en sus reservas de capital se quedaron cortas para cubrir el pasivo. Para rescatar a los bancos, el gobierno japonés les animó a enrolarse en lo que se acabó llamando el carry trade: dar ofrecer libérrimamente crédito en yenes a instituciones financieras extranjeras a unos tipos de interés considerablemente bajos, permitiendo a dichos prestamistas convertirlo en otras divisas para comprar bonos y otros activos a un interés mayor. Si el mercado interior japonés carecía de prestatarios solventes, que presten a los extranjeros. Una nueva fuente de ingresos apareció para los bancos: en lugar de conceder créditos al mercado interior inmobiliario e industrial, los intereses bajos les permitían inundar a la economía mundial con más crédito. Lo que contribuyó a que las finanzas globales se llenaran de especuladores e intermediarios financieros que vieron la oportunidad de subirse a las ganancias del arbitraje.

Los tipos de interés para tomar créditos seguían altos en Japón. Tal y como me describió recientemente el veterano observador del Japón Richard Werner (autor de Príncipes del Yen), “mientras las pequeñas empresas japonesas iban siendo destruidas por la continuada negativa de los bancos a expandir el crédito (muchos presidentes de pequeñas empresas fueron destituidos por tener que vender un riñón con que subvenir a las exigencias de los tiburonescos acreedores que les asediaban), los especuladores extranjeros recibían grandes cantidades de fondos en yenes a un precio miserable”. El negocio que amagaba tras la creación de este crédito consistía en que los exportadores japoneses recibían ayudas en la medida en que la conversión del yen en divisas extranjeras reducía el tipo de cambio. (El crédito en yenes era “suministrado” a los mercados globales de divisas, era gastado para comprar y, por consiguiente, empujaba al alza el precio de euros, dólares, libras esterlinas y otras divisas).

Así que el yen permaneció deprimido, ayudando a la ventas japonesas de bienes de consumo, mientras los tomadores de crédito extranjeros podían subirse a su propia ola inflacionaria del precio de los activos. Los especuladores podían tomar prestado a un tipo de interés bajo en Japón, convertir su deuda en divisa extranjera y prestarla a países desesperados en busca de crédito, como Islandia, a un tipo cercano al 15 por ciento.

Cientos de billones de dólares, euros y libras valorados en yenes era tomados en préstamo y debidamente convertidos en divisas extranjeras para dejarlos en préstamo, creando beneficios. Los árbitros hicieron billones de dólares actuando como intermediarios financieros generando ingresos gracias al margen abierto por el hiato entre el bajo cote de la compra de yenes y los altos tipos del cambio de divisas. Como escribió hace un año Ambrose Evans-Pritchard en el Financial Times, “el Banco de Japón mantuvo los tipos de interés a cero durante seis años, hasta Julio de 2006, para evitar la deflación. Incluso ahora, los tipos están solo al 0,5 por ciento. También inyectó alrededor de $12 billones en liquidez por la vía de imprimir mensualmente dinero destinado a la compra de bonos. El efecto neto ha sido una masiva fuga de dinero hacia la economía global. Enfrentados a un lastimoso rendimiento en casa, los fondos japoneses y las abuelitas ahorradoras mandaron sus ahorros al exterior. Bancos, hedge funds y la proverbial señora Watanabe [el ama de casa que llegó simbolizar al inversor individual japonés ávido de rendimientos; T.], todos eran capaces de tomar prestado por nada en Tokyo para no dejar escapar activos en el exterior. BNP Paribas calcula que este carry trade era de alrededor de $1,2 billones.

Todo ello dependía de la capacidad de los prestamistas para continuar cabalgando libremente. Ahora que el banquete ha terminado, el modelo postindustrial japonés rescatar del sector bancario vuelve a casa a cobijarse. Lo está haciendo de manera que pone claramente de manifiesto el inherente conflicto entre el capitalismo financiero y el capitalismo industrial. Mientras que la expansión industrial debe en teoría continuar (y puede continuar haciéndolo mientras los mercados estén en paz con la producción) las burbujas de la deuda terminan, normalmente de forma violenta como vemos hoy en día. Ahora que Islandia está en bancarrota, parece que Hungría seguirá su ejemplo.

En la medida en que los mercados globales de divisas no ofrecen ya las fáciles elecciones de la pasada década, el carry trade del yen se deteriora a la baja. Lo que trae consigo la reconversión en yenes de la divisa islandesa, del euro, de la libra y de otras divisas no japonesas a fin de satisfacer las deudas con a los bancos japoneses. Este reembolso, que entraña una reconversión al yen, está haciendo subir el precio de la moneda japonesa. Lo que amenaza con encarecer a las exportaciones japonesas en relación al dólar, al euro y a la libra. La semana pasada, Sony previó que sus ingresos caerían como consecuencia de ello, y otras compañías japonesas afrontan una reducción similar de sus ventas, no sólo por la subida del cambio yen/dólar, sino también por la desaceleración global resultante de dos décadas de políticas tan profinancieras y como hostiles al mundo del trabajo.

Evans-Pritchard acusó acertadamente a los bancos centrales del mundo de haber creado este desorden. “Fueron ellos (es decir , los gobiernos) quienes intervinieron de incontables y complejas maneras para rebajar el precio del crédito global hasta niveles distorsionaban que el comportamiento, como ha señalado en repetidas ocasiones el Banco Internacional de Pagos. Fijando un precio del dinero demasiado bajo, han estimulado el endeudamiento y penalizado el ahorro. Los mercados se han limitado a responder con su habitual exuberancia a esta señal distorsionadora. El capital privado estuvo tentado de lanzar una “opa” a un cambio de liquidez por deuda del 5,4 porque la deuda era extremadamente barata. El nivel de ahorro norteamericano se volvió negativo porque los tipos de interés se mantenían por debajo de la inflación”. Más acertado habría sido hablar aquí de inflación del precio de los activos. Las ganancias de los estratos más altos de la pirámide económica trajeron consigo la polarizaron de las economías. Lo que quedó para la base que representa el 90% fueron deudas, no ganancias fundadas en el aumento del precio de los activos a partir de dinero fácil.

Los de abajo financian a la economía norteamericana del goteo

La subida del yen y la caída del cambio de las divisas internacionales son el resultado de deshacer la estrategia japonesa del carry trade para rescatar a sus bancos. La industria japonesa pagará la factura. Y a pesar de la caída de la libra y del euro, la política europea de reforzar las exportaciones hacia el mercado norteamericano, en vez de robustecer el poder de compra de sus propios trabajadores en el mercado interno, parece errónea a la vista de la inminente desaceleración económica esperada. El gasto en consumo en los EEUU y los niveles de vida caerán (y parece que de forma veloz) para financiar la economía de “goteo” o “derrame” procedente de los de arriba. La actual política del Tesoro es la de rescatar a los acreedores, no a los deudores. Los bancos están siendo salvados, pero no la industria norteamericana, y en ningún caso los sueldos y el consumo americano. En lugar de establecer un gasto deficitario keynesiano con objeto de incrementar el empleo (con inversión pública en bienes y servicios, infraestructuras y pagos en transferencias), el Tesoro y la Reserva Federal están concediendo dinero a los bancos para que éstos se compren entre sí, consolidando en EEUU un sistema financiero de estilo europeo, concentrado tan sólo en algunos grandes bancos. Por esta vía, el sistema financiero se monopolizará y creará grandes grupos, derrumbando dos siglos de política económica destinada a prevenir el dominio financiero de la economía.

Pero es evidente que ninguna cantidad de dinero concedido a los bancos “goteará” o se “derramará” hacia abajo. Lo que, en cambio, se producirá es la transferencia hacia arriba más importante de dinero de los últimos setenta años. La política de dar dinero a los sectores más ricos (hoy en día, el sector financiero) convierte a la economía del goteo en un eufemismo debido a la concentración de riqueza. Se pretende que la economía norteamericana necesita de un sector financiero y de una propiedad saludables para que la economía “real” vuelva a “despegar”. Pero un sector financiero más fuerte vendiendo más deuda al conjunto de la economía amenaza resultar disuasorio para la recuperación, para no hablar de un nuevo despegue.

Previendo el inminente encogimiento del mercado norteamericano, prestamistas e inversores están vendiendo masivamente sus acciones a un precio más bajo, y no sólo las de compañías norteamericanas, sino también acciones en sectores de exportación europeos y asiáticos. Esta es la contradicción interna de la operación actual de rescate financiero. Las finanzas por sí mismas no pueden sobrevivir al lado de una economía real asfixiada.

Así que el mundo debería estar en un momento de inflexión ideológica. Pero la última cosa que la oligarquía europea quiere ver son mayores niveles de ingreso en el mundo del trabajo. Tampoco la clase financiera americana. Europa y Asia orientaron su fe hacia el mercado de consumo norteamericano, descuidando el propio. Al sector financiero le pareció atractivo el sistema mientras el consumo fuera financiado a través de la deuda, no a través del aumento de los salarios o de la reducción de impuestos al trabajo. Los dirigentes políticos e industriales en todo el mundo han sido tan hostiles al trabajo, que nadie piensa ya en una recuperación de los niveles de vida nacionales a través de un aumento de los salarios y de un cambio en las cargas fiscales soportadas actualmente por el trabajo y la industria en beneficio de la propiedad, en un cambio que reviviera el espíritu de las tradicionales políticas fiscales progresivas.

Razón por la cual es imposible volver a un pasado considerado como una suerte de condición natural que pudiera ser recuperada. Cuando Alan Greenspan inundó el mercado hipotecario con crédito, los propietarios de viviendas tomaban prestado con garantía sobre el aumento del precio de la vivienda como si sus casas fueran huchas. La diferencia, sin embargo, es que cuando uno hace un retiro de una cuenta bancaria hay menos dinero en ella, pero no hay deuda de por medio que absorba los ingresos futuros en forma de programas de refinanciación. Los préstamos hipotecarios han dejado una deuda residual que ahora ha trocado en quiebra técnica (1) de muchos hogares y en préstamos sin satisfacer. Eso dejará menos margen para el consumo: el gasto en consumo caerá porque, en primer lugar, no hay más acceso al crédito hipotecario fácil o al crédito de las tarjetas de crédito; en segundo lugar, a causa de la deflación de la deuda, en la medida en que los consumidores tienen que devolver préstamos anteriores, lo que reduce otras formas de gasto; y en tercer y último lugar, porque la menor actividad económica y la pérdida de puestos de trabajo conllevan una caída en los ingresos salariales.

Niveles más bajos de consumo significan menos ventas para los industriales norteamericanos y extranjeros, especialmente en aquellos en países cuya divisa aumenta en relación al dólar (por ejemplo, Japón). Menores ventas significan menos ingresos, lo que significa menores precios de las acciones en los mercados de valores. Y en los propios mercados de valores, la razón precio/ingresos cae a medida que el crédito que alimentaba la especulación financiera a través de los fondos hedge y otras especulaciones se reduce. Así que la combinación de la caída de la razón precio/ingresos con ingresos decrecientes significa la disminución del denominador (ingresos) que hay que multiplicar por los precios (ingresos capitalizados al tipo de interés del momento).

Las caídas de los precios bursátiles están reduciendo la cobertura de los fondos de pensión (así como cuentas personales de jubilación), necesitando mayores cantidades en reserva para financiar dichas cuentas. En la perspectiva de la reducción del crédito bancario, ello reducirá el nuevo gasto empresarial en infraestructura, ralentizando la economía.

Mientras los exportadores extranjeros se despiertan bruscamente del sueño de la demanda americana, ¿cuándo llegará el momento en el que Asia y Europa intenten reconstruir su propio mercado interior de consumo como alternativa? El primer problema es el de superar el sesgo ideológico doctrinalmente imperante en los bancos centrales en un mundo como el presente, en el que los políticos han renunciado a la política económica en favor de banqueros entrenados en la Escuela Financiera de Chicago para librar una guerra contra el mundo del trabajo, y aun contra la industria. Sería mucho, probablemente, esperar de los gestores del Banco Central Europeo de hoy y de sus compadres de la alta gestión económica ejecutiva que cambien su ideología neoliberal hostil al trabajo; sería demasiado esperar de ellos que se percaten de que, sin un próspero mercado interior, sus propias compañías industriales languidecerán. La solución sólo puede venir de un revitalizado movimiento político que represente los intereses del trabajo y aun de los propios industriales conscientes de la necesidad de reconstruir los mercados interiores.

NOTA T.: (1) La "negative equity" se traduce aquí por "quiebra técnica" por ser la única voz del léxico económico con tradición castellana que se acerca al significado original en inglés. Pero la locución inglesa es propiamente intraducible, a causa de las diferencias legislativas. Mientras que cuando en los EEUU se deja de pagar una hipoteca lo único que puede hacer la institución financiera acreedora es subastar el bien inmobiliario y quedarse con el dinero de la subasta, en la legislación hispánica, si el dinero conseguido en la subasta no basta para cubrir la hipoteca, la institución financiera puede proceder al embargo de otros bienes del deudor –incluida la nómina—, hasta cubrir el total de lo adeudado. "Negative equitiy" es la situación que se produce cuando el precio del inmueble cae por debajo de la deuda hipotecaria: quien tiene entonces un problema es la institución financiera tenedora de los títulos hipotecarios. Mientras el deudor norteamericano en situación de "negative equity" tiene abierta la posibilidad de soltar el bien inmobiliario de consuno con la hipoteca, los deudores europeos e hispánico se hallan, en cambio, en situación de "quiebra técnica": deben más de lo que vale el bien por el que está endeudado y no tienen otra salida que seguir satisfaciendo esa deuda.

Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.

Traducción para www.sinpermiso.info: Ernest Urtasun Domènech
Vía Rebelión
Vía Sin Permiso

viernes, 14 de noviembre de 2008

Cómo poner fin a la recesión

Robert Pollin
Sin Permiso


El derrumbe de Wall Street está diezmando ahora a Main Street, Ocean Parkway, Mountain View e I-80. Desde enero se han perdido 760.000 puestos de trabajo. Sólo en septiembre las peticiones mensuales de seguro de desempleo por despidos masivos ascendieron al 34%. General Electric, General Motors, Chrysler, Yahoo! y Xerox han anunciado más despidos, lo mismo que los humillados titanes financieros Goldman Sachs y Bank of America. Una cuarta parte del conjunto de todas las empresas de los Estados Unidos están planeando reducciones de plantilla para el próximo año. Las administraciones públicas se enfrentan a caídas de los ingresos fiscales de aproximadamente 100.000 millones de dólares durante el próximo año fiscal, el 15% de sus presupuestos totales. Como las administraciones han legislado prescribiendo presupuestos saneados, ahora están considerando mayores recortes presupuestarios y despidos. El hecho de que el producto interior bruto (PIB) se haya contraído entre junio y septiembre ─por vez primera desde los ataques terroristas de septiembre de 2001─ sólo confirma las realidades de base a que se enfrentan trabajadores, familias, empresas y el sector público.

La recesión, ciertamente, está aquí, de manera que la pregunta es ahora cómo paliar su duración y cómo mitigar su dureza. Un programa federal a gran escala de estímulo es la única acción que puede cumplir la tarea.

Hasta el momento, nuestros líderes de Washington han vacilado. El secretario del Tesoro, Henry Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sigue improvisando con los planes de rescate, asignando en el proceso fabulosas sumas de dinero. El programa original de Paulson para el Tesoro de asignar 700.000 millones de dólares de dinero de los contribuyentes para adquirir préstamos “tóxicos” ─los valores hipotecarios aceptados por los bancos privados que están en impago o demora─ fue al menos parcialmente archivado en favor de la adquisición directa por parte de la Administración de mayores participaciones de los bancos. Pero ninguna de las estrategias de Paulson ha contribuido a estabilizar la situación, dados los salvajes bandazos experimentados por los mercados globales de valores y de divisas, y con unos inversores deshaciéndose temerariamente de préstamos comerciales en favor de los seguros bonos del Tesoro. La crisis ha golpeado incluso al otrora serio mundo de los fondos mutuos del mercado de divisas, en el que los pusilánimes podían depositar sus ahorros de forma segura a cambio de rendimientos bajos. Los poseedores de fondos mutuos del mercado de divisas han entrado en pánico vendedor desde mediados de septiembre, lo que ha provocado una desvalorización de sus cuentas rayana en el medio billón de dólares.

Para contener el desplome del mercado de fondos, Bernanke anunció el 21 de octubre, en pleno plan de rescate Paulson, que la Reserva Federal estaba preparada para adquirir 540.000 millones de dólares en certificados de depósitos y préstamos comerciales privados de los fondos del mercado de divisas. Esta acción se añadía a dos iniciativas previas por las que la Reserva Federal se comprometía a comprar todos los préstamos comerciales necesarios de bancos en quiebra. Hasta la llegada de la crisis, la Reserva Federal había llevado una política monetaria consistente casi exclusivamente en la compraventa de bonos del Tesoro, y muy raramente compraba deudas de empresas o bancos privados. Pero las normas de política monetaria anteriores a la crisis han sido arrojadas por la ventana.

Aun si alguna combinación de las acciones del Tesoro y de la Reserva Federal empezara a estabilizar los mercados financieros durante las próximas semanas, eso no revertiría por sí mismo la cada vez más profunda crisis en la economía no financiera. Una subida del desempleo de entre el 8% y el 9% ─más de 14 millones de personas sin trabajo─ se está convirtiendo en un escenario cada vez más probable a la vuelta del año.

El presidente Obama, como la mayoría de miembros del nuevo Congreso de mayoría demócrata recien elegido, parece admitir la urgencia de tal programa de estímulo a gran escala por encima y más allá del programa de rescate financiero. Incluso Bernanke, cuyo mandato dura hasta enero de 2010, ha ofrecido apoyo. Pero, a pesar de un consenso al alcance de la mano, quedan preguntas pendientes. Entre ellas: ¿cómo deberían gastarse los fondos de estímulo? ¿Qué duración deberían tener? ¿De dónde sacaremos el dinero para pagarlos?

Estímulo de inversión pública verde

Las recesiones crean sufrimiento humano general. Minimizarlo, debe tener la máxima prioridad en la lucha contra la recesión. Eso significa ampliar los beneficios de desempleo y los vales de comida para contrarrestar las pérdidas de ingreso de los trabajadores desempleados y de los pobres. Mediante la estabilización de los bolsillos de hogares en apuros, esas medidas ayudan también a la gente a pagar sus hipotecas y bombean dinero a los mercados de consumidores.

Más allá de esto, debería diseñarse un programa de estímulo que cumpliera tres criterios adicionales. El primero: debemos generar el mayor aumento posible de empleo para cada nivel de nuevo gasto público. El segundo: el gasto debe dirigirse a ámbitos que fortalezcan la economía a largo plazo, y no consistir en meras inyecciones dinerarias a corto plazo. Y por último: a pesar de la recesión, no podemos permitirnos el lujo de aplazar la lucha contra el calentamiento global.

Para perseguir todos esos objetivos necesitamos un estímulo de inversión pública verde. Con ese estímulo defenderíamos los proyectos de sanidad y educación públicas de los estados contra recortes presupuestarios; lograríamos una financiación a largo plazo, tan necesaria como inveteradamente bloqueada, para la rehabilitación de nuestras carreteras, de nuestros puentes, ferrocarriles y sistemas de gestión de aguas; y financiaríamos inversiones en eficiencia energética ─incluyendo la renovación de equipo obsoleto y el desarrollo del transporte público─, así como en nuevas tecnologías de energía eólica, solar, geotérmica y derivada de la biomasa.

Este tipo de estímulos generaría muchos más puestos de trabajo —18 por cada millón de dólares gastado— que el aumento planeado en la industria militar y petrolífera (id est:, nuevos contingentes militares en Iraq o Afganistán combinados con la divisa: “perfora, cariño, perfora”), que sólo generaría en torno a 7,5 puestos de trabajo por cada millón de dólares de gasto. Hay dos razones que explican la ventaja del programa verde. El primer factor es la mayor “intensidad de trabajo” de este tipo de gasto, esto es, se gasta más dinero en contratar a gente y menos en máquinas y suministros y, por tanto, hay menor consumo energético. Esto es más obvio si comparamos la contratación de profesores, enfermeras y conductores de autobuses con los resultados de perforar las costas de Florida, California y Alaska en busca de petróleo. El segundo factor es el “contenido nacional” del gasto, cuánto dinero permanece en los EEUU en contraste con la compra de importaciones o con el gasto en el extranjero. Cuando construimos un puente en Minneapolis, mejoramos el sistema de diques de Nueva Orleáns o modernizamos la vivienda pública y privada para aumentar su eficiencia energética, prácticamente cada dólar se gasta dentro de nuestra economía. Por el contrario, sólo 80 centavos de cada dólar que se gasta en la industria petrolífera permanece en los Estados Unidos. La cifra es aún más baja en el caso del presupuesto militar.

¿Qué pasa con el conjunto de rebajas fiscales a todos los niveles, como el programa aprobado por la administración Bush y el Congreso de mayoría demócrata en abril? Podría argumentarse a su favor a la luz de las tensiones financieras que afrontan las familias de clase media. Sin embargo, aun suponiendo que los hogares de clase media gastaran todo el dinero que se les reembolsa, el aumento neto en empleo sería de cerca de 14 puestos de trabajo por cada millón de dólares gastado; en torno a un 20% menos que el programa de inversión pública verde (la razón principal para este menor impacto es el menor contenido nacional del promedio de consumo en vivienda). Asimismo, no es probable que las familias gasten todo el dinero que se les ha rebajado. Con el programa de rebajas de abril, las familias destinarían una gran parte del dinero sólo al pago de deudas.

El problema del tamaño

Éste no es el momento de ser tímidos. El programa de estímulos del pasado mes de abril sumaba 150.000 millones de dólares, incluyendo el descuento de 100.000 millones en vivienda y el resto de deducciones fiscales. Esta iniciativa incentivó algún crecimiento en el empleo, a pesar de que, como hemos visto, el impacto habría sido mayor si se hubiera destinado el mismo dinero al estímulo de la inversión pública verde. Pero los beneficios de cualquier puesto de trabajo fueron anulados por las fuerzas contrarrestantes de la pinchada burbuja inmobiliaria, la crisis financiera y el aumento de los precios del petróleo. La recesión resultante está ahora ante nosotros. Ello habla en favor de un estímulo harto mayor que el decretado en abril. ¿Hasta qué punto mayor?

Una forma de enfocar la cuestión es considerar la última vez que la economía se enfrentó a una recesión de similar dureza, que fue en 1980-82, en el primer mandato de Reagan como presidente. En 1982, el PIB se contrajo un 1,9%, la caída anual más grave del PIB desde la Segunda Guerra Mundial. El desempleo subió al 9,7% ese año, que fue, nuevamente, la cifra más alta desde los años treinta. La administración Reagan respondió con un programa de estímulo masivo, a pesar de que sus presuntos devotos del mercado libre jamás lo reconocieran como tal. Prefirieron llamarlo programa de expansión militar y recortes fiscales para aumentar la “economía de la oferta”. Cualquiera que sea la etiqueta, esta combinación generó un aumento del déficit federal de cerca de dos puntos porcentuales en relación con el tamaño de la economía en esa época. En 1983, el PIB subió bruscamente un 4,5%. En 1984, tuvo un crecimiento acelerado hasta el 7,2%, lo que permitió a Reagan hablar de un nuevo “amanecer en América”. El desempleo retrocedió un 7,5%.

En la economía de hoy, un estímulo económico equivalente al programa de Reagan de 1983 sumaría en torno a 300.000 millones de dólares de gasto, cerca del doble del tamaño del programa de estímulo de abril, aunque en la línea de las altas cifras que se están proponiendo en el Congreso. Un estímulo de esas dimensiones podría crear cerca de seis millones de puestos de trabajo, contrarrestando las fuerzas destructoras de empleo de la recesión.

Huelga decir que el estímulo de la inversión pública verde sería mucho más efectivo como programa de empleo que la política militarista y de rebajas fiscales a los ingresos más altos de Reagan. Esto sugiere que una iniciativa con un coste algo inferior a los 300.000 millones de dólares podría servir para luchar contra la destrucción de empleo. Pero como el estímulo de inversión pública verde está diseñado también para producir beneficios a largo plazo para la economía, no hay el menor peligro de que gastemos demasiado. Puesto que todas esas inversiones son necesarias para luchar contra el calentamiento global y mejorar la productividad global, cuanto antes avancemos, mejor. Además, bajo las condiciones del mercado de trabajo actual, no habrán de faltarnos trabajadores calificados.

¿Cómo pagar todo esto?

Recapitulemos y sumemos las cifras que he ido soltando. Incluyen los 700.000 millones de la operación rescate de bancos urdida por el Tesoro, los 540.000 millones con que el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, ha prometido rescatar los fondos mutuos del mercado, además de una cifra sin especificar de varios millares de millones de dólares para comprar las deudas comerciales no deseadas aceptadas por los bancos. Lo que yo propongo es añadir un gasto de 300.000 millones para un segundo estímulo fiscal, más allá del programa de 150.000 millones del pasado abril. Llegados a cierto punto, hay que preguntarse si estamos hablando de dólares reales o de dinero ficticio del tipo Monopoly.

Lo cierto es todo el programa permanece dentro del reino de la viable, aunque se acerque a sus fronteras más extremas. Pero se necesitan mayores ajustes en el actual modelo de gestión. En particular, la Reserva Federal debe seguir ejerciendo control sobre el Tesoro en todas las operaciones de rescate. Esto es, necesitamos más iniciativas como el programa de 540.000 millones de Bernanke para estabilizar los fondos mutuos del mercado de divisas y menos trapicheos del Tesoro con el dinero de los contribuyentes para comprar, ya los malos activos de los bancos privados, ya sus participaciones.

Debemos reconocer abiertamente lo que durante demasiado tiempo ha constituido un hecho silenciado en relación con esas operaciones de rescate, a saber: que la Reserva Federal tiene el poder de crear dólares a voluntad mientras el Tesoro financie sus operaciones, ya mediante ingresos impositivos, ya mediante fondos prestados (lo que significa utilizar el dinero del contribuyente para devolverle la deuda algún tiempo después con interés). No es que la Reserva Federal corra a la imprenta cuando decide inyectar más dinero en la economía, pero su actividad normal de expedir cheques a bancos privados para que éstos compren bonos del Tesoro viene a ser lo mismo. Cuando los bancos reciben cheques de la Reserva Federal, tienen más líquido del que tenían cuando vendían a la Reserva Federal sus bonos del Tesoro. Especialmente durante las crisis, no hay razón para que la Reserva Federal se autorrestrinja en el buen uso (aunque sí, huelga decirlo, en el exceso) de ese poder de creación de dólares.

También se supone que la Reserva Federal es el principal regulador del sistema financiero. Ahora es el momento de recuperarse de los fallos confesados por Alan Greenspan durante más de 20 años en este puesto. A cambio de la protección de la Reserva Federal a las instituciones financieras ante el desplome, Bernanke debe insistir en que los bancos empiecen a prestar dinero para apoyar inversiones productivas y prohibirles cualquier regreso a la especulación derrochadora. También son necesarias medidas para que las gentes puedan conservar sus hogares.

El déficit amenaza

Cuando la economía empezó a ralentizarse este año, el déficit fiscal aumentó más del doble, de 162.000 millones de dólares a 389.000. No podemos saber a ciencia cierta cuánto aumentará el déficit. Podría ascender a 800.000 millones, un billón, o incluso algo más, dependiendo de cómo se gestionen las operaciones de rescate. Sobra decir que sería de todo punto contraproducente aplicar una política fiscal temeraria, insensible a la presión de las necesidades de la lucha contra la crisis financiera y la recesión. Pero en las condiciones actuales, incluso un déficit de un billón de dólares no tendría por qué ser temerario.

Volvamos a la experiencia reaganiana para tomar perspectiva. En 1983, el déficit de Reagan tocó techo, representando un 6% del PIB. Con un PIB actual cercano a los 14,4 billones de dólares, un déficit de un billón representaría en torno al 7% del PIB, un porcentaje un punto mayor que la cifra de 1983. Ni que decir tiene que el sistema financiero global ha sufrido cambios trascendentales desde los años ochenta, de manera que las comparaciones directas con los déficits de Reagan no son totalmente válidas. Uno de esos cambios es que la deuda pública ha ido a parar cada vez más a manos de estados extranjeros e inversores privados. Eso significa que los pagos de intereses de esa deuda fluyen crecientemente desde los cofres del Tesoro a propietarios extranjeros de bonos del Tesoro.

Al tiempo, como un rasgo de la crisis, los bonos del Tesoro son, y lo seguirán siendo durante algún tiempo, el instrumento financiero más seguro y deseable del sistema financiero global. Los inversores estadounidenses y extranjeros piden ahora a gritos bonos del Tesoro, en vez de comprar acciones, obligaciones o derivados emitidos por compañías privadas. Eso empuja a la baja los tipos de interés de los bonos del Tesoro. Por ejemplo, el 15 de octubre de 2007, un bono del Tesoro a tres años rendía un interés del 4,25%, mientras que el pasado 15 de octubre el rendimiento había caído al 1,9%. Por el contrario, un bono empresarial BAA rendía un interés del 6,6% hace un año, pero este año ha subido al 9%. Mientras los mercados financieros sigan sumidos en la inestabilidad y el miedo, el Tesoro podrá tomar préstamos a tipos de interés irrisorios. De aquí que permitir que el déficit suba incluso por encima del 7% del PIB no represente una carga mayor para el Tesoro que la de los déficits de Reagan.

No hay, pues, razón alguna para aprestarse con timidez a la lucha contra una recesión en la que andan al acecho todo tipo de peligros y la pauperización de mucha gente. Lo cierto es que la pobreza grave y los peligros aumentarán en la medida en que las actitudes timoratas —el camino de menor resistencia— fijen los límites de lo aceptable. La entrante administración Obama puede dar pasos decisivos ahora para defender el sustento de la gente y reconstruir un sistema financiero viable, unas infraestructuras productivas y un mercado de trabajo fundados en una economía de energía limpia.

Robert Pollin es profesor de economía y codirector del Political Economy Research Institute [Instituto de Investigación de Economía Política] (PERI), el cual ayudó a fundar, en la Universidad de Massachusetts Amherst. Sus libros más recientes son Contours of Descent: U.S. Economic Fractures and the Landscape of the Global Austerity (Verso, 2003) y, en colaboración con Stephanie Luce, The Living Wage: Building a Fair Economy (The New Press, 1998).
Via Rebelion

Bush defiende el neoliberalismo, pero interviene el mercado

David Brooks

Ante la peor crisis del capitalismo estadounidense en 70 años, con la mayor intervención estatal en el sector financiero, millones de desempleados y familias que están perdiendo sus hogares, el casi ex presidente George W. Bush se atrevió ayer a ofrecer una apasionada defensa de la fe religiosa del neoliberalismo. “La crisis no fue un fracaso del sistema de libre mercado. Y la respuesta no es reinventar ese sistema. Es componer los problemas que enfrentamos, hacer las reformas que necesitamos, y proceder hacia adelante con los principios de libre mercado que han entregado prosperidad y esperanza a los pueblos del mundo”, proclamó Bush al abordar el tema de la crisis financiera en un discurso en esta ciudad.

En un día tan nublado y oscuro como el panorama económico mundial, Bush ofreció un discurso sobre la crisis financiera en un foro en el corazón de Wall Street, donde identificó “el principio más importante que debe guiar nuestro trabajo: mientras las reformas en el sector financiero son esenciales, la solución a largo plazo a los problemas de hoy es el crecimiento económico sostenido. Y el camino más seguro hacia ese crecimiento son mercados libres y pueblos libres”.

La historia de las últimas décadas, dijo, comprueba que “si uno busca el crecimiento económico, si busca oportunidad, si busca la justicia social y la dignidad humana, el sistema de libre mercado es el camino. El triunfo del capitalismo de libre mercado se ha comprobado a través del tiempo, la geografía, la cultura y la fe. Sería un error terrible permitir que unos pocos meses de crisis minen 60 años de éxito”.

Aceptó que “como cualquier otro sistema diseñado por el hombre, el capitalismo no es perfecto. Puede estar sujeto a excesos y abusos. Pero es por mucho la manera más eficiente y justa para estructurar una economía. En su nivel más básico, el capitalismo ofrece a la gente la libertad de escoger dónde trabajar y qué hacer, la oportunidad de comprar o vender los productos que desean, y la dignidad que viene de lucrar de su talento y su duro trabajo”.

Ante un público aparentemente ya convencido, el presidente continuó: “el capitalismo de libre mercado es mucho más que una teoría económica. Es el motor de la movilidad social –la carretera al sueño americano (sic)”.

Y si aún no estaban convencidos, Bush subrayó que se comprueba que el “capitalismo de libre mercado” es el mejor de todos por su éxito, comparado con “otros sistemas económicos”. Puso ejemplos como Japón y los tigres asiáticos, los cuales muestran que “el éxito de las economías más grandes del mundo provienen de su abrazo al libre mercado”.

Por otro lado, recordó los resultados “devastadores” de otros modelos, como el comunismo soviético, que “hizo pasar hambruna a millones, llevó a la bancarrota a un imperio y se colapsó tan decisivamente con el Muro de Berlín”, además de “Cuba, otrora conocida por sus vastos campos de caña, ahora obligada a racionar azúcar”, e Irán con petróleo, pero sin suficiente gasolina.

El comandante en jefe del libre mercado también subrayó –mientras su gobierno continúa nacionalizando parcialmente su banca e interviene de manera sin precedentes en el mercado– que “la historia ha demostrado que la amenaza mayor a la prosperidad económica no es el poco involucramiento del gobierno en el mercado, sino demasiado.

“Igual de importante que mantener los libres mercados dentro de los países es mantener el libre movimiento de bienes y servicios entre los países”, agregó, al incluir la defensa del libre comercio. Esto, afirmó, beneficia a todos, y “gracias en buena parte a los mercados abiertos, el volumen del comercio global hoy es casi 30 veces más grande que hace seis décadas, y algunos de los avances más importantes se han dado en el mundo en desarrollo”. Por lo tanto, advirtió contra medidas proteccionistas durante esta crisis.

Bush insistió en que el mundo “está enfrentando este desafío juntos”, y que así será superado. “Sé que algunos podrían cuestionar si perdurará el liderazgo de Estados Unidos en la economía global. El mundo puede confiar en que sí, porque nuestros mercados son flexibles y pueden rebotar rápidamente de retrocesos”, afirmó. Dijo que Estados Unidos trabajará de manera conjunta para abordar problemas en el sistema financiero internacional, y además “reconstruiremos nuestra fuerza económica y continuaremos para liderar al mundo hacia la prosperidad y la paz”.

Según las encuestas y las recientes elecciones celebradas aquí, ni la mayoría del mundo ni de los estadunidenses desean que Bush sea líder de nada, ya que en lugar de prosperidad se sufre la peor crisis económica desde la Gran Depresión, y en lugar de paz hay dos guerras sin fin.

Anfitrión del G-20

Bush habló hoy de cómo este fin de semana será anfitrión de una cumbre sobre los mercados financieros y la economía global, con líderes de países del Grupo de los 20, que representan casi 90 por ciento de la economía mundial. Enumeró las medidas adoptadas para enfrentar la crisis, aunque al ofrecer su discurso no leyó una línea de su declaración preparada, la cual decía: “y están funcionando”. No se sabe si se saltó la línea, o prefirió evitarla.

Adelantó que la cumbre se enfocará en cinco objetivos claves: entender las causas de la crisis global, revisar la efectividad de las respuestas, desarrollar principios para reformar sistemas financieros y regulatorios, lanzar un plan de acción para desplegar estos principios, y finalmente “reafirmar nuestra convicción de que los principios del libre mercado ofrecen el camino más seguro a una prosperidad duradera”.

Las caras de trabajadores angustiados, familias llorando con un coro creciente de “perdimos todo, no sé qué vamos a hacer”, cifras incesantes que ilustran las dimensiones de una crisis que afecta a cada esquina de este país y el planeta, son imágenes y noticias cotidianas.

Unos 10 millones de desempleados (la tasa más alta desde 1994); más 17.1 millones subempleados; más de 765 mil embargos hipotecarios sólo en tercer trimestre de este año (hubo un total de 2 millones de embargos hipotecarios en 2007, un incremento de 75 por ciento frente al año anterior); miles de bancarrotas; más de 2 billones de dólares esfumados de los fondos de jubilación por la crisis; anuncios cotidianos de despidos masivos; un traslado masivo de la riqueza, donde el uno por ciento controla 40 por ciento del ingreso nacional, en una economía donde un trabajador con un salario de 10 dólares la hora debería trabajar 10 mil años para ganar lo que obtuvo uno de los 400 más ricos del país sólo en 2005, junto con la intervención estatal más grande de la historia en el sector financiero, son los hechos, mientras el presidente recetaba hoy más de lo mismo para superar la crisis.

Se dice que una definición de la locura es hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes.